Chile 73

Las experiencias políticas del pasado se suman así a los experimentos mentales del presente para permitirnos evaluar que está permitido esperar de los procedimientos electorales en el capitalismo cuando es el capitalismo el que debe ser cuestionado: nada. Pero la manipulación de las mentes durante tanto tiempo ha incrustado la religión de “la-democracia” tan profundamente que nada parece poder vencer su argumento formal, tal y como resuena familiarmente: como una discusión entre personas de buena fe, donde el (menor) desacuerdo se soluciona mediante un discurso racional. Pero si la política bajo el capitalismo hubiera respondido alguna vez a este tipo de definición proyectiva, deberíamos haberlo percibido.

por Frédéric Lordon

Traducción del capítulo de Figures du communisme por Javier Rodríguez Aedo

Imagen / Victoria del Frente Popular en Chile, 1938, Pedro Encina en Flickr. Fuente.


“Después del COVID nada podrá ser como antes”. En su reciente libro Figuras del comunismo, el economista y filósofo francés Frédéric Lordon parte de esta constatación ilusoria (ya que “todo es igual, y peor”) para reflexionar sobre la angustia y las precariedades que asechan la existencia hoy por hoy. Si la pandemia es una condición necesaria para transformar las cosas, estamos lejos de comprender las causas profundas. Mirando de frente el problema, y llegando a sus últimas consecuencias, Frédéric Lordon enumera: 1) el capitalismo pone en peligro la especie humana; 2) la política de los acuerdos de la socialdemocracia terminó; 3); la minoría privilegiada hará todo lo posible por mantener sus prerrogativas; 4) salir del capitalismo tiene un nombre: comunismo.

El problema radica en que el comunismo es, en estos momentos, irrepresentable. Como nos recuerda Lordon, su fatalidad histórica es nunca haber tenido lugar verdaderamente, y sin embargo estar cargado de imágenes desastrosas. La tarea por delante es poner en su lugar imágenes de lo que realmente podría llegar a ser, reflexionando sobre las derrotas pasadas y los combates que le esperan. Por eso Chile 73.

 

***

 

Nunca, en ninguna parte, la burguesía ha entregado las llaves de su propio golpe de gracia.  De hecho, ¿por qué lo haría? ¿Por qué dejaría que se destruyera la sociedad capitalista, dado que la sociedad capitalista está ahí para ella? También, en todas las latitudes, y en todas las épocas, la burguesía tiene el mismo rostro desfigurado por el odio, el mismo frenesí por disparar contra la multitud que aquella vieja momia con lentes de sol captada por la cámara de Patricio Guzmán en las calles de Santiago en 1973. Y si no toda la “burguesía”, categoría sociológica poco definida y bastante amplia, al menos su fracción más coherente, consciente de sí misma como clase, y consciente de sus intereses de clase – la burguesía en estado salvaje.

En cada una de las fibras de su ser, esta burguesía, siempre, por doquier, es versallesca. Es en Francia, en 1871, donde concretiza plenamente su concepto y, al mismo tiempo, enseña todo lo que hay que saber de la democracia burguesa. La democracia burguesa es ese régimen en que se puede hablar de todo menos de aquello que asegura el poder social de la burguesía – a saber, en última instancia, la propiedad privada de los medios de producción, y la forma particular de reclutamiento que determina: el asalariado. Cualquiera que intente tocar eso se encontrará en su camino con la burguesía.

 

Lecciones

Entre 1970 y 1973, Salvador Allende se arriesgó. El resultado fue una lección política de tal crueldad que merece la pena considerarla – al menos entre quienes tuvieran la intención de repetirla.

Pero ¿qué sentido tiene volver al Chile de los años 1970, en plena pandemia de los años 20 del siglo siguiente? Es recordar precisamente lo que puede enfrentar el simple deseo de “después del COVID nada podrá ser como antes”, incluso cuando vemos que el movimiento natural de las cosas no bastará y que será necesario echarle una mano – todo el problema reside en saber qué entender por “echarle una mano”[1].

Si la experiencia chilena es útil, es porque es reciente. Las formas de sociedad que nos muestra son más cercanas a las nuestras que las de Rusia en el 17 o las de China durante la Marcha Larga – por lo que las comparaciones son más fáciles y significativas. Los problemas que tuvo que enfrentar no son tan diferentes de los que tendríamos nosotros, si tuviéramos el proyecto de inspirarnos en ella, en los términos en que se definía en su momento: “llegar al socialismo por la vía democrática”.

Porque esta es finalmente toda la cuestión: en términos de “socialismo” (en cuyo lugar pondremos “comunismo”[2]), ¿qué podemos esperar de la “vía democrática”? El experimento mental de imaginar un gobierno de izquierda, no del todo anti-capitalista, sino suavemente … socialdemócrata (en el sentido histórico del término), es decir, decidido a trabajar de todos modos para modificar las condiciones estructurales de la relación de fuerzas entre el capital y el trabajo, enfrentando por tanto las disposiciones de la mundialización financiera y comercial, este experimento mental ya está dando sus lecciones.

Incluso si se atuviera a esta base programática moderada en comparación a lo que exigen las emergencias ambientales y sanitarias hoy por hoy entremezcladas, este gobierno sería derrotado en el terreno: por las fuerzas de los mercados de capitales y su poder para derrotar (a través de tasas de interés) cualquier política económica que resulte inconveniente, por las fuerzas de la propaganda de los medios de comunicación ­– solo en las normas distorsionadas de la prensa capitalista agendas finalmente moderadas, como la que estamos contemplando, son calificadas de “extrema izquierda”.  Y luego por las fuerzas del sabotaje patronal.

El sabotaje patronal… Es probablemente la mención más propicia para enviar el experimento mental devuelta al inframundo del delirio paranoico – como si algo parecido pudiera ocurrir. Sin embargo, de hecho, ocurre. El Chile de Allende es, por cierto, una pesadilla para los anti-complotistas: una desestabilización organizada por la Casa Blanca, a través de la acción de la CIA, multinacionales llamadas a tomar el relevo, transferencias de fondos para apoyar la reacción chilena. En teoría, si sometiéramos un libreto parecido a los doctores de Conspiracy Watch, ellos firmarían la orden de internamiento en un minuto. Por desgracia, todo es cierto, y está documentado. Estas cosas sin duda no son frecuentes, pero existen. Ahora, los procesos extraordinarios están pensados para ser movilizados en circunstancias extraordinarias. Extraordinaria, es probablemente como la oligarquía capitalista calificaría una situación política donde el orden capitalista se hallaría directamente cuestionado. De ahí, probablemente también, los medios “adecuados” que le seguirían. Esto es lo que ocurrió en Chile a principios de 1970.

Incluyendo, por tanto, los del sabotaje patronal. La huelga – patronal – de los camioneros paraliza todo el sistema de distribución, la escasez organizada tiene como efecto hacer proliferar el mercado negro, y explotar los precios, en una situación donde la inflación ya era un problema – se entrará en terrenos que podemos calificar de híper inflación. El embargo bajo el cual se encuentra la economía chilena la priva de sus exportaciones de materias primas (cobre en particular) y de sus importaciones estratégicas (máquinas y piezas). El FMI y el Banco Mundial le privan de cualquier ayuda financiera. En general, ningún proyecto socialista democrático resiste el golpe cuando la población es empujada hacia el hambre. Y, sin embargo, ¡la población chilena aguanta! Por lo menos, “la población” … la clase obrera. Frente a ellos, en cambio, las burguesas altaneras y chillonas, y luego el empresariado, y finalmente el ejército. Porque el aparato de fuerza hizo su elección.

El final de la historia es conocido: la “democracia”, el parlamento, la “ley de la mayoría”, todo termina en el bombardeo aéreo de La Moneda. Y este es el punto cruel de la lección: hasta el último momento, Allende quiso creer en el procedimiento “democrático”, y rechazó la opción de la clase obrera en armas. Desgraciadamente, en el otro lado, no creían en ello. Como resultado, las armas estuvieron de un solo lado – que fue, lógicamente, el vencedor. Drama clásico de la teoría de juegos: quien juega a la cooperación en un juego no cooperativo termina igual que en el carioca: con todas las cartas en la mano.

Se dirá que de hecho es una lección muy antigua – fácilmente se podría remontar a la Comuna [de París], o incluso a 1848 [Revolución de febrero]. Pero no deja de ser útil redescubrirla, especialmente porque la relativa proximidad de Chile 73 le da una perspectiva adicional de significados, mejor posicionados para hablarnos que episodios demasiado distantes y ajenos a causa del tiempo. Esta lección considera que lo que llamamos “democracia” no tiene nada de democrático, que está vinculada a ciertos intereses fundamentales, y que se desenmascara en cuanto estos intereses se encuentran en peligro. De ahí que todos los medios le resultan buenos.

La “democracia” es una pantomima cuyo campo está estrictamente circunscrito. Y su circunscripción va reduciéndose a medida que se amplían esos intereses fundamentales. Este doble movimiento es el significado preciso del neoliberalismo. Cuyos procedimientos “democráticos”, a largo plazo, se han endurecido abiertamente: desde la confiscación de los tratados europeos hasta el Estado de emergencia permanente, pasando por los daños oculares producidos en serie durante los Chalecos amarillos.

Arremetamos contra el núcleo duro, y veremos al instante lo que queda de la-democracia-puede-hablar-de-todo. El grado en que, sólo en los últimos dos años, hemos escuchado repetir a los violentos que “la democracia, es lo contrario de la violencia” debería ser suficiente para decirnos algo al respecto. Cuando los peores van pregonando que “la democracia, es el debate”, es que su idea de “debate” es claramente una enorme estafa.

 

Filosofías de servicio

Como siempre, el verdadero asombro no está tanto en el lado de los pregoneros como en el de los intelectuales de servicio post-venta. Ya que esta colosal estupidez de “la-democracia-puede-hablar-de-todo” es el artículo de fe de una corporación completa, particularmente periodística. Así, el periodismo con pretensiones intelectuales no ha dejado de demostrar su vacuidad intelectual al erigir, desde hace décadas, a Jürgen Habermas como su pensador de referencia, a quien se saca del armario cuando es tiempo de refugiarse y de recordar lo que hay que pensar. Así Habermas nos aturde a página plena en Le Monde o L’Obs para repetir que Europa es nuestra salvación y la “democracia” nuestro bien más preciado. Sin sorpresas, el principal liquidador del marxismo en la Escuela de Fráncfort, y por tanto de la Escuela de Fráncfort, iniciado como filosofo de la acción comunicativa, ha terminado como trovador todo terreno del “debate democrático” y la “deliberación”, regulada como debe ser por las normas de la “racionalidad dialógica” y la “fuerza del mejor argumento” – en definitiva, de la política como seminario universitario. Entre personas de buena voluntad, ¿acaso no es todo solucionable en la discusión?

Por desgracia, en Chile la solución estuvo cubierta de plomo. Como podemos esperar cuando “las personas de buena voluntad” se encuentran defendiendo lo que parecieran ser sus intereses existenciales fundamentales, más aún cuando algunos tienen fusiles y otros no. Habermas jamás debe haber visto en su vida a la vieja momia de Santiago ni ninguna de sus equivalentes funcionales – que, por lo demás, no escasean. Esta señora no va precisamente a un seminario de dos horas: quiere que por fin se decidan a disparar sobre esa escoria obrera comunista. Lo que finalmente pasará.

Pero a Habermas, la política real, las fuerzas sociales reales, sus agendas y medios reales, no le interesan realmente. ¿Por qué entonces la vida política se diferenciaría tanto de la vida misma – es decir, de la vida universitaria? El prodigioso sinsentido llamado “la-democracia”, erigido en santísimo sacramento por toda la clase acomodada y sus intelectuales ilotas, le habrá valido al Trovador todos los honores que reserva su propia versión de “la vida misma”. En cuanto a Allende, que, para su desgracia, le había puesto fe, la vida lo abandonó, como a muchos de sus compañeros.

Las experiencias políticas del pasado se suman así a los experimentos mentales del presente para permitirnos evaluar que está permitido esperar de los procedimientos electorales en el capitalismo cuando es el capitalismo el que debe ser cuestionado: nada. Pero la manipulación de las mentes durante tanto tiempo ha incrustado la religión de “la-democracia” tan profundamente que nada parece poder vencer su argumento formal, tal y como resuena familiarmente: como una discusión entre personas de buena fe, donde el (menor) desacuerdo se soluciona mediante un discurso racional. Pero si la política bajo el capitalismo hubiera respondido alguna vez a este tipo de definición proyectiva, deberíamos haberlo percibido. Sorprendentemente, el hecho de nunca haberlo notado no impide que algunos retornen al establo de “la-democracia” y la revistan de la loca esperanza que, si la discusión llevada de acuerdo con las normas determina que hay que acabar con el capitalismo, pues bien, acabaremos con el capitalismo. Por un lado, no existe la menor posibilidad que el orden capitalista tolere una organización (constitucional, electoral o mediática) de la discusión que pueda conducir a tal resultado. Por otro lado, si un milagro nos llevara ahí, a pesar de todo, veríamos verdaderamente de qué madera democrática está hecho el capital: la misma que en Chile en 1973, la misma que en cualquier época de la historia cuando se ha encontrado en el banquillo de los acusados.

Como es natural, este es el tipo de consideración que será objeto de la más sólida negación por parte de los “demócratas”. Al igual que de su más vehemente condenación. Ya que en el universo mental de un “demócrata”, hay dos bandos: los “demócratas”, por supuesto, y los violentistas – “que no quieren debatir”. Por ejemplo, durante los Chalecos amarillos, los violentistas no querían participar del “Gran Debate” propuesto por Macron. Esta fue la prueba de que eran violentistas. No querer el “Gran Debate” era, en efecto, estar en contra de la democracia. Porque la democracia, es el debate. En esa lógica, deberíamos haber llegado a deducir que el “Gran Debate” era la Gran Democracia. Pero France Inter[3] no se atrevió a ir tan lejos.

Como todo el resto de la justificación neoliberal del mundo, este argumento se está haciendo trizas, y se mantiene solo por la perseverancia de algunos editorialistas preceptores. El valor de la “democracia”, su “debate” y las votaciones bajo la tutela de las instituciones de la Quinta República y el circo mediático, comienza a ser observado con claridad por una parte creciente de la población. Que también ve cada vez con mayor precisión, entre violencias sociales, violencias simbólicas, violencias lingüísticas y violencias policiales, quienes son los verdaderos violentistas en esta sociedad.

Podemos apostar que, prontamente, una gran parte del mundo no se detendrá frente a este tipo de argucias, quizás aún más los que estaban mejor predispuestos a creer en ellas – la “burguesía” educada – cuando constaten que todas las protestas pacíficas del mundo no desvían en un ápice el curso del desastre climático y pandémico, es decir el curso del capitalismo. En ese momento, podremos contar una vez más en los perros guardianes para difamar contra los “violentistas”. Y hacer olvidar, si es que alguna vez la escuchó, la frase del “mejor de ellos”, el reverenciado y embalsamado JFK, quien, sin ajustarse del todo al modelo del bolchevique con cuchillo entre los dientes, sabía sin embargo que “quienes hacen imposible una revolución pacífica, hacen inevitable una revolución violenta”. La historia no conoce otros responsables del nivel de violencia que la clase dominante.

 

Conclusiones provisorias

Hay dos conclusiones que no se pueden sacar de todo esto, más una tercera que se desprende al invertirlas – y que hay que recordar.

La primera conclusión sería que, si “la vía democrática hacia el socialismo”, como Allende creyó haber alcanzado, es impracticable, la única alternativa que queda entonces es el statu quo o el imperio (poco democrático…) de las vanguardias revolucionarias. Como siempre, las antinomias que pretenden agotar las posibilidades hacen inaccesible todos los caminos intermedios. Lo que se deduce al invertir la primera falsa conclusión, es que la “democracia” no es sino una terrible homonimia – si, por el momento, la aplastante mayoría se deja convencer. La “democracia” no tiene nada que ver con la democracia – no es más que un pálido simulacro en tiempos ordinarios, y una perfecta voltereta en cuanto nos acerquemos a su límite. Uno que entendió esto, fue Brecht: “el fascismo no es lo contrario de la democracia, sino su evolución en tiempos de crisis”. Sería poco decir que estos últimos años en Francia, al igual que en muchos países, vuelven palpable esta idea.

Brecht no le pone comillas a “democracia”, pero podemos ponerlas en su lugar. Para rápidamente quitarlas – y acceder a una idea de democracia sin comillas.  Ya que conocemos experiencias democráticas auténticas, que no son aplastadas por el parlamentarismo capitalista (el verdadero nombre de la “democracia”): Chiapas, Rojava [o Kurdistán occidental], Cataluña 1936. Que existan no nos exime de preguntarnos por sus condiciones: condiciones de formación, condiciones de viabilidad internas, de resistencia a la adversidad exterior, etc. Y menos aún de hacernos la pregunta suplementaria de la posible transposición, o no, de estas condiciones a nuestra propia situación. Pero existen y, aunque la política no funciona por calcomanía, es una idea que genera consenso, energía y sentido de orientación.

La segunda conclusión errada partiría de la hipótesis (segura) que en estos momentos nadie tiene ganas de tomar las armas, para concluir por tanto que “nada” ocurrirá. Aquí vale la pena sopesar los argumentos contradictorios. El primero señala que las sociedades se mueven, sus sensibilidades cambian, las cosas que eran posible en un momento dejan de serlo en otro – por ejemplo, un golpe militar (por cierto, en Francia sería un golpe policial y no militar), disparar a la multitud, etc.: eso sería más difícil hoy. De ahí que una transición al “socialismo” (comunismo), si excluimos que provenga estrictamente de la vía parlamentaria, respondería a condiciones menos trágicamente exigentes que las de Chile, por ejemplo. El segundo argumento consiste, al contrario, en que la historia es capaz de todo. Todos recordamos la dolorosa pregunta de saber cómo un pueblo tan culto como Alemania fue capaz del Holocausto. En el ámbito de la ficción, es el realismo llevado al extremo de confundir lo que hace imposible despejar las dudas, como en la obra de Philip Roth The Plot Against America, en la que Estados Unidos se vuelve fascista bajo la presidencia de un Charles Lindbergh de abiertas simpatías nazis. ¿Quién podría garantizar que en Francia sea inconcebible abrir campos de prisión?

Como siempre, son las circunstancias concretas las que zanjarán entre esas tendencias opuestas – al menos es útil no negar ninguna de ellas. Con la esperanza de dejar las armas fuera del proceso – repitamos que, por el momento, no se ve quien quiera empuñarlas (lo que, en muchos sentidos, es mejor), y que este hecho también forma parte del análisis general realista. ¿Y entonces qué? Entonces, la masa. La masa y sus irrupciones ignorantes del orden legal del capitalismo – tanto más exitosas cuanto más numerosa sea. Esta es la tercera conclusión.

La tercera conclusión, es aquella que, apoyándose en experiencias reales sobresalientes y en experimentos mentales, por cierto, imaginarios, pero también edificantes, comienza por evaluar muy precisamente lo que se puede esperar de la “vía democrática”, de hecho, asimilada erróneamente a la vía electoral-parlamentaria (interna al capitalismo). Para luego, inspirándose nuevamente de la historia, evaluar de qué es capaz la oligarquía del capital bajo una situación de grave amenaza. Que, en el presente, no se abandona a la sola fuerza “caótica” del (enorme) choque social que se avecina – el caos no tiene por si solo ninguna virtud progresista. En definitiva, que conoce su verdadera arma: la multitud.

 

Frédéric Lordon, Figures du communisme. París, La Fabrique, 2021, p. 181-191.

 

[1] “Coup de main”, en el original, puede entenderse igualmente como golpe militar.

[2] Salir del capitalismo, estrictamente hablado, no entró en los planes de Allende.

[3] Radio pública vinculada a la centro-izquierda francesa.

Javier Rodríguez Aedo
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Historiador y musicólogo chileno.

Frédéric Lordon

Economista francés, Director de Investigación en el Centre européen de sociologie et de science politique.