Lo que le debemos a los indocumentados

En el marco de la conmemoración del Día del Migrante (18 de diciembre), conviene revivir este texto celebratorio de las luchas migrantes, escrito por Étienne Balibar (traducido por Afshín Irani), un pensador que siempre los entendió en la primera línea de defensa a la democracia, como una fuerza social que hace frente a los nuevos discursos autoritarios del capitalismo global. Saludamos de esta forma, a nuestras hermanas y hermanos migrantes, y a su rol en la universalización de la democracia, en tiempos donde vemos en el horizonte, y con tanta alegría, la caída de los enclaves autoritarios y xenófobos de la constitución dictatorial; les deseamos a ellos una participación plena dentro del proceso por el cual pasa nuestro país, ese que compartimos en las calles.

por Étienne Balibar

Imagen / Etienne Balibar, 16 de diciembre, 2011. Fuente: Wikipedia.


Advertencia del editor (instituto europeo para políticas culturales progresivas)

El siguiente es un breve discurso de Étienne Balibar en una manifestación que tuvo lugar en París en marzo de 1997, organizada por la sociedad francesa de directores de cine. La manifestación fue uno de los tantos actos de solidaridad con los “sin papeles de Saint-Bernard”, un grupo de alrededor de 300 personas que ocuparon la iglesia de Saint-Bernard en junio de 1996, donde algunos entraron en huelga de hambre para darle peso a la reivindicación de la legalización de su estancia en el país. Hacia el fin del mes de agosto de 1996, la iglesia había sido evacuada por la policía con una brutalidad considerable y posteriormente no se cumplieron las promesas del gobierno francés. El discurso de Balibar debe, entonces, entenderse, por un lado, en el contexto de una solidaridad continua y por otro lado, en un momento donde muchos de los indocumentados habían sido o expulsados o recibido órdenes de abandonar Francia.

La situación de los “sin papeles de Saint-Bernard” no es completamente idéntica a la que viven los refugiados que se atrevieron a protestar en otras ciudades europeas: hubo en Francia en la segunda mitad de los ochentas un endurecimiento de las leyes (sobre todo, la ley ‘Pasqua’ de 1986 y 1993) que había provocado que la gente que ya trabajaba durante muchos años en Francia, que habían formado familias, perdieran su permiso de estadía; lo que tuvo como efecto el que padres y madres fueran expulsados mientras que sus hijos eran ciudadanos franceses. Por el contrario, una de las principales reivindicaciones del movimiento y protestas de los refugiados de Viena, concierne justamente al acceso oficial al trabajo para escapar de una estadía vinculada a una constante inseguridad, que se inscribe dentro de un gran letargo de desempleo y desocupación (si no, una marcada por el acceso al trabajo informal o altamente precarizado).

De esta forma, algunas de las transformaciones más recientes de los regímenes superpuestos de las condiciones globales del trabajo y de los derechos cívicos y políticos, son documentadas a través de las diferentes experiencias de las que se alimentan las articulaciones de un movimiento social. El discurso de Balibar parece conservar su actualidad hasta hoy, porque se toma en serio la descripción de los mismos manifestantes como “sin papeles”, lo que desvía la denominación y categorización dominante y señala un terreno compartido, a nivel político y existencial, es decir, una situación que resulta de la inseguridad fundamental tanto en lo que respecta a la ley como a la residencia. Dentro de las condiciones actuales, a pesar de todas las declaraciones de derechos humanos, solo aquellos que han podido presentar sus papeles en forma de cartas son quienes disponen de derechos elementales. Incluso, este discurso insiste en el hecho de que, sea cual sea este “nosotros” de cada uno de los que tienen esas cartas, la verdadera ciudadanía democrática solo se puede crear con los indocumentados.

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Lo que le debemos a los indocumentados

Étienne Balibar

Nosotros, ciudadanos franceses de todos los sexos, orígenes, profesiones, estamos en una grandísima deuda con los indocumentados que, rechazando la ‘clandestinidad’ que se les asignó, plantearon con fuerza la cuestión del derecho de residencia. Les debemos una triple demostración, lo que nos confiere algunas responsabilidades.

Les debemos por haber derribado las barreras de la comunicación, de hacerse ver y escuchar por lo que son: ni fantasmas, ni delincuentes ni invasores, sino que trabajadores, familias que son, a la vez, de aquí y de allá, con sus particularidades y la universalidad de su condición de proletarios modernos. Distribuyeron hechos, preguntas, incluso oposiciones sobre problemas reales de la inmigración en el espacio público, en lugar de los estereotipos mantenidos por los monopolios dominantes de información. Así comprendemos mejor qué es una democracia; una institución del debate colectivo, pero cuyas condiciones nunca se dan desde arriba. Siempre se necesita que las partes interesadas conquisten el derecho a la palabra, a la visibilidad, a la credibilidad; corriendo el riesgo de represión. Y lo habrán hecho con calma y coraje, rechazando las instituciones de la violencia mediática y del sacrificio, incluso cuando su situación sea a menudo desesperada.

Les debemos haber pulverizado las pretensiones de sucesivos gobiernos de jugar sobre dos tableros: por un lado, el del “realismo”, de la competencia administrativa y de la responsabilidad política (se deben regular los flujos de la población, mantener el orden público, asegurar “la integración” de los inmigrantes legales…), y por otro lado, la propaganda nacionalista y electoral (designando chivos expiatorios para la inseguridad, proyectando el miedo a la pobreza masiva en el espacio de fantasía de conflictos identitarios) Los indocumentados han demostrado que su régimen de ilegalidad no fue reformado por el Estado, sino creado por él. Demostraron que tal producción de ilegalidad, entonces destinada a la manipulación política, no podría hacerse sin ataques constantes a los derechos civiles (en particular a la seguridad de las personas, que va desde la no retroactividad de las leyes hasta el respeto de la dignidad y de la integridad física) y sin compromisos constantes con el neofascismo y los hombres que lo propagaron. De este modo, han sacado a la luz uno de los mecanismos para la extensión del racismo institucional, que tiende a una especie de apartheid europeo, asociando una legislación excepcional y la difusión de ideologías discriminatorias. Pero también mostraron cómo resistir a este círculo viciosos: restableciendo la verdad sobre la historia y la condición de los hombres, ofreciendo sus intereses a la mediación y a la negociación, aclarando la universalidad de sus derechos y la contribución de sus culturas.

Finalmente, les debemos tener (con otros, como los huelguistas de diciembre de 1995) recrear entre nosotros la ciudadanía, en tanto que ya no es una institución o un estatuto, sino una práctica colectiva. Lo han hecho por sí mismos, mostrando que no es necesario ser un nacional para contribuir de forma responsable a la vida de la ciudad, sino también creando nuevas formas de militancias y renovando las antiguas. La militancia, si no toda la ciudadanía activa, es claramente uno de sus componentes esenciales Al mismo tiempo, no podemos deplorar la apatía democrática de descuidar la importancia de las movilizaciones recientes en torno a los derechos de los extranjeros residentes en el territorio francés (y más generalmente el europeo) Así, han contribuido a la actividad política una dimensión transnacional que tanto necesitamos para abrir perspectivas de transformación social y de civilidad en la era de la globalización. Y, por ejemplo, comenzar a democratizar as instituciones policiales y fronterizas.

De esta forma, los indocumentados, “excluidos” entre los “excluidos” (y ciertamente no son los únicos), han dejado de parecer simples víctimas, para convertirse en actores de la política democrática. Nos ayudan, poderosamente, a través de su resistencia e imaginación, a volver a darle vida. Les debemos este reconocimiento, y decirlo, y comprometernos incesantemente más a su lado, hasta que se les garanticen derecho y justicia.

Suplemento de Balibar, febrero de 2013:

Me siento honrado de que mi pequeño texto, escrito en 1997 en París para expresar mi solidaridad con el movimiento de los “sin papeles de Saint-Bernard” y dar testimonio de su importancia, sea hoy traducido y difundido en el marco de la campaña de apoyo a los refugiados del Parque Sigmund Freud y de la Voltivkirche en Viena. Sin atribuirme un rol protagonista, que no he tenido ni tendré, puedo decir que se manifiesta una continuidad en luchas migrantes en Europa, y la urgencia de la solidaridad a la que llaman

Cada lugar, cada momento tiene su especificidad. Son los sujetos concretos, con su historia y sus propias necesidades, quienes lideran estas luchas e irrumpen pacíficamente, con valentía, en el espacio público. Pero de una a la otra se transmite la misma pregunta general, insiste en el corazón de la “ciudad” y ya no es posible eludirla.

Las sociedades contemporáneas, que pretenden obtener todos los beneficios de la globalización referidos a las comunicaciones y los negocios, deberán decidir instituir un nuevo derecho a la circulación de los hombres, de su residencia, de su trabajo, de su protección social, que se establece a través de las fronteras. Si va a ser democrático (y, francamente, solo existiría como un avance de la democracia), este nuevo derecho no solo deberá, proteger a los migrantes y refugiados de la arbitrariedad de los estados xenófobos y sus opiniones, sino que también deberá depositarse en su experiencia y competencia, tal como lo expresan sus legítimas demandas de libertad y seguridad.

Cuanto más sean comprendidas y transmitidas estas demandas por los ciudadanos de nuestros países, más el lenguaje y la práctica de la política –esa que hoy se ve peligrosamente plegada sobre intereses corporativos y nacionales– tendrá la oportunidad de reencontrar la universalidad y la creatividad que le dan un alcance emancipatorio para todos.

Saludo con afecto, admiración y esperanza a los refugiados de Viena y a los activistas que los apoyan.