El pueblo, podríamos decir, se “ensaya” en el libro de Sergio, a la búsqueda de un itinerario que nunca termina por aparecer del todo (y esa es parte de la gracia). Dislocando el dispositivo redentorista y sacrificial, el autor va hacia las autorías menos abordadas o clasificadas anteriormente como experimentos, modernismos o autorías específicas, para encontrar ahí claves de lectura política. Así, habríamos tenido en el cine latinoamericano de la década del sesenta no sólo un cine heredero de la militancia acérrima o el neorrealismo, si no un particular modernismo político y vernáculo, cuyo núcleo estético-político no habría sido abordado del todo.
por Iván Pinto
Imagen / Estreno de “La hora de los hornos”, de Pino Solanas, en 1968. Fuente.
La idea de pueblo en la encrucijada del cine latinoamericano en los años 60-70 es un libro que se inserta en una discusión que desde la crítica y los estudios de cine en Latinoamérica viene acrecentándose a lo largo de los últimos años en acercamientos como los de Mariano Mestman, Adrián Cangi, Jean-Claude Bernardet, Ismail Xavier, Gonzalo Aguilar, Mariano Mestman, Carlos Ossa, Isaac León Frías, Silvia Schwarzbock y Ana Amado. A mi entender, la importancia de revisar lo sucedido en el cine latinoamericano de la década del sesenta y setenta, comprendiendo algo así como que “la velocidad de los eventos” ocurridos en el período, propone la necesidad y urgencia de poder pensar, reflexionar y volver a encuadrar el acercamiento a aquella “larga década del sesenta” encontrando aquel puente que comunica con nuestro presente. Esta urgente necesidad busca por un lado valorar, pero por otro revisar y volver a discutir los supuestos del período para ahora establecer análisis de mayor alcance y profundidad. Al centro de esto, como viene siendo trabajado por investigadores como Andrea Giunta o Ana Longoni para las artes visuales, se busca evaluar al período del sesenta a partir de las transformaciones del campo del arte, la cultura y la política, revisando y rescatando el archivo cuya especificidad es la valoración de la magnitud de ese movimiento de ruptura desde nuevas militancias y generaciones que se termina por cristalizar en el 68 latinoamericano. No deja de llamar la atención el auge de estudios sobre los sesenta como década prodigiosa, pero que nos habla a su vez- por contraste o cercanía- de nuestro presente.
En otras palabras ¿es mera casualidad que sea durante estos meses de revuelta que necesitemos interrogarnos por las prácticas artísticas y cinematográficas del período? No lo creo así. Como ejercicio de dilucidación, este tipo de ensayo cultural busca estudiar aspectos latentes de nuestro presente en el pasado reciente, a la luz de los procesos políticos de la región. Se trata de encontrar remanentes del archivo para poder sacarlos de un “punto muerto”, volver a mirarlos como prácticas, discursos y objetos, proponiendo ahí parte de los nudos que establecen una genealogía de nuestra actualidad.
El libro de Sergio se instala ahí, con ese espíritu de época, para situarse en una memoria que intenta ir más allá de lo testimonial, hacia un ejercicio comprensivo que, haciendo uso de la investigación de archivo, del debate intelectual y particularmente de las imágenes cinematográficas producidas en el período, busca comprender y volver a leer el fenómeno del cine latinoamericano de la década del sesenta. Para hacer eso Sergio se sacude tanto de determinados imperativos políticos como del fetichismo formalista, dos marcas de los estudiosos y críticos de cine que han abordado el período.
Una de las dificultades centrales es sacudir el acercamiento de los edificios míticos en que se ha instalado el debate, particularmente desde una determinada épica redentora. Con algo de templanza, el ensayo empieza a dejar ver su verdadero punto estratégico, esto es, dar cuenta de la diversidad de puntos en los cuales la relación entre el cine y la categoría “pueblo” pudo darse en el período. Aquí la propuesta emerge rápida en el libro, y es lo que podríamos señalar como su tesis central: al interior del significante “pueblo” en el período hubo diversos proyectos en pugna, no necesariamente alineados, los que abrieron distintos itinerarios estéticos, los que Navarro organiza en cuatro: a) Un cine redentorista, donde el pueblo “ya está ahí” y lo que se busca es liberarlo o emanciparlo. Ejemplos: Solanas, Littin B) El cine de la “invención del pueblo”: es un cine de indagación donde el pueblo no está dado por supuesto, , “se recurre a un viaje a la raíz comunitaria”: Ruiz, Rocha, cinema Novo c)Cine de condición subalterna, donde el pueblo queda suspendido en perspectiva de mostrar formas populares de existencia: Chircales o el cine de Jorge Sanjinés d)Cine de Creación o Cine de Autor. Pugna entre institucionalización de la creación y la libertad creativa, búsqueda de nuevos caminos estéticos: Hugo Santiago, Favio, también Ruiz y Rocha más tardío.
Una de las implicancias del texto de Sergio Navarro es que, el concepto pueblo funciona más que como una identidad fija o preestablecida, como una bisagra que ayuda a comprender mejor las tensiones de una época. Escribe el autor: “Más importante que saber que es el pueblo, nos pareció que la pregunta adecuada para dilucidar el tema era preguntarse por “donde está el pueblo”. Y así generar aquella gran repartición entre aquellos que contestan “ahí está el pueblo, no preguntemos más” y los otros que siguen preguntándose por que el pueblo no aparece n está. En en un caso el pueblo existe como un sujeto inalienable, tangible. En el segundo caso en la necesidad de inventar al pueblo. En esta disyuntiva se jugo el cine latinoamericano de la época “ (150).
El pueblo, podríamos decir, se “ensaya” en el libro de Sergio, a la búsqueda de un itinerario que nunca termina por aparecer del todo (y esa es parte de la gracia). Dislocando el dispositivo redentorista y sacrificial, el autor va hacia las autorías menos abordadas o clasificadas anteriormente como experimentos, modernismos o autorías específicas, para encontrar ahí claves de lectura política. Así, habríamos tenido en el cine latinoamericano de la década del sesenta no sólo un cine heredero de la militancia acérrima o el neorrealismo, si no un particular modernismo político y vernáculo, cuyo núcleo estético-político no habría sido abordado del todo.
El hilo que toma Sergio me y nos toca de cerca. En efecto: en el fondo de esto se encuentra el “caso Ruiz”, a quien ya Sergio ha dedicado un libro previo, y cuyo núcleo respecto a un “cine de indagación” ha desarrollado a fondo ahí, en el juego de inversiones y paradojas que Ruiz habría encontrado en vínculo con la cultura popular y Nicanor Parra. Este “prisma” de lectura, Sergio lo asocia al cine de Hugo Santiago – en ligazón con Borges- y a Glauber Rocha- en vínculo con Guimaraes Rosa.
Importa menos aquí todo el estudio especializado en tal o cual autor o caso nacional. El ensayo se compone de relaciones y lecturas cruzadas que busca formas nuevas de aproximación a la cuestión del cine del sesenta, y si se quiere, a las relaciones entre estética y política algo más allá de lo evidente o más reconocido por el Nuevo Cine Latinoamericano, lo que el propio autor establece como un hito- de las contradicciones en él- el festival de Viña del 69.
Digo que nos toca de cerca, por que el “prisma” de lectura, basado centralmente en el Ruiz de este período es un modo de mirar la totalidad, y así también, los modos en que esta historia- la del cine latinoamericano de la década del sesenta- se ha leído. Ruiz se vuelve así en un vector exploratorio, que obliga a rearmar el cuento, abriendo vetas menos desarrolladas por los acercamientos del período. El resultado de ello es fascinante, por que si pudiésemos proyectar ello, bien podríamos establecer nuevas genealogías o proyectos no leídos en esta clave. Doy los ejemplos de la obra del propio Sergio Navarro, Cristián Sánchez o Carlos Flores, cuyas densidades políticas han sido poco abordadas en este sentido.
Hablo de “densidad” y se me olvida mencionar otra “intuición” del libro. Esto es el puente con el debate amplio que desde la filosofía política contemporánea viene dándose en torno a la noción de “pueblo”, ya sea desde su carácter performático, sensible o múltiple, en las cuales la cuestión del estatuto estético-político del pueblo se encuentra al centro de programas interpretativos donde su figuración y/o aparición son centrales al momento de pensar aquello que se ha dado a pensar como el “reparto sensible” de lo político. En otras palabras, ¿de qué modo aporta el cine para la construcción visual y sensible de los pueblos? ¿y esta debe ser reproductiva o productiva?. Navarro trama aquí con Deleuze y su separación en dos regímenes de imagen que presuponen las nociones de imagen-movimiento e imagen-tiempo, la primera, en la cual el pueblo ya está “dado por sentado” y la segunda aquella donde “el pueblo falta” (por ende, hay que inventarlo). Muchos textos contemporáneos han vuelto sobre este eje: el propio Carlos Ossa en “El ojo mecánico. Cine político y comunidad en AL”, Gonzalo Aguilar, con la idea del pueblo como “lo real” del cine latinoamericano, o el propio Adrián Cangi, leyendo el cine de Glauber Rocha. Aquí el libro se inserta en esta conversación proponiendo una salida propia, bajo su lógica.
Otro eje, sobre el cual se vuelve, son las dos tendencias expresadas por Mestman en las rupturas del 68 latinoamericano, a decir verdad, la convivencia y conflicto, entre un cine de las rupturas políticas y otras estéticas, la primera con una raigambre en la veta más vinculada a la documentación, el cine de colectivos, o el cine militante, el segundo, en su vocación más vinculada a la autoría o abiertamente a la experimentación underground o alternativa. Dicotomía que en sus mejores momentos el libro invita a re-pensar para establecer distintos regímenes de representación del pueblo, en distintas intensidades y exploraciones. En otras palabras, discutiendo una suerte de organización quizás demasiado cómoda entre aquello que es propiamente el cine de lo político de aquello que no. Implicados así, la noción de pueblo- ya no siempre pre-figurado, si no como exploración e indagación- podría comprenderse en una dinámica más amplia y fundamental del cine, que excede propiamente al período para proyectarse en líneas previas y posteriores. En otras palabras ¿la relación cine-pueblo es solo propio de la década del sesenta? ¿hay líneas proyectables a nuestra contemporaneidad? ¿se puede pensar el cine sin el pueblo? ¿Y en que medida, en definitiva, no solo el pueblo ha sido representado en el cine, si no también creado, performado, en definitiva, construido a través del cine?. La necesidad de pensar esto, nos lleva al meollo de nuestro presente, ante esa necesidad de pensar “la invención de un pueblo” congregándose viernes a viernes en Plaza Dignidad para exigir una transformación del presente. Pensar el rol del cine y las imágenes en este proceso es una tarea no menor para cualquier persona implicada en alguna cadena de este proceso. El libro de Sergio puede ayudar a pensar este problema.