Niñas, mujeres, madres y abuelas son protagonistas del estado sitio de las habitantes pobres de Santiago, la warria; ellas son las pasafronteras, contrabandistas, integrantes de una complicidad y una resistencia subterránea frente a las exclusiones de etnia, género y clase. El abuso en los cuentos se retrata en dimensiones múltiples, aunque los relatos eligen el protagonismo de niñas, escolares o adolescentes, que crecen en el asedio y el acoso. Sus voces se apuntalan en relatos de madres, abuelas y amigas ‒la palabra, la mirada, la compañía‒ las acompaña en un orden social de abandono, vulnerabilidad y fragilidad, donde la resistencia se urde en esa sororidad
por Nicolás Román
Imagen / Libros del pez espiral, Daniela Catrileo. Fuente.
“¿Cómo escribir un nombre
que nació herido,
antes de ser escrito
antes del origen de la letra?”
Río Herido[1]“
“Ese día aprendimos que éramos mapuche para los ojos de los otros. Antes de ese día éramos solo niñas y niños”
Piñén[2]
La escritura en Piñén está asediada. El sitio de la escritura es previo al sitio general de la vida cotidiana para la gran parte de la población producto de la revuelta de octubre primero y la pandemia después. Catrileo escribe con una piel marcada por las exclusiones de los bandos del racismo, el sexismo y la discriminación de clase: ser mujer, ser mapuche, ser pobre. El sitio contra la marginalidad de estos cuentos es atravesado longitudinalmente por la Gran Avenida que recorren sus personajes entre la periferia y el centro. Los relatos crecen en los patios de los blocks, el sitiados por la droga, la pobreza y el acoso. Sus personajes, en su mayoría niñas, escapan por las escaleras de la miseria entre medio de los gritos de las vecinas y los cantos de las balas soplando el viento de las poblaciones.
Niñas, mujeres, madres y abuelas son protagonistas del estado sitio de las habitantes pobres de Santiago, la warria; ellas son las pasafronteras, contrabandistas, integrantes de una complicidad y una resistencia subterránea frente a las exclusiones de etnia, género y clase. El abuso en los cuentos se retrata en dimensiones múltiples, aunque los relatos eligen el protagonismo de niñas, escolares o adolescentes, que crecen en el asedio y el acoso. Sus voces se apuntalan en relatos de madres, abuelas y amigas ‒la palabra, la mirada, la compañía‒ las acompaña en un orden social de abandono, vulnerabilidad y fragilidad, donde la resistencia se urde en esa sororidad, que funciona como una chispa para revelar una resistencia, una luz, como el pedernal azul ‒Calfuqueo‒ de la protagonista de “Warriache”. Su nombre ‒su palabra‒ brilla en la bóveda cerrada de la noche de la capital y su orden social excluyente, este relato, como una pequeña novela de formación punk mapuche, cierra la entrega de los cuentos. Lo anteceden: “Han visto cómo brota la maleza de la tierra seca?” y “Pornomiseria”.
El primer cuento es sobre las infancias maldecidas por la mala leche de la madre de cemento, las malas hierbas crecen en el suelo magro de la droga y el tráfico. Las infancias son mutiladas por la pasta base, Minotauro, que custodia el laberinto de inequidad y violencia de Santiago warria. El segundo cuento relata un asedio interno, el estado de sitio en las familias cuyos varones son abusadores. En las cuatro paredes de un departamento, se vive el cuerpo de la mujer como un campo de batalla. La casa, el refugio, el cuarto propio es desmantelado por la reafirmación en la violencia de las mancilladas masculinidades proletarias que reafirman su virilidad maldecida contra los cuerpos de madres, hijas y abuelas. El sitio de los golpes y la violencia patriarcal retumba en las sienes de la protagonista, cuyo debut en la infancia pasa por comprender cómo sexualidad y violencia tejen el mismo relato en el caso de ser mujer. Un relato que trasciende lo personal y se vuelve el discurso organizador de su experiencia escolar periférica, aunque su desconsuelo encuentra sostén en la mirada curtida de su abuela como una cómplice y una sobreviviente.
Warriache, el cuento final, tiene marginalidad mapurbe y punk. La ciudad sitiada promueve los bandos que prohíben ser mujer, ser mapuche y ser pobre. La piel tatuada con los anatemas de la capital cruza bordes y fronteras en una escritura sobre la juventud, el punk y la sororidad. La reivindicación de la lengua y la identidad se cruzan, la consciencia de la diferencia resiste con el uso de la palabra como consigna y contraseña. Catrileo nos propone identidades sororas de contrabando, mapunkis, profesoras, hermanas y pasafronteras, su escritura cruza los campos minados de la cultura contemporánea, su lengua, hilo de Ariadna, entra y sale del laberinto del capitalismo tardío y nos sopla al oído en las melodías destempladas del punk los quinientos años de resistencia del pueblo mapuche.
[1] Daniela Catrileo, Río Herido, (Santiago: Edícola, 2016), 15
[2] Daniela Catrileo, Piñén, (Santiago: Pez espiral, 2019), 53
Doctor en Estudios Latinoamericanos y parte del Comité Editor de revista ROSA.