Gran parte de los medios de comunicación tradicionales han mostrado estos eventos recientes como un “choque” o un “conflicto” por “desalojos”, con encabezados que contribuyen a un entorno lingüístico demasiado conocido. Estas palabras tienen éxito en una cosa: blanquear y restar importancia a un etnoestado neocolonialista, haciendo de la continua opresión de los palestinos y la negación de sus derechos humanos una normalidad internacional.
por Asia Khatun
Traducción de There’s Nothing Complicated About What’s Happening in Palestine por Nicolás Ortiz Ruiz
Imagen / Gaza, 30 de marzo 2018, Hosny Salah en Pixabay. Fuente.
Las últimas semanas han visto la ocupación colonialista en acción, en tanto un fallo del Tribunal de Distrito de Jerusalén determinó la expulsión de varias familias palestinas de sus hogares en el barrio de Sheikh Jarrah en la ocupada Jerusalén oriental. Si bien el dictamen sobre las expulsiones ha sido retrasado, estos mismos palestinos/as, desplazados/as de Yafa y Haifa en 1956 bajo un mandato jordano, iban a ser expulsados/as por la fuerza de sus hogares por colonos con la ayuda de la fuerza policial israelí. Naturalmente, esto provocó indignación y llevó a muchas familias y lugareños a movilizarse para protestar lo que es entendido como un paso más en la anexión de Jerusalén Este.
A pocos kilómetros, en la mezquita de Al-Aqsa, los fieles que asistían a las oraciones nocturnas en el mes sagrado del Ramadán se encontraron con bombas de sonido y gases lacrimógenos lanzados por soldados armados. La violencia ahora ha escalado al lanzamiento de cohetes de Hamas y ataques aéreos de Israel. Hasta el martes (11/5), estos incidentes habían provocado la muerte de veinticuatro palestinos/as, incluidos nueve niños/as, y cientos de heridos según el Ministerio de Salud de Gaza.
Gran parte de los medios de comunicación tradicionales han mostrado estos eventos recientes como un “choque” o un “conflicto” por “desalojos”, con encabezados que contribuyen a un entorno lingüístico demasiado conocido. Estas palabras tienen éxito en una cosa: blanquear y restar importancia a un etnoestado neocolonialista, haciendo de la continua opresión de los palestinos y la negación de sus derechos humanos una normalidad internacional.
La normalización del colonialismo comienza donde siempre lo ha hecho: en el lenguaje. Esta elección de palabras, ya sean irresponsables o simplemente ignorantes, refuerzan la noción de que se trata de un conflicto en el que ambas partes tienen los medios para ser igualmente violentos entre sí. Pero el hecho es que Israel es una de las naciones más militarizadas del mundo, respaldada con miles de millones de dólares y armas de Estados Unidos. La dinámica de poder que la sociedad occidental entiende simplemente no existe, y la falta de comprensión es una consecuencia de décadas de combinar el antisionismo con el antisemitismo, lo que desvía la conversación de la limpieza étnica de Palestina.
Los medios de comunicación tradicionales están acostumbrados a desviar casi todas las conversaciones sobre la muerte de palestinos hacia Hamas y sus cohetes. En la mañana del 11 de mayo, el jefe de la Misión Palestina en el Reino Unido, Husam Zomlot, en el programa “Newsnight” de la BBC explicaba que las medidas reaccionarias de Hamas (inicialmente financiado por Israel en su desesperación por contrarrestar a los laicistas en la Organización para la Liberación de Palestina) no deben pesar más que las violaciones de derechos humanos que ocurren a diario y resultan en un creciente número de muertos. Palestina no se encuentra en un vacío de poder gobernado repentinamente por Hamas: es una región intencionalmente desestabilizada, gran parte de la cual funciona como una prisión al aire libre bajo control israelí.
Esta línea repetitiva de interrogación tiende hacia el encubrimiento, ya sea de manera intencional o no, y a la generalizada negativa a reconocer que las acciones criminales de Israel son parte de cómo la ocupación se ha metastatizado en una paradoja: en algunas instancias, estos “enfrentamientos” se informan en un frenesí sensacionalista; en otras, la muerte de palestinos son un hecho habitual y mundano.
En el Reino Unido, los políticos de centro izquierda se han negado a adoptar una postura firme contra el gobierno del apartheid. Pocos días después de que Jeremy Corbyn le imploró al presidente Joe Biden que aplicara una “enorme presión e influencia sobre el gobierno israelí”, Keir Starmer, el actual líder laborista, tuiteó un reconocimiento tibio de la violencia. La solicitud de Starmer para que el gobierno israelí “trabaje con los líderes palestinos para reducir las tensiones” se ajusta a la percepción de que el gobierno israelí quiere trabajar con los líderes palestinos, siendo que hace tan solo un año, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, proclamó: “Nosotros somos los que dictan reglas de seguridad… Ellos seguirán siendo súbditos palestinos”.
La consecuencia de esta disputa lingüística es que la anexión de tierras palestinas por parte de Israel, la cual infringe el derecho internacional, se vuelva aceptable. Los palestinos han intentado combatir esta represión a través de las redes sociales con videos y hashtags, como #SaveSheikhJarrah, documentando la brutalidad gráfica que se desarrolla a su alrededor. Pero muchos se han enfrentado a la censura: algunas publicaciones son ocultadas y otras eliminadas. El silenciamiento de la disidencia a través de la esfera digital es otra forma peligrosa de control sistémico, el cual niega la libertad de expresión y limita la libertad de prensa.
Las acciones de Israel se centran en un dogma con el cual todos los neocolonialistas pueden alinearse. Cuando comete crímenes, la negativa a ver la ilegalidad y la inhumanidad en su ocupación de Palestina se convierte en la norma. El colonizador ha sido el protagonista en nuestro discurso mediático durante tanto tiempo que las palabras se escriben solas. La limpieza étnica de Palestina es siniestra en todas sus formas, pero la manipulación del lenguaje para convertir en villanos a un pueblo cuya dignidad y humanidad ha sido despojada durante más de setenta años es particularmente aborrecible.