Sobre los límites del nacionalismo obrero en Chile: Algunos comentarios a propósito de las primarias

Teniendo a la vista los últimos descubrimientos en torno a la especificidad de América del Sur, la crítica al comportamiento de las diferentes direcciones de la clase obrera a lo largo del siglo XX permite al menos dudar de las nociones y expectativas hoy diseminadas por aquellas fuerzas políticas que asumen acríticamente cierta capacidad de “soberanía nacional”, ya sea bajo una nueva institucionalidad burguesa o su “desborde”.

por Gabriel Rivas

Imagen / ¿Movilidad social?, 23 de junio 2011. Fotografía de Davidlohr Bueso.


“Esta organización del proletariado en clase y, por tanto, en partido político, es destruida una y otra vez por la competencia entre los propios obreros.”
Marx & Engels[1]

Del “desborde” a la tensa alianza del nacionalismo obrero

Las recientes primarias no sólo sorprendieron por sus resultados, sino también por el revuelo que generó en algunos sectores de la izquierda que, por lo general, se mostraban reticentes a ciertas tácticas propias de la lucha política. En particular, a aquellas que participan en la gestión directa del Estado. Después del plebiscito, viendo con buenos ojos los grados de movilización, este sector “por la izquierda del electoralismo” parece confirmar la vigencia de su estrategia: la modificación de las instituciones burguesas mediante la acción directa, impulsada por medio del programa emanado de la movilización pero que omite la toma del político y supone su desarrollo paralelo. Así, la promesa de gobierno del PC parecía la mejor apuesta dentro del esquema. Sin tener que modificar su táctica, esta se confirmaba apostando al programa más “izquierdista” de los candidatos de izquierda: el de Daniel Jadue. Bajo la apariencia de estar más a la izquierda de Boric dada cierta intransigencia en su figura y afinidad del PC con procesos nacionales donde el Estado aparece como un sujeto más activo sobre el mercado, sería una mejor apuesta para impulsar el “desborde” del proceso constituyente en curso.

El “desborde” de la constituyente, aunque suponga ser una “estrategia”, por su énfasis casi exclusivo en “el modo de hacer política”, en realidad, no pasa de ser una táctica. Y es que el contenido del “desborde” es el mismo programa levantado espontáneamente por la movilización obrera, pero suponiendo -y esta es toda la diferencia- que la “gestión directa” de la ley por parte de los trabajadores, por medios democráticos, produce una regulación más adecuada a la necesidad de “la vida” social en oposición “al capital”. Propuesta que, por más vueltas que se le dé, no sobrepasa el horizonte de una “democracia radical”, siendo el “consejismo obrero” su expresión ideológica más acabada como una democracia “puramente obrera”. Ahora bien, esta versión de democracia comparte con su melliza, más moderada o “republicana”, el hecho de que ambas son formas que se ven a sí mismas como el ejercicio de una revitalizada soberanía (pluri)nacional. En ambos casos, el deseo soberano supone que lo deseado está portado en su propio espacio nacional o, un paso más acá, en la especificidad que dicen personificar algunos sectores que se ven a sí mismos como nación dentro del Estado[2]. Por lo que, matices más, matices menos, tanto la izquierda “autonomista” como la “republicana” se unen ahí donde creen ser portadoras del potencial ejercicio de soberanía que, como potestad del Estado (o de naciones dentro del Estado), se impone “al mercado”, hace retroceder al “neoliberalismo” y abre el camino para la “autodeterminación de los pueblos”. Desde este punto de vista, la diferencia mutuamente atribuida entre la izquierda “autonomista” y la “republicana” queda superada o absorbida en el imaginario nacional, por lo que su incompatibilidad “estratégica” es una diferencia formal que, si bien puede indicar una diferencia real, al estar invertida -para ambos polos de la izquierda- como expresión de una potencia nacional, señala tendencialmente algo que solo alcanza su explicación como la unidad de la acción réciproque que media aquello que efectivamente hace el conjunto de la “nueva izquierda nacional”.

Avanzando un poco más allá de lo que sólo tendencialmente se indica como una diferencia inmediata entre “izquierdas” expresada, entre otros modos, como la permanente tensión respecto de cómo posicionarse frente al saliente personal político (la “ex-concertación”), podemos decir lo siguiente. En primer lugar, es claro que dicha diferencia se profundizó en la campaña. Mientras que Boric se mostró con una disposición de negociación mayor hacia los viejos partidos obreros que forman parte de la “ex-concertación”, buscando sumar a la “centro izquierda” desbandada pero viva; Jadue y el PC intentaron capitalizar “la revuelta”, buscando renovar su masa de votantes, mostrándose con una aparente mayor disposición de intervención estatal y menos negociación con “los pilares del modelo” (a pesar de ser insistente en su total falta de interés por transgredir el sacro derecho de propiedad). Ahora bien, sobre esta diferenciación de las campañas se desarrolla una doble identificación. Por un lado, los sectores profesionales de la clase obrera formados en las universidades “tradicionales”, de trayectorias profesionales consolidadas familiarmente y propensos a rechazar otras formas de acción política por fuera de la legalidad burguesa, etc. se inclinan por la “viabilidad” de Boric. Aspectos que, sin duda, comparte y se identifica la izquierda “concertacionista” que salió a apoyar al candidato frenteamplista de manera masiva. Por el otro, los obreros profesionales que han venido formando el ejército industrial de reserva (en contraste con los profesionales de “primera categoría”) se identificaron con el apoyo “no profesional” o “más popular” que suscita el candidato del PC y el imaginario histórico comunista que pone al Estado como sujeto político central. Son quienes han visto cómo se precariza su situación, que han tenido durante toda su vida política la acción directa y el enfrentamiento con las fuerzas policiales como parte de sus repertorios de acción y que, finalmente, ven en el Estado el mejor medio para asegurar su reproducción. Identificados en Jadue, parte de la población obrera profesional más precarizada y políticamente activa se mimetiza con el resto de la clase obrera “no profesional” reflejando su propia precariedad relativa. Esto es lo que arrastra a la campaña de Jadue a una parte de la izquierda, incluyendo fracciones de la  izquierda “no electoral” que se formó en permanente tensión con el sector de izquierda donde se cultivó un Boric y al que hoy reconoce como la cantera más sana de donde tomar los reemplazos del viejo personal político. Ahora bien, si uno toma como referencia la cantidad de votos del PC en la elección de convencionales, en las recientes primarias habrían sumado unos 400 mil votos[3]. Si bien falta un análisis más detallado de su origen, no es inverosímil pensar que haya sido expresión de los ya mencionados obreros profesionales más precarizados que participaron en la oleada de huelgas políticas en 2019-2020 y que luego volcaron su voluntad en las urnas. Dicho de otro modo, no es impensable que parte de los 900 mil votos de la Lista del Pueblo para constituyente, al menos la parte que se identifica con “la pulsión estatista” o más definidamente “anti-neoliberal” del proceso en curso, le haya prestado apoyo al PC.

En su unidad, mientras que Boric logra crecer por el viejo centro “concertacionista” izquierdizado al calor de la lucha de clases Jadue hace de centro para una parte de la izquierda “anti-neoliberal” apartidista. De esta manera, la diferencia entre Boric y Jadue actúa en lo inmediato como dos polos excluyentes entre sí pero donde cada uno se afirma atrayendo el voto que el otro excluye, conformando la identidad de dos identidades aparentemente contrapuestas. Como dos polos que se comprenden mutuamente como formas de lo nacional naturalizado, el FA y el PC constituyen una alianza que, por sus diferencias internas —que indican la diferencia real como fracciones de clase—, se sostiene en una permanente tensión, sin que ninguno pueda imponerse sobre el otro, todavía. Si bien se puede hacer una analogía con la antigua yunta PC-PS -que parece ser lo que se configura en la relación FA-PC, donde ahora el PC parece ser la izquierda del binomio-, esta termina cuando existe una tercera fuerza de izquierda dispersa bajo el paraguas de la Lista del Pueblo y que da señales de querer definirse como fuerza (o fuerzas) independiente. Más allá de la comparación, vale la pena señalar la similitud de la alianza y su diferencia, porque expresa algo que no se había visto en el ciclo político inmediatamente anterior.

Volviendo sobre lo común en esta alianza contradictoria y frágil entre obreros profesionales de “primera” y “segunda” categoría junto a los sectores tradicionales del PC -su base sindical, territorial y estudiantil-, sus potenciales logros estarían, como ya dijimos, en el ejercicio de la soberanía nacional. ¿Pero sobre qué se monta dicho ejercicio de poder?, ¿de donde sale la fuerza soberana del “pueblo”? Como decía Lenin, la política es economía concentrada, por lo que el secreto de toda fuerza política radica en qué determinación económica condensa en su acción.

 

Las bases de la “soberanía nacional”

La promesa de la soberanía, que tiene como forma más radicalizada la idea del “desborde”, se monta sobre el resultado del proceso contractivo que implicó la importante caída de flujo de renta de la tierra[4] al espacio nacional y el aumento del peso relativo de la misma bajo la forma de ahorro fiscal. Como todos vimos, al volverse los remanentes de renta de la tierra -bajo la forma del erario público- el centro de la lucha política, el conjunto de la clase obrera se enfrentó masivamente al representante político del capital social total en una enorme oleada de huelgas políticas reprimidas con el terror de Estado, materializado en la actuación de Carabineros de Chile, y que tuvo su punto más álgido en noviembre de 2019. Lo anterior se condensó en una negociación que no dejó conforme al conjunto de la clase obrera movilizada, pero a partir de la cual nace un nuevo escenario donde la acción política demanda armas diferentes de las usadas en las calles, dando paso al fortalecimiento de nuevos y no tan nuevos partidos políticos obreros. La clase obrera participa masivamente de este proceso bajo la promesa de nuevos estándares que no supongan la degradación total de sus condiciones de reproducción, buscando darle forma al nuevo marco regulatorio bajo el cual el proceso de acumulación de capital produzca sus propias condiciones. Pero también, en un país cuya vida económica está marcada por la exportación de recursos naturales, esto puede implicar una reorganización del modo en que se realiza la apropiación y distribución de renta de la tierra frente a la conducta rapaz del capital individual. En otras palabras, con la Convención Constitucional no sólo se pone en juego el modo en que la clase obrera mediará su reproducción como conjunto en el siguiente ciclo -que es lo que propulsa la táctica del “desborde”-, sino que comprende la transformación o rectificación de los diferentes modos en que la renta diferencial es apropiada por el conjunto del capital radicado en el espacio nacional. Todo bajo la apariencia del ejercicio de la soberanía nacional.

Si bien no parece posible adelantar bajo qué forma se resolverá la lucha política que forje el nuevo entramado jurídico, sí podemos indicar al menos sobre qué bases materiales se monta el soberano y desbordante entusiasmo de la izquierda. Dijimos que, en primer lugar, el entusiasmo es resultado del mismo proceso contractivo de la renta de la tierra, la que pasó de ser más del 50% de la plusvalía total apropiada por el espacio nacional en 2011 a un 10% en 2017 (última estimación disponible). Sobre esta base, el principal mecanismo indirecto de apropiación de esta masa de valor extraordinario -el tipo de cambio- se vio menoscabado. El centro pasa a estar, como ya se dijo, en el Estado, el que cuenta con una importante masa de renta ahorrada que para el 2020 alcanza el 8% del PIB. A esta masa extraordinaria de valor habría que sumar la masa de los salarios diferidos ahorrados como fondos de pensiones disponibles, los que ya se han vuelto una fuente de de liquidez, vehiculizada por la misma clase obrera forzada por la crisis, capaz de.sostener la reproducción del capital local. Agreguemos también que el aumento de los precios del cobre -que lleva varios meses y con buenas proyecciones[5]– y el impulso de las exportaciones sobre las importaciones —golpeadas por la profunda caída de la masa salarial que se contrae con el desempleo— entregan un saldo positivo en la balanza de pagos (entre el último trimestre de 2020 hasta el primero de 2021). Finalmente, si sumamos la posible reapertura del comercio y la industria a partir de los avances del proceso de vacunación e inmunización de la población, se refuerza la apariencia de la recuperación y cierta estabilidad. Sin embargo, esta base económica sigue sujeta a las condiciones precarias de la economía mundial en que se estaba antes de iniciada la pandemia. El rebrote económico no resuelve, por ejemplo, la crisis de productividad industrial (estancada desde 2008), la baja de la ley del cobre y aumento de los costos que se han traducido en una caída de la productividad minera, el agotamiento de la biomasa marina, entre otras cosas que hacen a la base de la especificidad chilena que buscará ampliar su escala de reproducción en el siguiente ciclo expansivo. Este conjunto de cuestiones se deberán eventualmente resolver —bajo la forma de conflictos políticos venideros—, puesto que determinan el conjunto de condiciones materiales de la vida nacional. A pesar de las grandes tormentas políticas en curso, es fácil reconocer que las bases materiales de la clase obrera chilena en su estado actual, como producto de su vida económica, no parecen haber sufrido modificaciones sustanciales todavía y nada dice que eso vaya a cambiar al corto plazo.

El potencial desborde como el “verdadero” ejercicio soberano, se monta sobre la misma base inconsistente del nacionalismo republicano y moderado que encuentra su necesidad -enajenada- en la resolución de la sobreproducción de capital, como mediación de una nueva expansión y desarrollo del mercado mundial. Situación, por lo demás, profundizada desde el 2009. No cabe duda que el “piso” creado por la renta de la tierra puede potenciar transformaciones importantes en las condiciones de reproducción de la clase obrera (como podría ser, por ejemplo, el potencial “retorno” del Estado a la producción monopólica de ciertos bienes de la canasta obrera bajo la forma de derechos garantizados), pero el hecho de que todo sigue sujeto a una incierta situación internacional, además de la falta de claridad sobre el rol de la población obrera sobrante sudamericana en la reproducción de la clase obrera mundial, pone en duda la posibilidad efectiva de sostener un piso mínimo garantizado por el Estado que permita reproducir los atributos básicos, de carácter universal, de la misma. Si bien es poco probable que llegada una contracción más profunda, Chile atraviese una situación como la de Venezuela[6] (sobre todo porque uno y otro país ocupan lugares incomparables en el mercado mundial de sus respectivos exportables estrellas) no es inverosímil que un nuevo proceso contractivo mine las actuales bases del potencial crecimiento, impulse nuevos combates entre clases y obligue a una violenta renegociación que rompa la solidaridad obrera y abra la puerta a que ciertos sectores vuelvan a pactar las condiciones de su reproducción con los capitalistas en base a la exclusión de los obreros más postergados, los que han mostrado ser importantes como infantería ligera en la movilización pero también dejan ver una menor capacidad para organizar una acción política centralizada y permanente. Apoyados en los nuevos fundamentos constitucionales creados como resultado de la acción conjunta de la clase obrera, no es imposible que el desborde devenga en desbande para cierta izquierda, la frágil solidaridad obrera estalle y tenga lugar un fuerte proceso de disciplinamiento de los sectores que decidan no negociar en vistas de un nuevo “pacto social”, quedando como el chivo expiatorio de la nueva paz, que, como toda paz burguesa, no puede fundarse en otro lugar que no sea la paz de los cementerios.

 

La vigencia de la acción comunista

En síntesis, tanto la apuesta por la democracia “moderada” o bien “desbordada” parecen estar montadas en una cuestión aparente que se salta que las mismas condiciones que han puesto a Jadue y Boric donde están —como personificación de la acción estatal “más decidida” por sobre “la mercantil”— son transitorias y endebles. Dicho de otro modo, lo que hace pensable “el desborde” es lo mismo que hace posible una reacción todavía más feroz en el futuro ante un eventual caída —más profunda— de la renta de la tierra y el conjunto de la actividad. Lo que sabemos sobre las implicancias de la existencia de la renta de la tierra como base de la reproducción del capital y el comportamiento de América del Sur en la unidad mundial, entrega fuertes razones para sostener un cierto escepticismo frente a la posibilidad de que un programa nacionalista se imponga en sus propios términos. Más todavía si en estos 30 años lo único que se ha consolidado es la caída de la apariencia de soberanía nacional que invierte el hecho de que Chile sea órgano pleno en la unidad del mercado mundial, lo que se reconoce bajo la forma de desconocerlo como producto de la política “neoliberal”. Teniendo claro el no poder decir más que una generalidad, no está demás indicar que la izquierda (continental) parece mediar el desarrollo de un nuevo proceso de ajuste y relanzamiento del ciclo pero que crece invertido en su cabeza como el avance de su acción libre y soberana, reforzada en los triunfos simultáneos de los diferentes partidos nacionalistas (Bolivia, Perú y en menor medida Argentina) y el refuerzo de la acción estatal en el mundo como respuesta a la pandemia. Algo que, para el caso chileno, nada tiene que ver con abrir la posibilidad de un “desborde” del Estado burgués o llegar a ser soberanos; como si fuera posible producir un acto “independiente” que no esté mediado por la presencia o ausencia de la renta de la tierra como principal mediación específica del ciclo económico nacional.

Cualquier programa que diga expresar la potencialidad transformadora de la clase obrera chilena -aunque sea bajo su desconocimiento como fracción especial: la “clase media”- pero que no reconozca que la fuerza política de la misma está portada en la renta de la tierra —determinación específica pero no exclusiva sobre la cual Chile se reproduce como órgano de la unidad mundial—, gobierna forjando su propio retroceso y el desbande, dando pie forzado a una nueva negociación con el pequeño capital nacional y los fragmentos de capital medio instalados en el territorio. ¿La prueba? Todos los cierres de ciclos “populista” del siglo XX en donde la clase obrera participó de su gestión. Teniendo a la vista los últimos descubrimientos en torno a la especificidad de América del Sur, la crítica al comportamiento de las diferentes direcciones de la clase obrera a lo largo del siglo pasado permite al menos dudar de las nociones y expectativas hoy diseminadas por aquellas fuerzas políticas que asumen acríticamente cierta capacidad de “soberanía nacional”, ya sea bajo una nueva institucionalidad burguesa o su “desborde”.

Está muy por sobre la capacidad de este escrito plantear por dónde pasa la superación de la especificidad nacional que determina con la fuerza de una ley la acción política “soberana” de la clase obrera hoy, pero el hecho de reconocer el límite de la propia acción —dado por el rol de la renta de la tierra en la reproducción del espacio nacional— es el punto de partida ineludible para avanzar en una organización política con un programa de clase obrera independiente de las clases propietarias que pueda poner de relieve las potencias efectivas del espacio nacional y a sí misma como miembro de la división internacional del trabajo, parte de una clase cuyo alcance es mundial. Es decir, una organización capaz de desarrollar un programa que sea la superación del actual, al ser nacional solo por forma, consciente del carácter mundial de su contenido inmanente; un programa que se reconozca como órgano de la unidad mundial que determina la necesidad de su propia acción en el desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo social enajenadas como capital. En el intertanto, al menos se puede decir que la defensa y avance en cualquier derecho que implique dar un paso en la universalización de las condiciones de reproducción de la clase obrera —es decir, en el desarrollo de las condiciones normales de producción de sus atributos universales— debe ser defendido por ser el punto de partida material básico para que cada miembro de la clase obrera avance en el reconocimiento de su acción como parte de la clase obrera mundial. En lo inmediato, asegurar esas condiciones pasa por la defensa del salario (social y directo) y los derechos políticos de la clase obrera -que comprende la libertad de los presos políticos del ciclo de huelgas y la denuncia y reparación del terrorismo de Estado. En el mediano plazo, los bloques de izquierda que se muestran afín a estas cuestiones mínimas se les puede considerar aliados transitorios frente a los demás partidos burgueses, pero ninguna simpatía puede hipotecar la crítica al límite que le imponen a la acción política de la clase obrera al naturalizar el carácter nacional de su lucha.

Como última cuestión, volver a señalar que la pseudo-estrategia del “desborde”, como la expresión más radicalizada del ejercicio de la “soberanía (pluri)nacional”, comparte los mismos supuestos que su reflejo “moderado”, por lo que, por un lado, porta el mismo límite. Pero a su vez, como ha puesto en evidencia la reciente primaria, este supuesto nacional compartido entre dos fuerzas que se miran y reflejan recíprocamente el ser antagónicas permite un acercamiento que, si bien puede ser transitorio, pone en evidencia su complementariedad táctica y afinidad estratégica más allá de su mutua diferencia refleja como oposición interna. A pesar de verse como algo diferente, la izquierda del PC termina subordinada, compartiendo el mismo programa de reformas, pero tensando “por la forma” (más democrática) como fuerza a la izquierda. Es así que los matices existentes, si bien son reales, pueden ser leídos como diferencias en la unidad del revivido nacionalismo obrero que hace de horizonte común al conjunto del “anti-neoliberalismo”. Bloque que, desde el FA hasta la izquierda extraparlamentaria, parece ser el portador de una necesaria acción estatal por sobre los capitales individuales empujada por la crisis que emerge del fin del ciclo de precios altos. Como se dijo, esto está  expresado de modo más pleno en el PC -por su trayectoria y afinidad histórica con la intervención Estatal como la forma de acción política más potente posible-, esta “pulsión estatista” -como realización efectiva del ejercicio “soberano”- se diluye o modera en la figura de Boric, pero persiste. Esto, lejos de ser una contradicción absoluta, es la indicación  de lo débil o exiguo que sigue siendo una “pulsión estatista plena” que suponga la amenaza al derecho de propiedad de los capitalistas. Impotente para ser independiente, el PC junto a “su izquierda” vinculada a la táctica del “desborde”, se conservan en esta relación contradictoria como la fuerza más decididamente estatista -pero subordinada- en el bloque “anti-neoliberal”. Es claro que las próximas acciones de la Lista del Pueblo terminarán de dibujar el conjunto de formas políticas que medien la lucha de clases en curso, pero dicha reconfiguración no cambia el contenido material de la misma ni la afinidad estratégica existente entre cierta izquierda extraparlamentaria y los partidos nacionalistas obreros que ocupan nuevamente un lugar en la lucha política, incluyendo a la Lista del Pueblo. Ciertos del límite de nuestra acción consciente, sólo cabe añadir que hoy, más allá de “la sensación” cierta de ser fuerza que impone nuevas condiciones a la acumulación por medio de el copamiento del Estado, la crítica comunista no pierde lugar ni vigencia, sino que debe volverse todavía más despiadada en el reconocimiento de las potencias enajenadas de la acción política obrera como parte de la transformación de la clase obrera en clase dominante. Y es que, si bien sabemos que “construir el futuro y asentar todo definitivamente no es nuestro asunto, es más claro aún lo que, al presente, debemos llevar a cabo: me refiero a la crítica despiadada de todo lo existente, despiadada tanto en el sentido de no temer los resultados a los que conduzca como en el de no temerle al conflicto con aquellos que detentan el poder” (Marx, 1843)[7].

 

Notas

[1] Karl Marx y Friedrich Engels, Obra selecta. Antología de textos de economía y de filosofía. Manuscritos de París. Manifiesto del Partido Comunista. Crítica del programa de Gotha (Edición Jacobo Muñoz. Cartoné. Biblioteca de Grandes Pensadores. Madrid: Editorial Gredos), 325.

[2] Sobre la nación como forma específicamente capitalista, ver, Fernando Dachevsky, “El capital y la nación desde la crítica de la economía política”, Revista Izquierdas, 50, abril 2021:1-26.

[3] Según los datos del Servel los votos que sacó el PC en constituyente fueron de 284.924, mientras que Daniel Jadue sumó 693.370.

[4] Chile, al igual que otros países de la región, está determinado como exportador de materias primas para el mercado mundial, como son las de tipo minero, agrícola o ganadero. Incluso antes de su vida como estado nacional independiente. Al producir dichas mercancías en condiciones naturales preferenciales, en determinados periodos, donde la necesidad social solvente por las mismas crece haciendo subir el precio comercial que rige el mercado mundial, el precio de producción de estas se ubicará por debajo del nuevo precio. Esta diferencia permite que los capitales exportadores obtengan una ganancia extraordinaria que se convierte en renta al momento de pasar al dueño de la tierra (privado o estatal). Sin embargo, dicha apropiación primaria puede verse interrumpida por otros sujetos sociales buscan apropiarse de la misma por medio de mecanismos directos (políticos) o indirectos (monetarios). Dentro de este conjunto de personificaciones que disputan la renta, se encuentra la del capital industrial que cede plusvalía e intenta recuperarla. Esto quiere decir, por ejemplo, que, mientras que las teorías del intercambio desigual -en todas sus variantes- ven una sangría sistemática de plusvalía de la periferia al centro y sobre la cual intenta explicar la especificidad sudamericana, la existencia de la renta de la tierra pone de relieve un flujo de plusvalía extraordinaria del capital que compra recursos naturales producidos en condiciones diferenciales como las de América del Sur y con ello, indica de un modo diferente la especificidad del continente en la unidad mundial del modo de producción capitalista. Ver, Juan Iñigo Carrera,  La renta de la tierra. Formas, fuentes y apropiación (Buenos Aires: Imago Mundi, 2017).

[5] Se puede consultar la noticia en https://www.cochilco.cl/Paginas/Sala-de-Prensa/Noticias.aspx?ID=477

[6] Sobre la especificidad venezolana, ver Juan Kornblihtt & Manuel Casique, “La crisis venezolana como expresión de la sobreproducción mundial de petróleo pesado”, Cuadernos De Economía Crítica, 7(14), 129-153. Recuperado a partir de http://sociedadeconomiacritica.org/ojs/index.php/cec/article/view/246

[7] Karl,Marx., “Carta a Ruge (septiembre de 1843)”, Marxist Internet Archive, https://www.marxists.org/espanol/m-e/cartas/m09-43.htm

Gabriel Rivas
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Doctorando en Ciencias Sociales en la Universidad de Buenos Aires y miembro del Centro para la Investigación como Crítica Práctica (CICP).