No, Die Linke no está a punto de dividirse – una de sus tendencias está a punto de acabarse

El debate al interior de partido cobró fuerza por ahí por el 2017, cuando desde el ala que representa Wagenknecht se propuso una plataforma alternativa llamada “En Pie” (Aufstehen), luego de no haber conseguido que el partido apoyara el endurecimiento del control migratorio1 Esta plataforma tenía por objetivo aglutinar a personas provenientes de diferentes partidos y campañas políticas con el fin de convencer a los votantes del nuevo partido de ultraderecha, AfD. El argumento, en principio correcto, era que ese sector también pertenece a la clase trabajadora alemana y que por tanto es necesario dirigirse a éste y responder a sus afecciones y así convocar. La táctica: hablarles en sus términos. Desde entonces Wagenknecht no ha dejado de producir intentos de formar movimiento por fuera del partido sin nunca presentar su renuncia.

por Rafaela Apel

Imagen / Participación de Die Linke en “Colognepride 2019”, Düsseldorf, 2019. Fuente: Wikimedia.


Un reciente artícul publicado por Jacobin Latinoamérica, “La fractura de Die Linke refleja la desorientación de la izquierda alemán”2, sobre la disputa en curso que tiene lugar al interior del partido de izquierda alemán, Die Linke, nos advierte que el partido estaría a punto de partirse en dos, o incluso, de “llegar a su fin”.

El autor, de origen alemán, quien se autodefine como parte de la “vieja izquierda” [textual: “partidario de constructos de la vieja izquierda (altlinke Konstrukte) ] nos sugiere que tal disputa se desarrollaría en torno a la acusación hecha por la actual directiva sobre faltas a la disciplina interna de la ex líder del partido, Sarah Wagenknecht, quien continúa siendo una de sus principales referentes. Por su parte, Wagenknecht acusaría al resto del partido de hacer política para las capas medias. Solamente de eso se trataría la pelea. Me referiré únicamente a aquel supuesto, tratando de aportar a obtener una perspectiva informada, porque creo que el resto del texto, por un lado, se basa en ese falso supuesto y que, por otro, se trata de una crítica que tiene pretensiones de dirigirse hacia las dos partes por igual, pero que de hecho se inclina claramente por una.

Dichas acusaciones serían claros indicios de una desorientación generalizada dentro del partido. Pero resulta difícil creer que este escueto vaivén de acusaciones al que se refiere el autor sea el contenido esencial de una debacle que ha causado en el último tiempo un éxodo3 no menor de militantes del partido de izquierda más importante del país. Pero el autor parece fundamentar todo su análisis en aquellas acusaciones, o al menos, al omitir el verdadero punto de desacuerdo, desvía la reflexión hacia observaciones que no pueden sino ser equivocadas o en todo caso quedar cojas.

En general, para hacer un análisis que sirva como elemento para la reflexión sobre la actualidad de los movimientos de izquierda en un contexto nacional diferente, es necesario abordar el problema con todas las aristas implicadas, en especial si se hacen estos análisis con el objetivo de obtener paralelas entre contextos diferentes que nos sirvan para la práctica de izquierdas en el contexto propio. Independientemente de si adherimos en general a la postura del autor, es cierto que a veces la verdad y la política no se llevan bien; aunque no muchas, existen situaciones en las que puede ser una consideración táctica sacrificar una verdad para la obtención de un bien que excede el valor de ser honesto. Pero si el objetivo supuesto es otorgar apoyo para la comprensión de la política fuera del contexto latinoamericano a nuestros compañeros, obviar u omitir una verdad resulta del todo contraproducente. A la hora de aportar información a quienes reconocemos como nuestros compañeros, es imprescindible ser honestos.

Si bien es cierto que las acusaciones descritas más arriba son un hecho, ese no es el meollo del asunto. En realidad la disputa interna del partido gira en torno a la invasión rusa de Ucrania, un debate que en esencia viene evolucionando desde el año 2011 con los levantamientos y las subsiguientes intervenciones militares, primero en Libia y, en especial en Siria, donde el gobierno ruso no se abstuvo de intervenir de manera directa. Con los acontecimientos en Ucrania, se renovó el debate sobre la geopolítica y el rol que cumple Rusia a nivel internacional, sobre su gobierno y su política exterior. Wagenknecht representa el ala más crítica de la OTAN y a la vez más acrítica del gobierno ruso. A su vez, Wagenknecht lidera el flanco más abierto al diálogo con la ultraderecha y menos dispuesta a recibir a refugiados.

Si revisamos la declaración de Die Linke sobre la voluntad de buena parte del partido de excluir a Wagenknecht (véase traducción completa más abajo), nos encontramos con que las faltas a la disciplina interna que Wagenknecht habría cometido (que sí lo hizo) solo se mencionan como una causa formal, el asunto político se aborda a partir del séptimo párrafo, en el cual, aparte de volver a definir objetivos que son tradicionalmente de izquierda, se menciona un punto crucial:

Nos oponemos a la creencia en el libre mercado de la política dominante y defendemos el fortalecimiento de las inversiones públicas y la propiedad pública; para nosotros, el capitalismo no es el fin de la historia. Vinculamos consistentemente la protección del clima con garantías sociales. La transformación económica debe llevarse a cabo con y en beneficio de los trabajadores, por lo tanto, luchamos por fortalecer los derechos sindicales, por una mayor participación y democracia económica. Nos oponemos al imperialismo y la guerra, tanto a la invasión rusa ilegal de Ucrania como a las intervenciones ilegales de la OTAN y sus aliados. Nos oponemos al rearme y las exportaciones de armas, y luchamos por el desarme, la desescalada y las alternativas civiles a la visión militarista. Y defendemos la democracia y los derechos humanos, la protección de los refugiados y los derechos fundamentales, y adoptamos una postura clara contra la derecha, el racismo, el sexismo, la transfobia y el fascismo.

Aquí lo que está haciendo Die Linke es calificar de manera clara e inequívoca como una invasión ilegal lo que de otra forma se conoce como la guerra “de” o “en” Ucrania, en la misma frase que condena las intervenciones ilegales de la OTAN, definiéndose (en buena hora) contra la política exterior de Putin, a la vez de desmontar, posicionándose en su contra, aquella dicotomía que solo sirve a los propósitos de uno de los dos –si no de los dos– bandos.

Lejos de ser una disputa al estilo de “tú tal por cual” y “tú más” como sugiere el autor del mencionado artículo, en torno a pormenores que normalmente no suscitan un pleito de mayor calibre, se trata de una definición importante y un salto del partido hacia una política que reconoce que hoy no existe un único y exclusivo polo capaz de hacer intentos de disputar la hegemonía, si no la mundial, al menos la de vastos territorios. En definitiva, que EE.UU. no es la única potencia que puede llevar a cabo sangrientas guerras al estilo imperial, se trate o no de “imperialismo” propiamente tal, definición que para efectos prácticos no tiene mayor relevancia. Y no se trata solo de reconocer aquello, sino de la firme toma de posición contra la intervención, contra toda intervención militar, y a la hora de debatir sobre la intervención militar rusa, por supuesto que en especial contra la intervención militar rusa.

A la vez, por supuesto –y te lo está diciendo– Die Linke hace un intento de distanciarse de aquel sector del partido, liderado por Dietmar Bartsch que, al apoyar de manera acrítica al gobierno ucraniano, se posiciona a favor de la OTAN.

Pero el debate en torno a la OTAN es uno distinto. Se trata de un debate complejo que en primer lugar no se constriñe a la geopolítica y que aunque está relacionado directamente con la invasión de Ucrania –ya que visto desde el enfoque meramente militar, se trata de la única fuerza capaz de hacer frente a la invasión rusa– responde para la izquierda a otros parámetros. Pues oponerse o no a la OTAN supone un debate a nivel nacional y una batalla contra “la propia burguesía”, mientras lo otro es un acto de reconocimiento de que el otro también libra una batalla contra su propia burguesía y/o fuerza de ocupación y que es necesario apoyar, o al menos no obstruir, esa batalla. La desinformación obstruye aquella batalla, así como ningunear o menospreciar a aquellos que la están librando.

Lamentablemente, para quienes no pueden mucho hablar y tomar posición sobre la guerra, porque la están viviendo, la consideración militar se torna inevitable. Y eso tiene una serie de problemas. El mayor de ellos es que, dado que la guerra reemplaza la política, es muchísimo más difícil tomar decisiones estratégicas a nivel político que en las épocas de paz. En cualquier caso, ninguna de estas consideraciones debería utilizarse como chantaje para minimizar esfuerzos por pensar y tomar en serio la invasión rusa. Oponerse a proyectos de dominación imperial es una posición obvia desde la izquierda, mientras que a nivel internacional (y para qué decir en los países de América Latina) para muchos dentro de la propia izquierda sigue siendo tabú siquiera nombrar la intervención militar por parte de países del otrora bloque antiimperialista como intervenciones ilegítimas o injustificadas.

Por otro lado, para poder expresar algo tienes que poder enfocarte en ese algo. Pero como es ya de costumbre, no falta quien concluye que el mero hecho de poner en la palestra y condenar la invasión rusa de Ucrania sería prueba de una supuesta adhesión al proyecto de la OTAN. Pero es posible y es necesario resistirse a esa dicotomía que pretende ponerte entre la espada y la pared, entre enfocarse en la oposición a la OTAN en cualquier contexto o ser catalogados como sus adherentes. Debiera ser obvio que desde la izquierda nos oponemos a proyectos de dominación de cualquier tipo, y en especial si los medios para conseguirlo son la masacre y la subordinación de pueblos enteros por parte de fuerzas extranjeras. Es precisamente por ello que ponemos de relieve el bestial proyecto nacionalista de Putin, como uno entre otros bestiales proyectos.

Pero hay otra cuestión relacionada que puede ser interesante analizar. Para comprender mejor el contexto y el lugar desde el cual Wagenknecht se desenvuelve, resulta pertinente revisar la historia reciente (aquí, desde mi propio activismo) del movimiento ciudadano con cuyo recuerdo Wagenknecht parece estar dialogando. ¿De dónde saca Wagenknecht el apoyo “de base” y la fuerza para proponer la creación de un movimiento por fuera del partido sin renunciar a éste?

 

El pleito al interior del partido viene desarrollándose desde al menos 2011 e incluso antes. El estallido de la revuelta árabe tuvo muchas implicaciones para Europa al reverberar fuertemente en muchos de sus países. Muchos de nosotros mirábamos sorprendidos los acontecimientos, porque no nos imaginábamos posible presenciar algo así en nuestra vida, casi como si hubiéramos tragado y digerido por completo el cuento del fin de la historia y ya qué más da. En tal panorama, absolutamente nadie se hacía la pregunta de si la revuelta árabe iría a convertirse en un acontecimiento de importancia histórica, porque bastaba ver a grandes masas de gente volteando tanques para saberlo. Con la distancia y desafección que otorga el paso del tiempo y la experiencia, podemos formular muchas críticas respecto de la manera en cómo se desenvolvieron las fuerzas políticas que lamentablemente no llegaron a constituirse orgánicamente, pero para cualquier persona de sensibilidad de izquierda era en ese entonces evidente que había que apoyar el movimiento masivo. Podemos incluso distanciarnos de un progrerío incipiente, o incluso con la distancia temporal condenarlo dados los resultados, pero en el momento en que los trabajadores organizados se adhieren a la revuelta, para la izquierda debería haber sido obvio que no quedaba más que apoyar. Al menos desde una sensibilidad de izquierdas.

Sin embargo, la cúpula de Die Linke, a la cual Wagenknecht pertenecía en ese entonces, decidió en su momento guardar completo silencio al respecto.

La revuelta hizo entonces eco en Europa (y también en EE.UU), en especial en España con su movimiento de los Indignados – cuyo tránsito hacia la institucionalización luego se llamó Movimiento 15M – donde en un principio la gente concurrió de manera espontánea a llenar la plaza y a exigir “Democracia Real Ya”, haciendo eco del movimiento árabe contra la dictadura y por la democracia. Para el movimiento tunecino y egipcio, se trataba de conseguir una verdadera democracia, procurando hacerle el quite a las cooptaciones por arriba y por el costado, donde se llegó a hablar incluso de una Nueva Constitución. Por su parte, la idea en el activismo español era “ustedes en el movimiento árabe quieren salir de la dictadura y construir una democracia, pero nosotros, ya habiendo supuestamente transitado hacia la “democracia”, al final no obtuvimos una “real”. Aquella “Democracia real” obviamente carecía de una definición clara, pero cuando un lema hace eco en miles de personas que salen a la calle, en ningún caso se trata de un asunto a menospreciar. De nuevo, al menos no desde la izquierda. Los medios de comunicación tradicionales de Alemania guardaban completo silencio. ¿Y qué hacía Die Linke? Callaba también.

En Alemania, el movimiento que luego se llamó “occupy” se propagó en un principio mediante la solidaridad espontánea con los “indignados” españoles, muchos de ellos exiliados económicos, que se juntaban a discutir sobre el movimiento en su país de origen. Solidaridad de algunas pocas personas en los primeros días, luego fueron sumándose más y más personas a las asambleas callejeras que culminaron en la ocupación de las afueras del Banco Central Europeo en Frankfurt. Las opiniones y motivaciones para concurrir eran variadas, pero principalmente lo que más convocaba a la gente era un sentimiento de descontento y la solidaridad con quienes de alguna manera extraña reconocían como sus pares. El tenor era “no nos vamos de aquí hasta que se vayan ellos”, pero quiénes eran los que se debían ir, cómo y por qué, no estaba claro. Soy testigo de que a Sarah Wagenknecht se le invitó de manera personal desde un principio en reiteradas oportunidades a apoyar el movimiento de los indignados en Alemania, el cual, por falta de definición política, así como de apoyo y atención de la izquierda, terminó convirtiéndose en caldo de cultivo para una ultraderecha renovada. Cuando los ocupantes se fueron dando cuenta de que las asambleas callejeras estaban siendo cooptadas por un tipo de ciudadano indignado demasiado penetrantemente tendiente a la teoría de la conspiración y al racismo, concordaron que la única solución era llevar la protesta a los puestos de trabajo. Loable propósito que lamentablemente no se logró consumar por falta de apoyo organizativo. Quizá ya era muy tarde y la insistencia en la ocupación junto con un asambleísmo hiperdemocrático que no dejaba llegar a acuerdos en cuanto a cuáles debían ser las demandas, hartó a la gente alrededor en vez de convocar. Los indignados restantes se reunían a discutir sobre política en los bares aledaños al Banco Central Europeo, la ocupación fue llenándose de ratones hasta que fue desalojada por la policía.

Por su parte, dada su masividad, hacía tiempo ya que el movimiento Occupy Wall Street en Estados Unidos había sobrepasado el cerco comunicacional hacia otros países, cuando en el año 2013 adivinen quién estaba repentinamente dispuesta a “hacer todo lo posible para que un tal movimiento se produzca también en Alemania” (“Die Partei wird alles dafür tun, dass auch in Deutschland eine solche Bewegung entsteht”4). Solo un malpensado diría que lo que a Wagenknecht le atraía de Occupy era el lugar en el que acontecía.

OWS reverberó entonces a su vez en Alemania, y parte de los indignados alemanes se sumó a la campaña de protesta, ahora sí apoyada por Die Linke y otros partidos y organizaciones, llamada “Blockupy”. Grandes manifestaciones que convocaron a todas las banderas que bloqueaban las calles en contra de la política de austeridad de la UE. Al mismo tiempo, otro acontecimiento paralelo: Siria. Die Linke, aún dirigida por Wagenknecht y Gregor Gysi, se cierra nuevamente y niega cualquier tipo de apoyo. Esta vez existía la excusa conveniente del “antiimperialismo”. Apoyándose en la ignorancia de los europeos con respecto a la historia de esos países, a aquel sector del partido le resultó fácil argumentar que el movimiento no era apoyable por la izquierda, ya que Bashar Al Assad era un antiimperialista, y por lo tanto, obviamente la (inmensa) protesta en su contra estaba desde su inicio seguramente apoyada y dirigida a control remoto por el imperialismo estadounidense.

La militarización conlleva a grandes problemas y por cierto que durante la sublevación se cometieron infinidad de errores, pero ese solo hecho no convierte a Assad en un compañero. La confusión de algunas mediáticas e insistentes personas era tan resistente a la evidencia que para quienes sí intentábamos entender lo que ocurría en los países árabes resultaba cada vez más claro que no se trataba tan solo de ignorancia, sino de una venta de pomada deliberada.

Mientras tanto, en Frankfurt, un gran contingente policial se terminó empleando para parar las protestas y el movimiento fue decayendo hasta desaparecer. En una de las últimas marchas parecía que habían más policías (alrededor de 3.000) que manifestantes y de manera previa se procuró el cierre completo de todo el enorme paseo peatonal junto con todos sus negocios, fueran grandes o pequeños, así como la detención de todo medio de transporte al lugar. Una de las razones para la decaída pudo haber sido la creciente eficiencia y agilidad de las fuerzas policiales en el empleo de sus tácticas de bloqueo del flujo de la manifestación y al reprimir a manifestantes individuales, así como el empleo sistemático de gases lacrimógenos, a los que los alemanes no están muy acostumbrados. Pero más importante y más decisivo parece haber sido la derrota de la izquierda de Syriza en Grecia. La impotencia de Syriza de responder al rechazo del plebiscito el año 2015, significó un fuerte bajón para el movimiento en los países aledaños, en especial en Alemania, que había elevado a Grecia y su izquierda a un estandarte de la protesta contra la austeridad europea. Ya para agosto de 2016, la prensa declaraba el fin del movimiento5.

Lo que quedó de movimiento callejero fueron esencialmente manifestaciones regulares contra la guerra6, que aparte de a la “vieja izquierda”, nuevamente convocaron de manera creciente a aquel ciudadano “librepensador” e “inconformista” (Querdenker), tendiente a la teoría de la conspiración y al racismo. Quizá aquello que Occupy sin querer cultivó, terminó desembocando allí.

Desde 2015, a las protestas regulares como las así llamadas “Vigilias por la Paz” (Mahnwachen für den Frieden) les sucedieron iniciativas de calado ultraderechista como “Europeos patrióticos contra la islamización de Occidente (Pegida) y “Demócratas comprometidos contra la americanización de Europa” (“EnDgAmE”), que se engloban en lo que se conoce como Friendensquerfront, un frente cruzado “por la paz”.

En todo caso, de ahí nacieron tanto nuevos votantes del partido de ultraderecha, AfD, como las bases “ciudadanas” de las que hoy Wagenknecht busca colgarse.

El debate al interior de partido cobró fuerza por ahí por el 2017, cuando desde el ala que representa Wagenknecht se propuso una plataforma alternativa llamada “En Pie” (Aufstehen), luego de no haber conseguido que el partido apoyara el endurecimiento del control migratorio7 Esta plataforma tenía por objetivo aglutinar a personas provenientes de diferentes partidos y campañas políticas con el fin de convencer a los votantes del nuevo partido de ultraderecha, AfD. El argumento, en principio correcto, era que ese sector también pertenece a la clase trabajadora alemana y que por tanto es necesario dirigirse a éste y responder a sus afecciones y así convocar. La táctica: hablarles en sus términos. Desde entonces Wagenknecht no ha dejado de producir intentos de formar movimiento por fuera del partido sin nunca presentar su renuncia.

Sahra Wagenknecht, como otros dentro de Die Linke, no es capaz de seguir el simple hilo de pensamiento de que puedes y debes reconocer que un redneck es un miembro de la clase trabajadora, mientras que, al mismo tiempo, está prohibido para ti, en cualquier lugar y en cualquier momento, asentir ante un brote de xenofobia, cuya función es y siempre ha sido dividir a la clase obrera en su conjunto. Esto por el simple hecho de que si cedes ante el discurso al que dices oponerte, lo que estás permitiendo es que éste te convenza a ti (y, lo que es peor, a quienes te reconocen como su referente). O tal vez Wagenknecht sí sea perfectamente consciente del efecto que produce al no contradecir el discurso ultraderechista, lo que resultaría todavía más cringe. Y no se trata de un mero error comunicacional de su parte o de alguna frase sacada de contexto, Wagenknecht habla en su libro “Los auto-justicieros” (Die Selbstgerechten), publicado en 2021, junto con declarar la completa derrota de los sindicatos, sobre la necesidad de conciliación con las posturas de derecha8.

Por suerte, como es propio de los partidos grandes, Die Linke abarca muchos otros posicionamientos y a pesar de todos los posibles errores y dificultades a la hora de procurar convocar a ciertos sectores, al menos las nuevas dirigencias parecen ser mucho más capaces de comprender un mundo cada vez más complejo y de cambios rasantes. De cualquier forma, el debate e incluso los pleitos al interior no debieran ser razón para alarmar sobre supuestas divisiones inminentes. Es mucho más razonable entender el pleito como parte necesaria de transformaciones que responden a los tiempos cambiantes.

No, Die Linke no se está dividiendo. Hace ya bastante más de una década que existen dos tendencias que se disputan la dirigencia. A saber, la “vieja izquierda” – muy vieja ya para el rock and roll pero todavía muy joven para morir – y una izquierda naciente que puja por emerger.

_

ANEXO

Decisión del consejo ejecutivo del partido del 10 de junio de 2023

Cumplir con nuestra responsabilidad: Mantener a DIE LINKE como un partido socialista pluralista. Resolución de la consulta de la Junta Directiva del partido del 10 de junio de 2023.

DIE LINKE como partido socialista pluralista es un logro histórico. Queremos mantenerlo como un partido pluralista, discutiendo las diferencias democráticamente dentro de nuestro partido y desarrollándolo juntos como un partido moderno por la equidad. Para lograrlo, necesitamos unidad, solidaridad y un perfil claro.

Las declaraciones públicas de nuestra diputada del Bundestag, Sahra Wagenknecht, de considerar la fundación de un partido competidor, cuestionan la unidad de DIE LINKE y nos han causado un daño significativo durante mucho tiempo. Estas declaraciones están desconcertando a nuestros votantes y son irrespetuosas hacia nuestros miembros, que trabajan todos los días en las organizaciones locales y de base, así como en las representaciones municipales, para fortalecer a DIE LINKE. Mientras tanto, se acumulan informes internos del partido que indican que ya se están realizando preparativos para la fundación de un proyecto partidista competidor.

Por lo tanto, dejamos claro que las decisiones tomadas democráticamente son la pauta vinculante para la actuación de todo el partido, sus facciones y representantes públicos. Respetamos las opiniones minoritarias dentro de nuestro partido. El camino para cambiar las decisiones es el debate dentro del partido, en sus órganos democráticos y la obtención de mayorías para las decisiones. Invitamos a todos a luchar con nosotros en congresos del partido, en los órganos y procedimientos correspondientes para lograr mayorías democráticas. Sin embargo, si algunos actúan sistemáticamente en contra de estas mayorías e intentan imponer un rumbo diferente a DIE LINKE a través de declaraciones públicas en los medios de comunicación y amenazas de fundar un partido competidor, eso simplemente es un intento de chantaje.

La Junta Directiva Ejecutiva ha buscado el diálogo con Sahra Wagenknecht en varias ocasiones, siendo la última vez el 25 de mayo, y finalmente le ha exigido que renuncie de manera inmediata y pública a la fundación de un proyecto partidista competidor y que suspenda de inmediato los preparativos correspondientes. Sahra Wagenknecht ha declarado repetidamente que no ve futuro para DIE LINKE. Hasta el día de hoy, no ha cumplido con la solicitud de renunciar claramente a un proyecto partidista competidor. Por lo tanto, es evidente que no está dispuesta a luchar junto con todos los compañeros del partido por un DIE LINKE fuerte y a respetar los procedimientos democráticos. Por lo tanto, está claro: el futuro de DIE LINKE es un futuro sin Sahra Wagenknecht.

Todos los diputados fueron elegidos para los parlamentos como candidatos de DIE LINKE. Fueron nominados por los miembros en los distritos electorales y en las listas en procedimientos democráticos. Los miembros de DIE LINKE llevaron a cabo la campaña electoral confiando en que nuestros diputados representarían el programa de DIE LINKE y estarían comprometidos con él. Es un deber de decencia política y justicia hacia los miembros de nuestro partido que aquellos que participan en el proyecto de un partido competidor sean consecuentes y renuncien a sus mandatos. No es aceptable que se utilicen recursos obtenidos mediante los mandatos ganados por DIE LINKE para construir un proyecto de competencia. Debido a que todos estamos comprometidos con nuestros electores, también debemos comprometernos con lo que les hemos prometido en las elecciones.

Nuestro partido, al igual que la izquierda en general, se enfrenta a enormes desafíos como la división social, la catástrofe climática, la inflación y la guerra. Muchos dicen que ya no está claro qué representa DIE LINKE. Cambiaremos esa impresión. Tomamos claramente partido por la población asalariada y nos oponemos a enfrentar diferentes sectores entre sí. Colocamos los intereses comunes y la movilización conjunta hacia metas sociales en el centro. Nos oponemos a la creencia en el libre mercado de la política dominante y defendemos el fortalecimiento de las inversiones públicas y la propiedad pública; para nosotros, el capitalismo no es el fin de la historia. Vinculamos consistentemente la protección del clima con garantías sociales. La transformación económica debe llevarse a cabo con y en beneficio de los trabajadores, por lo tanto, luchamos por fortalecer los derechos sindicales, por una mayor participación y democracia económica. Nos oponemos al imperialismo y la guerra, tanto a la invasión rusa ilegal de Ucrania como a las intervenciones ilegales de la OTAN y sus aliados. Nos oponemos al rearme y las exportaciones de armas, y luchamos por el desarme, la desescalada y las alternativas civiles a la visión militarista. Y defendemos la democracia y los derechos humanos, la protección de los refugiados y los derechos fundamentales, y adoptamos una postura clara contra la derecha, el racismo, el sexismo, la transfobia y el fascismo.

La Ampelkoalition [Coalición semáforo. Gobierno de coalición del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD), el Partido Democrático Libre (FDP) y Alianza 90/Los Verdes] está dividida y se bloquea a sí misma. Como resultado, existe una amenaza de un desplazamiento masivo hacia la derecha en la correlación de fuerzas. Por lo tanto, es aún más importante que presentemos una clara alternativa de izquierda a la amenaza de la derecha. Todavía tenemos dos elecciones regionales este año en Hesse y Baviera, y el próximo año tenemos las elecciones europeas, las elecciones municipales y las elecciones regionales en Brandeburgo, Sajonia y Turingia. Nos estamos preparando con todas nuestras fuerzas para ello. Ese es nuestro enfoque conjunto. Debemos superar las divisiones paralizantes, las difamaciones públicas y los bloqueos políticos. Solo así DIE LINKE, en toda su diversidad, puede volver a ser un DIE LINKE unido. Es lo que exige el respeto hacia nuestros miembros y se lo debemos a nuestros votantes. Necesitamos un DIE LINKE fuerte en las luchas sociales. Sin embargo, solo seremos fuertes si nadie se siente débil dentro del partido. Si tomamos aquello en serio, cumpliremos con nuestra responsabilidad social como partido socialista en tiempos de crisis graves.

Fuente: https://www.die-linke.de/partei/parteidemokratie/parteivorstand/parteivorstand-2022-2024/detail-beschluesse-pv/unserer-verantwortung-gerecht-werden-die-linke-als-plurale-sozialistische-partei-erhalten/

 


NOTAS

1 Philip Butland, “What’s eating Sahra Wagenknecht? Aufstehen, refugees and racism”, The left Berlin,

https://www.theleftberlin.com/whats-eating-sahra-wagenknecht-aufstehen-refugees-and-racism/?fbclid=IwAR1qkpn9fwqgZsa8r6j8huZXpz4C0A8gnubbjNKqUJ3EdeftInf2Lf658Wo

5 Martin Kal, “Blockupy auf Abschiedstour”, Taz, https://taz.de/Kapitalismuskritiker-planen-Protest/!5330919/

6 Erik Peter, Julia Neumann, “Im Kampf gegen die Medien-Mafia”, Taz, https://taz.de/Neurechte-Friedensbewegung/!5044069/

7 Philip Butland, “What’s eating Sahra Wagenknecht? Aufstehen, refugees and racism”, The left Berlin,

https://www.theleftberlin.com/whats-eating-sahra-wagenknecht-aufstehen-refugees-and-racism/?fbclid=IwAR1qkpn9fwqgZsa8r6j8huZXpz4C0A8gnubbjNKqUJ3EdeftInf2Lf658Wo

8 David Reisinger, “Sahra Wagenknecht: Die Selbstgerechten”, Links Wende, https://linkswende.org/sahra-wagenknecht-die-selbstgerechten/