“Voyager”, de Nona Fernández (reseña)

Voyager viaja por el cosmos y Fernández recuerda en las constelaciones las guías y las marcas de un universo palpitante, su libro cita a la astrología, como a la astronomía, habla de Cáncer en el cielo, en el zodíaco y en la mitología; su escritura indaga en esas realidades concomitantes y busca un sentido más allá de la lógica, un sentido íntimo y cósmico, un sentido que se alimenta de las proximidades aleatorias de los cuerpos, de su madre y su hijo, un país, las estrellas y el desierto.

por Nicolás Román

Imagen / Disco dorado del Voyager. Fuente: Wikimedia


Hace un par de años llegué a Luisa Muraro en un seminario sobre género y clase. Elsa Drucaroff presentaba a la feminista italiana con un interés muy particular: reflexionar sobre el orden simbólico de la madre. El texto de la filósofa italiana no era un lectura usual. Tenía un tono literario, tenue, crítico y declarativo, para mí un ensayo y una carta, en la que se buscaba un camino intelectual, filosófico y feminista para una reconciliación con la madre como garante de la lengua y fuente de sentido. Reconciliación con la madre en perspectiva psicoanalítica para intervenir la concesión lacaniana patriarcal a lo simbólico. En ocasiones, yo pensaba en su madre -la madre de Muraro- y las madres como esa fuente de mundo, mi madre.

Esa fue una de las primeras conexiones entre ideas y referencias en mi lectura de Voyager, el texto de Nona Fernández comienza en una órbita con la madre, con el olvido, con los astros, la memoria histórica y personal. Su madre es una de las protagonistas de este relato o ensayo autobiográfico (qué importan los géneros a estas alturas) en Voyager se viaja como en una sonda espacial, donde se cruzan las estrellas, las tramas, las redes neuronales, los paisajes del desierto, la memoria, la pérdida de la memoria, los mensajes, los planetas, las estrellas, un país, la madre, su madre.

Fernández pasa del relato personal al eco cósmico, narra desde una perspectiva íntima la historia de Chile, la historia de la humanidad y la historia del Universo, este es un texto que viaja como una cápsula, su relato es como esos discos de oro grabados para el proyecto de Carl Sagan para ser contenidos en la Voyager, la sonda espacial de la NASA. Esos discos viajan por el Universo, estriados por una muestra aleatoria y parcial de un proyecto humano que busca señalar quiénes somos.

El Voyager viaja por el universo con esta misiva como un mensaje en una botella que busca llegar a las orillas de otro océano para desplegar su contenido. Asimismo la literatura viaja como una inscripción dorada, críptica, aleatoria y enigmática. La escritura de Fernández persiste en los enigmas. Si en Dimensión desconocida había un deseo por explorar la psique del delator del Comando Conjunto, en el caso de Voyager, ella explora los destinos de un detenido desaparecido, cuyo nombre se le asigna a una constelación amadrinada por Fernández. Ella investiga los enigmas de los escáner de su madre que contienen la energía liberada por recuerdos familiares almacenada en sus interacciones neuronales, a su vez se mezclan con esta escritura que libera esa energía familiar, histórica y universal. El texto recorre fechas, hitos y espacios; recuerda familiares, amigos y desconocidos que se vuelven conocidos.

Agujeros negros recorren la escritura de Fernández. Dimensiones desconocidas de un proyecto escritural que pasa de un taller a un liceo de niñas, de un río como el Mapocho al desierto de Atacama y el espacio sideral. Esos agujeros de gusano nos trasladan en un viaje interestelar por la memoria, por recorrer las heridas y los pliegues donde se alojan los recuerdos y cómo ellos vibran desde una escritura dorada hacia los nuestros. Sus palabras vibran en el teatro y también sus letras en la escritura, tal como brillan las constelaciones desde el cielo.

Voyager viaja por el cosmos y Fernández recuerda en las constelaciones las guías y las marcas de un universo palpitante, su libro cita a la astrología, como a la astronomía, habla de Cáncer en el cielo, en el zodíaco y en la mitología; su escritura indaga en esas realidades concomitantes y busca un sentido más allá de la lógica, un sentido íntimo y cósmico, un sentido que se alimenta de las proximidades aleatorias de los cuerpos, de su madre y su hijo, un país, las estrellas y el desierto. Los cruces de esta escritura me recuerdan nuevamente a Luisa Muraro cuando opone los tropos de la metáfora y la metonimia, esta última, femenina, figura de las proximidades y los contactos, a diferencia de la metáfora, señora de los remplazos, del padre y la ausencia. Los contactos de esta escritura se buscan y atraen en su proximidad, su propia fuerza de gravedad pondera su masa en estas interacciones, teje una constelación de sentidos múltiples, un universo, del pasado y el presente. La trayectoria de un astro en el futuro, la huella de la luz que viene del pasado. La obra de Fernández se orquesta en esa constelación entre la escena, la letra, su voz y su escritura, su cuerpo, su pensamiento. Una obra inquieta, reflexiva, íntima y sideral.

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Doctor en Estudios Latinoamericanos y parte del Comité Editor de revista ROSA.