La corriente o el lote. Un debate pendiente sobre las internas partidarias en la izquierda emergente

 

Son corrientes? ¿Son lotes? ¿Es la política en su dimensión de las tesis políticas y los proyectos políticos, lo que marca las distinciones entre uno u otro subgrupo? ¿Es el subgrupo un referente importante para dar los debates políticos necesarios en cada tienda? ¿O se trata fundamentalmente de lealtades y confianzas entre gente que se conoce porque simplemente opera junta en la dinámica que organiza la distribución de espacios y posiciones de poder?

 

por Víctor Muñoz Tamayo*

Imagen| Acto del PS en el Teatro Caupolicán, 1950. Fuente: Santiagonostalgico


La historia de los partidos políticos de izquierda es, entre otras cosas, la historia de sus estructuras, comunidades militantes, culturas políticas y modos de organización. En relación a esos aspectos, una comparación recurrente ha sido la de los dos modelos históricos presentes en la izquierda chilena del siglo XX: el Partido Comunista y el Partido Socialista. El primero, con mayor homogeneidad de clase, presencia predominante de sectores obreros y populares, y un modo de organización orgullosamente leninista, que priorizaba la unidad en la acción, o el centralismo democrático, expuesto idealmente en que la voz de una mayoría era validada como voz del partido por parte de una disciplinada minoría. En esa matriz, la posibilidad de la facción fue siempre rechazada, y se concebía contraria a los propios principios de la organización. Por otro lado, estaba el PS, un partido que nace de la fusión de diferentes núcleos militantes, heterogéneo en su composición de clase, diverso en sus orientaciones ideológicas, con fuerte presencia de sectores medios y que solía absorber a corrientes que salían de otros conglomerados, como los grupos disidentes y/o expulsados del propio Partido Comunista. Así, mientras el PC tendió a rechazar la disidencia organizada y visible, el PS se presentó como posibilidad de una casa diversa de la izquierda, donde, por ejemplo, un trotskista podía salir del PC y coexistir en el PS con alguien con orientaciones anarquistas, social demócratas o de un antioligarquismo latinoamericanista al estilo del APRA peruano.

Con la idea de destacar elementos útiles para entender la problemática actual de los subgrupos en partidos emergentes de izquierda, particularmente del Frente Amplio, nos centraremos en el PS, pues no hay en esos nuevos partidos realidades de cultura militante que puedan ser medianamente semejantes a la que han tenido los comunistas, y en cambio, sí han mostrado una temprana tendencia a articularse como partidos de facciones.

Como decíamos, al PS, en su historia, debemos entenderlo como un partido de facciones, corrientes, o si lo preferimos, de subgrupos internos visibles. Esto último, no impedía que en determinadas coyunturas esa ¨casa común¨ de una izquierda diversa se rompiera o pulverizara en algunos o muchos partidos socialistas que operaban como facciones autonomizadas, cosa que ocurrió en la década de 1980, cuando llegaron a coexistir alrededor de una veintena de partidos socialistas operando en Chile y el exilio.

¿Pero hablamos de tendencias, facciones, fracciones, sectores o corrientes? No es menor el problema de la diversidad de términos asociados al fenómeno, pues no hay un consenso en los estudios sociales y políticos sobre la nomenclatura ¨facción¨ y sus posibles diferencias con ¨corriente¨ o ¨tendencia¨, aunque es claro que los subgrupos partidarios se diferencian en su permanencia, estructuración, visibilidad y contenido relativo a su distinción. Quizás una de las nociones más difundidas en la ciencia política es la de Giovanni Sartori, quien entiende la facción como el grupo específico y con alta visibilidad dentro de un partido, a diferencia de las “tendencias” que señalarían diferenciaciones menos visibles y articuladas. De todos modos, lo que digan los cientistas políticos no constituye necesariamente el modo predominante en que los propios militantes usan los términos para nombrar sus propias realidades y culturas políticas.

En el caso del PS, el habla cotidiana de la militancia durante la posdictadura fue pasando de nombrar los subgrupos como corrientes o tendencias, a hablar de ¨sectores¨ o ¨lotes¨. En ese proceso habían cambiado radicalmente los sentidos asociados a la diferenciación de los grupos internos. Durante toda la dictadura las facciones convertidas en partidos PS autónomos, y los subgrupos internos de cada una de esas ¨facciones autonomizadas¨ se diferenciaban entre sí por, al menos, cuatro cuestiones relevantes: a) aspectos doctrinarios y nociones relativas a la realidad mundial de los socialismos durante la guerra fría, y al vínculo entre socialismo y democracia; b) Aspectos doctrinarios asociados al modo de organización partidaria; c) Diagnósticos sobre la dictadura y validación de formas de lucha para enfrentarla; d) Políticas de alianza tanto para enfrentar la dictadura como para proyectar una realidad posdictatorial. Estos factores estaban relacionados entre sí y marcaban no sólo la diferenciación entre, por ejemplo, un PS ¨de la renovación¨ dirigido por Ricardo Núñez y el PS declaradamente marxista leninista que dirigía Clodomiro Almeyda, sino que también entre los subgrupos de estos mismos partidos. Pues, aunque el PS Almeyda declarase abrazar un disciplinado centralismo democrático, ello no impidió que en su interior existieran subgrupos que protagonizaron quiebres (como el del PS ¨comandantes¨) o que implicaron que en el proceso de unificación socialista de 1990 el ¨almeydismo¨ entrase ya dividido entre la llamada corriente del ¨tercerismo¨ y el grupo liderado por Camilo Escalona que años después comenzó a llamarse ¨Nueva Izquierda¨. De la misma manera, la persistencia faccional significó también que el llamado sector renovado no entrara unido al proceso de unidad, y se distinguiera rápidamente entre una corriente dirigida por Ricardo Núñez y otra encabezada por Jorge Arrate, las que entraron en una disputa que significó la salida definitiva de aquellos socialistas que mantenían doble militancia con el PPD, lo que, en la práctica, fue una temprana ruptura en el nuevo PS unificado.

El punto es que el fenómeno faccional en el PS, hasta ese momento, tenía en su centro la diferencia de posiciones en relación a la política como noción doctrinaria y proyección programática. Lo que va sucediendo después, es que la realidad de la transición, con los efectos políticos de los enclaves autoritarios, con la aceptación concertacionista de las bases del modelo económico, y las implicancias de tecnificación de la política y despolitización social, significaron que se dañara el vínculo partidario con la sociedad y sus conflictividades, lo que redundó en que se alteraran aspectos fundamentales de la cultura política del partido como el propio modo de organización y los sentidos de la práctica militante. De tal modo, la propia realidad de la transición influyó en que, si bien el PS no dejó de ser un partido de facciones, cambiaron absolutamente los significados asociados a la distinción entre esas facciones. Estas últimas, dejaron de distinguirse por la política en su dimensión doctrinaria y programática, y en cambio pasaron a convertirse en agrupamientos de orientación pragmática, funcionales a la organización del poder interno y la distribución de roles, cargos y candidaturas. Es decir, por más que en el PS se discutiera de programas y estrategias políticas, e incluso emergieran clivajes relativos a lo realizado por la concertación, como los llamados autocomplacientes y autoflagelantes, lo cierto es que nada de esa dimensión de la política como tesis, programa y proyecto, estaba en la base de las distinciones faccionales como sí lo había estado en décadas anteriores.

Como dijimos, todo esto tuvo un correlato en la propia nomenclatura de la militancia socialista para referirse al grupo interno. De hablar de ¨tendencia¨ o ¨corriente¨ se pasó a hablar de ¨sector¨ o simplemente “lote¨. Esta última categoría ponía acento en que lo fundamental del subgrupo no era la adscripción a ideas y orientaciones políticas en común, sino el hecho de actuar coordinadamente, tener una identidad, confianza y lealtad con los del grupo, y confiar en que no se estaba solo en el partido, y había un grupo, un ¨nosotros¨, que velaba porque los intereses propios y en común se harían valer a la hora de distribuir poder y beneficios asociados a la labor política militante.

Es decir, el lote operó en función de beneficios e intereses en la cara más pragmática e instrumental de la política. Por lo mismo, no es una mera precisión de lenguaje decir que una corriente y un lote no son sinónimos. Y tampoco se trata de que corriente suene mejor o menos coloquial que lote. El punto es que en el uso del término ¨lote¨ subyace determinada lógica fruto de los efectos que tuvo el clima de la transición en la política y en sectores de la izquierda. El lote es ¨gente junta¨, que se reúne por voluntad, por lealtades, o que ¨cae¨ en un grupo determinado por el simple hecho de militar en un sector, territorio o espacio laboral que ya está ¨loteado¨, es decir, que se asocia a la influencia y control de determinado grupo. Y claro, la organización y distribución de cargos, posiciones, áreas de influencia son parte de la política, pero con el lote, esa dimensión domina el funcionamiento de la orgánica, o lo que se suele llamar ¨la interna¨ partidaria, eclipsando el debate político como pugna conectada socialmente y con miras a proyectos constructores de sociedad.

No es extraño que en un país en que se diagnostica “desafección” de los ciudadanos con la participación política, o “despolitización” social, un partido político vea reducido el peso de los debates político programáticos en la definición de sus subgrupos internos. Por ello, si se quiere revertir ese proceso a nivel nacional, y apostar por mejorar la calidad de la democracia politizando la sociedad, no es un detalle las lógicas y formas que tenga la militancia de izquierda.

En contextos como el actual, en donde emergen nuevos partidos de izquierda frutos de procesos de convergencias que vinculan a diferentes culturas militantes, es un debate pendiente el asumir cómo se desarrolla la dinámica interna de dichos partidos. Sabemos que la fusión de militancias en un partido suele producir lógicas de facciones. De hecho, varios de los núcleos militantes, partidos y proyectos de partido del Frente Amplio ya están funcionando con dinámicas de subgrupos, es decir, en donde el primer espacio de participación militante es la facción del partido, y luego el partido a nivel general. Lo anterior no es necesariamente algo negativo, e incluso puede ser positivo, si es que estos subgrupos facilitan el debate interno. Pero qué tipo de subgrupos son los que emergen. ¿Son corrientes? ¿Son lotes? ¿Es la política en su dimensión de las tesis políticas y los proyectos políticos, lo que marca las distinciones entre uno u otro subgrupo? ¿Es el subgrupo un referente importante para dar los debates políticos necesarios en cada tienda? ¿O se trata fundamentalmente de lealtades y confianzas entre gente que se conoce porque simplemente opera junta en la dinámica que organiza la distribución de espacios y posiciones de poder? Ha habido diferentes voces que se refieren a las emergentes internas partidarias. El tratamiento de la prensa sobre estos procesos se ha caracterizado por el simplismo, el sensacionalismo y la excesiva imaginación en la búsqueda de identificar y nombrar grupos, los que se suelen asociar a los líderes reconocidos nacionalmente. Desde los actores militantes, los relatos manifiestan dudas sobre la dirección que están tomando las internas partidarias. Existiendo realidades diversas en el Frente Amplio, a más de alguno he escuchado hablar de ¨lotes¨, y a más de alguno he escuchado descripciones semejantes a los lotes. Esto es preocupante, no porque el lote sea la ¨vieja política¨, al contrario, históricamente, en la izquierda, es un fenómeno más bien nuevo, pero dañino, si lo que se quiere es una política de cara a la sociedad y comprensible para esa sociedad.

Las corrientes como grupos que debaten políticamente y con base en diferenciaciones político programáticas pueden llegar a ser comprensibles para los actores sociales politizados. Los lotes, en cambio, sólo los entienden los militantes, encerrados en sus internas y aislados de la sociedad. En parte porque los contenidos que deslindan uno y otro grupo no tienen que ver con esa sociedad. En parte también, porque un celoso secretismo tenderá un velo sobre esa política íntima que no se quiere exponer por pudor. Le pasó al PS luego de décadas de historia. Que no le pase a una joven izquierda, una izquierda emergente que debe aprender que para lanzarse al siglo XXl debe conocer muy bien el siglo XX.

Víctor Muñoz Tamayo
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Historiador, académico e investigador de la Universidad Católica Silva Henríquez. Autor de "Historia de la UDI. Generaciones y cultura política" y "Generaciones. Juventud universitaria e izquierdas políticas en Chile y México".

Un Comentario

  1. Bueno el análisis, aunque parte con una premisa incorrecta. Nueva Democracia e Izquierda libertaria tienen mucho más similitud con el PC que con el PS o el Mir

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