En una sociedad que progresivamente ha radicalizado su postura respecto a la ocupación y el despojo de los palestinos desde el asesinato de Isaac Rabin en 1995, y que en los hechos hace décadas que renunció a cumplir sus compromisos adoptados en los acuerdos de Oslo, la tímida centro-izquierda representada por laboristas y Meretz ha sido incapaz de plantear una alternativa creíble a las políticas colonialistas y neoliberales del eje extremista. Es más, su conflictiva mezcla de socialismo y sionismo fue responsable durante su anterior gobierno de la mayor construcción de asentamientos en territorios palestinos en la historia del Estado israelí hasta el reciente gobierno Netanyahu, que como sabemos, superó todos los estándares al respecto.
por Felipe Ramírez
Imagen / Vista aérea de Jerusalem. Fuente: Wikipedia.
El pasado 9 de abril se realizaron elecciones parlamentarias en Israel, y sus resultados parecieron sorprender a una parte de los medios de comunicación: Benjamin Netanyahu, Primer Ministro por el conservador partido Likud, obtuvo una ventaja suficiente con su bloque extremista para formar un nuevo gobierno a pesar de su discurso ultranacionalista y los numerosos casos de corrupción que lo involucran.
Para decepción de muchas personas de sensibilidad liberal, la lista “Kahol Lavan” (Azul y blanco, los colores de la bandera israelí) encabezada por el ex general Benny Gantz no logró los respaldos suficientes para desbancar a Netanyahu, en parte porque los partidos tradicionales de la centroizquierda (el Partido Laborista y Meretz) sufrieron un desplome en su votación.
Sin embargo, la verdad es que a pesar de las apariencias, es poco lo que realmente podría haber cambiado en el Estado de Israel en estas elecciones: las únicas posibilidades respondían a una ralentización de la ocupación y el despojo en los territorios palestinos y de la institucionalización del apartheid que sufre el pueblo palestino (la opción de “centroizquierda”), o su rápida profundización (la opción de la extrema derecha).
A pesar de lo que muchos medios de comunicación intentaron instalar durante la campaña, el principal competidor de Netanyahu, “Kahol Lavan” en realidad no es una fuerza política de centro, sino de derecha: Gantz fue el militar a cargo de la IDF durante dos de las criminales guerras en contra de los palestinos de la Franja de Gaza cuando servía como Jefe del Estado Mayor de las fuerzas armadas israelíes, y en diferentes discursos de campaña aseguró que reforzaría los asentamientos de colonos judíos en Cisjordania, y las posiciones israelíes en los usurpados Altos del Golán.
Junto con ello, defendió la identidad del Estado de Israel primero como un “Estado judío” y luego como “democrático”, en clara defensa de un status quo que ha reducido a los palestinos que lograron mantenerse dentro de los límites de ese Estado tras la guerra de 1948 a una ciudadanía de segunda categoría.
Es cierto que ante la alianza extremista de fuerzas neo-fascistas como “Derecha Unida” (que reúne a “Casa Judía”, “Tkuma” y el partido abiertamente racista Otzma Yehudit), religiosos como el Shas y el Judaísmo Unido por la Torá, y ultraconservadores como el Likud e Israel Beitenu, grupos como “Kahol Lavan” aparecen como relativamente más moderados, pero que eso no llame a engaño: la gran mayoría del sistema político israelí tiene como fundamento la ocupación y el apartheid.
En una sociedad que progresivamente ha radicalizado su postura respecto a la ocupación y el despojo de los palestinos desde el asesinato de Isaac Rabin en 1995, y que en los hechos hace décadas que renunció a cumplir sus compromisos adoptados en los acuerdos de Oslo, la tímida centro-izquierda representada por laboristas y Meretz ha sido incapaz de plantear una alternativa creíble a las políticas colonialistas y neoliberales del eje extremista.
Es más, su conflictiva mezcla de socialismo y sionismo fue responsable durante su anterior gobierno de la mayor construcción de asentamientos en territorios palestinos en la historia del Estado israelí hasta el reciente gobierno Netanyahu, que como sabemos, superó todos los estándares al respecto.
La única excepción al gran consenso sionista lo representan el Partido Comunista de Israel, que forma parte del frente Hadash y cuya militancia es mayoritariamente palestina, y los partidos árabes Ta’al, Balad y la “Lista Árabe Unida”.
Históricamente estos partidos han sufrido de un ostracismo permanente definido por las organizaciones sionistas, por más progresistas que se autodenominen, fundamentado en la negativa a reconocer la igualdad de derechos de los palestinos israelíes –remarcado ahora en la llamada “Ley del Estado Nación”-, a aceptar el retorno de los refugiados provocados por las distintas guerras a sus tierras, y a condenar y frenar los abusos que genera la ocupación.
En esta elección el cuestionamiento a los derechos de los “ciudadanos” palestinos llegó a tal punto, que el partido Likud de Netanyahu llegó a repartir 1200 cámaras portátiles a sus militantes para que las instalaran en los locales de votación de ciudades y pueblos árabes, en una abierta maniobra de intimidación, lo que sumado a la creciente presión que vive esta minoría llevó a que el nivel de votación de los palestinos fuera históricamente bajo.
Acelerar el apartheid, profundizar la ocupación
Los resultados de la elección han fortalecido sin duda al gobierno extremista de Israel, que ha implementado durante los últimos años una agresiva agenda internacional, de la mano de una fuerte alianza con gobiernos ultraderechistas e incluso antisemitas.
Es así como Netanyahu hace gala de su cercanía con Donald Trump en Estados Unidos, recibiendo como agradecimiento no sólo el reconocimiento de Jerusalén como capital del Estado israelí, sino también el de su ilegal soberanía sobre los Altos del Golán sirio durante la campaña electoral, dándole un fuerte espaldarazo a la extrema derecha nacionalista y en abierto desafío a las resoluciones de Naciones Unidas y al consenso de la comunidad internacional respecto a la búsqueda de la paz en la región. A ello se suman los esfuerzos conjuntos por destruir el acuerdo nuclear con Irán e implementar una serie de sanciones internacionales que han tenido como consecuencia una caída del nivel de vida de la población iraní.
Su cercanía con Viktor Orban, el autoritario Primer Ministro de Hungría por el partido Fidesz es innegable dado el despliegue publicitario que ha tenido, a pesar de su creciente negacionismo de los crímenes cumplidos por la derecha húngara y la dictadura de Horthy en el Holocausto durante la segunda guerra mundial.
La impunidad que siente Netanyahu para desplegar su agenda colonialista y racista es tal, que ha atacado innumerables veces Siria durante la guerra civil, apuntando a efectivos del ejército sirio que luchaban contra fuerzas islamistas en las provincias de Quneitra y Deraa, e incluso llegando a darle tratamiento médico a miembros de milicias integristas en hospitales israelíes.
Todo ello se ha traducido en que el “proceso de paz” ha salido totalmente de la agenda política de Israel, siendo reemplazado por el expansionismo: el Primer Ministro prometió durante la campaña anexar a Israel las zonas ocupadas por asentamientos en los territorios palestinos, ante la incapacidad absoluta del supuesto candidato centrista y de la “izquierda sionista” para plantear la más mínima objeción a esa agenda.
Con los resultados en mano no cabe duda de que la opinión pública israelí se encuentra firmemente detrás de las posiciones representadas por su gobierno, y en mayor medida por el sionismo como proyecto colonial en Palestina. Ello significa que la ocupación sólo se profundizará en los años que vienen, con el consiguiente despojo y sufrimiento para la población palestina, atrapada en el enfrentamiento entre el integrismo de Hamas y una Autoridad Nacional Palestina (ANP) que de una u otra manera es incapaz de hacer frente a Israel.
Queda la duda de si ante los hechos, seguiremos escuchando que “Israel es la única democracia de Medio Oriente”, o si definitivamente la comunidad internacional se decidirá a frenar su agenda colonial.
Activista sindical, militante de Convergencia Social, e integrante del Comité Editorial de Revista ROSA. Periodista especialista en temas internacionales, y miembro del Grupo de Estudio sobre Seguridad, Defensa y RR.II. (GESDRI).