La distancia y la prudencia: Una lectura táctica del acuerdo por la nueva constitución

Pero también se omite, o más bien se desconoce otra cosa: que este tipo de acuerdos no sólo se legitiman en su inicio, sino también en el proceso, de forma tal que, si se mueven las piezas de manera adecuada, se pueden remediar las dolencias de las etapas anteriores. Apostar por las organizaciones sociales en la mesa negociadora desde un inicio para otorgar legitimidad al acuerdo era demasiado riesgoso para ese momento: se requería mantener una revuelta de alta intensidad por más tiempo, se requería un proceso arduo de negociaciones entre partidos y organizaciones que no aseguraría un mejor resultado para los intereses del pueblo. Sin embargo, si se consolidaba un buen acuerdo de inicio arriesgando la legitimidad ‒con más garantías hacia la izquierda que hacia la derecha, como en efecto terminó siendo‒, se dejaba la posibilidad de legitimación en el transcurso del tiempo, siempre y cuando existiera la opción.

por Marcelo Ortiz Lara

Imagen / Fiesta en Radio Dignidad, 6 de marzo 2020. Fotografía de Marcellablues.


La construcción de la vida se encuentra actualmente
mucho más en el poder de los hechos
que de las convicciones
Walter Benjamin

 

Quien lea este texto lo hará ya teniendo en mano los resultados de las primarias legales de este domingo 18 de julio. Y, como el asunto se trata de que algunos ganan y otros pierden ‒o, en ciertos casos, que algunos ganan y otros no ganan‒, confío en que este texto que aborda cuestiones tácticas sea leído de buena lid, pues sólo bajamos la guardia cuando aquello que podría amenazar nuestros intereses y/o preferencias deja de ser precisamente una amenaza. Así las cosas, me permito tocar y controvertir con la lectura del acuerdo del 15 de noviembre más difundida y aceptada hasta el momento en la izquierda chilena, esto es, que suscribir dicho acuerdo ‒o más bien disputar dicho acuerdo, para comenzar desde ya a proponer la lectura de este texto‒ constituyó un error, una derrota o, en su versión más despolitizada y pedestre, que fue una traición. Lejos de todo esto, desde la visibilidad que otorga la distancia y su pariente la prudencia, la postura aquí es que los aciertos tácticos fueron mayores a los errores de procedimiento y comunicación, los que sin duda se pueden explicar por la poca experiencia política de una izquierda cuya acumulación histórica en el campo de batalla político, luego del desmantelamiento de la compleja articulación popular en dictadura, no conocía de momentos tan decisivos como el de octubre y noviembre del 2019.

 

Posibilidades y hechos

Pues bien, ¿en qué se sostiene la lectura que más se preconiza en la izquierda sobre el acuerdo de noviembre? Se sostiene en que el acuerdo adolecería de un vicio de legitimidad al no incluir a los movimientos sociales en la mesa negociadora por una nueva constitución. Además ‒y sólo me atrevo a mencionarlo porque también es un argumento ampliamente difundido, pero no por su mérito político‒, que contribuyó a salvarle la cabeza a Piñera, en un momento donde se decía que existía la posibilidad de que dejara el cargo presionado por la revuelta social. Sólo una breve mención a esto último: no hubo nunca indicio que demostrara que Sebastián Piñera iba a renunciar ante la presión social. La evidencia demostró, de hecho, que hizo y estaba dispuesto a hacer todo lo posible para mantenerse en el gobierno ‒declararle la guerra al pueblo de Chile, dictaminar estados de excepción constitucional, sacar a los militares a la calle, entre otros. Por tanto, esa idea nunca perteneció al mundo de los hechos; más bien, siempre habitó en el reino de las posibilidades.

No hay que olvidar entonces que para un marxista ‒como afirmaba Lenin‒, “apreciar el momento dado no debe partir de lo posible, sino de lo real” (Lenin 61)[1]. Lo real, los hechos que estaban ocurriendo en el país en ese entonces, eran los siguientes: una revuelta social con millones de personas en las calles, cuyo lema, en síntesis, era dignidad; decenas de mutilaciones oculares, cientos de heridos por día y una cifra escalofriante de fallecidos en el país; militares apostados en las calles a lo largo de todo Chile; carabineros violando DDHH a diestra y siniestra; una clase política y una elite económica cuestionada que observaba la revuelta social con rostro impávido.

En medio de todo eso condensó la idea de cambiar la constitución heredada de Pinochet. Explicar cómo se llegó a esto no viene al caso. Baste decir que por razones simbólicas la constitución encarnó todo aquello que estaba resquebrajado en el sistema, teniendo por más de treinta años a una sociedad sumida en los abusos y la miseria.

 

Omisiones y supuestos: la preferencia de la legitimidad por sobre la eficacia

En aquel complejo escenario, parte de la izquierda decidió disputar el acuerdo por una nueva constitución. Es decir, en medio de la mayor revuelta de los últimos treinta años, una parte de la izquierda decidió enfrentarse a la derecha ‒que estaba acorralada pero no vencida, habría sido incauto pensar lo último‒ para consolidar su mayor victoria desde la vuelta a la democracia. El movimiento táctico no estuvo exento de peligros: al mismo tiempo que parte de la izquierda utilizaba a su favor una fuerza que también los interpelaba a ellos ‒como miembros de la clase política‒, otra parte de la izquierda se restaba de dicho enfrentamiento pues sostenían que, sin los movimientos sociales, el acuerdo que emanara de allí no tendría legitimidad popular.

Eso es cierto: en medio de una revuelta que sin un pliego de demandas tenía claro que había una serie de cambios estructurales que debían realizarse urgentemente, que con fuerza quería alcanzar el cielo por asalto o traerlo a la tierra a como dé lugar, amarrar una victoria sobre la derecha sin su participación directa implicaba correr ese riesgo: el de no poseer legitimidad suficiente. Pero incluir a los movimientos sociales en el contexto delicado y álgido que se estaba viviendo también constituía otros riesgos, varios de ellos mayores, que al mismo tiempo omitía una preferencia subrepticia: el de la legitimidad por sobre la eficacia. Los hechos ‒pocos de ellos manejables si hablamos de una revuelta popular de esas características‒ configuraron un escenario donde preferir disputar el acuerdo por la nueva constitución con los movimientos sociales aseguraba una mayor legitimidad, pero corría el riesgo de no ser tan eficaz. Esa es una omisión que, hasta el momento, no ha sido explicitada, pero sería bueno que muchos se sinceraran: sí, preferimos un acuerdo legítimo (desde un inicio) a pesar de que ello no asegurara la eficacia.

¿Por qué un acuerdo con los movimientos sociales, en ese contexto, peligraba de no ser eficaz? Remitámonos a los hechos: en las calles del país, día a día se conocían nuevas cifras de mutilados oculares, de heridos en distinto grado y muertes por el uso desmedido y criminal de la violencia ejercida por Carabineros y el ejército. Piñera se mostraba indoblegable; nada en él comunicaba un paso atrás. Y no sólo la crisis de legitimidad cuestionaba a la clase política, sino también ‒como se comprobó poco después de cerrado el acuerdo‒ alcanzaba a ciertos dirigentes sociales, como el caso de la CUT y NO+AFP. ¿Qué movimientos sociales iban a ir a la mesa negociadora? ¿Qué representantes? Y peor aún: ¿Sólo movimientos identificados de izquierda irían a negociar? ¿La derecha no llevarían también a sus representantes sociales en una mesa donde ellos también participaban? He aquí, entonces, otra omisión: que sólo movimientos sociales y organizaciones inclinadas a la izquierda participarían. Llegados a este punto, se vuelve imperioso recordar que si parte de la izquierda tuvo capacidad de disputar frente a frente con la derecha, fue por lo que estaba ocurriendo allá afuera, con todo lo que ello implicaba: muertes, mutilaciones, violaciones a los DDHH. ¿Cuánto más el pueblo iba aguantar? No lo sabemos. Cada día implicaba más heridos y mutilados, y una negociación con movimientos sociales a la mesa suponía no sólo un proceso de disputa bastante más complejo y largo entre partidos y movimientos sociales de todos los sectores ‒Sofofa, CPC, CUT, NO+AFP, etc.‒, sino también mantener una condición necesaria para la fuerza negociadora de la izquierda: una revuelta que sostuviera la intensidad que hasta ese momento estaba teniendo, pues cualquier disminución de fuerza inclinaría la balanza hacia la derecha.

 

Legitimidad de inicio y legitimidad del proceso

Un análisis riguroso del momento en disputa no puede omitir nada; es un deber ético considerar todo detalle y recoger cada factor en juego. Así, las posturas se vuelven menos maniqueas y más cromáticas. Menos moralistas y más tácticas. Decantar por un acuerdo que incluyera a los movimientos y organizaciones sociales no sólo no aseguraba más garantías, sino también comportaba una cantidad mayor de mártires y mutilados de la revuelta. Las opciones eran: lograr ‒luego de una intensa negociación para nada expedita‒ el mismo resultado que el que se logró, lograr un mejor acuerdo que el que se logró o alcanzar uno peor del que se logró. En cualquier escenario, hay algo que no cambia: los mutilados, los asesinados y las violaciones a los DDHH, que sin duda aumentarían con el tiempo. Sería bueno que aquellos que pedían la participación de las organizaciones sociales en la negociación también sinceraran que lo hacían a pesar de que el resultado no asegurara un mejor acuerdo, que implicaba mucho más tiempo de negociaciones y que también suponía una mayor cantidad de mártires del pueblo.

Pero también se omite, o más bien se desconoce otra cosa: que este tipo de acuerdos no sólo se legitiman en su inicio, sino también en el proceso, de forma tal que, si se mueven las piezas de manera adecuada, se pueden remediar las dolencias de las etapas anteriores. Apostar por las organizaciones sociales en la mesa negociadora desde un inicio para otorgar legitimidad al acuerdo era demasiado riesgoso para ese momento: se requería mantener una revuelta de alta intensidad por más tiempo, se requería un proceso arduo de negociaciones entre partidos y organizaciones que no aseguraría un mejor resultado para los intereses del pueblo. Sin embargo, si se consolidaba un buen acuerdo de inicio arriesgando la legitimidad ‒con más garantías hacia la izquierda que hacia la derecha, como en efecto terminó siendo‒, se dejaba la posibilidad de legitimación en el transcurso del tiempo, siempre y cuando existiera la opción. Y así fue: el acuerdo se legitimó gracias a un trabajo en conjunto y disciplinado entre las fuerzas de cambio en el parlamento, las que lograron la paridad de género y los escaños reservados para pueblos originarios.

 

La distancia y la prudencia

“Los nudos causales son complejos y enredados, y para desatarlos hace falta el estudio profundo y amplio de todas las actividades espirituales y prácticas, y ese estudio no es posible sino después de que los acontecimientos se hayan sedimentado en una continuidad, es decir, mucho tiempo después de que ocurran los hechos” (Gramsci 48)[2]. Estas palabras de Antonio Gramsci nos ayudan a entender la perspectiva con la cual es necesario mirar los acontecimientos políticos desde la izquierda, una izquierda, si se quiere, marxista. El acuerdo por la nueva constitución, visto con distancia y prudencia, se presenta como un movimiento táctico correcto en su urgencia, porque lo que estaba en juego en ese momento era la eficacia de una disputa que abriera un proceso más grande y complejo. Dicha decisión por supuesto que comportó costos, pero “¿no es obligatorio, acaso, saber estar en minoría durante cierto tiempo frente a la embriaguez «masiva»? (Lenin 70)[3]. Lo que ocurrió ese día fue que una parte de la izquierda prefirió la eficacia a la legitimidad de inicio, mientras otra quiso apostar principalmente a la legitimidad que a la eficacia. Ahora, desde la distancia, sabemos que los primeros, a pesar de todo, hicieron lo que en ese momento se requería.

 

[1] Vladímir Ilich Lenin, Entre dos revoluciones (Madrid: Siglo XXI, 2017), 61

[2] Antonio Gramsci, Antología (Madrid: Akal, 2013), 48

[3] Vladímir Ilich Lenin, Entre dos revoluciones (Madrid: Siglo XXI, 2017), 70

Marcelo Ortiz Lara
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Estudiante de pedagogía en lenguaje y literatura. Quilicurano.

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5 repuestas a “La distancia y la prudencia: Una lectura táctica del acuerdo por la nueva constitución”

  1. Cabe mencionar que la cita de Walter Benjamin tiene razón, son los hechos, más que las convicciones, los que transforman la realidad. Sin embargo, como él también señalaba, en cada momento hay una oportunidad revolucionaria. O, si se prefiere, como ya lo indicara Mao “Una sola chispa puede incendiar la pradera”. El tema es que, en noviembre de 2019, la pradera ya estaba en llamas. Y el pueblo de Chile luchaba e incluso se inmolaba contra un gobierno criminal. Si bien no todas las demandas del pueblo eran comunes, habían al menos algunas que sí lo eran, como derribar la Constitución, una Asamblea Constituyente y la Renuncia de Piñera.
    Entonces el problema central no se trata de “una izquierda que busca la eficacia” y otra que “busca legitimidad”. El problema es que el autor pertenece a una “izquierda” rastrera, que no entiende -porque si lo hace, verá que su proyecto político no tiene otra salida que ser cooptado- la dinámica de la lucha de clases. Y que frente a un pueblo que ha despertado y que lucha en las calles, se asusta, y prefiere ir a negociar con los asesinos una salida institucional, incluso si es a nombre personal y dejando de lado lo colectivo. Como el PC francés en mayo del 68.
    En este texto el autor nos indica que “Las opciones eran: lograr el mismo resultado que el que se logró, lograr un mejor acuerdo que el que se logró o alcanzar uno peor del que se logró.” Nótese el nivel de análisis. Pero lo cierto es que no es verdad que no hubiera otra salida. No es verdad que “los hechos” sean solo los que el autor reconoce como tal, una vez que proyectó en estos su propia visión conciliadora.
    Meses más tarde, personeros de derecha indicaron que sin el acuerdo de noviembre el gobierno de Piñera ya no podía sostenerse políticamente. Entonces después de tanto manosear conceptos como “táctica”, sacar de contexto a Lenin, y entregarle legitimidad política al enemigo con la que siguió matando y mutilando hasta que llegó la pandemia, la verdadera pregunta es ¿Qué Chile busca esta supuesta izquierda? ¿Cuál es su objetivo estratégico? ¿Superar el neoliberalismo y “crear” un capitalismo democrático?
    Lo único cierto es que por la falta de proyecto político y su visión liberal de la realidad, aunque los votaran para la presidencia, no van a lograr nada, porque el movimiento real de la historia se lo impedirá. Antes se transformarán en el sostén “por la izquierda” del sistema, como ya lo hiciera la Concertación.
    El social liberalismo no lo inventaron ustedes. Y, con las herramientas ideológicas del enemigo, no tienen ninguna condición para superar el sistema sin ser cooptados. Por más citas que quieran mutilarle a este u otro revolucionario.

  2. Si tú analisis no fuera un intento de enmascarar de necesidad el momento contingente, podría ser una consideración interesante. La alambicada forma con la cual tiñes lo que fue un momento estratégico bajo una consideración tactica solo demuestra que no tienes la más mínima consideración de lo que se jugó en ese momento. Las ganadas concretas no son suficientes para justificar retrocesos sustantivos y totales en el proceso de expresión de las conflictividades sociales para su completa resolución. Lo que llamas política no sigue la contingencia desde un ejercicio práctico, es un revisionismo moralista que solo pone en la mesa una balanza entre vidas y la lucha.

    Cómo marxista sabrás que la historia recordará ese día como un momento estratégico y la permanencia de las tensiones más profundas del estallido en el “nuevo Chile” que crearon será la prueba del retroceso. Con consumo no se libera al hombre; solo con emancipación de su capacidad productiva individual.

  3. En todo momento se habla de la necesidad de confrontar a la derecha, de ir a ese enfrentamiento, pero no se explica. ¿Por qué enfrentarse tan sólo con la derecha atrincherada y no vencida? ¿Qué correspondía hacer en ese momento álgido con las demás fuerzas políticas que representan los intereses empresariales o aquellas que vienen a oxigenar el elemento político de la dominación de clase?

    ¿Por qué se omiten líneas estratégicas/tácticas respecto a las debilidades que el pueblo mostró en la revuelta popular? En el texto se mencionan muy por encima algunas de ellas, pero sobre todo se refiere a las organizaciones sociales de “izquierda”, dando por sentado que la “izquierda” está estrechamente vinculado al pueblo… ¿Qué correspondía hacer en ese momento álgido para comenzar a recomponer estas debilidades del pueblo chileno y el escaso vínculo de la izquierda con las grandes masas populares?

    Nada de eso aparece y se señala en este texto ni en ninguna de las estrategias electoralistas de esa “izquierda” a la que se quiere, evidentemente, justificar en este texto, con esto de “una izquierda que busca la eficacia” y otra que “busca legitimidad” (luego de insistir en alejarse de lecturas maniqueas).

    Esto de decir “no ganar” en vez de “perder”… el creer que sólo la derecha representa a los empresarios, lleva a la conclusión de que hubo una victoria (“sobre la derecha”) o que al menos “no perdimos”… pero lo cierto es que hubo una gran victoria para los empresarios: se fortalece uno de sus pilares para la dominación de clase: la renovación política…. y la izquierda “eficaz” ha pretendido ser “eficaz” en esa tarea… pero tampoco tan eficaz, porque cada vez más el pueblo se ha ido alejando y desinteresando por la constituyente, al ver que sólo han desmovilizado, han “ganado” algunos triunfos “simbólicos” como Elisa Loncon hablando mapuzungun generando prurito a la derecha (¿de nuevo sólo la derecha?)… mientras el pueblo mapuche ve acribillados y detenidos a sus weichafes, el pueblo se sigue gastando sus fondos de pensiones, los presos siguen en cana… pero para esta izquierda “eficaz” “vamos por buen camino…”.

    Tienen un problema seria con la derecha, porque no terminan haciendo alianzas con otros sectores tan implicados con la dominación burguesa de clase como la derecha (concertación, por ejemplo) o con la renovación política que exige esa misma dominación (Frente Amplio, los independientes). Para qué decir que el PC no fue capaz ni de defender a Cuba… todo lo que ha hecho este proceso constituyente es ir al “centro” político… y Sichel, Boric y Provoste nos dejan después del mayor zarpazo del pueblo chileno (la revuelta de octubre) con una elección presidencial muy “DC”.

    Quizás no podía ser distinto, si quieren optar por la realidad ante que la posibilidad, si quiere optar por la eficacia por la legitimidad. Lo concreto, es que no se puede vestir de triunfo para la “izquierda” el devolver la pelotita del partido al adversario… ¿eficaces para quién?

  4. El centro de esta argumentación es justo lo que no se explica. Todo pasa por ir a disputarle a la derecha… quienes van a ese enfrentamiento son “una izquierda que busca la eficacia” y la que no va a ese enfrentamiento y se restaron del acuerdo o proceso constituyente son la otra “izquierda que busca la legitimidad”, en una distinción bastante maniquea entre eficacia y legitimidad.

    Sin embargo, no se explica por qué el enfrentamiento debe ser sólo con la derecha. ¿Qué hay de las otras fuerzas políticas representantes de la burguesía? ¿Qué hay de los paladines del neoliberalismo de la ex-concertación? ¿Qué se hace con la renovación por la izquierda que supone sectores importantes del Frente Amplio?

    Acá se omite eso y algo más: el Rol del Pueblo. En las conclusiones se vuelve a hablar de como el acuerdo le da más margen a la izquierda para achicarle la cancha a la derecha, destacando el desempeño del “trabajo en conjunto y disciplinado entre las fuerzas de cambio en el parlamento”. ¿Protagonismo popular para cuándo?

    Esta omisión da cuenta de una falla en la lectura: lo que está en juego es la renovación del elemento político de la dominación de clase. De ahí que, pareciera que la “izquierda eficaz” ha sido eficaz justamente en llevarle caudal a la necesaria renovación política de la dominación de clase.

    Si bien muy por encima se repasan algunas debilidades que el pueblo exhibió en la revuelta popular de octubre 2019, sigue suponiendo que esta “izquierda eficaz” tiene un vínculo estrecho con las amplias masas populares, lo que la realidad desmiente donde quiera que uno mire. ¿Cuando se van a plantear los caminos estratégicos o tácticos para recomponer el protagonismo del pueblo? ¿O acá la izquierda sustituye al pueblo en la arena política?

    Por otro lado, esta “izquierda eficaz” no ha sido del todo eficaz después de todo, porque son cada vez más amplias las masas que ya no están pescando el proceso constituyente.

  5. Me dieron ganas de contestar esta triste apología a la claudicación, pero siento que a esta altura ya no es ni siquiera necesaria. El combo que se llevó Boric esta semana ilustra un punto político: Un burguesito DC no es alternativa a la crisis político-social que vive Chile.
    La liberación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos y no de una fuerza política burguesa, por mucho sustento “”””teórico”””” que el autor quiera mendigarle a la historia.

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Amelia Peterson

On the other hand, we denounce with righteous indignation and dislike men who are so beguiled and demoralized by the charms of pleasure of the moment, so blinded by desire, that they cannot foresee the pain and trouble that are bound to ensue; and equal blame belongs to those who fail in their duty through weakness of will, which is.