Es fundamental que, de una vez por todas, se dé el paso decisivo para la coordinación de una disidencia unitaria, pudiendo dejar de lado las diferencias que emanan de las identidades particulares de cada grupo, y así converger en un programa común de acuerdo a una interpretación convocante del socialismo en nuestros tiempos. Es importante que todas y todos aquellos militantes que se sienten disconformes con la dirección partidaria actual, comiencen a socializar sus puntos de vista y críticas correspondientes, y también realizar este ejercicio con aquellos grupos de militantes que han renunciado al PS.
por Nicolás Zeballos Fernández
Imagen / Paula Narváez anuncia su comando, 31 de mayo 2021. Fuente: MediaBanco
“Una doctrina como el socialismo, que aspira a orientar a las generaciones jóvenes y a determinar las bases de una reconstrucción social, necesita acaso más que cualquiera otra interpretar el sentido de la época, de los valores permanentes que en ella operan y los que le son específicos, para ajustar a él, con plena conciencia, la perspectiva de una política. ¿Podrá ser el socialismo de nuestros días idéntico al de la segunda mitad del siglo XIX? ¿No se atenta contra su fecundidad histórica al querer encerrarlo en los dogmas de una metafísica simplista, propia de un periodo de centrismo atolondrado y de utilitarismo sin medida? ¿Carece de virtualidades profundas que se actualicen ideológica y prácticamente en función de las necesidades concretas de la vida contemporánea?
Eugenio González Rojas.
“Posición doctrinaria del Socialismo”, mayo de 1957.
Pasada la vorágine electorera producto de la consulta ciudadana de Unidad Constituyente, por una parte, y la inscripción de candidaturas a parlamentarias/os y presidenciales por otra, las alianzas políticas y correlaciones de fuerza ya están delineadas en lo fundamental. Seguramente, en los meses venideros, tendremos una agenda pública marcada por performances comunicacionales y declaraciones cruzadas de calibre mediano, para el goce de periodistas de la plaza y opinólogos de la “contingencia”. En el caso del Partido Socialista de Chile, la derrota sufrida por Paula Narváez a manos de Yasna Provoste fue recibido como un duro golpe por las cifras, pero no como algo inesperado. A una situación de estas características, generalmente, le sucede de manera inmediata un periodo de reflexiones y autocrítica, por muy superficiales que sean, pues la situación adversa obliga a dar una señal de cambio de manera rápida. Sin embargo, en el PS más bien reinó el silencio, salvo escasas excepciones, básicamente porque a los pocos días de la primaria no legal los partidos debían inscribir sus candidatos al Congreso y a las Consejerías Regionales. Al parecer, no era el momento para manifestar disidencias a la directiva partidaria. Y peor aún, una vez concluido todo este proceso electoral y burocrático, la actitud silente se mantiene. ¿Por qué?
El PS y la candidatura presidencial
El Partido Socialista vive en un estado de apatía que aumenta de manera paulatina. Es un síntoma que viene desde hace largo tiempo, y seguramente la derrota de Paula Narváez en la primaria de la ex Concertación hará que aumente aún más. Los resultados revelan que el número de votos obtenidos por Narváez es prácticamente el mismo que la cantidad de miembros del PS (un poco más de 40.000 en ambos casos), por lo que, suponiendo que el grueso de la militancia votó de manera disciplinada, es evidente la incapacidad que hubo para convocar a sectores de la ciudadanía independiente. Desde luego, el entorno mismo de la candidata y su equipo de campaña tienen bastante responsabilidad. Hubo un tono semimaternal propio de grupos ilustrados y tecnócratas con espíritu paternalista, una especie de mixtura entre la cosmovisión concertacionista y el ethos bacheletista, que se reflejó muy bien en el incomprensible slogan “Unir, Cuidar, Avanzar”, como si las amplias mayorías sociales movilizadas a partir del 18 de octubre, y por cierto antes también, necesitaran de una o un representante político que los “cuidara” ante los infortunios de la realidad actual. Se abusó del fetiche del restaurant “Las Lanzas” de Plaza Ñuñoa, como si ese recinto, esa plaza o esa comuna tuvieran algo de representativo del conjunto de la sociedad chilena. La campaña de Paula Narváez estuvo marcada por la incapacidad de incidir en la agenda pública nacional, y mucho menos de experimentar un ascenso en el grado de adhesión e identificación del mundo progresista en su figura. Uno de los principales argumentos desde el entorno de la candidata, fue la solidez de su programa de gobierno en desmedro de las otras candidaturas de la oposición. Seguramente tengan razón, pues no tengo la menor duda sobre la capacidad intelectual y técnica de buena parte de los cuadros socialistas, que activamente participaron en las instancias programáticas y de discusión del partido. Pienso, por ejemplo, en los espacios que promueve el Instituto Igualdad, cuyo trabajo por coordinar algún tipo de producción teórica de inspiración socialista es persistente y viene realizándose desde hace ya largo tiempo. Lamentablemente, no es posible afirmar la misma disposición por parte de la dirección partidaria.
Pero, a fin de cuentas, la responsabilidad del escenario actual no puede ser sólo de la candidata ni de su círculo más cercano. La conducta de la dirección del partido ha sido, por cierto, determinante en que hoy el PS sea una organización accesoria dentro de una coalición política que en nada trasciende dentro del proceso de disputa y transformaciones que vive nuestro país. La derrota sufrida por Paula Narváez fue dura e inesperada en la diferencia de los resultados, sobre todo porque el Partido Socialista es una institución que tiene, me atrevo a decir, una maquinaria y despliegue territorial mayor que la Democracia Cristiana junto al PPD y el resto de sectores políticos que apoyaron a Yasna Provoste. Pareciera que el partido no fue capaz de movilizar a nadie más que no fueran sus militantes, lo que demuestra, a fin de cuentas, que la imagen del Partido Socialista no tiene mayor identificación en la ciudadanía, sobre todo en los sectores populares. Pero no basta con personalizar la crítica únicamente en el presidente y el secretario general de la colectividad, que por cierto tienen demasiada responsabilidad. Las decisiones sobre conducta del partido involucran también a toda una institucionalidad, a una Comisión Política y a un cuerpo de delegados representativos de todo el territorio, nuestro tradicional Comité Central, órganos desde los que, al parecer, no emanó ninguna voz disidente fuerte ni la articulación de algún tipo de oposición.
De esta manera, la candidatura de Paula Narváez siguió la dinámica muy característica de la segunda etapa del bacheletismo, en el que los diseños estratégicos y fundamentales de la campaña quedan a resorte mismo del grupo cercano de la candidata, sin que el partido tenga un grado importante de influencia en este ámbito. Y ello es un error trascendental, básicamente porque se trata de la representante del partido, que tiene que encarnar la síntesis programática y política que elabore su militancia en los espacios democráticos correspondientes. Lo cierto es que, más allá de los errores estratégicos de la campaña de Narváez, no se entiende que el partido no haya influido de manera decisiva en los contenidos y el enfoque de una candidatura que era, supuestamente, una expresión orgánica de las bases, y no una aventura personal o de una reducida camarilla. Así, por lo menos, siempre se planteó públicamente el desafío de Narváez, y la independencia de su candidatura respecto al partido se debió a un débil liderazgo de la directiva, o simplemente a una falta de compromiso de ésta con aquella.
No tiene sentido seguir discutiendo si el Partido Socialista debió llevar candidata/o presidencial, y si la figura escogida era la mejor carta para ello. El partido decidió presentar un nombre para la contienda, por lo menos hasta una instancia de primarias, y a pesar de las críticas que podamos tener respecto a la performance de la candidatura, Paula Narváez representaba una de las mejores opciones dentro de la colectividad para encarnar un desafío de esas características. Su trayectoria profesional, su experiencia en la primera línea del último gobierno de Bachelet, así como su relativa independencia del baronaje masculino concertacionista, eran elementos que la posicionaban como una de las mejores cartas socialistas para una batalla de este tipo. Por ello, vuelvo a insistir en la idea, resulta lamentable que el Partido Socialista no haya tomado la decisión de influir de manera decisiva en el desarrollo de la campaña, en sus ejes temáticos y, sobre todo, en su despliegue mediático y discursivo, dotándolo de una estética popular, con el apoyo de una amplia infraestructura territorial y una red de soporte político que le permitiera actuar con un espíritu más confrontacional. Podemos insistir en la idea que el programa de gobierno de Narváez fue el más consistente, coherente y minucioso en los detalles, de todo el conjunto de ofertas políticas que se generaron en esta pasada. Pero la verdad es que, aunque nos pueda parecer lamentable, los tiempos actuales no se dirimen por la calidad de un documento que, en el mayor de los casos, ni siquiera se toma en cuenta cuando se llega al gobierno. Incluso hay sectores políticos que, una vez en el poder, reconocen que ni siquiera lo leyeron.
Pero la militancia socialista, especialmente en sus niveles de base, demostró una actitud encomiable en la medida que manifestó una profunda disciplina y compromiso con la candidatura socialista. En el momento más difícil de la campaña, se cuadró completamente detrás de la figura de Narváez, y desplegó todo su capital humano, recursos y energías en el territorio para posicionar a la candidata y socializar las principales ideas de su programa. Prácticamente todas las instancias comunales y regionales se movilizaron en este contexto, incluso con más entusiasmo y esfuerzos que muchas directivas locales, parlamentarios, alcaldes y cualquier otro cargo de representación popular. Ello no hizo más que demostrar el fuerte compromiso de las resilientes bases socialistas que, a pesar de la desidia de la dirección central, están dispuestos a dejar los pies en la calle para mantener en alto el nombre del Partido Socialista, y posicionarla como una organización aún disponible para contribuir al proceso de transformaciones y disputas que requiere nuestro país. Sin embargo, al mismo tiempo que destacamos este compromiso militante, es necesario también señalar que hubo poca actitud crítica o cuestionadora con la forma y el fondo de la campaña, mostrándose impávida ante los acontecimientos que enturbiaban la imagen de la candidata. Un partido de izquierda, responsable y coherente, no necesita una barra brava de gente dispuesta a seguir órdenes y asumir directrices impuestas desde arriba, sin mayor cuestionamiento a la validez o pertinencia de las mismas. Lo que necesita una organización de esas características es, por, sobre todo, una base social de militantes críticos e impugnadores de todas aquellas disposiciones cupulares que sean ajenas a un proyecto de una sociedad democrática estructural y radical. Asuntos de vital importancia para el partido, como la alianza política y electoral, o las ideas centrales que debe promover una candidatura de sus filas, son elementos que sólo pueden emanar de un proceso deliberativo del conjunto de la militancia. Por cierto, este enfoque aplica también para los movimientos sociales y cualquier otro tipo de organización cuyo horizonte final es la democracia plena.
El problema de la disidencia en el Partido Socialista de Chile
Para el caso del PS, quizás sea pertinente utilizar el concepto de disidencia de dos formas. La primera tiene que ver con el término en plural, como “disidencias”, básicamente porque el partido, desde su fundación, ha albergado en su interior a distintas corrientes filosóficas y doctrinarias, cada una con su identidad particular. Incluso han existido varias disidencias en un mismo periodo, y cada una se ha constituido como oposición a los sectores hegemónicos de acuerdo a sus características propias, sin mayor relación con el resto de los grupos en la misma situación. Los factores que explican la diversidad de disidencias son variados, y tienen que ver con elementos culturales, teóricos y políticos, pero también hay aspectos materiales que influyen en estas diferenciaciones, como la extracción de clase, la pertenencia a alguna casa de estudios o su posición dentro del sistema de producción. Dentro de las disidencias significativas que ha tenido el PS a lo largo de su historia, se me vienen rápidamente a la cabeza la del sector trotskista antiimperialista que lideraba, entre otros, Óscar Waiss, en el contexto de la hegemonía ampuerista de los años ‘50 y principios de los ‘60; o la Coordinadora Nacional de Regionales, muy crítica de la directiva partidaria en el contexto de la Unidad Popular y los años posteriores al Golpe Militar.
Todos estos grupos disidentes, en general, siempre se mantuvieron dentro del partido, en la medida que éste también les aseguraba espacios para su representación y desarrollo. Esta diversidad de identidades al interior de la colectividad, si bien en algunos momentos ciertos grupos la han concebido como un problema que imposibilita una conducta unitaria y disciplinada, la verdad es que, me atrevo a decir, para la mayoría de los militantes constituye una virtud del socialismo chileno, un elemento de pluralismo y ejercicio democrático del que nos sentimos profundamente orgullosos. Sin embargo, esta realidad se ve bastante difusa en la actualidad, básicamente porque no se avizora ninguna capacidad de articular disidencias a la dirección partidaria, y no debe haber nada más lamentable para una organización de izquierda que carecer de diversidad y pluralismo en su interior, de generar debates y contrapuntos, de promover alternativas de administración y gestión, y sobre todo de democratizar las discusiones y toma de decisiones, incluyendo con aquellos que no comparten la línea oficial del partido.
Desde que los límites y contradicciones del proyecto político, económico y cultural de la Concertación se manifestaron como algo difícil de negar, el Partido Socialista ha vivido innumerables fugas de militantes, demostrando con ello su incapacidad para procesar las disidencias que se generan en su interior. Haciendo un rápido repaso por estos éxodos de compañeras y compañeros, es posible identificar a grupos que se aglutinaron bajo el liderazgo de determinados dirigentes, la mayoría con una trayectoria militante de larga data, todos quienes, luego de algún tiempo y en distintos momentos, hicieron pública su renuncia. En menos de veinte años, Jorge Arrate, Alejandro Navarro, los Socialistas Allendistas, Carlos Ominami y ME-O, Sergio Aguiló, Gonzalo Martner, y más recientemente Marcelo Díaz, Ernesto Águila y Fernando Atria, junto a buena parte del grupo joven denominado Izquierda Socialista, han encabezado distintos momentos de fuga de militantes, sin contar a la inmensa cantidad quienes han renunciado de manera independiente, con mucha tristeza y sin tanta parafernalia mediática teñida de victimización. En general, todas estas renuncias grupales tuvieron en común un profundo tono crítico hacia la directiva del momento, y el hecho que hayan abandonado el partido sólo contribuyó a disminuir el grado debate y diferencias teórico-programáticas en la discusión interna. En otras palabras, para pesadumbre del joven Marx, dentro del Partido Socialista hay cada vez menos dialéctica.
Y esto nos lleva a la otra dimensión del concepto de disidencia, al del término en singular. Porque, efectivamente, lo que no hay al interior del Partido Socialista es la capacidad de generar una sola disidencia que pueda disputar la dirección partidaria a los grupos hoy hegemónicos. No voy a escudriñar en los motivos que existen para disputar la conducción del partido a estos sectores, básicamente porque ya se ha hablado bastante de ello. Ernesto Águila, en una columna de hace algunos días, afirmó que la actual directiva socialista pasará a la historia como la peor desde 1946. Más allá de estar de acuerdo o no con esta drástica aseveración, efectivamente hay algunos rasgos similares entre el binomio actual Elizalde-Santander, y la directiva liderada por la dupla de Bernardo Ibáñez y Juan Bautista Rossetti en la primera mitad de la década de los años ’40. Éstos últimos eran los representantes del sector denominado “colaboracionista” por su irrestricto compromiso, principalmente por motivaciones burocráticas, con la línea política del Partido Radical y su estrategia desarrollista-burguesa desde las élites. Ello, por supuesto, en desmedro del grueso de la militancia socialista, cuyas orientaciones apuntaban al desarrollo de un socialismo autónomo y autóctono que, años más tarde, sería lúcidamente sintetizado en el Programa del ’47. Por cierto, ello estuvo acompañado por un proceso de disputa política interna que lideró Raúl Ampuero para arrebatar la dirección del partido a Ibáñez y Rossetti, luego de catastróficos resultados electorales en distintos comicios de la época. Por cierto, las diferencias terminaron con la división del PS en el contexto de la promulgación de la Ley Maldita de 1948.
Sin embargo, el presente del PS respecto a su disidencia parece ser muy diferente, en gran medida porque no se ha manifestado, al interior de la colectividad, un conjunto de dirigentes y militantes de base dispuestos a afrontar un proceso de construcción de una oposición unitaria y transversal que sea capaz de enfrentar a la directiva actual. Ello quedó demostrado, como ya señalamos, en la pasividad con que el partido recibió los catastróficos resultados de la primaria no legal de Unidad Constituyente. No obstante este escenario, el partido se metió de lleno en los entretelones propios de un contexto de ratificación de candidatos a elección popular. No es novedad para nadie que la actual dirección partidaria utiliza este tipo de instancias para castigar a aquellos dirigentes y militantes que manifiestan críticas de manera sistemática a su gestión. Por ello, resulta entendible, aunque no menos lamentable, que no se haya iniciado de manera inmediata un proceso de autocrítica y reflexión, convocando al conjunto de la militancia para intentar revertir el catastrófico estado en que se encuentra el PS respecto a su influencia en el proceso de transformaciones que vive el país. La instrumentalización de los espacios dirimentes de cargos electorales, por parte de las directivas de turno, no es un fenómeno nuevo ni exclusivo de la actual dirección, pero no cabe duda que esta última ha abusado en su uso para conseguir adhesiones y lealtades internas. Por ello, no es de sorprender que aquellos que pretendían y asumieron el desafío de disputar cargos de elección popular en las próximas elecciones, prefirieran no esbozar mayores cuestionamientos a los resultados obtenidos, y en general a la bochornosa actuación pública del partido en el último año. Sin embargo, a pesar de ser una situación entendible, es también un hecho que entristece y desanima. Por otro lado, hay gente que alude al buen desempeño electoral en los distintos comicios pasados, como forma de mitigar las críticas. Es posible que ello sea una realidad, y nos llena de orgullo saber que hay socialistas ejerciendo cargos públicos a lo largo de todo el territorio y en todos los niveles institucionales. Además, hay toda una generación de representantes socialistas jóvenes, con un talento y creatividad tremendas, que hoy actúan de manera protagónica en alcaldías y en la Convención Constituyente, y que seguramente dejarán en alto la imagen de nuestro ideario. Pero aquí estamos hablando de un problema cualitativo más que cuantitativo, situando el problema en la posición que PS ocupa en el mapa político nacional, y que de esa posición se desprende una actitud pasiva, burocrática y desconectada del pulso mayoritario de la sociedad.
¿Qué hacer, entonces, para enmendar el rumbo que ha tomado el Partido Socialista? Estamos hablando de un cambio en la política de alianzas, en las directrices doctrinarias y teóricas, en el programa mínimo que debiese impulsar el partido, y en la actitud de cada dirigente y militante para un contexto de disputas y transformaciones. La historiadora María Angélica Illanes escribió alguna vez que “tenía Allende la permanente vocación de despertar conciencias y la secreta esperanza de remecer la más dura de todas, la más ‘inverosímil’: la conciencia de clase de los señores”. Lo lógico sería también, extrapolando esto a la condición de un militante disidente, realizar los esfuerzos para cambiar la conciencia de los grupos que dominan la institucionalidad partidaria actual. Sin embargo, pareciera que una empresa de estas características se enfrenta a la dificultad de dialogar con buena parte de una generación política educada bajo las dinámicas burocráticas, cortoplacistas y electoreras de la peor cara de la Concertación. Más lamentable resulta el hecho de que la mayoría de los sectores que han intentado dar una batalla de estas características, han terminado abandonando el partido.
Por ello, es fundamental que, de una vez por todas, se dé el paso decisivo para la coordinación de una disidencia unitaria, pudiendo dejar de lado las diferencias que emanan de las identidades particulares de cada grupo, y así converger en un programa común de acuerdo a una interpretación convocante del socialismo en nuestros tiempos. Es importante que todas y todos aquellos militantes que se sienten disconformes con la dirección partidaria actual, comiencen a socializar sus puntos de vista y críticas correspondientes, y también realizar este ejercicio con aquellos grupos de militantes que han renunciado al PS. Éstos, al estar disgregados en pequeños grupúsculos, no logran imponer el corpus teórico y programático del socialismo histórico como una alternativa real dentro del abanico de identidades transformadoras, y parecen más bien ocupar un rol accesorio dentro de otras coaliciones afines.
Por cierto, es prioritario que, dentro del objetivo de articular una gran disidencia, se pueda conformar una plataforma política y cultural seria y duradera que supere las experiencias similares anteriores, donde las oposiciones que emergían eran meramente coyunturales a una elección determinada, y que una vez que éstas se realizaban, los distintos grupos coordinados volvían a sus particularidades, sin mantener en el tiempo el esfuerzo de convergencia iniciado. Es fundamental no volver a caer en errores de esta naturaleza, y comprender que un proceso de disputa interno es una batalla de largo aliento, con conquistas y reveses, y donde la perseverancia y coherencia son elementos muy importantes para gozar de mayor legitimidad, tanto en la militancia como en la ciudadanía que se identifica con nuestro ideario. También es necesario asumir que ésta es una tarea que debe darse tanto por “arriba” como por “abajo”, según la clásica terminología, es decir, es un esfuerzo que deben dar, por una parte, los dirigentes y autoridades comprometidos con este objetivo desde sus respectivas esferas de poder, y también es un ejercicio que deben promover los militantes de base en cada uno de los espacios en que se desenvuelven, de manera dialéctica y sin que uno tenga supremacía sobre el otro.
Quedará por resolver en el camino, por cierto, si una cruzada de estas características puede llegar a buen puerto dentro de la actual institucional partidaria, o si es necesario construir un nuevo espacio que aglutine a todo este mundo socialista que anda disperso por distintos recovecos políticos del progresismo chileno. Por cierto que nadie quiere ver al partido dividido, pero también es cierto que en ocasiones pasadas no ha quedado otro camino. Lo fundamental, en cualquier caso, es comprender que una decisión de esas características es siempre una alternativa de último recurso, y que siempre se debe aspirar a la unificación del socialismo chileno bajo sus principios originarios. Por otra parte, circula por distintos canales de información la instalación de una especie de congreso partidario autoconvocado, del que desconozco su origen, intenciones y legitimidad ante la militancia. Sin pretender hacer una defensa de aquella instancia, parece interesante comenzar a articular procesos de discusión autogestionados que se emancipen de la burocracia cooptada que caracteriza a la actual dirección.
Jorge Arrate señaló hace algunos días que buena parte de la militancia socialista no votará por Yasna Provoste en la próxima elección presidencial. No me cabe ninguna duda que así será, tal como en el año 2010 varios socialistas votamos por el propio Arrate en primera vuelta. Sin embargo, ya viene siendo tiempo que los militantes del PS dejemos de identificarnos con alternativas que van a contrapelo de lo dispuesto por las direcciones de turno, porque ello sólo redunda en una tremenda desafección entre el Partido Socialista como institución, y el resto de la militancia y ciudadanía que aún espera algo del socialismo chileno.
Nicolás Zeballos Fernández
Militante del Partido Socialista.