El perdón que se necesita es una experiencia, y por ello no es un acto de voluntad ni de un presidente ni de una víctima. Es una decisión sin sujeto, una imposibilidad posible. Una decisión de afrontar el futuro con la conciencia de la herida, de lo irreparable, y peso a ello avanzar, seguir con-viviendo con esa decisión. La sociedad re-conciliada consigo misma es un imposible, y por lo mismo demanda una constante re-construcción de los vínculos, de la vida en común a pesar de la herida y los conflictos, de los antagonismos.
por Tomás Cornejo Cuevas
Imagen / Pinochet junto a otros senadores designados, 1 de enero de 1990. Fuente.
El filósofo Jean-Paul Sartre decía que la mala fe es aquel autoengaño que proviene de negar nuestra radical libertad, de asumir roles fijos o determinismos infundados, no hacernos cargo de nuestra angustiosa libertad. La mala fe es actuar a sabiendas de la falsedad, de la pecaminosa mentira.
La conmemoración de los 50 años del Golpe Militar ha puesto, sin novedad, nuevamente en el tapete el asunto del perdón y de la reconciliación. Como siempre, la derecha recurre al artilugio facilón de separar el momento del golpe de lo que vino después. Claro, nadie podrá admitir públicamente (aún) que la violación a los derechos humanos –que no es otra cosa que el asesinato, la tortura, etc.– sea justificable. Ello se basa en la posibilidad solo metafísica de su separación, como si el golpe no fuera un todo orgánico, como si el golpe no incluyera la necesaria desaparición del enemigo, ni el contexto sudamericano de Guerra Fría. Mansuy da lecciones de tal cinismo. Pero lo peor de todo esto es la complacencia y cuasi complicidad de la izquierda. Someterse a esta postura no es otra cosa que rendirse, no es otra cosa que renunciar a la necesaria confrontación con quienes siguen siendo los vencedores.
La mala fe de la derecha se expresa en ese llamamiento cínico a la reconciliación, al diálogo con altura de miras, a superar el duelo. Warken en una carta dirigida al presidente pide y hace suya una frase de un ícono de la izquierda latinoamericana. “Cerrar el duelo”, en los términos referidos por Pepe Mujica, no es lo que de mala fe Warken ofrece al presidente, y éste lo sabe. Mujica pide cerrar el duelo a cambio de verdad. Para que los familiares de las víctimas tengan esa posibilidad, la verdad es necesaria, la verdad es la justicia, dice Mujica. De mala fe, el señor Waken descontextualiza la frase y exige que en Chile cerremos el duelo, que dejemos de ser víctimas y avancemos hacia un futuro donde la historia pueda asumir cualquier verdad, pues no hay una verdad oficial, no hay verdad posible.
Como no existe ni puede existir una verdad oficial para este representante de la derecha chilena, la reconciliación es posible solo en base a la duda, y esto incluye por supuesto la duda sobre la víctima. ¿Son de verdad víctimas o son culpables? La desaparición, la tortura y la muerte, ¿no fueron acaso necesarias?
En Chile la reconciliación es imposible, el perdón solo se da a quien lo pide, y nuestro país no existe ni ha existido nunca de parte de los vencedores, de los victimarios, ningún arrepentimiento; más aún, hoy por hoy reactualizan un orgullo, una reivindicación de lo que hicieron. La verdad es justicia dice Mujica, y no renuncia a ello. ¿Puede hoy la izquierda chilena renunciar a la verdad y someterse a la duda que favorece al victimario?
Conmemorar el golpe bajo la premisa de Fernández o de Warken significa negar a la víctima, invisibilizarla, para que otros dialoguen con altura de miras, sin resentimiento, sin verdad, para que de mala fe los chilenos nos autoengañemos y reneguemos nuestra propia culpa, nuestra propia falta: de que no hemos hecho lo que se necesita para avanzar hacia el perdón y la reconciliación.
Por supuesto que el perdón y la justicia que se necesitan no tienen nada que ver con lo institucional, que, aunque necesario, no es lo central. El perdón de la ley y la justicia de los tribunales son necesarios, pero no reconstruyen la vida en común sino en cuanto pura mala fe, en cuanto autoengaño. El perdón que se necesita es para reconstruir la vida en común y ese perdón no precisa de un acto solemne u oficial, sino de un poder vivir con una herida incurable, con la conciencia de lo imperdonable. Seguir adelante, vivir en común, luego de una escisión insalvable, de una ruptura infranqueable, solo es posible si así lo decidimos, precisamente en común. Esto no significa olvidar, o hacerse los lesos, hacer como que nada pasó, todo lo contrario, implica un compromiso mutuo, un “nunca más” porque genuinamente nos interesa e importa que ello no vuelva a ocurrir. Si parte de la sociedad no tiene ese compromiso, sino todo lo contrario, reivindica lo ocurrido, lo separa de lo inseparable, anota a pie de página una reserva, esa reconciliación es un imposible.
El perdón que se necesita es una experiencia, y por ello no es un acto de voluntad ni de un presidente ni de una víctima. Es una decisión sin sujeto, una imposibilidad posible. Una decisión de afrontar el futuro con la conciencia de la herida, de lo irreparable, y peso a ello avanzar, seguir con-viviendo con esa decisión. La sociedad re-conciliada consigo misma es un imposible, y por lo mismo demanda una constante re-construcción de los vínculos, de la vida en común a pesar de la herida y los conflictos, de los antagonismos.
Cerrar el duelo no es volver a un (falso) pasado armonioso, sino seguir adelante a pesar de todo.
Tomás Cornejo Cuevas
Abogado y magíster en Filosofía.
Cuanto más sé de Chile y de su historia reciente más me recuerda a España: después de casi 50 años de democracias los muertos de la dictadura siguen en las cunetas, la derecha “tirándose al monte” y las heridas supurando. Espero q ustedes tengan más suertes y puedan vivir “liberados” antes de los 50 años del fin de la dictadura.