Lo previsible es que el municipalismo en Chile, al menos para este ciclo, no pasará de ser otra retórica electoralista para justificar un abordaje institucional. Se pondrán las candidaturas primero y el programa después. Se interpelará a la izquierda en todo su rango y a los movimientos sociales a que se involucren votando. Una vez más las alianzas y los pactos serán electorales y no político-sociales. Existe otra posibilidad. La pregunta es para qué el municipalismo al centro de las movimientos y organizaciones político-sociales.
por Fabián Barría.
Imagen / Valparaíso, fotografía de Anna Maj Michelson. Fuente: Wikipedia.
Hace pocos días tuvo lugar en Valparaíso el encuentro Ciudades Sin Miedo (Fearless Cities). Primer versión en Sudamérica. Su antecedente fundacional se remonta recién a junio de 2017, en la ciudad de Barcelona, bajo el impulso de la plataforma ciudadana/partido político Barcelona en Comú, de la actual alcaldesa de la capital catalana Ada Colau.
Ciudades Sin Miedo intenta conformar un movimiento municipalista a escala global, “agrupando a movimientos de barrio, alcaldes, alcaldesas, concejales y concejalas” con la tarea de “construir redes globales de solidaridad y esperanza desde abajo” , unidos en los objetivos de “radicalizar la democracia, feminizar la política y plantarle cara a la extrema derecha”.
El encuentro mismo
Siempre tiene una parte grata e invaluable conocer a personas y contrastar experiencias, no obstante si toca resumir mirando el evento como un hito político, y en pocas palabras, tendría que acudir necesariamente a palabras como desorientación, confusión e incluso a ratos displicencia, del tipo que uno nota cuando algo sólo se realiza por cumplir.
De inicio a fin no era posible constatar el propósito de la actividad. Las mesas de trabajo, corazón del encuentro, además de autoconclusivas, contaban con escasísimo margen para el diálogo y profundización. Sin contar con los datos, era notorio que parte importante de la asistencia éramos expositores rotando como asistentes cuando no tocaba exponer, siendo muy poca la ciudadanía activada y de movimiento social (aunque fuese local) convocados. Como se podía esperar, no había nada sobre lo cual sintetizar o desentrañar tareas para una próxima actividad
Las concepciones de municipalismo manejadas eran en su mayoría vagas y contradictorias. Algunas directamente importadas sin mayor adaptación de lo que se dice en España. Otras, meramente discursivas, se erigían a partir del uso abusivo de palabras como “territorio” o “común/es”, hasta otras cuyo quid se resumía en que esto del municipalismo consistía en la solucionática a la gestión tecnopolítica.
Hubo sin duda buenas y muy interesantes exposiciones, desde lo socioambiental, la economía social, la salud comunitaria, feminismo, arte, etc. pero sin formato ni metodología para hilvanar todo eso hacia la especificidad del encuentro: el municipalismo.
Tampoco se aprovechó como se hubiera querido las experiencias locales e internacionales. Y mencionaré sólo la del Partido de Movimiento Ciudad Futura, de la ciudad de Rosario, quienes cuentan con una interesante trayectoria implementando una política barrial, educativa y de izquierda, abordando directamente la cuestión del narcotráfico en las poblaciones, la violencia policial, la juventud; anudando una relación muy interesante de estudiar con sectores de la Iglesia Evangélica. A esa presentación, sin contar a los militantes de esa misma organización Ciudad Futura más los miembros del equipo organizador, asistimos no más de cinco personas. Lamentablemente tampoco se pudo registrar.
Desconozco las razones de por qué resultó como resultó. Si es que se debió a razones fortuitas o excepcionales o si es que el problema soy yo, portando más expectativas de las debidas.
Lo importante es que, llevándolo a un plano más general, lo sintomático del evento, es que el epicentro de la emergencia política no es distinto a lo que sucede en la izquierda que nos interesa y los movimientos sociales urbanos articulados a lo largo del país. Esto es, no hemos podido construir una respuesta fuerte a la pregunta: para qué el municipalismo o más abiertamente, por qué y para qué contar con una expresión de disputa institucional en el marco de las luchas políticas y conflictos abiertos, más allá de la retórica del copamiento o el buen gobierno. Y que esta falta de respuesta, sin duda, forma parte de algo más general, referido al vacío estratégico, programático y la cuestión organizativa.
Municipalismo para qué. Las deudas pendientes
Durante estos meses, organizaciones de izquierda dentro y fuera del Frente Amplio han discutido y discuten tesis políticas y procesos de convergencia. En mayor o menor medida, en todos los procesos, se tomarán decisiones sobre la caracterización y participación en el siguiente ciclo electoral.
Lo previsible es que el municipalismo en Chile, al menos para este ciclo, no pasará de ser otra retórica electoralista para justificar un abordaje institucional. Se pondrán las candidaturas primero y el programa después. Se interpelará a la izquierda en todo su rango y a los movimientos sociales a que se involucren votando. Una vez más las alianzas y los pactos serán electorales y no político-sociales.
Es posible tomar otro camino
Existe otra posibilidad. Llevar la pregunta sobre para qué municipalismo en el centro de los movimientos y organizaciones políticas y sociales. Lo que significaría trasladar la discusión desde la maravillosa utopía local en la que queremos vivir al problema político-práctico – y no menos profundo – de fortalecer y proyectar nuestra fuerza social y conformación del sujeto político-social en un plano más amplio y de largo aliento.
Tomar este camino implica condicionar la deliberación de las formas al análisis crudo de la fuerza propia. Significa sacar el municipalismo del ámbito de las buenas ideas al plano mucho más a concreto de servir como herramienta práctica para mejorar nuestra posición en luchas subsecuentes.
Otra forma de de responder: cómo necesitamos estar
Si nos tomamos en serio las propias consignas del movimiento municipalista de radicalizar la democracia, neutralizar la emergencia de la extrema derecha y ser una alternativa al neoliberalismo, existen al menos dos certezas fundamentales que constituyen un supuesto necesario para conseguirlo: 1. Los movimientos sociales y las redes de resistencia sectorial en su sentido amplio deben ser robustos organizativamente, masivos popularmente e independientes de suplantadores de la clase capitalista y sus prolongaciones. Y que más allá de su diversidad, sepan golpear juntos cuando la situación lo amerite; 2. Los partidos y/o organizaciones de izquierda, expresivos de lo mejor de las tradiciones políticas existentes, además de bases mínimas de unidad, deben encontrarse fuertemente anclados en los movimientos de masas, mediar la política de abajo hacia arriba y ser en su composición representativos de la sociedad chilena.
Cómo estamos
Tratándose de los movimientos sociales y las redes de resistencia sectorial, es notoria una alta capacidad reactiva frente a la coyuntura; capacidad de agitación y dependiendo del clima político, explosividad y movilización. En igual proporción existe un déficit al momento de traducir la movilización en organización, en decantar en estructuras estables, mínimamente institucionalizadas (sobre este punto se despiertan muchas resistencias y desconfianzas a toda forma de institucionalización) que amplíen el rango de maniobra y favorezcan la profundización programática de las demandas, así como de planificar a mediano-largo plazo. En los períodos de reflujo, cuando las redes y plataformas no desaparecen, son soportadas por franjas militantes, que por razones excepcionales, de sacrificio o de holgura socioeconómica pueden dedicarse a ellas. Difícilmente se toma la iniciativa y se tiende a descapitalizarse socialmente cuando no están en la agenda. Entre los movimientos y las luchas sectoriales la capacidad de coordinar acciones conjuntas todavía es débil.
Tratándose de las organizaciones y partidos políticos de la nueva izquierda, fuera y dentro del Frente Amplio, la iniciativa pareciera estar concentrada en la generación 2011 o siendo un poco más integrativo, la conformada en los ciclos de protesta estudiantil de finales de los 90 y 2000. Si bien tras el 2011, dieron el salto a la política (ya sea en lo electoral, multisectorial o en lo “territorial”), abandonando la centralidad estudiantil, pesa sobre ellas una densa cultura militante estudiantil, especialmente universitaria.
Los códigos sobreviven, lo que genera un doble problema: la incapacidad para filtrarse en franjas sociales más amplias en lo socioeconómico y en lo etario y, por otro lado, la “fuga” más o menos silenciosa de ex militantes que, una vez egresados e incorporados en la vida laboral precaria o familiar, les resulta totalmente incompatible mantener su vida con una militancia en esa cultura y bajo tales códigos.
Lo anterior incentiva, al igual que en lo relativo a los movimientos sociales, la concentración de un tipo de militancia de características muy excepcionales: profesional, universitaria y con fuerte propensión a elitizarse. Con esos parámetros, no es difícil predecir que los partidos de izquierda “más fuertes” no se midan por sus fortalezas organizativas, experiencia dirigencial o incluso “trabajo de base”, sino que, nítidamente, en factores socioeconómicos, redes familiar y universitarias previas o anclajes en esferas sociales mucho más estables.
Con estos condicionantes de vulnerabilidad, todavía no es posible hacer que la discusión ideológica o estratégica no pasen de ser alimento en permanentes procesos, cada vez más endogámicos de configuración de fuerzas internas en torno a “lotes” o “piños”.
El hecho que el activismo de estas organizaciones sea múltiple en los sectores, rotativo e inconstante, incrusta en las organizaciones un estado de arritmia que, por las debilidades internas, resultan difícilmente procesables proactivamente.
Y una característica común en la subjetividad de su membresía, en los movimientos sociales, resistencias activas y en la interna de los partidos y organizaciones políticas propiamente tales, consiste en ese fenómeno pendular que transita entre una concepción de la política que la reduce a la práctica de una moral personal y aquel discurso maximalista llamando a destruir los sistemas” como si no hubiera en el interregno demandas, programas y reformas que diseñar, profundizar y empujar.
Ahora vienen las preguntas
Dilatando cada cual los análisis y las posibles respuestas: ¿Tendrá pertinencia incorporar la hipótesis municipalista en el paso desde el cómo estamos al cómo necesitamos estar?, ¿habrá cuestiones que discutir y resolver sobre el municipalismo previo al ciclo electoral que se avecina para no terminar favoreciendo ciegamente una reproducción ampliada del estado de cosas y en el mejor de casos creyendo ver una democratización radical a una trillada renovación de elites?, ¿puede la apuesta municipalista abrir espacios pedagógico-políticos de elaboración programática y de fortalecimiento organizativo que tributen a cómo queremos estar?, ¿puede un proceso municipalista contribuir a activar e involucrar a franjas sociales más amplias y sacar a las organizaciones del ensimismamiento generacional?, ¿en qué plano es posible que un proyecto municipalista contribuya a la potenciación del entramado político y social existente?
Breve conclusión
Llegados a este punto vale más el proceso que las mismas respuestas. Resulta evidente que las fuerzas políticas y sociales precisamos mejorar nuestra posición en el conflicto social y dar un paso más allá de la resistencia activa. ¿El municipalismo puede abrir una ruta en este sentido? puede serlo mientras ocupen un lugar central en las discusiones de los movimientos sociales y organizaciones políticas y lo saquemos de la retórica meramente electoral. La iniciativa es nuestra.
Fabian Barría
Abogado, exasesor en la convención constitucional por los Movimientos Sociales Constituyentes. Convencional Elisa Giustinianovich, D28.
muy de acuerdo en todo, salvo en lo de una estrategia “meramente electoral”. la victoria de sharp, que fue muy resistida en su momento por su propia orgánica política con estos mismos argumentos, ha demostrado, con todos sus errores y carencias, que se debe caminar y mascar chicle al mismo tiempo. y en una elección uninominal a una vuelta no ser pragmáticos es un error histórico