Aún aprendo, de Carlo Ginzburg

Los estudios de Ginzburg –y los ejercicios de filología que se realizan en este libro no son la excepción– plantean una y otra vez la cuestión siempre actual de cómo conocer el pasado en la experiencia de quienes lo vivieron de tal o cual forma específica. Porque no existe una experiencia universal ni una más verdadera que otras, aunque traten sobre el mismo hecho. En ese sentido, Ginzburg abre siempre formas de abordar la dura empresa que significa el conocimiento del pasado de los subalternos, de los perseguidos, pero también de lo privado, lo oculto, las intenciones que se escurren por las mínimas grietas del muro de vigilancia del poder.

por Luis Thielemann H.

Imagen / Escena de inquisición, Francisco Goya. Fuente.


El libro de Carlo Ginzburg Aún Aprendo (2021), editado, traducido y compilado por el historiador Rafael Gaune, amplía la difusión de la obra y el pensamiento del historiador italiano. Pero todavía más, y es algo que se agradece, nos permite volver a pensar en las formas de hacer historia. Desde el título en más, como bien destaca Gaune en la introducción. Aún aprendo es una de las obras más emblemáticas de los cuadernos de dibujo de Goya en su edad avanzada. Se dice –y lo hacen tanto los compiladores y traductores, como el autor– que ella serviría a modo del autoretrato de un Goya viejo, pero activo y creativo. La referencia hacia un historiador siempre fresco como Carlo Ginzburg no podría ser más feliz. Una comparación osada, sin duda, con uno de los grandes maestros de la pintura, pero que permite más observaciones.

Carlo Ginzburg se hizo mundialmente famoso con su conocida investigación sobre la idea del universo de un molinero friulano del siglo XVI llamado Domenico Scandella, Menocchio. El Queso y los Gusanos, como se llamó el libro de Ginzburg en referencia a las ideas de Menocchio, pero también su primera obra, I Bennandanti (1966), son trabajos que hablan de esa búsqueda por una autenticidad de la expresión popular. En la obra de Goya asoman los habitantes del campo popular con rostro y formas propias, únicas, como tal vez nunca habían aparecido antes en la pintura española. Ofrecen otra perspectiva sobre aquello que fue el pasado del imperio, nos obligan a mirar a quienes les tocó vivir esos tiempos desde lo común y corriente. También cómo interpretaron y asumieron sus vidas, su parcial experiencia. En eso y para eso, Giznburg, construyó un método historiográfico específico, en una época en que se descubrieron o crearon innumerables herramientas para conocer y comprender no solo a las clases populares, sino también empatizar con esa parcial mirada del mundo y la sociedad.

Nacido en 1939 en Turín, en una familia de judíos italianos, Carlo Ginzburg se formó en un ambiente intelectual antifascista. Su padre, el editor Leone Ginzburg, fue torturado y asesinado por la Gestapo en Roma en 1944. Este carácter de pertenecer a un bando perseguido, con una idea de subalternidad que ninguna riqueza ni rango podía borrar, Ginzburg no lo tuvo siempre consciente. En uno de los textos del libro relata la forma en que descubrió la relación entre su objeto de estudio y su propia historia: “Cuando me propuse estudiar a las víctimas de la persecución de la brujería, no pensé en mi experiencia infantil. La analogía entre brujos y judíos era inconsciente. Surgió de golpe […] cuando Paolo Fossatti […] enfatizó que para un judío la elección de estudiar brujas y herejes era obvia. Esa obviedad que reconocí inmediatamente me dejó estupefacto”. La empatía con el objeto de estudio es algo que, según Ginzburg, permite “a las analogías actuar en profundidad”, en un “diálogo” entre antropología e historia “que se revelaría muy fructífero”.

Los estudios de Ginzburg –y los ejercicios de filología que se realizan en este libro no son la excepción– plantean una y otra vez la cuestión siempre actual de cómo conocer el pasado en la experiencia de quienes lo vivieron de tal o cual forma específica. Porque no existe una experiencia universal ni una más verdadera que otras, aunque traten sobre el mismo hecho. En ese sentido, Ginzburg abre siempre formas de abordar la dura empresa que significa el conocimiento del pasado de los subalternos, de los perseguidos, pero también de lo privado, lo oculto, las intenciones que se escurren por las mínimas grietas del muro de vigilancia del poder. De ahí que la Microhistoria, esa área (¿o metodología?) con que más se identifica la obra de Ginzburg, tribute tanto a esa intencionalidad que cruza todo el texto y que pone en duda y bajo asedio crítico las formas del conocer e interpretar el pasado, para resaltar las grietas o las posibilidades que ofrecen las fuentes en todas sus dimensiones. El mismo Ginzburg lo indica en tono de lección: “Para evaluar el valor referencial de un testigo, debemos analizar aquello que nos dice, sobre todo de manera involuntaria, sobre sí mismo”.

Estos textos, en general, como indica su título, son formas de reflexión en el “momento–taller” del historiador, en pos de construir nuevos caminos al conocimiento, y por tanto, también nuevos aprendizajes. La colección de artículos del libro, así, vuelve a ese espacio de introspección que es la autorreflexión, y de ahí la meditación del oficio de la historia, en su propia obra, en la de otros, y en la teoría disciplinar. En ese sentido, Ginzburg pertenece a esa generación refundacional de las décadas de 1950 a 1970, en que toda la disciplina se replanteó sus objetos de estudio y en especial sus métodos. Ese “¡Aun Aprendo!” del Goya que necesitaba bastones para caminar, encuentra réplica hacia el final del libro en la afirmación de principios que hace Ginzburg, al preguntarse por el porqué de sus estrategias de investigación, abiertas a la casualidad, la sorpresa o al experimento, también a lo que sea la verdad que provenga de las fuentes: “para situar a quien dirige la investigación ante lo desconocido; para hacer surgir las potencialidades cognoscitivas del extrañamiento”. Estos cuatro textos de Ginzburg, como siempre pasa con él, nos empujan a realizar incursiones más allá de los límites de la investigación, a la construcción empática con la historia desde abajo, desde el bando perseguido o negado, y que, como la verdad, también libera.


Esta reseña fue realizada para el portal “Leemos porque sí”, sustentado por el Fondo de Cultura Económica como herramienta de difusión y estímulo a la lectura en Chile. Esta publicación realizada colaborativamente por Revista ROSA y el FCE se puede consultar también en dicho portal.

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Historiador, académico y parte del Comité Editor de revista ROSA.