El día después de las municipales en Turquía ¿tambalea el sueño otomano de Erdogan?

El arrollador apoyo al izquierdista HDP, que superó todas las encuestas y le quitó la mayoría absoluta a Erdogan, tuvo negativas consecuencias para Turquía. Si las milicias terroristas ya se paseaban trasladando material de guerra, reclutas y heridos a un lado y otro de la frontera con Siria, un mes después un brutal atentado en Suruc asesinó a 30 jóvenes e hirió a otro centenar mientras esperaban en un centro social permiso para pasar a Kobane, en el Kurdistán sirio, para entregar ayuda humanitaria y juguetes tras la derrota del Estado Islámico en esa localidad.

por Felipe Ramírez

Imagen / Concentración de apoyo al HDP, Turquía, 2015. Fuente: Wikipedia.


El actual gobierno de Turquía, encabezado desde el 2003 por el “Partido de la Justicia y el Desarrollo” (AKP) de Recep Tayyip Erdogan, sufrió una dura aunque parcial derrota el domingo 31 de marzo en las elecciones municipales, la primera tras más de 15 años de hegemonía.

El líder islamista, que logró sobrevivir a un intento de golpe de Estado militar en julio de 2016 y a las sucesivas crisis generadas por su respaldo a milicias jihadistas en la guerra en Siria, la renovada guerra con la milicia kurda y por la oleada de refugiados provenientes de ese país, no pudo evitar sufrir los efectos de la crisis económica que afecta a Turquía.

Si bien el AKP continúa siendo el partido más votado con un 44,31% de los votos, y su alianza con el “Partido del Movimiento Nacionalista” –de extrema derecha- sumó un 51,62%, por primera vez en 25 años las principales ciudades no tendrán alcaldes islamistas.

En Ankara, la capital, el candidato del socialdemócrata y kemalista “Partido del Congreso del Pueblo” (CHP) alcanzó el 50,91% mientras que en Estambul, donde vive un quinto de la población del país y el lugar en que Erdogan forjó su carrera política como alcalde, la formación logró el 48,79% -frente a un 48,51% del AKP-, aunque ambos resultados serán impugnados. En total 6 de las 10 ciudades más pobladas serán gobernadas desde ahora por la centroizquierda si es que el recuento de los votos confirma los resultados.

Junto a esto, los izquierdistas del “Partido Democrático de los Pueblos” (HDP) lograron triunfar en sus principales bastiones del sureste, donde se concentra la población de la minoría kurda –ganaron Diyarbakir con un 62%, Mardin con el 56% y Van con el 53%-, a pesar de sufrir el peso de un Estado profundamente autoritario y racista, que se ha ensañado especialmente con sus militantes durante los últimos años.

Quizás la principal novedad es que el Partido Comunista de Turquía (TKP), reconstituido en 2017 a partir de la confluencia de diversas formaciones de izquierda, logró por primera vez el triunfo en el distrito de Tunceli, un hito para esta organización.

¿Por qué estas cifras son importantes, si la alianza islamismo-nacionalismo continúa siendo mayoritaria? Porque representan la primera vez en años que la hegemonía islamista sufre un resquebrajamiento patente en sus bases de apoyo, a pesar de las numerosas maniobras implementadas durante los años para eliminar a los opositores.

Finalmente lo que el descontento generado por la represión masiva, el apoyo descarado del Estado a grupos terroristas en Siria, la crisis de los refugiados o el golpismo militar no pudieron hacer, si lo logró la creciente crisis económica: el PIB se contrajo un 3% en el último trimestre de 2018, los precios de los alimentos subieron un 31% respecto a principios del año pasado, y el desempleo superó los 4,3 millones de personas, con un 13,5% -24,5% en los jóvenes-

 

Asistencialismo y policía: las herramientas del “nuevo Sultán”

El Presidente Erdogan realizó un gran esfuerzo durante la campaña para plantear que la oposición a la alianza AKP-MHP representaba una traición a la patria, instalando la idea de que la temática a someter a elección no tenía tanto que ver con la administración municipal de cada localidad, sino con aprobar o rechazar su gobierno.

Hablamos de un político que fue capaz de derribar uno de los más potentes tabúes de la República de Turquía desde su fundación en los años 20: el carácter laico del Estado, llegando además a cambiar la Constitución para instalar un sistema presidencialista –en vez del parlamentario- de manera de reducir la fuerza que la oposición tenía en el Congreso.

Para combatir la carestía de la vida el gobierno llegó al extremo de ordenar a los municipios administrados por los islamistas a vender de manera directa verduras a la ciudadanía a precios rebajados gracias a un subsidio directo, de manera de luchar contra los “especuladores” y “terroristas económicos” –una medida para la que los municipios bajo liderazgo opositor no contarían con fondos-.

El AKP ha aprovechado los años en el gobierno para establecer una estructura clientelar en la que la pertenencia al partido asegura la solución de las dificultades que las familias pobres deben enfrentar, mientras que los empresarios veían aseguradas la estabilidad y una legislación represiva con los sindicatos ideales para sus ganancias.

A su poderosa influencia sobre amplias capas de la población turca religiosa y conservadora, Erdogan ha sumado además una retórica profundamente nacionalista, que ha generado nerviosismo entre las minorías kurda, griega y aleví, y una serie de reformas que le han permitido contar con un cuerpo policial absolutamente leal, y que fue clave en la derrota de los golpistas en 2016.

 Un incremento sostenido en el gasto policial, así como en el presupuesto del organismo nacional de inteligencia y en el de seguridad del Ministerio del Interior superaron ya al del Ejército de Turquía, el segundo mayor de la OTAN después del de Estados Unidos, mientras que según cifras del diario El País los efectivos de la Dirección General de Seguridad doblaron sus agentes superando los 300 mil.

Las compras de material aprobadas por ley incluyen desde 2011 armamento pesado con más de mil vehículos blindados y helicópteros militares, especialmente adquiridos para servir en el departamento de Operaciones Especiales.

Todo este equipo ha sido sin duda “bien empleado”, sobre todo en contra de la minoría kurda, y de los militantes del HDP en particular, desde el quiebre de las negociaciones de paz entre el Estado y el Partido de los Trabajadores del Kurdistan (PKK).

 

La guerra: el último recurso de Erdogan

Una de las principales bazas que jugó el AKP en las elecciones parlamentarias de junio de 2015 fue las negociaciones de paz que desde el 2013 desarrollaba con el PKK, de manera de cerrar definitivamente un conflicto que desde 1985 se ha cobrado la vida de más de 40 mil personas, en su mayoría civiles.

El arrollador apoyo al izquierdista HDP, que superó todas las encuestas y le quitó la mayoría absoluta a Erdogan, tuvo negativas consecuencias para Turquía. Si las milicias terroristas ya se paseaban trasladando material de guerra, reclutas y heridos a un lado y otro de la frontera con Siria, un mes después un brutal atentado en Suruc asesinó a 30 jóvenes e hirió a otro centenar mientras esperaban en un centro social permiso para pasar a Kobane, en el Kurdistán sirio, para entregar ayuda humanitaria y juguetes tras la derrota del Estado Islámico en esa localidad.

Erdogan había acelerado la construcción de retenes militares en todo el sureste y se negó a cumplir demandas básicas de la guerrilla como aliviar el régimen carcelario de su líder, Abdullah Ocalan, generando un escenario en el que el PKK decidió quebrar públicamente el alto al fuego.

Los enfrentamientos se generalizaron rápidamente en un contexto general de inestabilidad política que llevó al país nuevamente a elecciones en noviembre, donde los islamistas recuperaron su mayoría y el gobierno se encargó de relacionar a los dirigentes del HDP con el terrorismo. La alianza entre el islamismo y la extrema derecha nacionalista llegó al nivel de revivir a los paramilitares de los “lobos grises”, responsables de varias matanzas desde 1961.

El resultado fueron atentados contra mítines izquierdistas, el encarcelamiento de 7 mil militantes del HDP incluyendo centenares de sus parlamentarios y alcaldes bajo acusaciones de terrorismo, la destitución de más de 90 ediles del partido y su reemplazo por militantes del partido de gobierno por secretaría, y la destrucción con maquinaria pesada y tanques de barrios completos de ciudades kurdas como Cizre.

 

¿El principio del fin de la hegemonía islamista?

Ni el asistencialismo, la represión o la guerra permitieron que el AKP evitara la derrota en las elecciones municipales. La pérdida de localidades emblemáticas –“quien gana en Estambul gana en Turquía” dicen todos los políticos turcos- y un escenario económico en franca crisis amenazan la capacidad del Estado por recuperar el equilibrio, en momentos en que tiene frías relaciones con Estados Unidos y la Unión Europea, y busca desesperadamente un reacomodo con sus rivales del eje Siria-Irán-Rusia tras la derrota de la insurgencia islamista en su vecino del sur.

Lamentablemente para la oposición, no hay nuevas elecciones generales hasta 2023, por lo que el AKP cuenta con una oportunidad importante de recuperarse.

A ello se suma una división estructural en la oposición: la alianza entre el CHP y el “Partido del bien” (Iyi Party), conservador, secular y nacionalista, tienen como eje común la defensa de la identidad turca (a pesar de abrazar una postura socialdemócrata ahora, el CHP fue originalmente un partido de fuerte raigambre nacionalista), mientras que el HDP está construido a partir de la confluencia del nacionalismo de izquierda kurdo con activistas por los derechos de las minorías religiosas, de los colectivos LGBT, y sindicatos de trabajadores. A ellos se suman un Partido Comunista que en su ortodoxia realiza duras críticas al HDP.

En un país en donde ser disidencia ha significado históricamente sufrir encarcelamiento o la muerte, tortura o atentado mediante, que la izquierda sea capaz no de triunfar, sino de continuar existiendo ya es una gran victoria. Queda el desafío de construir una fuerza social y política capaz de derrotar la potente alianza entre conservadores, nacionalistas e islamistas.

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Activista sindical, militante de Convergencia Social, e integrante del Comité Editorial de Revista ROSA. Periodista especialista en temas internacionales, y miembro del Grupo de Estudio sobre Seguridad, Defensa y RR.II. (GESDRI).