Ciudad Silueta: Hitler, Manson y el Milenio

¿Hay palabras particulares que una persona pueda decir a otra cuando el forcejeo entre ellos se pone intenso y desigual? “¡Fascista!” “¡Nazi!” Es tonto usar estas palabras tan aleatoriamente. Ridículo compararnos a hombres quienes subyugaron a millones de inocentes a extremismos de horror. Pero estos hombres han despertado la vigilancia en nosotros. Vemos su sombra no sólo en el borde de la pesadilla de la percepción colectiva, sino en la oficina donde trabajamos y en los lugares que habitamos.

por Don Delillo

Traducción de Andrés Rojas

Imagen / Manifestación antinazi en Berlín, Treptower park, 3 de enero 1990, Berlín, Alemania. Fuente.


Con el resurgimiento del neofascismo y la ultraderecha, no está demás leer este ensayo escrito por el norteamericano Don DeLillo. Este ensayo[1] publicado en Dimensions en 1989, posee plena vigencia, especialmente en tiempos donde ciertas narrativas milenarias y negacionistas intentan reescribir la historia.

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1

Encontramos mensajes de muerte y peligro en casi todas partes. En las noticias de la noche, en la columna médica, en el canal de salud, en las imágenes de los indigentes y los afectados por el SIDA, en el correo basura, en el comité consultivo público, en los diarios del supermercado y su culto por las celebridades muertas. Está todo mezclado, rutinariamente trenzado a nuestras vidas—asesinato, tortura, superstición, sátira y el agotador calvario humano. La información matiza hacia el rumor y la fantasía de masas que la convierte en entretenimiento de actualidad. Nuestros niveles de percepción comienzan a mezclarse. No es siempre fácil separar la enfermedad de su mitología o la violencia de su trivialización. No es que seamos necesariamente entusiastas para hacer distinciones. Dependemos de un ambiente que suaviza y absorbe, que recibe el impacto de cosas peligrosas sin culatazo o eco. El mensaje es procesado, asimilado y transformado en algo más: Idi Amin Dada transformado en una polera, por ejemplo. La hostilidad racial es frecuente subtexto de comerciales de cerveza, bebidas y calzado deportivo. En esos veinte segundos de sociodramas, el peligro aparece en la forma de gente de color aparentemente enojada, quienes, instantáneamente, son reconstituidos como felices bebedores de Pepsi. Probamos amenazas y alteraciones oscuras al hacerlas atractivas para el consumidor.

Hay otro peligro del que debemos pensar. Éste nos ha traspasado a través de las décadas, sujeto al mismo difuminado ocasional. Lo conocemos principalmente por sus marcas originales, su heráldica de la calavera y la esvástica.

¿Hay algo perdido en tu vida y que la imaginación de los nazis pueda amablemente proveerte?

La sabiduría nazi y la notación representan un rico recurso de material para ser consultado en el servicio de la fantasía y la autorrealización. Para tu lado suberótico, hay máscaras gimp y cuero negro torneado. Para tu lado racista o violento, hay inspiración en publicaciones arias y música blanca.

Para un saludable entretenimiento familiar, tienes el thriller Holocausto. Esta es la categoría de libro, película y drama televisivo en el cual la locura de Hitler y el sufrimiento de los judíos funciona como aparato de la historia—componentes fácilmente insertados que son reconocibles inmediatamente por sus vívidas cualidades de suspenso y melodrama. Para tu lado sentimental, hay muchos estudios detallados de los últimos días del Tercer Reich procesando el curso de la melancolía mientras la Sinfonía Romántica de Bruckner es llevada a cabo en una sala de conciertos ante sus seguidores. Incluso el colapso del imperio Nazi tuvo su banda sonora, diseñada por Albert Speer, que suena como si se organizara la nostalgia de las generaciones futuras. Para tu placer de coleccionista, encontrarás recuerdos del Tercer Reich en todas partes. Hay quizás 50.000 coleccionistas y la mayoría son americanos. Los premios van desde la daga de caza de Goering hasta el Mercedes de Hitler; y la emoción, por supuesto, reside en tocar los objetos una vez poseídos por esos autores de crímenes inmencionables.

Hay un elemento en el alma que crea en nosotros una necesidad de conocer lo peor de nosotros. Si somos una especie llamada Criatura Pensante, entonces pensemos hasta el límite, imaginemos lo peor, dispongámonos para encontrar al más puro representante de la especie que pueda imaginar lo peor. Estamos obsesionados por los nazis finalmente porque ellos fueron los amos de la extremidad. Ellos no sólo imaginaron lo peor; ellos lo hicieron. Ellos diseñaron un nivel de dolor y muerte que nos lleva hasta el fin del autoconocimiento. Más allá de este punto, ¿qué hay que saber? Tendemos a ver incluso su propia muerte como autoinflingida. Sólo los amos podrían producir tal extravagante ruina. Hay también algo en la era nazi que nos aborda como individuos. Cada uno de nosotros gira en un eje-vida de poder y sumisión. Los nazis estaban tan impregnados en el uso del poder, tan determinados a forzar la capitulación de las masas, que no ayuda usarlos como medidas finales de nuestros defectos personales. Ellos nos inquietan sobre nosotros mismos, nuestra obediencia ciega a la autoridad, nuestra voluntad de abandonarnos a una personalidad fuerte. Podemos referirnos a ellos inconscientemente cuando pensamos sobre nuestros intentos para dominar a ciertas personas, para oprimir y controlar, y cuando nos preguntamos por qué nuestras vidas parecen vacías sin estos shows rutinarios de poder. ¿Hay palabras particulares que una persona pueda decir a otra cuando el forcejeo entre ellos se pone intenso y desigual? “¡Fascista!” “¡Nazi!” Es tonto usar estas palabras tan aleatoriamente. Ridículo compararnos a hombres quienes subyugaron a millones de inocentes a extremismos de horror. Pero estos hombres han despertado la vigilancia en nosotros. Vemos su sombra no sólo en el borde de la pesadilla de la percepción colectiva, sino en la oficina donde trabajamos y en los lugares que habitamos.

Y mientras nos monitoreamos en un nivel, podemos pensar sobre los límites del poder del estado y sentir un tipo diferente de inquietud. Es claro que nuestra debilitada posición en el mundo, después de Vietnam y otros emblemas del descenso, nos ha llevado a una pausa moral, una nostalgia por la experiencia del poder desatado. No fue hace mucho que muchos americanos observaban a los soviéticos marchar hacia Afganistán y remarcaban cuan rápido y brutalmente ellos aplastarían a los rebeldes—sin ambigüedad. El aire de melancolía era inequívoco (y parecía casi emocionante a la luz de eventos subsecuentes). Nos parece hoy que sólo el terror triunfa, que sólo los fanáticos ganan victorias incondicionales, y que cada diseño vital de nuestro mandato democrático debe pasar a través de una red de compromiso y distorsión. Esto ha causado una vacilación de la gracia de la visión moral. En nuestra confusión podemos encontrarnos seducidos por la imaginería de la fuerza y la dominación, por el espectáculo de un imperio que hizo un intento sistemático para alcanzar el límite humano—el límite de la fantasía, el mito y el homicidio.

Y ¿tenemos, hoy, un destello de algo extraño funcionando a través de los márgenes del corazón, una nueva fantasía que nos lleva más allá de las varias pornografías que hemos acuñado desde la estética nazi? El tema de esta fantasía es el apocalipsis. Y los premios que éste ofrece al soñador escrupuloso son un escape desde el conflicto, y una ruta directa al éxtasis terrenal y la salvación. Hay un sentido formal del milenio aquí. Éste no sólo mira hacia el año 2000 sino que también trae recuerdos. La nostalgia operativa centra nuestra atención en un pequeño grupo de verdaderos creyentes agrupados en el refugio antiaéreo del Fuhrer, mientras los obuses llenan la noche con fogonazos y estruendos.

 

2

En su estudio de los movimientos milenarios, Norman Cohn traza la forma secularizada de esta añoranza ancestral—la destrucción a fondo con martillo, el fin de la historia, la armonía y el bienestar para barrer el mundo—directamente dentro del núcleo totalitario del fascismo y el comunismo del siglo veinte.

En su forma inocente, los movimientos milenarios pueden aparecer como crujidos aislados entre los oprimidos o desplazados, los despreciados de la sociedad, los cutres e iletrados. Estas son mentes abiertas al milagro; abiertas a las poderosas voces de los profetas y obradores de portentos, cuyas figuras mesiánicas tienden a instalar su más efectiva demanda a la legitimidad en contra de un escenario de caos o terror—plaga, hambre, revolución, el shock de una cultura invasora. A menudo estos hombres harán predicciones sobre calamidades, algún desastre utópico que trae salvación, el comienzo limpiador de una era perfecta. Aquí el grupo milenario estará libre de fuerzas que complican, libre de enemigos, conspiraciones, maldad. De cara a estas profecías y asombro, los miembros de tales grupos pueden abandonar la forma de comportarse de generaciones, abandonar las siembras de los patrones, dejando los cultivos que se pudran. Entonces el desesperado éxtasis comienza, el frenesí y las aberraciones—estados de trance, coreomanías, autoflagelación. La gente comienza a tener visiones y hablar en lenguas.

En la Europa medieval ciertos temas comenzaban a desarrollarse alrededor de la experiencia milenaria. Había leyendas de hombres muertos que volvían; líderes de movimientos de masas (tales como Baldwin IX y Federico II), cuyos seguidores tenían muchas expectativas de que los Últimos Días estaban cerca. Este deseoso motivo de orgullo que extendemos a héroes es claramente aún parte de nuestra sicología. Es aún detectable al irónico nivel de la cultura pop, donde las estrellas de rock fallecidas rutinariamente reaparecen en lugares cotidianos, pobremente fotografiados. Pero hay también, contundentemente, una continua reticencia a aceptar la muerte de figuras significantes. Esto podría discutirse en nuestra reconstrucción de los detalles del asesinato del presidente Kennedy—el trabajo macabro de un cuarto de siglo—, que de alguna forma es un intento para reescribir el tiempo, para reconstituir al hombre. Un líder fuerte se para, en la frase de Ernest Becker, como nuestro “bastión en contra de la muerte.” Y cuando un amo de la muerte como Hitler muere, ¿qué hacen sus seguidores con el secreto anhelo que sólo él podría responder—el anhelo para ser hechizado, aliviado del libre albedrío y del autodominio? Ellos redirigen sus sentimientos hacia Argentina, donde se dice que el líder perdura, alimentando esperanzas de un mágico retorno.

Otro antiguo tema milenario concierne la relación entre un espiritualmente elevado sentido de misión y una realidad horrorosa que se dirige hacia la tierra: o cómo el goce visionario y el orden tienden a flotar sobre un paisaje de panorámica violencia. En los días de las Cruzadas la aparición central fue una enjoyada ciudad al final del tiempo: Jerusalén liberado. Multitudes de pobres, motivados por la profecía y retorcidos por la enfermedad, formaron viajes de exaltado propósito, avanzando hacia las torres musulmanas. Llevando una fantasía compartida de los Últimos Días, ellos pasaron de pueblo en pueblo, sin zapatos, con cruces cocidas en sus tenidas, concentrados en la adversidad, en la imitación de Cristo; y donde fuera que ellos fueran buscaban judíos y los aniquilaban. La masacre de judíos fue una preparación de algunas cruzadas, un acompañamiento a otras. Visto como conspirador del demonio, el judío tenía que convertirse o morir antes que el milenio pudiera cumplirse. Con él, a veces, fue el obispo y el abad local asesinados por su cosmopolitismo. Ascéticos, reyes ermitaños y monjes que se escaparon; todos ellos predicaron las cruzadas y ganaron total devoción de la multitud. El fracaso en los cultivos trajo esperanzas mesiánicas, profecías del apocalipsis, nuevas cruzadas y nuevas atrocidades. Las bandas de flagelantes empezaron a moverse a lo ancho de Europa, y sus látigos quedaron bien con sus puntas de hierro. El movimiento se amplió, llegando a ser una epopeya penitencial de carne desgarrada y una oración de liberación de la Peste Negra. En el escatológico drama de la plaga, los flagelantes lideraron asaltos sanguinarios en las poblaciones judías. La muerte respondiendo a la muerte. A la larga el movimiento degeneró en oscuras sectas, oficialmente suprimidas. Sus miembros eran castigados y quemados en la estaca, mientras otros continuaban reuniéndose en secreto, azotándose implacablemente; aun ensamblando la visión de una sociedad renovada, harmoniosa y total. Entre las muchas formas en que podemos vivir en secreto, quizás la más satisfactoria está en el apasionado servicio de una fantasía: nuestras puertas doblemente cerradas con pestillo en contra del mundo impuro, nuestro sentido de expectación creciendo a un sagrado y peligroso tono. Este es el arrebato de los vivos en los Últimos Días.

Cuando estas mareas alcanzan nuestro propio siglo y llegan a ser la furia transformadora de las naciones, podemos sentir la necesidad de consultar publicaciones de base, la mera prosa de la lucha apocalíptica. En Mein Kampf, Hitler escribió sobre “el imperio mundial de sátrapas judíos” y “de la cercana realización de su profecía testamentaria sobre el gran devorador de naciones”. El judío continuará avanzando “hasta que otra fuerza se le oponga, y en una lucha colosal arroje al embestidor del cielo de vuelta a Lucifer.”

Una vez que el “imperio judío milenario” es destruido, el estado puede cómodamente empezar sus Mil Años del Reich.

Norman Cohn escribe: “Esta es la visión que considera la, de otro modo, incomprensible decisión para emprender, en el medio de una guerra desesperada y a un inmenso costo de trabajo, materiales y transporte, la masacre de seis millones de judíos hombres, mujeres y niños.”

En el noticiero, Alemania, el parpadeante país gris en nuestras pantallas de televisión, vemos momentos sociales y políticos disfrazados de obras milagrosas. Desfiles de antorchas, tributos a los mártires, salones adornados con coronas mortuorias, enormes congregaciones construidas alrededor de muestras dramáticas de sonido y luz. El sonido es principalmente la voz de Hitler y él parece a veces ser el medio de revelación, un hombre en estado onírico, capaz de recoger las señales de alguna capa de memoria racial y transmitirla al público en la forma de mandamiento y arenga. A veces entre más vieja y más temblorosa la película, más grande el sentido de intensidad mística. Sabemos que hay algo levantándose sobre los niveles geométricos de miles de portadores de banderas de pie entre las columnas de luz esculpida; y éste es el mismo espíritu de estremecedora gloria y terror, el mismo odio racial y fascinación milenaria que informó a la turba cruzada que se movía a lo ancho de Europa con horcas y palos puntiagudos. La visión medieval de la Ciudad Santa se ha convertido en “la fuerza de la idea nacional”—el estado total de Hitler. Incluso el nombre de este estado, el Tercer Reich, gana en resonancia desde su similitud a la Tercera Era, la última formulación del doceavo siglo de un nuevo orden de paz y entendimiento. Basado en gran parte en una decodificación del Libro de las Revelaciones, los temas proféticos y patrones de creencias de la Tercera Era llegaron a ser parte de la conciencia europea, periódicamente reinterpretada pero siempre centrada en la convicción de que la Tercera Era es la última era. En algunos casos los expertos doctrinales específicamente enseñaron que el camino al milenio debe pasarse a través de la ciudad de la muerte, la ciudad oscura donde los irreligiosos son formados para su exterminación.}

 

3

En una pequeña iglesia en Indiana, la gente espera el gran tornado. Dios ha hablado a la esposa del predicador y le indicó que viene en cualquier momento. Una imponente columna de polvo y viento que causará muerte y vasta destrucción. Los miembros de la iglesia ya no envían a los niños a la escuela. Ellos han dejado de ir a su trabajo u ocuparse de sus dolencias. La iglesia es su casa, su refugio y su reclusión. En la noche pliegan las sillas de metal y las ponen contra las paredes. Entonces, extienden su cama.

En un pequeño pueblo en Arkansas, no mucho después de que los comunistas tomaron Saigón, veinticuatro personas entraron en una pequeña casa y comenzaron una vigilia. Ellos vigilaban la segunda venida de Cristo y el final del mundo como lo conocemos. Pensaban que podía pasar cerca de navidad. Se pusieron sus túnicas blancas de la ascensión y esperaron. Los vecinos se quejaron de los “gritos aterradores.” El sheriff se presentó para quitar la custodia y el juez quien trató de terminar la vigilia no pudo contener las cartas de odio que empezaron a llenar su buzón.

Hay casos de un tipo de milenarismo norteamericano. Su corazón es testarudo y fundamentalista y su llamado es poderoso, llevando a los creyentes hacia el maravilloso año que comenzará un nuevo siglo. La promesa más inmediata es el escape, una liberación de toda la amargura, miseria y mala suerte. El rey Jesús de pie en el país seguro que espera detrás de la pared de fuego y viento.

Hay otro tipo de llamado milenario, una llamada militante que tiende a colocar al fiel en edificios bloqueados con barricadas, a menudo en un país montañoso remoto, con un suministro de armas listas. Grupos de supremacistas blancos y neonazis han establecido lugares de retiro, complejos, hermandades, redes, todo vinculado a iglesias caseras que mezclan ensoñaciones apocalípticas con violento anti-Semitismo.

Esta es una membresía de los desposeídos y traicionados. Estos son los sobrepasados en número—“valientes guardias Arios,” como aparece en un manifiesto, a quienes han sido sustituidos por inmigrantes y afligidos por “el cáncer del masoquismo racial.” Ellos son a veces acompañados por un profundo encubrimiento de opositores a los impuestos, polígamos, miembros del Ku Klux Klan y otros fugitivos de la justicia, fuertemente armados.

El pistolero fuertemente custodiado es un elemento fijo de nuestro tiempo. Él es lo que queda de la tierra salvaje y él siente un pulso en su cerebro que palpita por desolación. Derríbalo todo. Abajo con los sistemas complejos, la centralización, toda la tecnocracia confabuladora del bienestar y la banca. Él sabe donde poner la culpa. El enemigo se llama GOS, o el Gobierno de Ocupación Sionista.

Cerca del borde de Missouri-Arkansas un grupo llamado la Alianza, la Espada y el Brazo del Señor estableció un complejo de 224 acres que incluía equipamiento computacional, una fábrica de bombas y una iglesia. El líder espiritual emitió predicciones de hambre y guerra racial. En el área de entrenamiento había un polígono de tiro conocido como Ciudad Silueta para sus miembros. Cuando la policía hizo una redada, encontraron una serie de blancos—sombras con formas de hombre sobre fondos blancos rectangulares. Bosquejado sobre el área del pecho de cada sombra había una Estrella de David.

Estos grupos han sido responsables por asesinatos, poner bombas en sinagogas y muchos otros crímenes. Pero su más profunda ambición ha sido, hasta ahora, restringida al nivel de lo retórico—el derrocamiento del gobierno y la fundación de una nación Aria aparte. Ellos saben desde el principio que no pueden tener éxito. Esto cuenta para el objetivo de fatalismo heroico que corre a través del movimiento. Incluso aquellos con visión de futuro están resignados a un destino limitado, una cultura del guerrero del día a día. La visión inmaculada es la cabina fortificada en los cerros, el sentido de tomar parte en el Armagedón, incluso si la batalla final es a pequeña escala y local, con agentes del FBI arrojando gas lacrimógeno sobre el pino ponderoso. Es nuestro sentido de la verdad el que sufre cuando negamos que los héroes son inmortales.

Hay un posible punto de referencia para este romance del caso aislado, el solitario armado con su deseo mezcla de sobrevivencia y perdición. Es el cuento heredado de Hitler, héroe folclórico de la muerte, escuchando al mundo venir a su final sobre su estudio en el búnker. Uno de los hombres del grupo extremista Brueder Schewigein, o Hermandad Silenciosa, construyó un santuario a Hitler en una cámara de su casa cerca de Sandpoint, Idaho. El fundador de la hermandad, muerto por la policía, fue honrado en un funeral celebrado el día del cumpleaños de Hitler. Su viuda dijo que fue asesinado porque “era lo suficientemente valiente para levantarse y pelear por Dios, la verdad y (su) raza”.

Su hermano dijo, “No estoy tan seguro de que él no quería morir.”

La muerte que cae sobre la historia y tienta la imaginación moderna trae con ésta la carnada de la destrucción personal. El búnker del Führer es un mito de autorrealización. Las leyendas nórdicas, el salón de los guerreros caídos, el Reino Celestial, el destino de todos los parientes blancos quienes levantaron la espada en contra del GOS. Estas son glorias de la nomenclatura del pasado.

La consigna del Brueder Schweigen se lee así: Somos el ejército de los ya muertos.

 

4

Antes que los grupos Arios tuvieran protagonismo, hubo una juerga de culto a la violencia no ampliamente reconocida como milenaria, pero que de hecho mostraba muchos signos de la forma medieval en relación con parecer una parodia “cuchillo en mano”. Pero no había parodia; sólo un sistema de creencias y un set de acciones que seguían senderos tradicionales al éxtasis del fin del mundo. El grupo en cuestión operaba contra un trasfondo de la guerra de Vietnam y los asesinatos en los sesenta—una colección de cerca de setenta personas, incluyendo visitantes casuales, vagabundos, ciclistas y obreros, liderados por una figura mesiánica quien conmocionó a los medios e inquietó a millones.

La familia Manson, que lleva su propio título de telecomedia incorporado, vivió largo tiempo en el Valle de la Muerte. Charles Manson[2], guitarrista y exconvicto, salió de la nada, pobre y sucio, como esos carismáticos de la edad media que clamaban ser reyes resucitados, grandes líderes devueltos a la vida por necesidad de la gente. Charlie le contó a la Familia que él había vivido y muerto antes, casi dos mil años atrás, lanzando su último suspiro sobre una cruz de madera. Él hizo mucho del hecho de que su apellido, con sílabas invertidas, cuadra con Hijo (del) Hombre [son = hijo; man = hombre]. Él no tenía problemas encontrando creyentes. Uno de ellos dijo, “Sólo antes de que fuéramos arrestados en el desierto, había doce de nosotros que éramos apóstoles y Charlie.”

La cosmología Manson viene de la Biblia, la cienciología, la leyenda india hopi, Los Beatles y Hitler. Manson pasó mucho tiempo con el libro de las Revelaciones, encontrando referencias contemporáneas en todas partes. Él creía que la última guerra en la tierra sería un conflicto racial conocido como Helter Skelter. Esta frase sacada del tema de The Beatles, fue encontrada impresa en la puerta de un refrigerador con la sangre de una de las víctimas de la Familia.

Entre más extraño el material, más encaja en el patrón.

Los Adamitas, una secta milenaria del siglo XV, practicaba el amor libre pero sólo bajo la dirección de su líder, quien no siempre daba su consentimiento, al igual que Charlie, en 1969, orquestando la vida sexual de sus seguidores. Los Adamitas se consideraban vengadores santos. Ejecutaban misiones nocturnas en contra de los aldeanos locales, matando ávidamente. La Familia Manson se refería a sus propias incursiones nocturnas como “creepy-crawlers[3].” Nadie sabe cuántas muertes causaron.

El niño durante el juego construye un mundo de intensidad hipnótica. Manson quería desarrollar “una raza blanca fuerte” y él precisó hacer esto al eliminar cada vestigio de una conexión entre sus seguidores y la sociedad. Los miembros de la Familia cedieron al mundo de Manson al punto que sus identidades desaparecieron. Entraron en una maldición, un estado privilegiado en el cual todos los viejos conflictos y restricciones cedieron a la voluntad del líder.

Es un tiempo mágico. Charlie conoce tus pensamientos.

Él te dice que hacer y tú lo haces, y lo que creer y tú lo crees. ¿Qué podría ser mejor que esto?

Manson no ignoraba los precedentes.

Él le decía a la Familia que “Hitler tenía la mejor respuesta para todo.”

Él decía, “Hitler fue un tipo sintonizado que niveló el karma de los judíos.”

Mientras el juicio por asesinato avanzaba, nuevos miembros fueron vistos en la Familia original cada vez que Charlie hacía una aparición en la corte. Cuando Charlie talló una esvástica en su frente, los miembros hicieron lo mismo. Y cuando el veredicto de culpable fue anunciado, los miembros femeninos afeitaron sus cabezas y advirtieron a América, “Mejor cuiden a sus niños porque el Día del Juicio Final ya viene.”

Charlie no tenía miedo a la pena de muerte. Él había enfrentado a la muerte muchas veces en esta vida y otras.

“La muerte es el viaje de Charlie,” dijo un miembro.

En el aire americano, donde todo pensamiento es permitido, la distancia entre pensamiento y acción se vuelve más ligera; y en los malls y calles en las ciudades y en las sombras de fábricas cerradas siempre hay alguien quien se afeitará su cabeza para poder correr con las otras cabezas rapadas, para que juntos puedan entrar en la cultura, para ser bienvenidos por su intensidad y fanfarronería, su adaptabilidad al formato del consumidor.

El skinhead de San Francisco posa para la cámara de las noticias y aparece en televisión con sus tatuajes y su polera con una esvástica estampada y esos pálidos pelos sin afeitar en su cabeza. Él es un chico de clase trabajadora orgulloso de ser blanco. Sucede que hay otros skinheads de otras ciudades quienes también están haciendo programas de conversación y pronto todos habrán sido absorbidos, agotados, dejados hablando solos, guardados en la caja—desclasificados. Ellos son parte del almuerzo dominical americano. Pero en alguna parte a lo largo del camino hemos notado algo. Los skinheads han hecho reaparecer una imagen inesperada, esa del judío europeo rapado filmado por los aliados en los campos de concentración de Dachau y Norhausen hace más de cuatro décadas. Y estamos de pie impotentes para poder desarmarlos. Éste es un amedrentamiento más, una victoria más de la ignorancia. El matón ha consumido e incorporado nuestra memoria de la víctima sin darse cuenta. Ellos están horriblemente encerrados en una cara desnuda única, la del neonazi y el recluso del campo de concentración, y esta compleja imagen colapsa el tiempo y el significado y todo el sentido de las distinciones. Este es un mensaje poseído más en el río de borrosidad y saturación, el torrente pintado que pasa diariamente a través de nuestras vidas.

 

Notas

[1] Silhoutte City: Hitler, Manson, and the Millennium,” Dimensions: A Journal of Holocaust Studies 4, no. 3 (1989): 29-34.

[2] El traductor recomienda leer la entrevista a Tom O´Neill, autor de CHAOS: Charles Manson, the CIA, and the Secret History of the Sixties. El autor desclasifica información donde Manson podría estar envuelto en experimentos de la CIA: https://jacobin.com/2023/05/the-manson-murders-may-have-something-to-do-with-cia-mind-control-experiments

[3] Este concepto podría traducirse como “arrastradores espeluznantes,” basado en la naturaleza inquietante e imperceptible de las acciones de la Familia Manson.