Luego de esto, la historia ha estado marcada por una serie de reprimendas de parte de la clase dominante por sobre la clase obrera y la consolidación de una democracia tutelada donde, salvo la experiencia de la Unidad Popular, se ha salvaguardado un status quo tanto en la esfera económica como en la geopolítica. La mayor expresión contemporánea de este fenómeno se cristalizó en la constitución de 1980, creada antidemocráticamente en un contexto de dictadura, respaldada por un plebiscito fraudulento, y cuyos principios se han mantenido intactos por más de 40 años, cosechando a la fecha un frenético aumento sistemático de desigualdades en todo orden de la sociedad.
por Gonzalo Díaz Martínez
Imagen / Primera Junta Nacional de Gobierno, 1889, Nicolás Guzmán Bustamante. Fuente.
El ciclo abierto en el país desde el estallido social trajo consigo no solamente la apertura de la coyuntura constituyente, sino que también una serie de reflexiones en torno al momento político que transitamos como nación, nacidas del proceso de educación y deliberación popular que significaron los cabildos.
Una de las más significativas en términos tanto cuantitativos como cualitativos, dice relación con el hecho que esta coyuntura constituyente, con todas sus limitaciones, constituye un hito histórico en nuestro país. Esto, considerando que jamás en 200 años de historia y 10 constituciones redactadas, se había contemplado un proceso de participación activa del pueblo en la redacción de una de estas, por lo cual resulta fundamental realzar este aspecto del proceso debido a su trascendente significancia.
De este modo, el impacto cultural contrahegemónico que dió a luz la revuelta popular del 18 de octubre del año pasado, parece dejar una estela que nos acompaña hasta nuestros días, invitándonos en cada fecha que hasta el día de hoy se erige como becerro de oro por el chovinismo de este país, a mirar el pasado para identificar errores y subsanarlos de cara al futuro que hoy tenemos oportunidad de escribir desde las grandes mayorías. En este sentido, la dialéctica materialista es capaz de aportar lucidez a estos análisis y efectividad a las soluciones, configurando así una herramienta indispensable al momento de realizar este ejercicio.
Así, nos remontamos a 1810, donde un día como hoy un grupo de aristócratas de la época, lejos de instalar la piedra angular de nuestra independencia como se jactan año tras año los medios de comunicación hegemónicos, cometieron un bajo acto de vasallaje para con la acribillada corona española a manos de las fuerzas de Napoleón. Esto, debido a que la famosa mal llamada primera junta nacional de gobierno, cuyo verdadero nombre fue “Junta Provisional Gubernativa del Reino”, nació como parte de la estrategia de los realistas del continente para mantener a las colonias subyugadas al control español.
A partir de aquí, como vil excusa de la burguesía de la época para marginar fechas protagonizadas por hazañas de fuerzas independentistas promoviendo valores revolucionarios, Diego Portales selló en 1832 la celebración de fiestas patrias en un día sin fundamento político-ideológico que represente una verdadera emancipación de la corona española, perpetuando así la fecha que año tras año alza un chovinismo que no tiene de donde aferrarse tanto en lo ontológico como en lo axiológico.
Luego de esto, la historia ha estado marcada por una serie de reprimendas de parte de la clase dominante por sobre la clase obrera y la consolidación de una democracia tutelada donde, salvo la experiencia de la Unidad Popular, se ha salvaguardado un status quo tanto en la esfera económica como en la geopolítica. La mayor expresión contemporánea de este fenómeno se cristalizó en la constitución de 1980, creada antidemocráticamente en un contexto de dictadura, respaldada por un plebiscito fraudulento, y cuyos principios se han mantenido intactos por más de 40 años, cosechando a la fecha un frenético aumento sistemático de desigualdades en todo orden de la sociedad.
En virtud de este breve relato, la cronología de los eventos da cuenta de cómo la presente coyuntura tiene la oportunidad de constituirse como un hito trascendental, puesto que su producto final será lo más cercano que podremos definir como un genuino primer pacto social en la historia de nuestro país. No obstante, un desenlace a favor de las grandes mayorías solamente sería posible en caso de vencer en el muñequeo con el consociativismo que engendró el acuerdo del 15 de noviembre con todas sus limitantes, para lo cual se requiere forjar una alianza genuina de fuerzas transformadoras, cuyo pilar fundamental sea conducir a Chile a una salida efectiva del neoliberalismo.
Sin perjuicio de lo anterior, la gran lección que nos ha dejado esta experiencia es el rol de la organización como catalizador de la ignominia, la cual permitió avanzar aún en un estado de movilización acéfala en términos orgánicos a un grado requerido de claridad en lo programático, capaz de empujar una asamblea constituyente como demanda central del proceso. De este modo, aún si las trabas impuestas en el acuerdo del 15 de noviembre llegaran a cumplir su cometido, el pueblo debe apelar a este recurso no como triunfo moral, sino como herramienta a disponer para incrementar el tejido social necesario hasta revertir la correlación de fuerzas existentes y así conquistar sus justas reivindicaciones. La organización debe llegar para quedarse.
Gonzalo Díaz Martínez
Seminarista de Pedagogía en inglés en la Universidad de Los Lagos sede Osorno y ex Presidente de la Federación de Estudiantes de la misma universidad.