Lo que podría catalogarse como verdad, es que en Chile no contamos con periodos históricos que merezcan una lectura romántica. Tal vez, el único espacio corresponde al periodo en que el país prevalecía libre, ese momento anterior a la colonización española y los procesos de dominación que continúan produciendo consecuencias horribles para nuestros pueblos originarios. Fuera de ese periodo pre-conquista, la continuación posterior de la historia nacional no merece un romanticismo ni recuerdos nostálgicos porque solo ha sido un vivir en medio de un punto muerto.
por Nicol A. Barria-Asenjo
Imagen / Concierto conmemorando el primer aniversario de Occupy Wall Street, 16 de septiembre 2012, New York City. Fotografía de Steve Rhodes.
Lo único que me atemoriza es que un día nos vayamos simplemente a casa y después nos reunamos una vez al año, tomando una cerveza y recordando nostálgicamente el buen rato que pasamos aquí.
Slavoj Zizek a la asamblea de Ocuppy Wall Street (octubre de 2011)
La mixtura política y procesos ideológicos que componen nuestros tiempos, permiten en cierta medida afirmar que estamos en un proceso histórico que deviene en construcciones de nuevas mitologías políticas para y del futuro. Nuestro cotidiano desde una mirada tal vez radical es un mero deambular entre los escombros de una política romántica e idealizada, fuertemente anclada en los falsos movimientos de la memoria y el recuerdo, ansiosa por un retorno imposible a un estado histórico, social, político, económico, espiritual y cultural paradisiaco.
Tiempos que ansían con desesperación paraísos falsos construidos desde las huellas maquilladas que lanza la memoria y el anhelo hacia el objeto perdido, objeto que es en este caso sería aquella vida o forma de vida extraviada entre los movimientos de la historia, deseo irreparable hacia una forma de vida que realmente nunca existió.
Lo que se recuerda con anhelo y deseo de retorno, es lo que en la gramática popular se encuentran en noticieros matinales diarios, esos entrevistados que no se catalogan de un partido, son más bien “ni de izquierda ni de derecha” y que solo defienden “ese tiempo pasado de una vida sin dolores, sin muchos lujos, sin excesos, pero tiempos más tranquilos y sin tanta violencia”, ese discurso reiterativo y presente en Chile, es una imagen fantasmal de lo que realmente no fue. Todo tiempo pasado es mejor por la ilusión de la mirada retroactiva y la exclusión de muchos elementos que componen ese recuerdo. El deseo de nuevamente tener aquello que se ha perdido articula el intento de respuesta por completar el presente.
En Chile, la figura de un retorno prevalece enlazada a dos acontecimientos tan traumáticos como horribles. Por un lado, tenemos la dictadura cívico-militar de 1973. Es innegable que buena parte de la población desea regresar a ese periodo de la historia de Chile que solo puede definirse como horroroso, cruel, cobarde y obscuro. Lo que siempre me ha llamado la atención de esto, son dos cuestiones: por un lado, que no solo las clases altas, bien acomodadas, tienen cargas afectivas positivas importantes hacia la dictadura, sino las personas comunes, clase media o clase baja; por otro lado, el cómo la memoria altera aquel periodo en algunos individuos. Lo que subyace ese deseo de recuperar lo perdido, es una añoranza de regresar a ese obscuro pasaje porque el recuerdo mismo está maquillado por los eslóganes ideológicos actuales que aseguran que en aquel periodo la vida era más tranquila, exenta de delincuencia y crímenes diarios (los crímenes no eran realizados por la población sino impunemente por los militares).
Independiente del intento de defender lo imposible, al profundizar una conversación con este tipo de ciudadanos, comienzan a aparecer las críticas al periodo con sutilezas tales como “hay que reconocer que cosas extrañas pasaban en ese tiempo”. Lo que se sintetiza mejor con las palabras de Braunstein (2011) cuando nos recuerda que “no podemos evitar la impresión de que el sujeto se encariña y ama a su ‘traumatismo’, fuente y origen de su retroactiva nostalgia, más que a sí mismo” (p. 52).
El otro acontecimiento que genera una suerte de anhelo por un retorno, es indudablemente el 18 de octubre del 2019. Un momento que tiene una mixtura afectiva, simbólica, social, económica y política subversiva. En ese momento se sintió el pase al acto como paso urgente. Por lo tanto, es precisamente tras la imposibilidad de un devenir retorno o repetición de aquel evento, que el proceso se concluye con una lectura romántica del tiempo al cual se desea regresar.
Nos encontramos ante lo que Freud analizó en el juego de su pequeño nieto, un “Fort-Da” eterno, un soltar e intentar aferrarnos nuevamente, no al objeto, sino a las ilusiones, sentimientos, percepciones y realidad que creíamos existía.
El fenómeno de la lectura romántica, idealizada y la figura del retorno en la política, trae consigo otras cuestiones que deben ser abordadas críticamente. Lo que se sintió con potencia durante las vísperas al 18 de octubre del 2021 tuvo como desenlace y confrontación evidenciar que no era más que un lindo recuerdo que continua vivo, pero que se ahoga entre las olas de la despolitización.
Ese movimiento finalmente impolítico, de un retorno fue trabajado por Braunstein (2011) y conviene rememorar su lectura extrapolando los elementos clínicos del fenómeno a lo socio-político: “El fin del exilio y el retorno a casa. Hemos confirmado que en Freud, a lo largo de su vida entera, hubo una oscilación permanente entre avanzar hacia lo desconocido y regresar a lo amado y gozado en el pasado. Entre la nostalgia y el realismo. Entre el sentimiento de que nuestros mayores tesoros yacen en la memoria que conserva nuestra historia y el escepticismo respecto de que tales tesoros hayan tenido una existencia auténtica. Como nostálgico quería creer en la verdad de sus evocaciones pero descubrió que los bellos recuerdos eran encubridores, meras pantallas. ¿Qué fue lo que en verdad nos pasó? Es lo que no llegaremos a saber; nunca podremos distinguir entre la verdad y la ficción, razón por la cual lo mejor que nos queda es buscar a la verdad en la ficción, comprender la elaboración fantasmática a la que son sometidas las huellas del acontecimiento irrecuperable. La memoria, por las rutas de la imaginación, hace a la realidad. Del pasado no hay sino reconstrucciones interesadas, invenciones, fantasías urdidas por el deseo. La memoria obedece a las aspiraciones y fantasmas de quién construye el relato, el cuento, el sueño, a la vez mentiroso y verdadero. Los recuerdos no son ventanas que nos permiten ver el pasado sino espejos curvos que reflejan, con las consiguientes deformaciones, nuestros propios anhelos y fabricaciones” (p. 63-64).
Es a propósito de esas deformaciones de los recuerdos y sus respectivas respuestas y movimientos que menciona el autor, que podemos enlazarlo al escenario de lo político y la política con el clásico ejemplo de Slavoj Zizek sobre el café descafeinado, el sexo sin compromisos, la cerveza sin alcohol. Podemos extender la lista a la esfera de la política actual. ¿No estamos viendo una forma de política que intenta alienarse de la política? Es una política sin política y sin elementos políticos claros.
Necesitamos radicalidad en la política para soltar el componente negativo, nostálgico y de desesperanza sobre lo porvenir. Quizás, no podemos en un abrir y cerrar de ojos encontrar un nuevo porvenir y una transformación total de la vida, pero sí se puede construir un camino que apunte hacia eso. La política en nuestro confuso siglo XXI, prevalece sistemáticamente despolitizada, por eso es necesario reivindicar la política y el camino de lo político.
La cuestión de lo humano, lo post-humano, lo no-humano, en tiempos de falsa despolitización anuncian un devenir de tiempo nostálgico[1], lo humano enlazado a la perdida y al sueño del cual no se quiere despertar. En pleno siglo XXI la radicalidad de los tiempos nos llevan de regreso a la tesis freudiana de un retorno[2]. Algo similar ocurrió tras la “primera ola” de la pandemia del Covid-19: junto con la llegada del virus, también apareció ese anhelo y deseo de regresar a un pasado más ameno, una lectura romántica de los momentos históricos previos a la pandemia.
Lo que podría catalogarse como verdad, es que en Chile no contamos con periodos históricos que merezcan una lectura romántica. Tal vez, el único espacio corresponde al periodo en que el país prevalecía libre, ese momento anterior a la colonización española y los procesos de dominación que continúan produciendo consecuencias horribles para nuestros pueblos originarios. Fuera de ese periodo pre-conquista, la continuación posterior de la historia nacional no merece un romanticismo ni recuerdos nostálgicos porque solo ha sido un vivir en medio de un punto muerto.
Notas
[1] La lectura de Braunstein (2011) nos señala que: Freud creía en el maravilloso pasado pergeñado por la nostalgia y era a la vez un escéptico intransigente que desacreditaba a los escenarios traumáticos o consoladores tramados por la memoria. “La verdad tiene estructura de ficción”. Habita en el tiempo subjuntivo. ¿Diremos que cada uno tiene la memoria que se merece, la que se ha buscado? (p. 64).
[2] Una tendencia constante que opera en el psiquismo para regresar a un “estado anterior”, una respuesta falsamente esperanzadora frente a las dificultades y el consabido final fatal que esperan a la vida. Una denegación de la clausura del camino que lleva hacia el pasado. Una intentona por encontrar la vida de antes cuando antes de la vida solo estaba la muerte y por eso se sufre la “nostalgia de la muerte” (Villaurrutia), ese único patrimonio que no le pueden quitar al ser humano (p.64).
Referencias
Braunstein, N (2011). “Diálogo sobre la nostalgia en psicoanálisis”, en Desde el jardín de Freud 11 (ene-dic 2011): 51-66.
Nicol A. Barria-Asenjo
Escritora, ensayista y estudiante de Psicología en la Universidad de los Lagos (Osorno, Chile). Es autora de Construcción de una nueva normalidad: notas sobre un Chile pandémico” (Psimática, Madrid, 2021) y del poemario político Retorno de la travesía iniciada un 18/O(LP5 Editora, 2021), entre otros.