El gallinero de la derecha

Así las cosas, veremos que, por supuesto, la derecha chilena ha defendido siempre el imperialismo, bajo la  forma de la libertad de mercado: primero el sobreflujo de capitales ingleses, luego y brevemente alemanes, después norteamericanos, y finalmente los Chicago Boys, cuya consigna de “libertad económica”, vorazmente global y en manos de una pequeña élite financiera transnacional, impera en Chile a paño quitado desde el retorno a la democracia. Democracia con gusto a pacto cívico-militar triunfante, y coronada entre nosotros con la derrota de la Unión Soviética. Curiosamente, parece no reparar Verbal en que es de allí de donde viene la identificación del liberalismo más radical con la defensa de Occidente. Pues el fin de la Guerra Fría supuso (también en Chile) la sublimación del triunfo de la economía y el mercado mediante la famosa aldea global. De allí que, al extremar las divergencias reales hasta el plano de la geopolítica, aparece evidente el recurso identitario de analogar la libertad con Occidente, recurso típico del anti-comunismo infantil, que hoy se expresa con su pánico reloaded ante el totalitarismo asiático.

por Juan Carlos Vergara

Imagen / Sesión 43 de la Cámara de Diputados para la aprobación del 10%, 2020. Fuente: Flickr.


Una fuerte polémica se abre camino en la derecha chilena. Viene produciéndose desde antes del 18 de Octubre, y por tanto del pangolín (COVID-19), pero han sido estos últimos los que han llevado a la ingobernabilidad de facto del gobierno de Sebastián Piñera a develar la seriedad de esta polémica, y junto con ella, de la situación política que todo lo abre por excelencia, la decisión. Lo que se halla detrás de esa decisión, su fundamento, es lo que cada cual quisiera hoy defender y precisar y exaltar en la derecha criolla.

Un caso interesante y ejemplificador de ese intento de precisión y defensa ha sido la polemista Valentina Verbal. Quien, desde El Líbero, no ha escatimado en críticas hacia el trío del IES (Herrera, Mansuy, Ortúzar); ni tampoco a la altright versión chilensis, de Akel Kaiser y otros liberalismos espurios. Al grupo del IES le llama “comunitarista”. Y a Kaiser le apuntala como “falso liberal” por su recurso identitario a la “defensa de Occidente”, agregando que es “un aliado de los conservadores, al abandonar la causa liberal de la inclusión y la tolerancia básicas para la libertad”. Cabe concluir que los conservadores serían quienes, en parte al menos, se caracterizan por limitar, en nombre de algo, las sagradas libertades individuales. Esos son los “encantadores de serpientes”, los “intelectuales comunitaristas”.

Lo anterior, es, por parte de Verbal, invectiva asistida por Popper y Hayek, de la mano de  una “tradición liberal clásica” en Chile. Esta tradición sería tal en el plano de la cultura, de la política y de la economía; y habría, en defensa de sus valores fundamentales, formado alianzas contingentes con otras fuerzas (como los conservadores) en el “mínimo común” de “la libertad económica y el Estado subsidiario”. La defensa, histórica para Verbal, de la libertad económica no nacería en Chile con los chicago-gremialistas, como en el “mito” de Mario Góngora. Hasta aquí la exposición de Verbal.

Intentemos discernir lo que, a falta de claridad, parece ser el gallinero de la derecha. Partamos, para situarnos, de una simpática simetría entre la obstinación de Hugo Herrera en tomar posición hermenéutica en la centro-derecha y la de Mao Tse Tung en señalar que habría siempre que configurar un escenario tal que la posición ocupada en la arena política sea de “centro-izquierda”. Si nosotros mismos fuésemos, por analogía con el sector, de centro-derecha, diríamos que a nuestra derecha, es decir en la derecha dura, se halla pues, sin más ni menos, la defensa espiritualista del libre mercado. Bruta hasta el evangelismo y otras miserias neocons en el sentido norteamericano del término, que revisten de todo tipo de valores naftalinos la noción ideológica de caridad, según la cual la inversión social es el fruto de la libertad de conciencia, profunda y personal, de los emprendedores; y que con eso santiguarían las intenciones privadas. La producción social de las condiciones modernas de la libertad debiese ser resguardada con uñas y dientes de la coerción estatal porque no nacen ellas, las libertades, del Estado, sino del buen corazón de los millonarios píos y su beneficencia emprendedora. En este lugar de nuestro análisis ya es importante recordar que para Valentina Verbal la homología entre el libre mercado más tecnocratizante y los chicago-gremialistas es un mito gongoriano, y no una fase real del imperialismo post-guerra fría, que otros admiradores del liberalismo popperiano llamaron “fin de la historia”. Pero si ella cita a Popper para denunciar a Spengler, citemos nosotros a Spengler como gongorismo ejemplar para denunciar a Popper.

Si la política es también, y cuanto más fundamentalmente, relaciones y beligerancias territoriales. Esta familia liberal clásica a la que Verbal quisiera vindicar ¿a quién ha tomado dulcemente en nuestro país por guía a la mayoría de edad sino a los Estados Unidos de América y a Inglaterra? La historia, en estos casos, es más elocuente. Así las cosas, veremos que, por supuesto, la derecha chilena ha defendido siempre el imperialismo, bajo la  forma de la libertad de mercado: primero el sobreflujo de capitales ingleses, luego y brevemente alemanes, después norteamericanos, y finalmente los Chicago Boys, cuya consigna de “libertad económica”, vorazmente global y en manos de una pequeña élite financiera transnacional, impera en Chile a paño quitado desde el retorno a la democracia. Democracia con gusto a pacto cívico-militar triunfante, y coronada entre nosotros con la derrota de la Unión Soviética. Curiosamente, parece no reparar Verbal en que es de allí de donde viene la identificación del liberalismo más radical con la defensa de Occidente. Pues el fin de la Guerra Fría supuso (también en Chile) la sublimación del triunfo de la economía y el mercado mediante la famosa aldea global. De allí que, al extremar las divergencias reales hasta el plano de la geopolítica, aparece evidente el recurso identitario de analogar la libertad con Occidente, recurso típico del anti-comunismo infantil, que hoy se expresa con su pánico reloaded ante el totalitarismo asiático.

Y es por eso que tiene razón Verbal cuando reconoce que “el liberalismo (…) se encuentra hoy asediado”, porque es su asedio lo que explica que, en la instancia decisiva, la ultra-derecha defienda en nombre de los valores propios del patrimonio de Occidente, lo mismo que el liberalismo clásico, es decir, la libertad, tras la que no hay otra cosa que el carácter privado de la riqueza. La misma riqueza que soporta un mundo sin enemigo político: el de la democracia gerencial, de técnicos y expertos, capaces de neutralizar la hostilidad del enemigo nacida de los arcaísmos (nación, clase, raza), reemplazándole por la noción más consensual y  racional del “adversario”, en los márgenes interiores del mercado global. La libertad económica es el “mínimo común” que asegura la libertad del privado frente al Estado, eufemismo de los intereses de los sectores empresariales nacionales e internacionales que colonizan la otrora “esfera pública”.

***

Dejemos de lado al partisano del mercado, Alex Kaiser, y concedámosle a Verbal el que sean los tres diablillos del IES, Herrera, Mansuy y Ortúzar, la defensa palmaria de un fascismo suave, del siglo XXI (como reverso de los “socialismos del s. XXI”), si ese es el nombre de lo que a sus ojos es un arcaísmo como la comunidad, respecto a su superación hegeliana: la sociedad abierta. En tal concesión, para ella lo que realmente asegura la libertad son las “fuerzas políticas que crean en las reglas de la democracia”. En el parecer de Verbal, haciendo uso de otros autores, la democracia sólo puede existir allí donde podamos “aceptar que nuestros adversarios políticos tienen el mismo derecho a existir, a competir, y a gobernar que nosotros”. Al decir esto, es evidente por el rotundo peso de los hechos, que está pensando en la representatividad parlamentaria, y no (o no sustantivamente) en otras instancias “comunitaristas”, “conservadoras”, “nacional populares”, “fascistas católicas” o “tradicionalistas” de la representación No viene mal recordar, tampoco, que esa tradición liberal clásica y parlamentaria en Chile, cuando vio comprometida la existencia misma de su pecunio (el “mínimo común”) no dudó en aliarse a los “nacional-populares” de Jorge Prat, Mario Arnello y Sergio Onofre Jarpa, confiándoles a ellos la luma para defender a palos, llegada la hora, la libertad del mercado y la individualidad del hombre occidental frente al totalitarismo marxista.

Pero esto no es lo más importante, sino señalar que para ella no hay problemas en hablar de “tolerancia mutua”, o en condenar la violencia “sin ambigüedades”, en nombre de una simple “creencia”. De la buena fe que permitiría que creyésemos en la democracia, en sus “reglas del juego”, en la “legitimidad del adversario político” y las “libertades civiles”. Se trata entonces, por más que ella no quisiera, de Teología Política. Justamente, de una fe o creencia que concede toda la verticalidad (que no quisiera aceptar) a la indiscutible justicia universal de nociones morales como “tolerancia” o “rechazo de la violencia”. Es la fe en los consensos de la racionalidad técnica y la universalidad. Pero, hasta dónde estos consensos de las libertades económicas y civiles frente a la amenaza estatal practican una tolerancia real, y hasta dónde no ejercen la violencia propia de la guerra económica (que parecen desconocer como concepto) sobre la población civil desprotegida, es la pregunta que habría que hacerse de cara al desfondamiento de la derecha liberal. Pueda ser que nuestra perspectiva, y es probable, no simpatice a ninguno de los presentes en la actual hora al interior de la derecha; pero pueda ser, también, que, al menos, la palabra desinteresada del reaccionario (otrora también de derecha) ponga orden en ese gallinero.

Juan Carlos Vergara

Profesor de Historia y Geografía del ex-pedagógico (UMCE), estudiante de doctorado en filosofía e investigador independiente, coeditor de la obra “Mario Góngora: el diálogo continúa… once reflexiones sobre su obra” (Historia chilena, 2017) y editor de la obra de Alberto Edwards, “Reflexiones sobre los principios y resultados de la revolución de 1891” (Katankura, 2017).

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3 repuestas a “El gallinero de la derecha”

  1. Interesante análisis…me pregunto si es posible el surgimiento o re- surgimiento de una derecha no neoliberal y anti mundialista en Chile.

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Amelia Peterson

On the other hand, we denounce with righteous indignation and dislike men who are so beguiled and demoralized by the charms of pleasure of the moment, so blinded by desire, that they cannot foresee the pain and trouble that are bound to ensue; and equal blame belongs to those who fail in their duty through weakness of will, which is.