De una izquierda afirmada en un “análisis concreto de la realidad concreta”, como se decía hace unos años, pasamos a tener organizaciones partidarias—o electorales—cuyos lentes de análisis funcionan básicamente a partir del marketing electoral de los partidos tradicionales. Así, en vez de disputar conceptos como el de clase media o clase trabajadora -lo que antes se llamaba dar la batalla ideológica-, los partidos de la nueva izquierda se han enfocado más en “administrar” un conjunto de discursos construidos por la derecha y la centro-izquierda durante décadas. Estos discursos han estado basados, entre otras cosas, en la idea de que un país que superó (supuestamente) la pobreza se convierte automáticamente en un país de “clase media”. Si eso era altamente cuestionable años atrás, en circunstancias como las actuales ello se torna lisa y llanamente inaceptable para quienes pensamos que la construcción de alternativas políticas pasa por cuestionar no sólo las políticas neoliberales, sino también los aparatos ideológicos que ayudaron a legitimarlo.
por Pablo Pérez y Felipe Ramírez
Imagen / Intervención “El triunfo de la clase media” en “La Cárcel” de Segovia, NOAZ. Fuente: Flickr.
La “clase media” se ha transformado en pocos meses en un concepto infaltable en el debate político de nuestro país. Dirigentes políticos de izquierda se preguntan cómo acercar a ese supuesto grupo mayoritario de la población a un proyecto transformador, mientras la derecha la utiliza como comodín de su mítica “mayoría silenciosa” que se opondría, desde un “ethos” supuestamente moderado, a los “populismos” de los que acusan a la izquierda.
Importantes referentes del mundo conservador y liberal -rectores, académicos, dirigentes políticos- han defendido la tesis de que gracias a la transición y el desarrollo de la economía neoliberal, Chile se transformó en un país de “clase media”: los segmentos de la población que han accedido a mayores niveles de educación y mejores trabajos han logrado una mayor capacidad de consumo y acceso a créditos, constituyendo una “nueva clase media” cualitativamente diferente a la desarrollada en los años 50 y 60, y cuya motivación política no radicaría en cambiar el modelo, como se argumentó el 2011 o el 2019, sino en incorporarse plenamente a él.
Este discurso ha sido apropiado por parte de la centro-izquierda pero también por sectores de la “nueva izquierda” surgida al calor de las luchas sociales de los últimos 20 años. Pero ¿qué tan real es que Chile sea un país de clase media? ¿qué significa realmente esta categoría y qué importancia tiene para la izquierda el 2020?
La clase media: un “nuevo” pero antiguo problema
Para afirmar que Chile es un país de clase media, es necesario definir qué se entiende por “clase social” y, por lo tanto, por “clase media”. Dejando de lado a quienes defienden la imagen de Chile como un país de “clase media” como un simple recurso ideológico para defender el neoliberalismo, en Chile muchos comentaristas afirman que “llegar a la clase media” significa salir de una situación de pobreza. Esto es razonable. Sin embargo, desde una perspectiva que enfatiza cómo la desigualdad de clases se estructura a partir de relaciones entre clases (por ejemplo, relaciones de explotación entre empresarios y trabajadores), esto no es del todo correcto. Las ciencias sociales han demostrado, en efecto, que distinguir la “frontera” entre una clase y otra es algo más complejo que identificar una categoría en base a un único criterio (por ejemplo, la categoría de “pobreza” a partir del ingreso per cápita de una familia). Esas categorías son sin duda útiles para identificar ciertos grupos sociales de interés. No obstante, ellas no permiten identificar relaciones entre agentes sociales y, por lo tanto, cómo la situación de un grupo (digamos, los “pobres”) se explica por su relación con otro grupo (“los ricos” o los que están “en el medio” de la distribución del ingreso).
Sin entrar en detalles, la pregunta por las “fronteras” entre clases ha sido respondida desde diversas perspectivas que, de un modo un otro, enfatizan la importancia de analizar desigualdad de clases desde una perspectiva centrada en las relaciones entre clases (un resumen de este debate se puede encontrar en Crompton, 1994). Uno de los autores que escribe esta columna ha intentado abordar este tema desde un marco de análisis de clase marxista contemporáneo (cf. Wright, 1994). Desde esta perspectiva se sostiene que las clases sociales surgen cuando existe una desigualdad en la posesión de bienes de producción tales como medios de producción, autoridad (es decir, capacidad para controlar el trabajo de otros) y cualificaciones (o conocimiento “experto” sobre el proceso productivo). Quienes poseen estos bienes de producción pueden explotar a quienes no lo tienen. Por ejemplo, los empresarios (quienes controlan medios de producción) o los gerentes (que no son propietarios, pero sí tienen altos niveles de autoridad y, por lo tanto, controlan el proceso de productivo) pueden explotar a quienes no poseen medios de producción ni autoridad—la clase trabajadora. Esto hace que los explotadores sean los “privilegiados” del sistema capitalista. Ellos no sólo tienen mayor nivel de bienestar económico que la clase trabajadora, sino que, en su condición de explotadores, también tienen un poder económico que les permite apropiarse del excedente producido por la clase trabajadora (Wright 1992: 34-35).
Entender las clases de esta manera tiene una consecuencia central para quienes sostenemos políticas de izquierda: la clase no sólo denota diferencias de recursos económicos, sino que también—al estar basada en relaciones de explotación—la existencia de intereses materiales antagónicos entre explotadores y explotados. A modo de ejemplo, la única manera en que un capitalista garantice su bienestar económico y se apropie del excedente de los y las trabajadoras es a través de la contratación y explotación de mano de obra. Eso genera una serie de intereses materiales asociados a dicha posición de clase (un interés en defender leyes que favorezcan la flexibilidad laboral, que limiten la acción sindical, etc.). De un modo u otro, esos intereses definen, a su vez, cuál es la posición política de ese capitalista. Siguiendo esta lógica, decir que la clase trabajadora tienen un interés de clase anticapitalista implica sostener que quienes se encuentran en esa clase pueden mejorar su bienestar si consiguen el desarrollo de políticas contrarias al interés de los capitalistas—desde políticas orientadas proteger el derecho a la organización sindical hasta políticas que cuestionen el principio de propiedad mismo.
En este contexto es que puede entenderse el concepto de “clase media”. Desde esta perspectiva, la clase media denota una serie de posiciones “contradictorias” de clase (Wright, 1994). La idea de “posición contradictoria” hace referencia a aquellas posiciones de clase que son privilegiadas en un aspecto, pero que al mismo tiempo son “explotadas” en otro. Pensemos por ejemplo en un médico empleado en un hospital, una profesora universitaria o un supervisor de una empresa. Todas esas personas comparten con la clase trabajadora el hecho de ser trabajadores asalariados, por lo que en ese sentido serían igualmente “explotados”. Sin embargo, a diferencia de alguien de clase trabajadora, el doctor y la profesora universitaria tienen un conocimiento “experto” que les permite obtener ventajas en el mercado laboral (por ejemplo, vender una fuerza de trabajo cuya escasez está garantizada a través de títulos profesionales). Por otro lado, un supervisor, a pesar de ser un trabajador asalariado, controla al mismo tiempo el trabajo de otros—es decir, ejecuta roles de control y supervisión—. Eso lo pone en una posición de relativa “explotación” sobre los trabajadores sin autoridad.
A partir de estas definiciones, uno de los autores midió el cambio en la estructura de clases en Chile en las últimas tres décadas (Pérez, 2018). La tabla 1 muestra los resultados de dicho análisis. Como se ve, en el mejor de los casos, las posiciones de clase media asalariada no supera el 20% del total de la población empleada. Si a esto se le suman las posiciones de clase media propietaria de medios de producción (pequeña burguesía y pequeños empleadores), la clase media en Chile llegó a ser en 2013 no más del 26 o 27% de la población empleada. Por el contrario, los datos para el mismo año muestran que la clase trabajadora (la cual incluye trabajadores/as asalariados/as calificados/as y no calificados/as) llegó a casi el 60%. Si a eso se le suman los/as trabajadores/as autoempleados/as informales (15%), se tiene que los “sectores populares” comprenden casi el 75% de la población. Naturalmente estas cifras pueden haber variado en los últimos años. Sin embargo, dado que estas mediciones fueron hechas en décadas de estabilidad económica y alto crecimiento, es poco probable que este patrón haya cambiado implicando un crecimiento de las posiciones de clase media.
Tabla 1. Estructura de clases en Chile, 1992 – 2013 |
||||||
1992 |
2003 |
2013 |
||||
Clase social |
N |
% |
N |
% |
N |
% |
Propietarios |
|
|
|
|
|
|
1. Capitalistas |
41.631 |
0,9 |
50.705 |
0,9 |
29.106 |
0,4 |
2. Pequeños empresarios |
126.337 |
2,7 |
176.896 |
3,0 |
84.840 |
1,2 |
3. Pequeña burguesía (formal) |
166.874 |
3,5 |
302.064 |
5,2 |
372.109 |
5,2 |
4. Autoempleados informales |
877.442 |
18,5 |
903.190 |
15,6 |
1.054.839 |
14,8 |
Asalariados |
||||||
5. Gerentes (expertos directivos) |
66.446 |
1,4 |
81.276 |
1,4 |
104.560 |
1,5 |
6. Supervisores |
557.486 |
11,8 |
708.075 |
12,2 |
947.584 |
13,3 |
7. Expertos |
130.984 |
2,8 |
192.922 |
3,3 |
271.451 |
3,8 |
8. Clase trabajadora |
2.776.735 |
58,5 |
3.386.332 |
58,4 |
4.263.120 |
59,8 |
Total |
4.743.934 |
100 |
5.801.459 |
100 |
7.127,609 |
100 |
Fuente: Elaboración propia a partir de datos de la ENETS (2009-2010) y Encuesta CASEN (1992-2013). Para detalles de cómo se estimaron estas cifras ver Pérez (2018). |
Estas cifras no indican que la clase media no existe. Más bien, ellas muestran que la gran mayoría del país no es de clase media. Sin embargo, ¿qué pasa con la creencia de que todos nos sentimos parte de la clase media? Muchas veces se repite que la inmensa mayoría del país se identifica con la clase media. Nuevamente, un análisis detallado de esos fenómenos nos llama a matizar estas afirmaciones. Gran parte de las encuestas que miden identificación de clase lo hacen a través de preguntas donde se le pide a los encuestados ubicarse a sí mismos en escalas de 1 a 10, donde 1 indica ser “más pobre” a 10 “más rico”, o en categorías de respuesta que van desde la 1 = “clase baja” hasta 5 = “clase alta”. A partir de estos análisis, se ha llegado a concluir que más del 70% de los chilenos se identifica con la clase media baja, media, o media alta. En estos estudios, sin embargo, se omite la categoría de “clase trabajadora” y se asume que quien no se posiciona a sí mismo como parte de la “clase baja” se identifica, por defecto, con la clase media. Afortunadamente, algunas encuestas sí permiten definir quienes se identifican con clase trabajadora o con los sectores “no privilegiados” de la sociedad. Cuando se analizan esos datos, las cosas cambian bastante.
El gráfico 1 muestra los porcentajes de identificación con la “clase trabajadora” en un sentido amplio[1] entre las personas pertenecientes a los sectores populares (es decir, pertenecientes a las clases trabajadora asalariada o de auto-empleados/as informales). Los datos fueron tomados el año 2009 para diversos países. Para el caso de Chile existe información para 2009 y 2019. Según se observa, nuestro país resalta como uno en donde los niveles de identificación con la clase trabajadora son muy elevados, en comparación a, por ejemplo, países como Corea del Sur, Dinamarca o incluso Argentina. Tanto en 2009 como en 2019, más del 60% de los sectores populares del país se identificó con la clase trabajadora. Más aún, una comparación entre los niveles de identificación con la clase trabajadora en Argentina y Chile demostró que en Chile dicha identificación abarca incluso a sectores importantes de la clase media (Elbert y Pérez, 2018).
¿Cómo conciliar estos datos con la creencia común de que todos/as se sienten de clase media? En otra investigación desarrollada por uno de los autores se observó que la inmensa mayoría de los trabajadores y trabajadoras se definía como de “clase media” (clase “media-baja”, para ser más precisos), a pesar de tener una alta valoración de lo que significa ser un/a “trabajador/a”. Tal valoración es la base, en efecto, del modo en que ellos condenan a los empresarios y “ricos” quienes, a pesar de no trabajar, disfrutan de todos los derechos a los cuales los y las trabajadoras no tienen acceso (Pérez, 2017).
¿Por qué, entonces, la identificación con la clase media-baja es prevalente en los discursos de los trabajadores? En la investigación se pudo ver que todos los entrevistados reconocían que, a pesar de vivir enormes precariedades materiales, no eran extremadamente pobres al tener un trabajo, acceso a crédito o simplemente un lugar donde dormir. Más aún, muchos de los entrevistados señalaron que “no podían” ser pobres porque el Estado tampoco los reconocía como tales. Así, muchos cuestionaban el modelo económico al afirmar que a pesar de que sus sueldos les impiden “llegar a fin de mes”, su acceso a servicios como educación y salud pública de calidad les está negado en la práctica por no ser “extremadamente pobres”. En este sentido, todos los trabajadores y trabajadoras entrevistadas señalaron que, sin ser técnicamente pobres, ellos tampoco se sentían parte de esa clase media “de verdad”—es decir, de esa clase que, como se repite muchas veces en el discurso de derecha, es la que encarna los valores del modelo neoliberal (para más detalles sobre esto, ver Pérez 2017).
Esto significa que la identificación con la clase media (o más precisamente, con la clase “media-baja”) no significa una aceptación de los valores comúnmente asociados a la clase media—por ejemplo, un rechazo a las luchas de clase trabajadora y al sindicalismo, una creencia en el mérito individual, etc. Por el contrario, en la investigación se pudo ver que gran parte de los que definían como clase media baja se sentían, al mismo tiempo, como parte de la clase trabajadora. Más aún, muchos de ellos legitimaban el rol de los sindicatos como la “única forma” de mejorar su condición ante los empresarios.
Clases sociales y proyecto socialista en Chile
La evidencia presentada permite cuestionar el mito que la Concertación y el Bloque en el Poder en general construyeron durante los últimos 30 años. Según éste, Chile es un país en el que, debido a las transformaciones económicas y sociales impulsadas por el neoliberalismo, se habría consolidado una nueva “clase media” supuestamente mayoritaria. Esta evidencia también sugiere que los niveles de identificación con la clase trabajadora pueden incluso ser más altos de lo que comúnmente se piensa.
¿Por qué eso es importante para la izquierda? Durante los últimos años, como parte de una progresiva desarticulación ideológica de nuestros proyectos políticos, muchos/as compañeros/as han terminado aceptando por acción u omisión el discurso de la “clase media” en el país, si no materialmente, al menos como un recurso retórico/discursivo, a la hora de plantearse políticamente. En buena medida esa transformación ha ido de la mano con el salto a la política institucional. Según se dice, dicho salto supone la necesidad de “moderar” el discurso para apelar a un público por definición menos “radical” o “politizado”, o con necesidades e intereses objetivamente distintos a los de las y los explotados. Esto puede parecer razonable, aunque dudoso. Creemos que este giro ha traído consecuencias que han terminado siendo más negativas que positivas para la izquierda.
De una izquierda afirmada en un “análisis concreto de la realidad concreta”, como se decía hace unos años, pasamos a tener organizaciones partidarias—o electorales—cuyos lentes de análisis funcionan básicamente a partir del marketing electoral de los partidos tradicionales. Así, en vez de disputar conceptos como el de clase media o clase trabajadora -lo que antes se llamaba dar la batalla ideológica-, los partidos de la nueva izquierda se han enfocado más en “administrar” un conjunto de discursos construidos por la derecha y la centro-izquierda durante décadas. Estos discursos han estado basados, entre otras cosas, en la idea de que un país que superó (supuestamente) la pobreza se convierte automáticamente en un país de “clase media”. Si eso era altamente cuestionable años atrás, en circunstancias como las actuales ello se torna lisa y llanamente inaceptable para quienes pensamos que la construcción de alternativas políticas pasa por cuestionar no sólo las políticas neoliberales, sino también los aparatos ideológicos que ayudaron a legitimarlo.
Desde diversas perspectivas, distintos militantes de izquierda hemos venido planteando hace años que el modelo económico y social se dirigía hacia una crisis fundamental debido a su incapacidad de ceder a las demandas de los sectores populares—y de la clase trabajadora en particular. Atendiendo al carácter de clase de la crisis que vive el país, así como de la radicalidad de las masas observada desde el 18 de octubre del año pasado, creemos que resulta irónico que un sector de la nueva izquierda siga apostando por revivir el “centro político” a partir de una apelación a una “clase media” abstracta y que la realidad misma se ha encargado de desmontar.
El levantamiento iniciado el año pasado demostró rápidamente cómo en esta coyuntura histórica el centro político se ha diluido, estableciendo un escenario pocas veces visto en los últimos 40 años. En este nuevo escenario el enfrentamiento de clases se ha vuelto, por momentos, explícito. Tanto frente a la revuelta iniciada en octubre de 2019 como ante la pandemia de este año, el Estado neoliberal develó de forma cruda su realidad como dispositivo de defensa de los intereses de la clase dominante y de represión de las masas sublevadas ante la precariedad estructural de la vida. De modo similar a como diversos militantes de izquierda lo habíamos supuesto años atrás, la clase dominante y la derecha no han cedido a las demandas populares. Sus intereses de clase y su rigidez ideológica hacen que eso sea poco probable, más allá de lo que ocurra con parlamentarios desorientados ante la ofensiva popular que, si bien resultó contundente, sigue siendo mayoritariamente inorgánica.
Ante un escenario como este, creemos que es de suma importancia que los partidos de izquierda reconstruyan sus vínculos con los sectores organizados y no organizados de la clase trabajadora. Esto no significa negar que los sectores de clase media tengan un rol en el proceso de construcción socialista[2]. Más bien, significa situar el papel de cada clase o segmento de clase de manera coherente y adecuada a la realidad objetiva del país. A nivel estratégico, ello supone que los partidos de izquierda vuelvan a poner al trabajo de masas junto a los sectores explotados y oprimidos en el centro de sus esfuerzos. Si eso no se hace, se corre el riesgo de pensar la organización popular como un simple espacio de acumulación electoral. La historia reciente de la centro-izquierda en Chile nos demuestra que cuando se toma esa opción, se puede llegar al gobierno sin problemas, pero para terminar administrando leyes en favor del empresariado.
Hoy más que nunca se hace urgente la articulación de una alternativa socialista basada en la construcción de poder social junto a sindicatos, organizaciones territoriales feministas, de pueblos originarios, ecosocialistas y de la disidencia sexual. Un proyecto que no se base en el protagonismo de las/os explotados y oprimidos/as está condenado a burocratizarse y ser desnaturalizado. Creemos que un esfuerzo de ese tipo supone, como punto de partida, que la izquierda comience a disputar de una vez por todas los discursos “de clase media” que han sido utilizados para negar el hecho de que la inmensa mayoría de los chilenos y chilenas vivimos de nuestro trabajo y, como trabajadores/as que somos, tenemos mucho que ganar con la construcción de un proyecto político antineoliberal.
Referencias bibliográficas
Crompton, R, (1994): Clase y estratificación. Una introducción a los debates actuales. Madrid: Tecnos.
Elbert, R. & Pérez, P. (2018): The identity of class in Latin America: Objective class position and subjective class identification in Argentina and Chile (2009). Current Sociology 66(5): 724-747.
Pérez, P. (2017): The end of a Traditional Class Distinction in Neoliberal Society: “White-collar” and “Blue-collar” Work and its Impact on Chilean Workers’ Class Consciousness. Critical Sociology 43(2): 291-308.
Pérez, P. (2018): Clases sociales, sectores económicos y cambios en la estructura social chilena (1992 – 2013). Revista CEPAL 126: 171-192.
Ramírez, D. & Álvarez, M. (2013): La democracia de masas: una apuesta libertaria para el actual período. Disponible en https://www.anarkismo.net/article/25981
Wright, Erik O. (1992): Reflexionando, una vez más, sobre el concepto de estructura de clases. Zona Abierta, 59/60: 17-155.
Wright, Erik O. (1994): Clases, Madrid: Siglo XXI
[1] Esta categoría incluye identificación con la “clase trabajadora” propiamente tal y la “clase baja”.
[2] A lo largo del tiempo se han desarrollado numerosas reflexiones al respecto, que parecieran haber quedado en el olvido en la actualidad. Como ejemplo remitimos al texto de Ramírez y Álvarez (2013).