Pactos por la vida

No encontraremos un camino de salida de la crisis con cualquier pacto. La crisis es demasiado profunda y demasiado real para que por pacto se entienda un mero entendimiento de la clase política. Hay quienes entienden pactos y acuerdos como señales de amistad cívica de la elite, como llamados al buen comportamiento de un vulgo demasiado afiebrado y entregado a sus pasiones. Suponen que nada verdaderamente grave pasa, que la realidad depende de cómo sea relatada desde arriba. Tienen todos los medios de comunicación a su disposición y aún así no convencen a nadie, sólo hostigan.

por Francisco Figueroa

Imagen / cambio de mando presidencial, 1990, Chile. Fuente.


Ojalá el conflicto entre vida y economía hubiese sido, como alegaban empresarios y dirigentes de derecha, una “falsa dicotomía”. Una consigna caprichosa y artera de la izquierda, para aparecer del lado de las restricciones sanitarias más duras sin hacerse cargo de su costo económico y social. Ojalá el asunto fuera una más de las guerras de palabras vacías, de las cachetadas de payaso, de nuestra ensimismada clase política. Hubiese sido patético, pero inofensivo.

Por desgracia, su base es real. Los dogmas económicos del bloque social gobernante y su negativa a compartir los costos de una respuesta a la crisis con el resto de la sociedad, han socavado sistemáticamente todos los esfuerzos por conducir racionalmente la estrategia de contención y superación de la pandemia y sus efectos en Chile. Y esa elite conoce tan poco las condiciones reales de vida en el país, que ni siquiera se dio cuenta a tiempo.

Veníamos advertidos desde octubre sobre esta bifurcación entre vida y economía. Y desde antes incluso, con la ola feminista y los movimientos por derechos sociales. Las de la última década han sido todas revueltas de las “vidas mínimas” del neoliberalismo. Reducidas a la supervivencia ya no en la miseria de los conventillos, como las de González Vera, sino en la precariedad de la cuerda floja por la que transita de la cuna al ataúd la mayoría.

Hasta que fuimos empujados de esa cuerda floja por el Coronavirus. Llevándonos al suelo los bienes y servicios de mercado con los que manteníamos un precario equilibrio. La pandemia arrasó así con la base mercantil que sostenía el lazo ilusorio entre vida y economía en el neoliberalismo. Mostrando hasta qué punto el modelo había arrasado económica, institucional y culturalmente con nuestra propia capacidad social para cuidar y cuidarnos.

Ahora ese modelo sólo puede mantenerse a la fuerza, en su versión más bruta. De ahí el autoritarismo que se esparce como una mancha de aceite en el bloque gobernante. Una salida democrática, justa y pacífica a la crisis que se gesta (social y económica, no sólo sanitaria), en tanto, es indisociable de un cambio estructural. Y un cambio estructural de un alineamiento amplio y plural de fuerzas sociales y políticas. De un pacto social por la vida.

No encontraremos un camino de salida de la crisis con cualquier pacto. La crisis es demasiado profunda y demasiado real para que por pacto se entienda un mero entendimiento de la clase política. Hay quienes entienden pactos y acuerdos como señales de amistad cívica de la elite, como llamados al buen comportamiento de un vulgo demasiado afiebrado y entregado a sus pasiones. Suponen que nada verdaderamente grave pasa, que la realidad depende de cómo sea relatada desde arriba. Tienen todos los medios de comunicación a su disposición y aún así no convencen a nadie, sólo hostigan.

Un pacto social es un pacto entre clases, no entre conspicuos individuos de la misma clase sobre todas las otras (como el vigente pacto pinochetismo-Concertación). Un pacto de esta envergadura no tiene la forma de un apretón de manos ni se suscribe entre expertos. Tiene la forma de una reconversión del modelo de desarrollo. De una recaudación tributaria gravosa de los grandes patrimonios y ganancias. De servicios sociales públicos y universales. De una redistribución del poder político y económico, forjada en las calles y en las urnas.

Es más y no menos octubre. Es el pleno ejercicio de la democracia. Y de nuestro desconfinamiento.