por Juan Pablo Vásquez Bustamante
En la década de los noventa los Prisioneros no solamente no volvieron a reunirse, sino que sus canciones fueron catalogadas como clásicos, desconectadas artificialmente de la realidad contingente, ubicadas como piezas de museos en los recuerdos de una época excitante pero lejana, que cuando se asoma, incomoda. La construcción discursiva, conceptual y musical de la banda, y particularmente de Jorge González, fue empujada por el pacto de la transición a un lugar de outsider. El reclamo furioso de “Muevan las industrias” y el alarido de amor con pena y rabia que llora sangre en “Estrechez de corazón”, no cabían ni en el crecimiento económico neoliberal, ni en la oleada de rock reconciliador salpicado de covers capitaneado por Los Tres. La disconformidad odiosa y movilizadora sanmiguelina de la voz en castellano de los ochenta, no calzaba con la nueva disconformidad depresiva y conforme puesta de moda en inglés y venida de Seattle. La historia se había acabado en el mundo, la democracia de los acuerdos había ganado en Chile, y Los Prisioneros, al parecer, seguían estando demasiado en discrepancia. Continuar leyendo →