Rita Segato en Chile. La violencia contra las mujeres como expresión política del patriarcado corporativo

La antropóloga fue bastante tajante en su clase magistral: “el #MeToo nunca será como el #Niunamenos. Existen entre estos referentes grandes diferencias, incluso de clase”, retomando brevemente sus postulados sobre esta cuestión en el contexto argentino. Destacó también que “una ética feminista consiste en día a día neutralizar en nosotras algo que está naturalizado, y que es dirigirnos a los hombres como interlocutores privilegiados”, aclarando que ello implica igualmente reformar fuertemente a las instituciones y sus prácticas, aún importantemente movilizadas por el orden patriarcal, y no pedir una mayor intromisión de éstas en la vida privada tal como están tras la mera consigna de “lo personal es político”.

por Carolina Olmedo Carrasco

Imagen / Rita Segato en la Universidad de Chile, junio, 2019. Fuente: Carolina Olmedo C.


Es innegable que la reciente visita de la antropóloga feminista y anticolonial Rita Segato expresa el signo del feminismo latinoamericano actual, cuyo rol de conducción internacional no es azaroso y se basa importantemente en su condición creativa aunque telúrica: arraigada a una experiencia reciente y constante de la dominación moderna en toda su complejidad -colonial, capitalista y patriarcal-, aunque también persistente laboratorio de resistencias y pensamiento crítico frente a imposibilidad de realización en nuestro continente de sus itinerarios ideales. En un contexto latinoamericano de aumento de los indicadores relativos a la violencia sexual hacia las mujeres y el femicidio, que en Chile se reafirma con el aumento en un 25% de la denuncia de delitos sexuales y del 23% en el caso de violación durante 2018, la antropóloga feminista originaria de Mendoza visitó Santiago a inicios de este mes invitada por la Red Chilena Contra la Violencia Hacia las Mujeres. En dicho escenario, sus postulados sobre la violencia sexual como expresión política del patriarcado en un contexto capitalista y poscolonial generaron un amplio interés y convocaron a un público importante conformado por mujeres a las dos actividades que conformaron el programa público de su visita a nuestro país: una clase magistral y un panel de debate desarrollados en distintos campus de la Universidad de Chile.

En su primera intervención pública, una clase magistral sobre su trabajo investigativo como antropóloga feminista en la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile, Segato abordó como tema central el desarrollo de las relaciones entre orden patriarcal y violencia en el contexto latinoamericano, ello a partir de la consideración del hecho colonial, el actual proceso de profundización neoliberal y precarización de las vidas de las mujeres como un contexto ineludible. Un conjunto de conclusiones que aunque ágiles y novedosas, dan cuenta en su densidad de los más de treinta años que Segato lleva trabajando en ellas a partir de la observación de casos concretos en los que la violencia adquiere materialidad, y se ve constantemente reinventada en nuestro continente a partir de la cuestión del género y lo indígena.

La violencia sexual contra las mujeres como normalidad capitalista

A mediados de los años ochenta Segato se integró como académica del Departamento de Antropología de la Universidad de Brasilia, y hacia 1993 inició una intensa investigación de varios años sobre la violencia sexual a partir de entrevistas a condenados por violación reclusos en la Penitenciaría de esta ciudad. Con esta experiencia a cuestas, en 2006 extendió su interés sobre la violencia contra las mujeres e inició una investigación acerca de los crímenes de Ciudad Juárez, trabajo desde el cual fue solicitada como perito especialista en el enjuiciamiento y condena de integrantes del Ejército por delitos de esclavitud sexual y violación a los derechos humanos contra mujeres mayas en Guatemala (2016); y como apoyo a los procesos investigativos sobre delitos sexuales al interior de las policías en El Salvador (2018). Ambas son posiblemente las dos experiencias de aproximación a la violencia patriarcal con mayor impacto en su perspectiva antropológica y feminista, que planteó ya hacia fines de los noventa una mirada sobre la violación fuera del ámbito de intimidad en que suele inscribirse, observándola más bien como un “crimen de poder” o forma de expresión pública. Por lo mismo, una práctica que constituye un contenido permanente de nuestra sociedad, muy distante de un hecho particular, anómalo o casual.

“Lo primero que descubrí en la cárcel, escuchando a los presos -comentó al inicio de su clase magistral-, es ese carácter expresivo de la violencia. O sea, en la mayor parte de los casos son crímenes expresivos, que tienen que ver más con la comunicación que con una razón instrumental, utilitaria”. Desde esta hipótesis, lo más difícil para Segato a la hora de llevar a cabo su investigación y socializar sus conclusiones fue “el retirar la intimidad de la lectura de los crímenes cometidos por medios sexuales”, matizando la habitual mirada sobre la violencia sexual desde los cuerpos y las relaciones privadas entre hombres y mujeres. Con una profundidad mayor a la hora de observar el sostenido aumento de la violencia contra las mujeres -sobre todo indígenas- experimentado en distintos países latinoamericanos a nivel general, para Segato la reiteración y aumento de la violencia sexual como ejercicio de dominación utilizado contra las mujeres constituye un nuevo momento en el desarrollo del vínculo corporativo entre capitalismo y patriarcado, y por tanto tocante a las relaciones entre los propios hombres. Así, resulta imposible obviar este tipo de violencia como una práctica pública legible como “un contenido propio de nuestras sociedades”, y por tanto una práctica de expresión política que visibiliza el carácter actualmente hegemónico en las relaciones que se desarrollan en la sociedad en su conjunto, sostenida importantemente en los vínculos que los hombres establecen entre sí.

Desde esta perspectiva, que comprende la violencia entre hombres y mujeres como un eje atravesado indefectiblemente por el espacio de legitimación y reafirmación de dichas prácticas entre sus pares -otros hombres que conforman su entorno social-, para Segato la concepción de que la violación es un problema de las mujeres reduce el análisis feminista y lo retrocede a una postura conservadora, donde el perpetrador siempre es una “anomalía social”. Lejos de ser un antisocial o alguien claramente distinguible del resto de su entorno -como suele sugerirse en los relatos de los medios de comunicación-, para Segato el agresor de delitos sexuales contra mujeres “es una persona completamente normal que en su acción expresa un contenido que está en la sociedad y que ésta lo entiende, pero no pasa luego a una elaboración discursiva” y permanece invisibilizado en la esfera pública. Estas ideas acerca de las relaciones entre violencia sexual y lo público protagonizan sus obras La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez (2013), Las nuevas formas de la guerra y el cuerpo de las mujeres (2014) y La guerra contra las mujeres (2016).

Acerca del patriarcado como corporación

La invisibilidad pública de la violencia sexual contra las mujeres que acusa Segato desde la antropología feminista en sus diversos usos (científicos, funcionarios y jurídicos), así como su aparición en grotescas representaciones que particularizan dicha violencia en la crónica roja y los medios de prensa masivos, está lejos de ser casual. Responde a lógicas patriarcales que se expresan de manera transversal en todas las formas de organización de la vida en común, desde el ejercicio del poder en ciertos espacios del Estado -como tribunales de justicia- hasta la dominación expresada por la violencia sexual o aquella habitualmente llamada “doméstica”. En su invisibilización, ridiculización y abierta puesta en cuestión de las víctimas en la cotidianidad de las instituciones públicas y medios de comunicación, la violencia sexual contra las mujeres aparece en el debate abierto como parte de la “naturaleza” propia de la convivencia entre hombres y mujeres propuesta por la modernidad, obviando la desigualdad que día a día se construye en el eje relacional entre pares. Para la antropóloga feminista, asumir como sociedad que las pulsiones son el motivo principal por el que la agresión sexual se lleva a cabo -relegándola al plano de lo “puntual” y “natural”- desestima una valoración más compleja de este tipo de violencia en su relación directa con las formas de vida promovidas por el orden capitalista, así como con su condición de práctica colectiva y extendida entre ciertos grupos masculinos. Esta perspectiva conservadora de la violencia sexual también ignora su historicidad como un tipo de violencia de guerra y forma de dominación persistente como práctica en las sociedades latinoamericanas. Una subtrama invisible desde los “grandes relatos” transicionales promovidos por los contextos democráticos recientes.

En palabras de Segato, es la dinámica de estos grupos y su tendencia a un “patriarcado corporativo” -marcado por identidades, lealtades y jerarquías sostenidas entre hombres de diferente contexto en torno al persistente ejercicio de dominación de la mujer- la que tiende a “naturalizar” a la violencia sexual como un fenómeno privado y exclusivamente femenino. Una corporación de diferentes intereses sostenidos por amplias franjas de varones en justificación al resguardo de un “sujeto universal” ideal, protagonista del desarrollo moderno. Es así como la modernidad propone una “normalidad” inventada, y que signa como “minoría” o “anomalía” todo aquello que no calza en su estrecho marco de concepción de sujetos. Como acción no concertada, pero sí corporativa y extensible en sus fundamentos a todo contexto de la modernidad capitalista, para Segato la violencia sexual en América Latina impulsa y da sentido a políticas conservadoras y moralistas cercanas al carácter religioso persistente desde el coloniaje. Políticas que se reproducen desde el Estado hasta el ámbito privado a través de las relaciones construidas por un orden patriarcal en constante reinvención, y que sin embargo persiste en el aspecto particular del control del cuerpo de la mujer, su opresión y disposición para la producción capitalista. Ya sea como vientre reproductor como es habitual, o como mano de obra de segunda clase, vuelta a convocar en masa en nuestro continente por el despliegue neoliberal más tardío.

A partir de la experiencia colonial y su continuidad en los posteriores contextos modernos, esta normalidad se concibe en todo ámbito a imagen y semejanza del colonizador. Para Segato, desde una perspectiva anticolonial y feminista es evidente que en América Latina “se impone constantemente la sexualidad del vencedor como ideal”, dentro de una dinámica social donde el colonizador y colonizado se encuentran y adquieren lealtades mutuas dentro del patriarcado como sistema de valores. “Es desde ahí que he afirmado que la dominación de la mujer es la primera dominación existente, y que el cuerpo de la mujer es la colonia más antigua”, haciendo inseparables el desarrollo capitalista moderno y la imposición de políticas patriarcales en todo contexto colonial eurocentrado. Para la antropóloga, es la presencia de un “patriarcado de baja intensidad” previo en nuestro continente la que permite e intensifica los efectos del cruce entre orden patriarcal y colonialidad en nuestro continente: “si las sociedades americanas no hubiesen sido patriarcales, no habría sido posible la dominación colonial tal y como la conocemos”.

Repensando la crítica social del feminismo

Para la antropóloga, este aspecto relacional del patriarcado protagonizado por varones, pero que afecta la vida de amplias franjas de mujeres en el continente, también ha sido naturalizado dentro de ciertos feminismos latinoamericanos marcados por el separatismo, que en la exacerbación del “ser mujer” clausura el debate sobre las condiciones materiales que efectivamente permiten la sustentación y reproducción del patriarcado en nuestras sociedades. “El movimiento feminista muchas veces ha guettificado el problema de la mujer”, disolviendo la discusión política en consignas que le han permitido ampliar su masividad, a costa sin embargo de reducir y olvidar muchas de sus críticas más eficaces en el campo político, así como de obviar las diferencias sociales entre las mismas mujeres y también entre sus demandas.

Respecto de la extensión del feminismo a nuevos espacios de mujeres -ya sea de izquierda como también liberales- y su problemática demanda muchas veces a favor de la colonización de la vida privada por parte del Estado, la antropóloga fue bastante tajante en su clase magistral: “el #MeToo nunca será como el #Niunamenos. Existen entre estos referentes grandes diferencias, incluso de clase”, retomando brevemente sus postulados sobre esta cuestión en el contexto argentino. Destacó también que “una ética feminista consiste en día a día neutralizar en nosotras algo que está naturalizado, y que es dirigirnos a los hombres como interlocutores privilegiados”, aclarando que ello implica igualmente reformar fuertemente a las instituciones y sus prácticas, aún importantemente movilizadas por el orden patriarcal, y no pedir una mayor intromisión de éstas en la vida privada tal como están tras la mera consigna de “lo personal es político”. En resumidas cuentas, estar disponibles como colectividad de mujeres a la constante revisión de nuestras prácticas y eficacia política, así como dispuestas a la transformación efectiva de las condiciones sociales que hacen posible el arraigo institucional del patriarcado. Sin embargo, ello debe hacerse desde nuestra propia experiencia política como mujeres, sin dejar que sea el antagonismo el que defina los límites de dicha acción transformadora: “¿Qué es una política? Una gestión de lo colectivo. Eso nosotras lo hemos hecho siempre, y lo que ha salido a las calles es expresión de ello”. El impulso en movilización masiva de medidas institucionales como la Educación Sexual Integral y la legalización del aborto en Argentina son buenos ejemplos de lo que la antropóloga cree será una revolución feminista que ya está en manos de “las que están por venir”.

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Historiadora feminista del arte y crítica cultural, integrante fundadora del Comité Editorial de Revista ROSA.