Desde 2013, Brasil está en estado de latencia, conmocionado, destruyendo los avances sociales de los últimos años, colocando en riego las instituciones políticas y erosionando constantemente los significados de la democracia. Las secuelas de este proceso de corrosión se manifestaron en las urnas a partir de una retracción de la izquierda y el avance de la derecha, ahora con la máscara de la “moderación”. Es un proceso que tiene gran continuidad con los movimientos oportunistas de la derecha tradicional que trajeron el fascismo al Planalto, en Brasilia. Normalizaron, en 2018, al siniestro candidato que se declaró a favor de la tortura, que exaltó descaradamente al execrable Ustra, y que expresó entusiasmo por el doloroso período de la dictadura militar. Ahora se presentan como los domadores de la bestia, aquella que liberaron. Son los normalizadores de la política, los baluartes de la estabilidad. Los sectores tradicionales de la derecha brasileña tienen una inmensa capacidad de conservación, de normalización. Fue esa potencia que aplicaron para hacer viable al actual presidente. Crearon la enfermedad, ahora venden la medicina.
por Andrés del Río y André Rodrigues
Imagen / Conmemoración del día de la bandera, 19 de noviembre 2020, Palacio do Planalto. Fuente.
No fueron unas elecciones normales. Para nada. La pandemia, negada por el gobierno nacional, desestructuró a todos y todo. Hasta la fecha de la votación fue alterada, de octubre a noviembre. Pero no fue lo único que se transformó en este proceso excepcional brasileiro. La economía alcanzó el mayor retroceso del siglo, el desempleo registró el índice más alto de las últimas décadas, la violencia política derramó sangre en por lo menos 59 personas en las campañas[1], las instituciones democráticas están tambaleando y, para hacer todo más dramático, el ídolo del presidente brasileiro, el Señor Trump, perdió las elecciones gritando a los cuatro vientos que se trató de fraude. En ese clima se dieron las elecciones municipales en Brasil. Ah, claro, y con Bolsonaro y sus militares como gobierno. Nada es normal. Y eso se vio reflejado en las urnas.
Desde 2013, Brasil está en estado de latencia, conmocionado, destruyendo los avances sociales de los últimos años, colocando en riego las instituciones políticas y erosionando constantemente los significados de la democracia. Las secuelas de este proceso de corrosión se manifestaron en las urnas a partir de una retracción de la izquierda y el avance de la derecha, ahora con la máscara de la “moderación”. Es un proceso que tiene gran continuidad con los movimientos oportunistas de la derecha tradicional que trajeron el fascismo al Planalto, en Brasilia. Normalizaron, en 2018, al siniestro candidato que se declaró a favor de la tortura, que exaltó descaradamente al execrable Ustra, y que expresó entusiasmo por el doloroso período de la dictadura militar. Ahora se presentan como los domadores de la bestia, aquella que liberaron. Son los normalizadores de la política, los baluartes de la estabilidad. Los sectores tradicionales de la derecha brasileña tienen una inmensa capacidad de conservación, de normalización. Fue esa potencia que aplicaron para hacer viable al actual presidente. Crearon la enfermedad, ahora venden la medicina. El bolsonarismo es antisistema solo en el nivel retórico. Representa, concretamente, una profundización del establishment. El estado de cosas es la reproducción de desigualdades y la construcción de condiciones estructurales para la acumulación. Ninguna fuerza podría manejar la maquinaria pública con más intensidad, en el sentido de promover la desigualdad, que la fuerza destructiva del fundamentalismo neoliberal operado por el bolsonarismo como instrumento de las élites.
Los ganadores y perdedores
Para comenzar, los grandes ganadores fueron los mismo de siempre, que volvieron de donde nunca se fueron, engordando sus partidos con más cargos, intendentes y concejales. Lo más tradicional de la política brasilera festejó, silenciosamente. Claro, son partidos conservadores y de derecha que no llegan a ser caricaturescos como el actual presidente.
Algunas particularidades de las elecciones. La más notoria: Bolsonaro no tiene partido. Los militantes y los políticos que se beneficiaron con su onda fascista se desperdigaron por casi 20 partidos políticos en estas elecciones. Recordemos que Bolsonaro se divorció de su partido, el PSL, en noviembre de 2019. Después de su partida intentó crear un nuevo partido 100% de derecha y con cultura militarista, exacerbado lo más machista de la sociedad brasilera. Pero la realidad no se lo permitió. La legislación brasilera exige casi 500.000 firmas de electores para la creación de un partido. Bolsonaro al intentar materializar su Alianza por el Brasil, solo consiguió el 6% de las firmas exigidas. Una vergüenza.
Si por un lado el presidente no tiene partido político, por el otro lado, parecería que tampoco tiene la fortaleza electoral que todos creían. En este sentido, los números son gritantes. De los 13 intendentes que fueron apoyados por Bolsonaro, solo dos se eligieron y dos va a segunda vuelta. Uno ya esconde la figura del presidente, y el otro está completamente vencido en Rio de Janeiro. Las primeras pesquisas muestran puede perder por 20% a 70%, en el mejor escenario. De los 69 candidatos a concejales que adoptaron el nombre “Bolsonaro” en sus campañas, solo uno consiguió ser electo, su hijo Carlos. Y remarcamos, Carlos Bolsonaro, el responsable por las redes sociales del presidente perdió un tercio de sus votos en Rio de Janeiro, si comparamos con las elecciones del 2016. Fueron más de 30.000 votos que Carlos dejo de facturar. Bolsonaro(s), tanto el presidente y sus hijos, no tuvieron la influencia de las elecciones presidenciales de 2018. Ni la primera dama, Michelle, consiguió ayudar a elegir a sus cuatro candidatos. Y si miramos su alrededor, ni la ex mujer del presidente (y madre de los tres hijos más conocidos del Presidente), Rogeria Bolsonaro, no consiguió alcanzar los votos mínimos para volver a la asamblea de Rio de Janeiro. Claro, no es el mismo contexto que hace dos años. Y la ineptitud, malicia y negligencia en la gestión de Bolsonaro no lo ayudan. En fin, Bolsonaro que adora entregar y recibir medallas de honores militares inexistentes, de esta vez, recibió la medalla al gran perdedor electoral. Este pobre desempeño muestra el carácter artificial del bolsonarismo como fuerza política autónoma y deja en claro que el amplio apoyo de los medios de comunicación y la derecha tradicional con sus máquinas de establecimiento fueron motores decisivos en 2018. Cuando los grandes medios se van y los partidos tradicionales salen de la jugada tenemos la medida real de las fuerzas bolsonaristas y su encapsulamiento en las redes sociales y en los sectores más fundamentalistas.
Es interesante que, si por un lado el delirio fascista de Bolsonaro perdió, o sea, Brasil dejó de colocar como una opción razonable a un fascista escatológico negligente y corrupto, por el otro, el electorado se aferró a los políticos conocidos y en general de derecha. O sea, el elector medio ahora es la derecha. Así, la izquierda tiene un largo camino por recorrer.
Veamos algunos datos que muestran la prevalencia de la derecha tradicional en las elecciones municipales. Tres partidos tradicionales de derecha, operadores de una inmensa máquina fisiológica, aumentaron su alcance: Demócratas (DEM), Progresistas (PP) y Partido Social Democrático (PSD). Cabe señalar que estos tres partidos tienen muy poco compromiso con la democracia, con el progresismo o con la socialdemocracia. Todos participaron activamente en el golpe de 2016, y fueron fundamentales en la construcción del apoyo al bolsonarismo en 2018.
En este sentido, los partidos tradicionales predominaron como refuerzo de la derecha. Los diez partidos más grandes conquistaron el 81% de los municipios electos en la primera vuelta. El PSD es el partido que gobernará al mayor número de habitantes, teniendo en cuenta el número de habitantes de cada municipio y el resultado de la primera vuelta. El PSD debe comandar el Ejecutivo de los municipios donde viven 20,6 millones de personas. En la dirección contraria fueron el PSDB, PSB, MDB, PTB y PT. Esos partidos fueron los que más perdieron habitantes gobernados en la primera vuelta de la disputa electoral.
Con relación a las intendencias, el escenario fue el siguiente, en la primera vuelta: el PSDB lideró el número de alcaldes electos en el Sudeste, sin embargo, el número de intendencias bajo su administración cayó de 785 a 512. El PP ganó el mayor número de intendentes en el Nordeste. PSDB y MDB perdieron el mayor número de intendencias. El PT se contrajo por segunda elección consecutiva, de esta vez, de forma menos abrupta. DEM y PP son los que más intendencias ganaron en 2020. El DEM pasó de 266 a 459 y el PP saltó de 495 a 682.
El Movimiento Democrático Brasileño (MDB), el Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB), el Partido de los Trabajadores (PT), el Partido Democrático Trabajador (PDT) y el Partido Socialista Brasileño (PSB) registraron una reducción de sus bancadas. El MDB, a pesar de la retractación, sigue siendo el partido con más concejales en Brasil. En cuanto al espectro político, el MDB y el PSDB son partidos de derecha y han mantenido alianzas oportunistas con el bolsonarismo. Al realinearse el campo de la derecha tradicional, perdieron espacio ante el DEM y el PSD, más activos en la articulación política en el Congreso Nacional.
La izquierda
PT, PSB y PDT se han reducido con relación a los números de las elecciones de 2016. Los dos últimos han buscado, en los últimos años, una alineación menos identificada con la izquierda y más cercana al centro.
En 2016, el mismo año del golpe a Dilma Rousseff, el Partido de los Trabajadores sintió en su propria piel la perdida extendida de votos. Los números son contundentes: en el 2012, el PT tenía 630 intendencias, y en el 2016, 254. En las últimas elecciones alcanzaron a mantener 179. Por un lado, el partido de los trabajadores fue recuperándose en las ciudades medias y pequeñas. Por el otro, el desempeño en grandes ciudades todavía no es el mejor, salvo en Recife, Pernambuco. El desempeño en Rio de Janeiro, São Paulo e Belo Horizonte no fue de los mejores.
Pero la izquierda como un todo fue mostrando innovaciones, fortaleza y renovación. No solo en el PT, pero con el PSOL y el Partido Comunista del Brasil (PC do B). En este sentido, alcanzaron la segunda vuelta en ciudades importantes como Porto Alegre, Recife y Belem. Pero sin dudas, la figura de estas elecciones es el candidato del PSOL, Guilherme Boulos. Por su parte, en Porto Alegre, la candidata comunista Manuela Dávila disputará una segunda vuelta. Además, la izquierda trajo novedades como las candidaturas colectivas, canalizando diversidad de demandas, con campañas vibrantes en un contexto de pocas manifestaciones.
El PT ha recuperado gran parte de lo que había perdido em 2016, demostrando su vigor. El PT es el único partido de izquierda de extensión nacional, con gran capilaridad por todo el territorio. Pero todavía no llegó a recuperarse en las grandes ciudades, salvo el caso de Recife, una gran ciudad nordestina. Por la cuarentena la ausencia física de Lula da Silva de en las campañas electorales del PT, ha sido un fator que ha perjudicado el partido. A pesar de este contexto de recuperación del PT, el partido tuvo al concejal más vota del país, Eduardo Suplicy con más de 167 mil votos en San Paulo[2].
El único partido del campo de izquierda que creció fue el PSOL, pero su participación en el escenario nacional y su estructura son aún muy incipientes. El gran logro de Guilhermo Boulos y Luiza Erundina en São Paulo, pasando a la segunda vuelta por el PSOL, es expresivo y significativo, pero no puede ser visto como representativo de las capacidades políticas como un todo. La narrativa que los grandes medios de comunicación intentaron establecer desde un principio es que el PSOL está derrocando el predominio del PT en la izquierda. Pero es una premisa falsa. El PT eligió 2584 concejales y el PSOL solo 75. Son dos fuerzas políticas con niveles completamente diferentes desde el punto de vista electoral.
A pesar de ello, las elecciones mostraron que una aproximación entre PT y PSOL puede desequilibrar la correlación de fuerzas en Río de Janeiro y São Paulo, al menos. En Río de Janeiro, el PSOL tuvo al concejal más votado, Tarsicio Mota. Y en el 2016 logró llevar a Marcelo Freixo a la segunda vuelta por la intendencia de Rio de Janeiro contra el pastor Crivella. En estas elecciones podría haber logrado lo mismo. Sin la necesidad de un frente tan ampliado, dispensando, por ejemplo, el centrismo del PDT (que, por cierto, declaró neutralidad en la segunda vuelta de 2020), una candidatura con Marcelo Freixo y Benedita da Silva, podría tener una excelente actuación. En São Paulo, el apoyo del PT marcará la diferencia para que Boulos y Erundina avancen en la segunda ronda.
El PT, a pesar de todos los desafíos y dificultades, tiene la fuerza de la mayor bancada en el Congreso Nacional, con varios gobernadores importantes en estados del nordeste como Bahía y Ceará, entre otros. Pero, sobre todo, su mayor diferencial: la presencia muy activa de Lula de Silva, el único gran líder político nacional. Con él, el partido mantiene la presencia hegemónica del PT en la izquierda. Con Lula de candidato a presidente de Brasil en 2022 o con Fernando Haddad, si Lula decide no candidatearse. Claro, otros apuntan lo contrario, indicando a Lula da Silva como el culpable de todos los retrocesos. Afirmaciones que provienen del campo de la derecha o de sectores que no reconocen su trayectoria. Sea como sea, su presencia o ausencia es un desafío para toda la izquierda (y derecha).
Horizontes
Una tarea que la izquierda debe hacer pasa por los horizontes en los que PT y PSOL podrían profundizar alianzas programáticas y pragmáticas como dos fuerzas organizadoras en este campo político. El PT es el partido de izquierda más grande, con más estructura y fuerza electoral. También cuenta con Lula, el liderazgo político más expresivo de la historia democrática brasileña. El PSOL aglutina a importantes figuras nacionales, como Guilherme Boulos y Marcelo Freixo, incorpora juventud y demandas de los mas diversos grupos minoritarios, y no tiene las responsabilidades del antipetismo y el espectro de alianzas que el PT necesitaba trazar para gobernar.
Brasil rechazó la extrema derecha ostensiva en las últimas elecciones. Pero una parte considerable de electores cayeron en los partidos tradicionales de la derecha. Los medios de comunicación ya comenzaron el trabajo de transformar a los candidatos viejos y ricos de la derecha, en innovadores de centro. El mismo día de las elecciones, los comentaristas políticos de los grandes medios de comunicación ya estaban analizando el buen desempeño de la derecha tradicional como una victoria de la “derecha civilizada”, la “derecha ilustrada”, la “centro derecha”. Una obra de ilusionismo retórico que busca eliminar el papel que los partidos de derecha tradicional tuvieron en el ascenso de la extrema derecha. El trabajo de la izquierda será fundamental para que evitar la emergencia de esa narrativa de un “centro fake”.
Notas
[1] Ver o levantamento nacional da violência contra políticos feito pela Justiça Global: http://www.global.org.br/wp-content/uploads/2020/09/Relat%C3%B3rio_Violencia-Politica_FN.pdf
[2] https://g1.globo.com/politica/eleicoes/2020/eleicao-em-numeros/noticia/2020/11/16/eduardo-suplicy-e-o-vereador-mais-votado-do-pais-com-mais-de-167-mil-votos.ghtml