Si gana el Apruebo, habrá ganado la gente y su iniciativa a pesar de los medios, las encuestas y una élite política defensiva. Se abrirá entonces una nueva oportunidad, tal vez la última, para que abandonemos una política burocrática y anquilosada en la institucionalidad estatal. Se hará evidente, esperamos, que para la política de izquierda los principales aliados han sido y seguirán siendo siempre las mayorías populares. De triunfar el Apruebo, la condición de implementación de la agenda constitucional no será la de los acuerdos burocráticos, sino aquella capaz de empujar los cambios que promete la Nueva Constitución: la iniciativa de la ciudadanía organizada. Es necesario y urgente que el Gobierno honre el triunfo otorgado por la gente común convocándola por fin a la política, haciéndola parte de su proyecto como actor principal. Si el pueblo nos otorga un triunfo, es de esperar que la política de un gobierno de izquierda asuma el riesgo que implica hacer política para las mayorías y no para la tranquilidad del capital o la estabilidad a los partidos.
por Comité Editorial Revista ROSA
Imagen / Editorial#14, Comité Editor.
Aprendí el vocabulario
Del amo, dueño y patrón
Me mataron tantas veces
Por levantarles la voz
Pero del suelo me paro
Porque me prestan las manos
Porque ahora no estoy solo
Porque ahora somos tantosVictor Jara, El hombre es un creador
Estamos ad portas del plebiscito de salida, una oportunidad inédita para desbalancear la correlación de fuerzas entre los sectores populares y la oligarquía y sus advenedizos. El agua, el medio ambiente, el marco que rige las condiciones del trabajo, el lugar de las mujeres en la sociedad, la cultura, el rol del Estado, en definitiva, derechos y prerrogativas que resumen el pliego de las huelgas de los últimos treinta años son parte central del armazón constitucional.
La nueva Constitución es la cabeza de playa del desembarco a la política de los sectores más desposeídos. Es la habilitación y un nuevo marco estratégico para enfrentar la debacle capitalista y colonial. Sin embargo, frente a la urgencia de la lucha, los sectores populares llegan sin partidos, con sus orgánicas debilitadas, cansadas o divididas, y con buena parte de sus mejores cuadros absortos en menesteres institucionales, cuando no administrativos. Tal vez por esto es que no se logró hacer de este plebiscito el hito final en la larga lucha contra el pinochetismo y su régimen, a salvedad de la acción de algunos sectores de la izquierda radical con presencia en la Convención -especialmente las feministas- que con sus fuerzas han sabido plantear en tono dramático la profundidad de las consecuencias políticas de una victoria o una derrota. Sin duda la gran derrotada es la política plebeya, la legitimidad de su violencia defensiva y no homicida como herramienta política, el protagonismo popular e indígena que ha tenido el proceso y que ha sido tan insoportable para la derecha, el empresariado y el criollismo de clases medias. De no ganar el Apruebo, eso será expulsado moral y materialmente de la polis.
Cabe recordar que las clases populares avanzan sobre la arena de la lucha política no solo cuando están bien educadas, ni tampoco únicamente cuando se han modernizado, sino cuando asumen que la política les sirve y es una herramienta eficiente para el problema central: la dignificación de la vida. En esta senda, los sectores populares y la clase trabajadora se han fortalecido y recompuesto como actor político y fuerza social. Una victoria es un salto adelante: legitima el proceso político dirigido por las clases populares por un tiempo suficiente para superar los límites que ahora las paralizan. El Apruebo otorga un nuevo aire a las vanguardias de las clases populares para continuar su recomposición y superar sus limitaciones históricas. Es posible mantener la alianza por un tiempo, pues el enemigo de las clases populares seguirá siendo el mismo, la oligarquía creada por la embestida neoliberal, reforzada por advenedizos y voceros variopintos contratados como anfitriones en una fiesta donde la música la orquesta el ubicuo capital.
La derrota, en cambio, puede ser amarga. Un martillazo para el tejido de las organizaciones populares y un amedrentamiento feroz por parte de los sectores reaccionarios que, inclinados hacia el pinochetismo de republicanos y la UDI, han ido borrando toda huella de sus aliados modernizadores y reformistas, en definitiva un acto de disciplinamiento muy profundo para las y los comunes que han osado retar su orden. El plebiscito debe ser un triunfo rotundo, a pesar de la alicaída campaña centrista y timorata llevada a cabo por el gobierno, que junto con sus fuerzas sociales parece desbordado, titubeante e indeciso. Demás está decir que el resabio centrista transicional que se siente en las intervenciones de La Moneda –aquella retórica de los pactos y los acuerdos burocráticos, de la política sin sociedad–, se cargará a la retórica verbal y argumentos que buscan profundizar esa misma quimera de triunfar el Rechazo. El progresismo criollo –con su ADN timorato– no tendría asco en decir que en esta pasada sobró la izquierda y que los chilenos son de centro.Es la mirada escindida y bifronte del progresismo que, ante el acuerdo de noviembre de 2019, pone bajo la mesa la revuelta de octubre. A pesar de todo, miles de personas en los sectores populares han copado las calles y las plazas en favor del Apruebo como el único baluarte de las consignas y luchas sociales de los últimos treinta años.
La campaña del Rechazo comenzó el día de la inauguración de la Convención Constitucional. Por una parte, las posiciones obtusas de los sectores oligárquicos, empaparon el debate en la CC llevando el agua hacia su molino, el de la desconfianza y el miedo: se va a terminar Chile, no habrá bandera, ni escudo ni himno nacional, decían, mientras se victimizaban como si fueran los afectados de un debate que los excluía –a ellos, los representantes de los dueños de todo. Por otra parte, fueron imponiendo la agenda del debate público, usando sus medios de comunicación, para instalar medias verdades o directamente mentiras flagrantes. La oligarquía, siendo minoría en la CC, saliendo de un gobierno que será recordado como uno de los peores de la historia, habiendo sido aplastada en la elección presidencial, fue capaz, aún así, de poner los términos de la conversación.
Ha corrido mucha agua bajo el puente y la campaña ha sido desigual. Por una parte, las direcciones del Gobierno y de los partidos la asumieron como una pelea ideológica, llena de consignas sobre el destino del país o abstractos republicanos. Hay poco en la propaganda sobre mejoras concretas en la vida, sobre la redistribución del poder y las garantías de la Nueva Constitución como conquistas de luchas históricas del pueblo. La campaña por el Apruebo responde en lo grueso a la escena montada por la derecha, hablando de amor a la bandera, de unidad nacional o alguna otra cosa que poco importa en los urgidos barrios populares de las grandes ciudades. Estos son justamente los barrios estratégicos del Apruebo: los que le han dado victoria tras victoria en un agitado ciclo electoral. Son también los que llevaron, casi a contracorriente, a la izquierda al gobierno. La campaña se vio atrapada en un callejón profundamente desmovilizador, con la tentación del Republicanismo mesocrático en un lado y el clasismo intuitivo y popular por el otro. Se hace evidente que las tesis que abundaron entre la intelectualidad de la nueva izquierda estos últimos años – el Estado como un campo de disputa, un primer paso en una lucha que la simple toma del aparato burocrático estatal – nunca se tomaron muy en serio. Alcanzado el Gobierno y funcionando la Convención, la izquierda de Apruebo Dignidad canceló la política del conflicto social hasta la próxima votación.
Por eso, es importante enfatizar que la campaña del Apruebo ha mostrado la debilidad del liderazgo de la izquierda, independientemente del resultado del plebiscito. No hubo en ningún momento una orientación general de los puntos más relevantes del proceso constitucional ni en el Congreso ni en el Ejecutivo. Mientras tanto, los partidos de la izquierda han tomado, sea o no por la fuerza de las circunstancias, el papel de instrumentos para el manejo del Estado. Esa impotencia política se suma a que grupos como la CAM quieren torpedear el proceso en función de sus intereses más inmediatos. Si se gana, tal como sucedió en la segunda vuelta de la elección presidencial, será en muy poca medida gracias a la acción de la izquierda. En vez de eso, será porque el pueblo fue capaz de impulsar el proceso pese a ello, y gracias a que miles de militantes e independientes sacaron la campaña adelante en medio de una avanzada desarticulada y sin orientación frente a la contundencia de las mentiras del bando contrario. Mentiras cuyo guión es reiterado, parejo y contundente: una campaña a favor de los derechos de la propiedad y contra la plurinacionalidad, concertada con los medios de comunicación, donde la propaganda del Apruebo ha sido reactiva a esos alegatos de la peor calaña. Estas mentiras han acorralado a la izquierda en una contraintuitiva posición defensiva, con una retórica acomplejada, contraria a los resultados electorales obtenidos en las últimas elecciones y el protagonismo de los actos populares por el Apruebo. Pareciera que, como se ha vuelto costumbre, nuestra negativa a realizar una autocrítica al interior de Apruebo Dignidad después de la segunda vuelta presidencial del 2021 nos está pasando la cuenta.
Este 4 de septiembre es la última oportunidad que tenemos para revertir esta situación. ¿Cuántas veces más podemos sentarnos a esperar a que nos salven las clases populares mientras nos dedicamos a asegurarle al 10% más rico de Chile que somos lo suficientemente maduros y serios como para ser gobierno y estar en la política? ¿Cuántas veces más los votos de confianza se harán en los altares del gran capital y no con las franjas sociales que buscan revertir la ofensiva capitalista en el suelo nacional? Esta campaña ya no aguanta los beneplácitos de la Unión Europea o de uno u otro economista progresista de turno. Lo significativo de este proceso es que nos ofrece una posibilidad real de mejorar sustantivamente la vida de la clase trabajadora chilena, tal como ofrecieron las medidas más ofensivas del programa del gobierno de AD: fin al copago en FONASA, condonación del CAE, legalización del aborto, una industria nacional sustentable y un nuevo modelo de desarrollo donde el pueblo esté en el centro del interés de la producción y la generación de riqueza. La conducción de AD se ha visto titubeante entre abrazar un proyecto popular y ser seducida por los viejos encantadores de serpientes de la Concertación, cuyas baratijas son ofrecidas a cambio de la retórica transicional de los acuerdos, la gobernabilidad y la estabilidad. Asimismo, la campaña ha demostrado la ausencia de una producción de conocimiento propio, ya sea en sondeos de opinión o insumos coherentes para enfrentar este ciclo de lucha política. Sin lugar a duda las encuestas han determinado la conducta del gobierno nacional, aún después de su desprestigio en los últimos comicios y la nula justificación de sus métodos frente a un escenario de participación posible completamente inédito. En ese sentido, el plebiscito de salida nos encontró obligados a jugar permanentemente en la cancha del enemigo, pero sin la conciencia que solíamos tener de que jugando en ella nunca vamos a campeonar.
Si gana el Apruebo, habrá ganado la gente y su iniciativa a pesar de los medios, las encuestas y una élite política defensiva. Se abrirá entonces una nueva oportunidad, tal vez la última, para que abandonemos una política burocrática y anquilosada en la institucionalidad estatal. Se hará evidente, esperamos, que para la política de izquierda los principales aliados han sido y seguirán siendo siempre las mayorías populares. De triunfar el Apruebo, la condición de implementación de la agenda constitucional no será la de los acuerdos burocráticos, sino aquella capaz de empujar los cambios que promete la Nueva Constitución: la iniciativa de la ciudadanía organizada. Es necesario y urgente que el Gobierno honre el triunfo otorgado por la gente común convocándola por fin a la política, haciéndola parte de su proyecto como actor principal. Es imprescindible convocar al presidente Boric, y a la alianza política que sostiene su gobierno, a entender que los liderazgos de izquierda en América Latina no son los de “los grandes estadistas”, sino de quienes construyen y se comprometen profundamente con un proyecto popular. Tal como se decía en los debates estratégicos que precedieron la fundación de Apruebo Dignidad, estos son liderazgos que entienden que las instituciones son un medio y no un fin en sí mismas. Si el pueblo nos otorga un triunfo, es de esperar que la política de un gobierno de izquierda asuma el riesgo que implica hacer política para las mayorías y no para la tranquilidad del capital o la estabilidad a los partidos.
La futura celebración del triunfo del Apruebo será atronadora, masiva, popular y festiva. La constitución, como una de las piedras angulares del modelo, será sepultada por la participación masiva de las periferias urbanas con el voto de los huérfanos y relegados de la oleada neoliberal. Los jóvenes endeudados, los pobladores sin casa, quienes viven en las zonas de sacrificios, son quienes le reclaman a AD un nuevo protagonismo en la política chilena. El sello popular de la victoria va a desterrar, ojalá por un buen rato, los acuerdos y las cocinas. Convocar a todos los sectores a abrazar a la Nueva Constitución como una nueva casa común después de algo así es un error retórico que desmonta la concepción de esta nueva arena de lucha social. Lo importante de este ciclo es hacer política con la gente, con las periferias y los desheredados. La nueva política será de la plaza pública y la reunión: esa política que se aviva con el fuego del ágora y la conquista de la dignidad.
2 repuestas a “Editorial #14. Porque ahora no estoy solo, porque ahora somos tantos”
Muy bueno
¿alguna relectura a la luz de los hechos?