Peña expone públicamente su simpatía y solidaridad por esas microtrayectorias y compañeros de generación, marcados por una época violenta. Y más aún, presenta sus gestualidades y componentes afectivos, sus familias y amigos, sus amarguras y silencios cómplices. Es un grito generacional a contrapelo de los significados de la historia del “empate” (esa idea sin contexto que justifica la condena a todos los “crímenes” por el hecho que hubo muertos de lado y lado) o la lógica del todo o nada de las condenas como le conviene a la UDI.
por Rodolfo Quiroz
Imagen / portada del libro “Jóvenes Pistoleros”.
“En efecto, quienes hicieron parte de la resistencia armada en tiempos de tortura, como en la actual movilización, eran muy jóvenes. Muchachas y muchachos de la generación del ochenta que con suerte sorteaban los veinte años, pero que marcados por un particular y determinante contexto de política y terror, perdieron sus vidas pensando que un día el pueblo tendría la ofensiva. Y sí, la misma ofensiva que desde el 18 de octubre, otros jóvenes, de otra generación, asaltaron en el Metro y continuaron en las alamedas de un país entero”
Juan Cristobal Peña. Jóvenes pistoleros. Violencia política en la transición. Santiago, Debate, 2019.
Jóvenes pistoleros. Violencia política en la transición es un libro escrito con delicadeza, empatía y pasión, que viene a completar una serie de narrativas que buscan contextualizar y describir el itinerario político y biográfico de aquella generación del ochenta que dispuso su cuerpo a la lucha armada contra la represión. Por ello, su actual lectura arrastra varios tipos de significados, que tal vez cristalizan en la metáfora de la –hoy por hoy– primera línea, pero que no se limitan a ésta. En efecto, quienes hicieron parte de la resistencia armada en tiempos de tortura, como en la actual movilización, eran muy jóvenes. Muchachas y muchachos de la generación del ochenta que con suerte sorteaban los veinte años, pero que marcados por un particular y determinante contexto de política y terror, perdieron sus vidas pensando que un día el pueblo tendría la ofensiva. Y sí, la misma ofensiva que desde el 18 de octubre, otros jóvenes, de otra generación, asaltaron en el Metro y continuaron en las alamedas de un país entero.
El libro de Peña nos alerta de estas drámaticas y esperanzadoras ocurrencias de la historia del Chile de la transición, ominosamente violentas. Pero lo hace desde su lado más íntimo: el rostro y los sentimientos de las y los jóvenes que protagonizaron el desdoblamiento político-piscológico del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR), la organización político-armada que se dedicó a resistir y combatir militarmente al régimen de Augusto Pinochet. Es destacable la empatía que desarrolla Peña a lo largo de la obra, pues aborda los vínculos y acciones rodríguistas sin emplazamientos morales ni condenatorios, ni menos alabanzas románticas del tipo heroico-politizadas. Se trata de mostrar a los sujetos en su tiempo cotidiano, con sus carencias y virtudes, recreando el imaginario social de cada una de las subjetividades involucradas y su continua contradicción interna-externa. Una contradicción interna que puede testimoniarse a partir de una fuga emocional y afectiva, propia de cualquier búsqueda de resguardo colectivo o individual en tiempos de extrema pulsión violenta. Y una contradicción externa que se reestructura políticamente en un tumultuoso contexto militarizado, donde principios y acciones insurrectas escenografían ejecuciones contra agentes y cómplices de un régimen de exterminio que se resiste a abandonar la historia y sus privilegios.
A partir de esta estrategia narrativa inmiscuida en la frágil democracia del Chile de los noventa, el texto elabora una crítica sútil pero contundente del proceso de descomposición del FPMR en el desarrollo de sus acciones, donde las voces de sus protagonistas son las que establecen pautas de discernimiento, con matices y nuevas posibilidades, siempre abiertas a ser consideradas en tiempo presente. Tal como podemos rescatar en esta última parte del libro:
“No sé si leíste Por quién doblan las campanas1, ahí tu ves que en una guerra matar es normal, es pan de cada día, pero si le quitas ese contexto de guerra y violencia, todo cambia. Yo ya tenía veinte años y hoy miro a mi hijo que tiene la misma edad ¡y es un niño! Pues hay una cosa de contexto, y en esos años la cantidad de gente joven del Frente que murió entre fines de los ochenta y comienzo de los noventa fue mucha, mucha, mucha, y ahí hay una responsabilidad de la dirigencia de esa época, de los jefes, de los que mandaban a esos jóvenes. Yo hice un proceso de todo eso que viví y ahora veo las cosas de manera distinta, hoy lo veo con distancia y autocrítica, hoy creo en otros cambios, en la revolución espiritual, en la evolución, y veo también un Frente muy distinto al que había antes de que yo entrara. Para mí hay un Frente antes del noventa y otro muy distinto después. Me quedo con el primero (p. 437)”.
La cita da para múltiples interpretaciones. Pero más allá de éstas, lo valioso es que se trata de una voz autorizada. Es el testimonio en primera persona de Miska, Silvia Brazovic Pérez, joven rodriguista y personaje central de Jóvenes pistoleros. Ella, junto con Ricardo Palma Salamanca, el Negro, y Mauricio Hernández Norambuena, el conocido Comandante Ramiro, protagonizan el hilo drámatico de la obra y componen el triángulo amoroso más intenso de la transición política de los años noventa y la propia historia del FPMR. Miska no sólo tiene un papel estructurante en la sucesión de micro capítulos que remecen nuestra novela-ensayo político. También apunta sobre la división epocal de un FPMR antes y después del noventa, un aspecto que no debiese ser desatendido para hilvanar la compleja red de relaciones personales y decisiones políticas que fueron desarticulando y movilizando la legitimación del FPMR en el imaginario de la violencia política contra la represión pinochetista.
Jóvenes pistoleros es una historia política narrada desde sus protagonistas que nos ilustra de algunas de las acciones más controvertidas del FPMR, como el asesinato al ex coronel Luis Fontaine y el senador Jaime Guzmán y la posterior detención y trayectoria de colaboradores y frentistas que siguen de cerca los pasos de nuestros tres personajes centrales: Miska, Ramiro y el Negro. Por ello, su lectura puede ser entendida como un ejercicio literario y de memoria porque actualiza cuestionamientos históricos de eventos políticos pasados, disponibles para recordar y resignificar, y literariamente somos testigos de cuadros políciales y urbanos llenos de detalles, escenas de la trama íntima de la violencia con el rostro de sus protagonistas de lado y lado (FPMR, CNI, “Oficina”, PDI), siempre en conexión con el contexto histórico y social del país.
A su vez, dichos paisajes políticos son revividos y codificados a partir de innumerables fuentes de archivo e imágenes que hacen del texto una crónica realista, pero intensamente intrigante y envolvente. A partir de un perfil psicológico de cada uno de los protagonistas y algunas de sus tramas biografico-afectivas que permiten abrir datos de personalidad, Peña nos devela el movimiento adverso de éstas trayectorias rodríguistas. Pero no de una vez, sino desde aquel tormentoso camino recorrido de pasar de la resistencia a la vida clandestina, con sus “aciertos” y desaciertos, rompiendo esas formas vacías de la mística revolucionaria sin cotidianos emocionales y mostrándonos como pudo ser la vida real de estos muchuchachos y muchachas del FPMR. Desde sus infiernos hasta sus pequeñas victorias simbólicas o treguas –como diría Benedetti– que, en la mayoría de las veces, amplian sus existenciales preguntas en silencio o en un laberinto frío y ominoso sin muchas opciones reales.
Un dato curioso de la obra es la propia interacción biográfica del autor y las trayectorias de la generación del ochenta, particularmente con Miska. Juan Cristóbal Peña explica su particular coincidencia con la jóven rodriguista en la época escolar (Colegio Francisco Miranda), lo cual permite adentrarnos más íntimamente al entorno familiar y psicológico de ella. Este gesto, tal vez, puede llevarnos al argumento central del libro: cómo un determinado contexto puede determinar la vida de cualquier persona, independiente de sus inclinaciones y convicciones y cómo una determinada decisión política puede convertirse en una clausura de otras posibilidades y decisiones. El hecho de que Peña participe de su propia obra y sea parte activa de la generación estudiantil del ochenta, permite reafirmar la importancia del contexto en los hechos narrados. En efecto, cualquier estudiante de los ochenta, situado en un contexto medianamente político, incluso el propio Peña (tal vez, de haber funcionado su enamoramiento con Miska), pudo haber sido implicado en el FPMR.
Peña expone públicamente su simpatía y solidaridad por esas microtrayectorias y compañeros de generación, marcados por una época violenta. Y más aún, presenta sus gestualidades y componentes afectivos, sus familias y amigos, sus amarguras y silencios cómplices. Es un grito generacional a contrapelo de los significados de la historia del “empate” (esa idea sin contexto que justifica la condena a todos los “crímenes” por el hecho que hubo muertos de lado y lado) o la lógica del todo o nada de las condenas como le conviene a la UDI.
Ahora bien, ¿por qué leer Jóvenes Pistoleros hoy? Al menos, existen tres fuertes razones. Primero, porque estamos frente a una historia genuinamente conmovedora, llena de solidaridad y amistad, donde a pesar de toda la barbarie y la trama violenta de errores y horrores, es, sobre todo, el triunfo del amor. Porque Jóvenes pistoleros es también una historia de amor, una que si bien durante una parte del libro aparece como un triángulo amoroso, ya desde avanzada su estructura de personajes, emerge como un intenso y poderoso vínculo de compañeros-amantes. Un amor desgarrador que nos regala cartas, poesía, fotografías, desencuentros pero, sobre todo, complicidad en el más amplio sentido del término. Porque el desenlace entre el Negro y la Miska, dice Peña: “Fue intenso, claro, porque fue amor, pero quienes los conocieron de cerca coinciden en que esa relación había un mundo aparte, de códigos secretos y cómplices, que a decir de Ricardo Piglia es la condición del amor: ‘Ese idioma privado que solo hablan dos personas’”(p. 112). Si ya la historia política de nuestros personajes permite que la lectura circule sin amagues ni contratiempos, el accionar poético y amoroso de sus protagonistas la convierte en la más pasional novela política de los últimos tiempos.
En segundo lugar, se desmitifica cotidianamente el lugar heroico de la violencia usada por el FPMR. Se intenta exponer la dimensión subjetiva de sus protagonistas, la fatalidad o el azar de ciertos contextos históricos y cómo dichos contextos, más allá de cualquier opción o convicción de la violencia, son tejedores de situaciones impredecibles y terribles. Al mismo tiempo se expone y se cuestiona sútilmente la compleja sucesión de caminos al interior del FPMR, particularmente ominosa en el caso del comandante Emilio en México y el propio caso de Mauricio Hernández Norambuena en Brasil.
Por último, Juan Cristóbal Peña tiene un talento narrativo que no solamente es fruto de su compromiso creativo con sus personajes e historias, literariamente, hermosas y cautivantes. Es un talento también fundado en su decidida tarea periodística de encajar y encuadrar cada pieza afectivo-histórica en su época, como si fuese un puzzle nunca antes descifrado en sus micro detalles pasionales y direccionamientos políticos. Escribe una historia política del país difícil, que muy pocos sino nadie se dispone a memorizar con sus protagonistas, pero también narra una microhistoria afectiva donde los protagonistas se ven armados y desnudos, en colectivo y en solitario, riendo y llorando, sufriendo y gozando, despiadados y frágiles de su más cordial o terrorrífica cotidianidad. La hasta ahora invisible trayectoria de Miska en la lucha contra el régimen autoritario es tal vez una de las revelaciones más expresivas de Jóvenes pistoleros para futuras reinterpretaciones del FPMR, tal como también se revelan las tramas afectivas, cotidianas y psicológicas de muchachas y muchachos ánonimos que jugaron un papel fundamental en el proceso político que resistió militarmente al régimen más brutal y despiadado del siglo XX.
Notas
Rodolfo Quiroz
Académico del Departamento de Geografía, Universidad Alberto Hurtado
Buena reseña, actualiza un debate que creíamos perdido en la década de los ochenta