Las y los trabajadores de la música han realizado su labor históricamente en condiciones de precariedad de base, insertos en las lógicas de the gig economy o la economía de la tocata […] La experiencia de las y los trabajadores de la música en este período de crisis nos dará luces sobre cómo proteger las industrias culturales, especialmente a sus trabajadores, en un futuro postpandemia.
por Eileen Karmy
Imagen / Ritmo. Manifestación en Granada, 12 de mayo 2012, Alejandro García Montoro en Flickr. Fuente.
A más de un año de crisis, de toque de queda y pandemia, nuestro querido pianista Valentín Trujillo escribió una carta abierta titulada “Grito desesperado por la música”[i]. En la carta que publicó El Mercurio el pasado 17 de abril y que circuló rápidamente en otros medios y redes sociales, le pedía al gobierno concretar una “ayuda real” a quienes, como él, se dedican a la música. Aquí plantea que la ya difícil cotidianidad del encierro, el aislamiento y la incertidumbre respecto al futuro, se acrecienta por el abandono hacia el gremio de la música. Duramente, y con desesperanza, señala que “con mucha pena vemos cómo este arte, al que hemos dedicado nuestra vida entera, ha terminado silenciándose por completo”. Denuncia que “artistas talentosísimos están viéndose obligados a dejar la música para sobrevivir, o que los más viejos pasan sus días sin poder hacer la que ha sido su actividad y su pasión”, porque el “Gobierno, las autoridades, le han dado la espalda a la cultura”. Pese a que la música está presente en todas las actividades cotidianas, con o sin pandemia, es hoy “la propia música la que necesita ser salvada” pero “ha sido dejada completamente sola y a la deriva”.
En este día en que se conmemora el día de las y los trabajadores, quiero recordar esta certera carta y, si se me permite, entablar un diálogo imaginario con el maestro y debatirle dos pequeños pero fundamentales detalles. En vez de “pasión”, considero que era más apropiado usar la palabra “trabajo”, pues cuando los músicos viven de la música, trabajan. Y eso es justamente de lo que han estado privados los músicos durante gran parte de la crisis social, sanitaria y política que hemos vivido los últimos 18 meses. Y por ello, no es la “música” la que necesita ser salvada, sino que sus trabajadores: músicos, gestores y técnicos, que no han recibido sino desidia por parte del gobierno y los respectivos ministerios. Si bien puede parecer una sutileza retórica, me parece una aclaración clave.
Justamente, por considerar que el trabajo artístico es algo que se hace por “pasión”, no nos parece injusto trabajar por amor al arte en vez que por una remuneración. Como se ha planteado en los estudios del trabajo artístico, la idea de que la música es algo que se hace por gusto, por alguna genialidad o talento particular, invisibiliza todo el trabajo que hay detrás y pareciera que no requiere esfuerzo (Miller 427)[ii]. Lo problemático de esto es que los músicos forman parte de un sistema de producción y ganancias económicas, reciban o no una remuneración por su trabajo, que, combinado con las narrativas del mérito, contribuye a los discursos del éxito, facilitando el trabajo no remunerado a cambio de exposición (Brook, O’Brien y Taylor) [iii] y la (auto)explotación (Gross y Musgrave, 46-47)[iv].
Valentín Trujillo plantea en su carta que en este periodo de crisis la música “ha terminado silenciándose por completo”, lo que es cierto solamente respecto a la música en vivo como la conocíamos antes de la pandemia. La imposibilidad de realizar conciertos con audiencias presenciales impactó profundamente en los ingresos de músicos y técnicos, así como en sus condiciones materiales, desplomándose la venta de entradas a conciertos en un 76,5% durante 2020 (OMCh 20-30)[v]. Pero la difusión y reproducción de música grabada no ha cesado. Por el contrario, ha estado muy presente para las instituciones culturales como para el público general. La música ha acompañado los hogares en los periodos de confinamiento y ha sido expresión del descontento social. La música ha sido difundida mediante distintas iniciativas, como compilaciones de playlists para difundir la música chilena en plataformas streaming.
Pareciera entonces que en su carta, el maestro Valentín usa el eufemismo de “la música” para hablar de los músicos, o más en específico, de las y los trabajadores de la música. Son ellas y ellos quienes han sido abandonados, no la música misma. Si Valentín Trujillo es un trabajador de la música de indiscutible trayectoria, quien además ha tenido un rol crucial en la reivindicación de los derechos de los músicos, participando en el Sindicato Profesional Orquestal en su juventud y más recientemente en la Sociedad Chilena del Derecho de Autor ¿por qué usaría el eufemismo? Pienso que esto tiene que ver con el problema de larga data de no concebir el arte como trabajo. Desde la perspectiva hegemónica del arte, hacer de la música un trabajo, una fuente de ingresos, puede supeditar lo estético a lo comercial y poner en riesgo su valor artístico. Los músicos populares se han enfrentado a este estigma durante todo el siglo XX y lo que llevamos del XXI. De hecho, este mismo problema ha dificultado la organización gremial de músicos y artistas en general, por “su propia reticencia a concebirse como trabajadores” (Kraft 513)[vi].
Pensar a Valentín Trujillo como un trabajador no empaña su valor artístico. Pero sí, al considerarlo como un trabajador podemos observar sus condiciones laborales, de vida, y comprender la urgencia y el impacto de su carta. Muchos trabajadores de la música y la cultura se sintieron identificados con ella, compartiéndola y replicándola. Y cómo no, si tal como escribió el maestro Valentín “la música es un arte profundamente conectado con la gente. Está en todas las casas, en las fiestas, en espacios públicos, en momentos históricos, en conciertos multitudinarios, en campañas políticas. Está en la intimidad de las personas, en su soledad, en sus angustias”. Pero ¿qué ha sucedido con sus creadores, intérpretes y gestores?
Las y los trabajadores de la música han realizado su labor históricamente en condiciones de precariedad de base, insertos en las lógicas de the gig economy o la economía de la tocata. Es decir, con trabajos independientes o de corto plazo, cuyos ingresos dependen de la cantidad de actividades que realicen, que no proveen beneficios básicos como sistema de salud (Hook)[vii], tal como ocurre con los empleos que ofrecen empresas como Uber y Deliveroo. Lo interesante aquí es que este concepto comenzó a ser usado para describir una situación laboral considerada precaria y de explotación que no es exclusiva del ámbito musical, pero cuyo nombre proviene de él (Cloonan y Williamson 493)[viii]. La experiencia de las y los trabajadores de la música en este período de crisis nos dará luces sobre cómo proteger las industrias culturales, especialmente a sus trabajadores, en un futuro postpandemia.
En Chile, el 88,3% de las y los trabajadores de la cultura no tiene contrato y un 59% no está afiliado a ningún sistema de pensiones ni de seguridad social (Brodsky, Negrón y Pössel 24,35)[ix]. Con la crisis social y sanitaria esta precariedad no solo se vio al descubierto sino que se profundizó. Por la naturaleza de su trabajo, la gran mayoría de las y los trabajadores de la cultura, no han podido acceder a los bonos ni ayudas económicas que ha ofrecido el gobierno, porque no cumplen con los requisitos (OPC 19)[x]. Por el contrario, casi un 60% recurrió a sus propios ahorros o recibió ayudas de familiares, amigos o vecinos (OPC 7,9)[xi].
En este día de reivindicación de las y los trabajadores, es crucial evitar los eufemismos cuando se trata de exigir protección en el trabajo. Por no hacerlo explícito y tapar con el velo del talento y la pasión, se termina validando la explotación, el trabajo gratis y otras inequidades, como que los músicos de la edad de nuestro querido Valentín Trujillo resientan no poder seguir trabajando en vez de gozar de una jubilación digna.
[i] Valentín Trujillo, “Grito desesperado por la música”, El Mercurio
[ii] Karl Hagstrom Miller, “Working musicians: exploring the rhetorical ties between musical labour and leisure”, Leisure Studies, N° 4, (2008), 427.
[iii] Orian Brook, Dave O’Brien y Mark Taylor, Culture is bad for you. Inequality in the cultural and creative industries (Manchester: Manchester University Press, 2020)
[iv] Sally Anne Gross y George Musgrave. Can Music Make You Sick? Measuring the Price of Musical Ambition (London: University of Westminster Press, 2020) 46- 47.
[v] Observatorio de Música Chilena, Diagnóstico de la Industria Musical Chilena. Estallido Social y Covid-19 (Santiago: Observatorio de la Música Chilena, 2020)17, 20-30.
[vi] James Kraft, “Artists as Workers: Musicians and Trade Unionism in America, 1880-1917”, The Musical Quarterly, N° 3 (1995), 513.
[vii]Leslie Hook. “Year in a Word: Gig Economy”, Financial Times online.https://www.ft.com/content/b5a2b122-a41b-11e5-8218-6b8ff73aae15/
[viii] Martin Cloonan y John Williamson, “Introduction”, Popular Music and Society, N° 5 (2017) 493.
[ix] Julieta Brodsky, Bárbara Negrón y Antonia Pössel, El escenario del trabajador cultural en Chile. Artes visuales, artes escénicas, literatura, música, audiovisual. (Santiago: Proyecto Trama/ Observatorio de Políticas Culturales, 2014), 24, 35.
[x] Observatorio de Políticas Culturales. Monitoreo nacional trabajadores de la cultura. Primeros resultados, septiembre 2020. (Santiago: Observatorio de Políticas Culturales, 2020)
[xi] Observatorio de Políticas Culturales. Segundo monitoreo nacional trabajadores de la cultura. Resultados, febrero 2021. (Santiago: Observatorio de Políticas Culturales, 2021)7, 9.
Eileen Karmy
Doctora en musicología por la Universidad de Glasgow, investigadora y académica en el Centro de Estudios Avanzados de la Universidad de Playa Ancha. Desarrolla el proyecto Memoria Musical de Valparaíso, difundiendo la investigación sobre el archivo del Sindicato de Músicos de Valparaíso.