La indolencia del gobierno empresarial ha acelerado un proceso que ya se encontraba en ciernes, pero que explota producto ante la notable desidia del presidente y sus ministros. Quizás por simple incompetencia o por las consecuencias de una elite económica ghetizada, pero ambos gobiernos de la derecha política han sido excelentes galvanizadores de procesos socio-políticos que terminan estallando en la calle. La revuelta se inicia con los estudiantes secundarios, pero termina contagiando al resto de la ciudadanía que acumulaba malestar, pero que lo transforma en rabia cuando ve con estupor como un ministro le recomienda comprar flores, o como otro le exhorta a despertarse más temprano para pagar menos en el transporte público. Es cierto, las desigualdades vienen de mucho antes que Piñera entrara a la Moneda, pero estas se volvieron insoportables cuando las autoridades de gobierno se rieron en las caras.
por Nicolás Ortiz Ruiz
Imagen / Fuente: Flickr.
La presente columna busca entender el proceso subjetivo involucrado en la revuelta que se vive en Santiago y en diversas ciudades del país. Para esto nos concentramos en los conceptos gramscianos de subalternidad, antagonismo y autonomía, entendiéndolos como claves de lectura que nos permiten dilucidar el momento histórico en el cual nos encontramos. Para lo cual primero se describen los componentes estructurales que explican esta crisis, para posteriormente ahondar en los conceptos mencionados y cómo éstos nos permiten comprender el momento actual y elucubrar posibles caminos al futuro.
Esta crisis nace a partir del encuentro de tres procesos sociales: por un lado un malestar devenido en frustración producto de anhelos de cambios sociales que no han encontrado respuesta a lo largo de los últimos 30 años de Transición. En segundo lugar, una crisis grave de legitimidad de prácticamente todas las instituciones encargadas de solventar ideológicamente la dominación neoliberal. Finalmente, el surgimiento de una subjetivación antagonista, liderada por cohortes generacionales nacidos/as y criados/as en las luchas en la ya eterna transición Chilena a la democracia, pero que se esparce a parte importante de la población, generando cadenas de equivalencias en torno a las diversas violencias estructurales que son parte de las experiencias comunes bajo la dominación neoliberal.
El malestar es uno de los fenómenos que más ha discutido en las ciencias sociales en los últimos 20 años[1][2][3][4]. En resumen, el carácter elitista de la Transición hizo que gran parte de las esperanzas por un cambio radical a las estructuras económicas, sociales y políticas de la dictadura fueran frustradas. En su reemplazo, el modelo ofreció al consumo como forma de aplacar esta frustración, permitiendo el acceso a bienes y servicios antes inaccesibles para la mayoría de la población. Sin embargo, este proceso devino en malestar en tanto a lo largo de 30 años el consumo fue mostrando su cara menos amable a través de la deuda. Así, los chilenos/as fueron experimentando las precariedades asociadas a la falta de derechos sociales básicos como la pensión, la salud, la educación, etc. Los casos de las AFPs y la salud son los más decidores. En una población que envejece de manera creciente y sostenida, miles de chilenos/as se enfrentan a la realidad de tener que sobrellevar su vejez con pensiones miserables, literalmente forzados/as a trabajar hasta morir. En la salud, algo similar; la mayoría de las familias chilenas en un riesgo constante de pasar a la pobreza producto de un accidente o una enfermedad catastrófica, obligados/as a organizar bingos y colectas, o en el peor de los casos ver como un familiar muere producto de la falta de atención.
Sin embargo, este malestar no se manifestaba en acción política gracias a la que es la herencia más duradera de la dictadura, una subjetividad subalternidad que hasta el momento era el sustento subjetivo del orden. Como ya ha sido largamente descrito, la dictadura como gobermentatalidad construyó una subjetivación subalterna basada en dos elementos centrales: el miedo y el consumo. El miedo como herramienta de destrucción del tejido social, la cual previene la construcción de un sujeto político, y el consumo como elemento individualizante donde se vierten los deseos y aspiraciones sociales. Estos dispositivos fueron implantados de manera efectiva por las fuerzas represivas a través de 17 años de terror, marcado por las detenciones, los asesinatos, las torturas y violaciones ejecutadas por agentes del estado. Con la transición, estos dispositivos fue complementados por lo que Karmy[5] califica como la “fábula transitológica”, un discurso elaborado por las elites de la transición donde el golpe militar y su consecuente dictadura son representados como el producto de la incapacidad de los chilenos/as de ponernos de acuerdo, por lo que el nuevo estado de transición democrática – con sus inadecuaciones, precariedades e insuficiencias – debe aceptarse de manera de evitar caer nuevamente en un estado desunión que despierte violencia dictatorial. Una suerte de manipulación perversa con ropas de tecnocracia que se impone sobre la ciudadanía de manera de garantizar la reproducción del orden. Estos elementos constituyen el sustento subjetivo sobre el cual se monta el orden neoliberal.
Como señala Althusser[6], uno de los elementos de mayor relevancia a la hora de evaluar la salud de un orden hegemónico se encuentra en la legitimidad que gozan los “Aparatos de Reproducción Ideológica” (ARI). Estas son las instituciones encargadas de otorgar legitimidad al orden de dominación. Althusser identifica 8: las religiosas, educacionales, la familia, las instituciones legales, las instituciones políticas, los sindicatos, los medios de comunicación y las culturales. A éstas las contrapone a las Instituciones Represivas del Estado (IRE): FF.AA. y de orden. En el Chile de los últimos 20 años, ambos tipos de instituciones han atravesado profundas crisis, las cuales les han quitado gran parte de la legitimidad a la dominación neoliberal. Desde la crisis profunda que vive la Iglesia Católica producto de los abusos sexuales de los sacerdotes, la crisis al interior de la fiscalía, y los innumerables casos de corrupción de gran parte de los partidos. A esto se suma la debacle que han sufrido las propias FF.AA. y de orden a partir de sus propios casos de corrupción, además del desastre que ha significado el conflicto Mapuche a lo largo de los 30 años de Transición. Producto del carácter autoritario de la transición chilena, tanto Carabineros como las FF.AA. juegan un rol doble, tanto como instituciones represivas como ideológicas, por lo cual su pérdida de legitimidad es un aspecto significativo para la crisis del orden. Este proceso de deslegitimación pone en riesgo la reproducción del orden, en tanto la mayoría de los chilenos/as no sólo piensa que el orden es injusto, sino que ya esta injusticia se vuelve insostenible.
De manera paralela, una subjetividad antagonista fue creciendo y desarrollándose a lo largo de la transición a partir de dos grupos en particular: los/as estudiantes y los/as Mapuches. Evitando caer en los desvaríos adultocéntricos del rector Peña, a lo largo de los últimos 30 años de democracia los/as estudiantes han sido el grupo que ha mantenido una relación de constante antagonismo con el orden transicional. Desde los inicios de la transición y a lo largo de distinto ciclos de protesta, los/as estudiantes han desplegado una constante lucha contra las políticas autoritarias de los gobiernos democráticos, denunciando la mercantilización de la educación pública, las continuidades de la dictadura en los gobiernos transicionales, y en los últimos años resaltando los abusos e inequidades de género transversales a la sociedad chilena[7] [8] [9]. De igual forma, el pueblo Mapuche ha mantenido una constante e incansable lucha contra las políticas de despojo y destrucción que viene asociado al extractivismo neoliberal[10]. A lo largo de éste tiempo, estos movimientos han adquirido experiencias, densidad crítica y, quizás más importante, legitimidad ante una clase política desprestigiada. En este sentido, no es casual que hayan sido los/as estudiantes que hayan iniciado las revuelta, y por otro, no es casual que dentro de los símbolos más presentes en las protestas sean justamente las banderas Mapuches.
Ahora bien, ambos procesos tienen su punto de ebullición en el gobierno de Piñera no de manera casual. La indolencia del gobierno empresarial ha acelerado un proceso que ya se encontraba en ciernes, pero que explota producto ante la notable desidia del presidente y sus ministros. Quizás por simple incompetencia o por las consecuencias de una elite económica ghetizada, pero ambos gobiernos de la derecha política han sido excelentes galvanizadores de procesos socio-políticos que terminan estallando en la calle. La revuelta se inicia con los estudiantes secundarios, pero termina contagiando al resto de la ciudadanía que acumulaba malestar, pero que lo transforma en rabia cuando ve con estupor como un ministro le recomienda comprar flores[11], o como otro le exhorta a despertarse más temprano para pagar menos en el transporte público[12]. Es cierto, las desigualdades vienen de mucho antes que Piñera entrara a la Moneda, pero estas se volvieron insoportables cuando las autoridades de gobierno se rieron en las caras.
Este punto de ebullición da paso a una transformación subjetiva antagonista, donde se desarrolla una equivalencia de significantes que se enfocan en contra del gobierno, y más específicamente en la figura de Piñera. En efecto, el alza de 30 pesos y la cruel represión que sufrieron los estudiantes resonó con las experiencias y precariedades de la gran mayoría de los/as chilenos, dando paso a una ola de rabia que se transforma en acción. En este sentido la definición de la revuelta como “despertar” es muy decidora, en tanto da cuenta de un cambio de esquema (frame), de una condición de subalternidad que “acepta” el orden de dominación (con sus matices, puede criticarlo, pero no se revela de manera coordinada ni activa), a otra que se revela y se une a una masa, y sale a la calle, poniendo muchas veces en riesgo su seguridad para hacerlo. La represión brutal, la declaración de estado de un estado de emergencia (que en realidad es de facto un estado de sitio), las violaciones a los DD.HH. no han servido más que para alimentar este proceso que hasta ahora parece aún no tener final a la vista. Ahora bien, ¿esto implica entonces el fin del modelo?, esto está todavía por verse. Cabe recordar el cómo terminó Mayo de 1968 en Francia, con de Gaulle marchando por las calles de París junto a los sectores conservador poniendo fin a una de las revueltas más importantes del siglo XX.
Los cabildos dan esperanzas de la posibilidad de generar el tercer proceso subjetivo: autonomía, cuando el pueblo es capaz de articular valores, conceptos e idearios que escapan al orden hegemónico, construyendo así un nuevo futuro. En este sentido es clave el desarrollo de un poder dual que vaya minando el poder del gobierno, sin embargo, esto depende de que estos mantengan su independencia y no se caiga en la trampa de la salida institucional.
[1] Araujo, Kathya, and Danilo Martuccelli. 2012. “Desafíos Comunes. Retrato de La Sociedad Chilena 1.” Santiago: LOM Ediciones.
[2] Ruiz Encina, Carlos E. 2013. “Conflicto Social En El Neoliberalismo Avanzado.” First. Buenos Aires: CLACSO.
[3] Moulian, Tomás. 1997. Chile Actual: Anatomia de Un Mito. Santiago: LOM Ediciones.
[4] Mayol, Alberto. 2012. No Al Lucro. First. Santiago: Debate.
[5] Karmy-Bolton, Rodrigo. 2018. “La Fábula de Chile. La Transitología Como Raison D’etat.” Revista Resonancias, no. 4: 1–20.
[6] Althusser, Louis, J Sazbón, and Aj Pla. 1970. “Ideología y Aparatos Ideológicos de Estado: Freud y Lacan.” Www.Infoamerica.Org/Documentos_Pdf/Althusser1.Pdf 1868: 1–39. https://doi.org/10.1007/s13398-014-0173-7.2.
[7] Thielemann, L. (2016). La anomalía social de la transición ” Movimiento estudiantil e izquierda universitaria en el Chile de los noventa (1987 – 2000) (Primera). Santiago: Tiempo Robado.
[8] Muñoz-Tamayo, V., & Durán-Migliardi, C. (2019). Los jóvenes, la política y los movimientos estudiantiles en el Chile reciente. Ciclos sociopolíticos entre 1967 y 2017. Izquierdas, (45), 129–159.
[9] Paredes, Araya y Ortiz “Primer Informe de Coyuntura de Confictos Sociales: El Mayo Feminista 2018. https://www.academia.edu/40066572/PRIMER_INFORME_DE_COYUNTURA_DE_CONFLICTOS_SOCIALES_EL_MAYO_FEMINISTA_2018
[10] Pairican, Fernando. 2018. “La Gran Revuelta Mapuche 1990-2010.” In Transiciones: Perspectivas Historiográficas Sobre La Postdictadura Chilena 1988-2018, edited by José Ignacio Ponce and Nicolás Acevedo, Primera ed, 267–84. Santiago.
[11] https://www.cooperativa.cl/noticias/pais/consumidores/inflacion/ministro-de-hacienda-llamo-a-regalar-flores-en-este-mes-al-comentar/2019-10-08/112122.html
[12] https://www.eldesconcierto.cl/2019/10/08/el-que-madrugue-sera-ayudado-el-consejo-del-ministro-fontaine-ante-las-alzas-del-transporte-publico/
Nicolás Ortiz Ruiz
Doctor en Sociología de la University of Essex, Reino Unido e investiador de postdoctorado en la Universidad Católica Silva Henríquez.