Las metáforas microbianas pueden ser más útiles que las geométricas para pensar la política actual: si no identificamos las características del mundo que viene no podremos adaptarnos a las situaciones que vendrán. Y ellas, de acuerdo con nuestra concepción de lo normal, se avizoran extremas. Esos desafíos son múltiples y de diferente carácter. También son inéditos a nivel mundial, y nuestro país tiene la oportunidad de adaptarse a ellos. Pensar linealmente la política es un obstáculo para caminar en ese sentido. Abrirla a la complejidad y ampliar la discusión es una condición de posibilidad para que lo nuevo se abra camino.
por Cristina Dorador
Imagen / Grand prismatic springs, cuyos colores se deben a la acción de bacterias extremófilas, Yellowstone National Park, Wyoming, Estados Unidos. Fotografía de Jim Peaco.
Los términos extremo y moderación se utilizan frecuentemente para situar opuestos dentro de un sistema lineal, en que la política se parece a una escala de pH donde hacia un lado está lo ácido y hacia el otro lo alcalino y al centro, lo neutro.
Sin adentrarse en análisis políticos sobre el origen de izquierdas y derechas, lo extremo en la naturaleza tiene múltiples matices y singularidades.
Considerando que nuestro lenguaje e interpretación del entorno se enriquece con la observación del mundo natural y junto con ello con el conocimiento, lo extremo es una simplificación de una cierta “neutralidad”, “centralidad” o “normalidad”.
La vida extrema hace referencia a aquellos organismos que viven en condiciones hostiles para la vida desde la perspectiva humana o desde “lo habitable”. Existen microorganismos que viven en agua hirviendo, en ácido sulfúrico, en lava de volcanes, en hielos eternos, dentro de rocas de sal, en reactores nucleares, incluso sobreviven al espacio. Desde esa perspectiva, sus formas de vida se alejan de lo típico según una interpretación humana. Sin embargo, se sabe que las primeras formas de vida fueron extremas, la Tierra primitiva no era un lugar muy amable para vivir. El legado evolutivo de dichos organismos se manifiesta en su alta adaptación a una condición extrema en particular. Por ejemplo, las arqueas termófilas, tienen lípidos en su membrana celular que permiten que puedan vivir a altas temperaturas; hay bacterias que producen metano en el intestino de vacas, muy similares a aquellas que vivían en la Tierra antes que el oxígeno poblara la atmósfera.
Lo que sabemos ahora es que los ambientes extremos de la Tierra son en realidad poliextremos, es decir, varias condiciones extremas ocurren al mismo tiempo. Un buen ejemplo son los ambientes del desierto de Atacama donde los microorganismos están expuestos a bajas temperaturas en la noche, altas en el día, alta radiación solar, aridez, alta salinidad, todo al mismo tiempo. Estos microorganismos se denominan poliextremófilos, los cuales tienen un alto grado de adaptabilidad y de tolerancia a condiciones cambiantes.
Lo anterior nos entrega una visión mucho más compleja del concepto, especialmente cuando se aplica a las realidades humanas. En buena medida, la cualidad extrema siempre dice relación a una determinada norma. Y aunque en ocasiones se busque hacer ver dicha norma como inamovible, la naturaleza y la historia nos muestran lo contrario. En ese sentido, vale la pena preguntarse por la necesidad de modificar la normalidad que en Chile determina lo que sería extremo.
Ahora bien, parece ser que el problema va más allá del centro que determina lo que sería extremo. El problema realmente tiene que ver con la concepción lineal y binaria del asunto, que obstaculiza una mirada más integral y compleja. Así, por ejemplo, preguntarse en qué sector de la linealidad puede ubicarse el respeto irrestricto a los derechos humanos, muestra lo limitada que resulta esa concepción para entender el tiempo presente.
Que las lógicas del siglo XX sigan determinando la discusión pública, y que nos veamos obligados a lidiar con la crisis climática que es resultado de siglos de acción humana, manifiesta algo similar a las bacterias que viven en el intestino de las vacas: el pasado continúa expresándose en el presente. La diferencia es que los humanos somos conscientes de ello, y debido a eso podemos cambiar voluntariamente.
Las metáforas microbianas, en ese sentido, pueden ser más útiles que las geométricas para pensar la política actual: si no identificamos las características del mundo que viene no podremos adaptarnos a las situaciones que vendrán. Y ellas, de acuerdo con nuestra concepción de lo normal, se avizoran extremas.
Esos desafíos son múltiples y de diferente carácter. También son inéditos a nivel mundial, y nuestro país tiene la oportunidad de adaptarse a ellos. Pensar linealmente la política es un obstáculo para caminar en ese sentido. Abrirla a la complejidad y ampliar la discusión es una condición de posibilidad para que lo nuevo se abra camino.
Cristina Dorador
Convencional constituyente por el Distrito 3.