Esta es la literatura de la revuelta. Una literatura de motivación revoltosa, pero también de orientación revoltosa. Una literatura hecha o reelaborada por y para la revuelta. Una literatura política, politizada, a fin de cuentas, en cuanto adhiere o es adherida a una causa política, a las demandas sociales en curso. Una literatura que opera en el tiempo de la revuelta. Y esto es importante de precisar, porque tiene una doble significación. Por un lado, se trata de una literatura que funciona en el tiempo cronológico de la revuelta (desde el 18 de octubre en adelante). Por otro lado, es una literatura que funciona dentro de ese tiempo otro que abre la revuelta; y aun más, pues ayuda a gestar y sostener ese tiempo otro, y, por ende, también a esa nueva comunidad igualitaria y cooperativa que se funda con la revuelta.
por @archivuelta
Imagen / Afiche en Santiago, octubre 2019. Fuente
La calle dice: “revuelta!”, “viva la revuelta!”, “que viva la revuelta”, “entre vuelta y vuelta se está armando la revuelta”. Aunque también ha dicho, y más asiduamente: “nos traen represión, les damos revolución”, “entra a la revolución”, “la revolución será feminista o no será”, “disculpen las molestias: esto es una revolución”, “la revolución es un deber”, “esta revolución me devolvió las ganas de vivir y no es chiste”. ¿Revuelta o revolución entonces? En Spartakus. Simbología de la revuelta, Furio Jesi sostiene que revuelta y revolución pueden tener los mismos objetivos (tomar el poder, por ejemplo), y que incluso la primera puede formar parte de la segunda. Pero una y otra no son exactamente lo mismo. Lo que las distingue es una disímil experiencia del tiempo: la revolución es estratégica y largoplacista, por lo que está inscrita en el tiempo histórico. La revuelta, en cambio, “suspende el tiempo histórico e instaura de golpe un tiempo en el cual todo lo que se cumple vale por sí mismo”. Desde esta perspectiva, el despertar de Chile se ajusta más a una revuelta que a una revolución, aunque Piñera y su gobierno sigan diciendo que esto no fue algo casual y que contó con apoyo extranjero (“qué pena tener un sacowea como presidente”, “Piñerocho”, “por un verano sin Piñera”).
Es cierto que esto no fue algo casual, pero acá no hubo un alzamiento planificado estratégicamente (“era pena, era rabia, era somos”). Hubo, sí, episodios menos o más próximos que nutrieron el “estallido” del 18 de octubre: el llamado “conflicto” mapuche (“no son 30 pesos, son 500 años”, “amulepe taiñ weichan”), la revolución pingüina del 2006 (“somos los mismos del 2006 pero con 13 años + de indignación”), las movilizaciones estudiantiles del 2011, el movimiento No + AFP (“por la dignidad de mis abuelos”, “AFP = jubilación de hambre”), el mayo feminista de 2018 (“contra todo estado patriarcal”, “machete para el machote”), la represión a los estudiantes secundarios (“los estudiantes nos enseñan a ser valientes”), las evasiones masivas en el metro (“gracias por despertarnos!”). ¡El SENAME! (“El SENAME colapsó antes que el metro”, “No + SENAME”, “No + SEXNAME”). Han sido muchas cosas.
Pero no ha habido estrategia revolucionaria. No hay vanguardia, no hay programa, y las demandas se fueron aclarando a medida que despertábamos (“Chile despertó!”): desde el “evadir no pagar otra forma de luchar” hasta el “se necesita de forma urgente una asamblea constituyente”. Siguiendo a Jesi, es posible decir que el 18 de octubre se produjo una suspensión del tiempo histórico, de la normalidad neoliberal, y se instaló de golpe otro tiempo (“si la normalidad significa injusticia y precariedad, prefiero el caos”, “18 oct 2019: día de la independencia”). Un tiempo que no es lineal ni causal, porque las consecuencias de las acciones propias se desconocen (“si muero hoy que no sea en vano”, “violento es gritar tu nombre y tu rut porque podrías desaparecer”). Hay una epifanía del futuro deseado, del pasado mañana que se nos revela con absoluta claridad (“venceremos y será hermoso”), pero no hay un mañana, no hay un plan detallado para alcanzar ese futuro deseado. Más que nada, existe el deseo y las ganas inmensas de satisfacerlo (“ven, seremos”, “hasta que la dignidad se haga costumbre”, “hasta que valga la pena vivir”, “con todo sino pa qué!!!”).
Desde un enfoque revolucionario, una revuelta así quizá no sea muy útil para el pueblo (“nos volvimos a llamar pueblo”). Sin embargo, en el contexto que vivíamos, una revuelta así abre posibilidades impensadas hasta hace poco más de dos meses (“estamos escribiendo la mea historia sí o no?”). El tiempo otro que instaura la revuelta, a la vez que suspende la temporalidad neoliberal, y por eso mismo, permite que se configure una nueva comunidad: “El instante de la revuelta determina la fulmínea autorrealización y objetivación de sí como parte de una comunidad”, dice Jesi. Una comunidad sustentada en la igualdad (“todxs somos zonas de sacrificio”, “somos los nietos de los obreros que no pudiste matar”), en el cuidado y el apoyo mutuos (“cuídate mucho”, “perdimos mucho tiempo peleando entre nosotros”, “seamos un solo cuerpo”), en la lucha contra un enemigo común (“estado asesino”, ‘ACAB 1312″, “vivir en Chile cuesta un ojo de la cara”, “ni tuya ni yuta”), con las mismas armas (“es fusil contra piedra paco hijo la perra”, “cuchara de palo frente a tus balazos”, “ustedes tienen armas, nosotros celulares”), los mismos símbolos (el negro matapacos, la bandera negra, “el pueblo unido jamás será vencido”, “el derecho de vivir en paz”, “el baile de los que sobran”) y los mismos anhelos (“nueva constitución o nada”, “no queremos paz sino la victoria”, “es ahora o nunca!!!”).
Precisamente, en la configuración de esta nueva comunidad la literatura ha tenido una participación importante. No sólo por los libros que “anunciaron” el estallido social (entre las varias listas publicadas, se habla desde La sangre y la esperanza, de Nicomedes Guzmán, hasta Sumar, de Diamela Eltit), sino también, y sobre todo, por los textos y autores que están presentes hoy en las movilizaciones (entre los cuales igualmente entran los inventarios mencionados, forjados al calor de la protesta). La Biblia (“Jesús fue el primer capucha”, “tú serás Goliat, nosotros seremos David”), la Comedia de Dante (“los lugares más oscuros del infierno están reservados para aquellos que andan abrazando pacos en tiempos de crisis moral”), la Nueva corónica y buen gobierno de Felipe Guamán Poma de Ayala (“el Inca Paz”, “primera línea”), El principito (“lo esencial es invisible al estado”, “hasta que lo esencial se vuelva visible”), 1984 (“el capital te culea”), Harry Potter (“Voldemort volvió en forma de Piñera”), Papelucho (“Papelucho resiste”), Condorito (“nos están matando”, “corre, Coné”), One Piece (”no puede haber felicidad en un mundo donde lo indeseable se desecha”), Detective Conan (“en este mundo de sombra y de luz, la verdad se logra ocultar”), la lira popular (“robaron lo que quisieron/y no midieron los daños,/la evasión por treinta pesos/sacó a flote treinta años”), Pablo Neruda (“sube a vencer conmigo, hermano”, “me gusta cuando te blindas porque estás como ausente”), Gabriela Mistral (“menos cóndores más huemules”), Nicanor Parra (“dirección obligada”, “¿y tú me lo preguntas?”), Stella Díaz Varín (“no quiero/que mis muertos descansen en paz”), Pedro Lemebel (“que su revolución/les dé un pedazo de cielo rojo/para que puedan volar”, “no tengo miedo torero”).
Esta es la literatura de la revuelta. Una literatura de motivación revoltosa, pero también de orientación revoltosa. Una literatura hecha o reelaborada por y para la revuelta. Una literatura política, politizada, a fin de cuentas, en cuanto adhiere o es adherida a una causa política, a las demandas sociales en curso. Una literatura que opera en el tiempo de la revuelta. Y esto es importante de precisar, porque tiene una doble significación. Por un lado, se trata de una literatura que funciona en el tiempo cronológico de la revuelta (desde el 18 de octubre en adelante). Por otro lado, es una literatura que funciona dentro de ese tiempo otro que abre la revuelta; y aun más, pues ayuda a gestar y sostener ese tiempo otro, y, por ende, también a esa nueva comunidad igualitaria y cooperativa que se funda con la revuelta. La literatura de la revuelta, entonces, hace política en dos sentidos: en tanto se compromete con la movilización política (“+ poesía – policía”) y, siguiendo a Jacques Rancière, en tanto literatura revoltosa misma (“la revolución [o la revuelta] es poesía”).
En su ensayo “Política de la literatura”, Rancière plantea que la literatura hace política como tal en cuanto se constituye como “una cierta forma de intervenir en el reparto de lo sensible que define al mundo que habitamos: la manera en que éste se nos hace visible y en que eso visible se deja decir, y las capacidades e incapacidades que así se manifiestan”. En el caso de la revuelta chilena, quizá el texto que mejor resume esta política literaria sea “La poesía está en la klle”, escrito en un lienzo que colgaba en la entrada de la Biblioteca Nacional. La consigna apuntaba justamente a un nuevo reparto de lo sensible: la disponibilidad de la poesía no en el espacio cerrado de la biblioteca, circunscrita a sus reglas y límites, sino en el espacio abierto de la calle; la sugerencia de que la poesía no sólo está en la calle, sino que es lo que se hace en la calle, lo que entre todes hacemos allí; y el reconocimiento de otras grafías, a partir de la corrupción de la norma ortográfica (por eso “klle” y no “calle”).
Se trataba, se trata, en suma, de la expansión y democratización de la escritura y la lectura, de lo escribible y lo legible: la posibilidad de que cualquiera pueda escribir y leer, en cualquier lugar, en cualquier lengua y sobre cualquier cosa (“venceremos con un lápiz”, “las paredes son la imprenta de los pueblos”, “lingua latina non mortua est!”, “- inglés + mapudungun”, “hasta que la lengua de señas se haga costumbre”). Con la revuelta, la literatura es puesta en común. No se restringe ya a los formatos y los lugares que le son habituales (el libro, la biblioteca, la librería, la sala de clases), sino que pasa a inscribirse también, y en igualdad de condiciones, en otros formatos y lugares: los muros concretos y virtuales, el suelo, el cuerpo, el meme, el cartel, el afiche, el esténcil, el rayado, etc. Todo se vuelve común, la literatura se vuelve una práctica en común. Esa es, posiblemente, la política más potente de la literatura de la revuelta (“la nueva Constitución/se va escribiendo en la calle,/en cabildos y asambleas,/en cordilleras y valles”).
Archivuelta
Material literario de revuelta.
2 repuestas a “Revuelta y literatura”
me gustó mucho. Les regalo una foto para este artículo. ¿Dónde la envío?
revistarosacl@gmail.com 😉