Los pitfall profits de una nueva clase social emergente

En el reacomodo de las clases emergentes, altamente especializados, comos los provenientes del área informática, que en nuestro país, y diría en gran parte del mundo, se encuentra en un crecimiento sostenido, gran parte de esa población laboral reconoce que recibe pizzas como honorarios a sus horas extras, ceden su propiedad intelectual y compiten en un mercado nacional saturado (sobre todo para los que no ostentan gran experiencia laboral) con una presión salarial a la baja.

por Felipe Ponce Bollmann

Imagen / Trabajadores en París, 2017, París, Francia. Fotografía de Boris Thaser.


La sociedad chilena sigue creyendo que el principal mecanismo de movilidad social ascendente es la educación terciaria. Respecto al año anterior, la matrícula total en instituciones de educación superior aumentó en un 3,3%, y en particular un ascenso que no parece frenar en las carreras informáticas (12,3%). En cuanto a las matrículas en IP las carreras con mayor Matrícula de 1er año de Pregrado 2024 son Ingeniería en Computación e Informática (7.094). Con estos datos nos podemos hacer una idea de cómo se van acomodando algunos sectores de la estructura de clase del país.

Poner atención en cómo se están construyendo estos grupos sociales es crucial para entender la manera en que se van forjando las relaciones asimétricas de poder entre capital y trabajo. Uno de los fenómenos que probablemente tengamos que prestar más atención de la que se está dando es al del crecimiento de los profesionales prodigio compuesto por trabajadores cualificados del sector informático que ha sobrevivido a todas las burbujas formativas generadas principalmente por los bootcamps.

Utilizando los términos de Bourdieu, las clases sociales son un campo. Y donde hay campo hay conflicto de intereses. Parece ser una ley universal que las clases mayoritarias busquen conquistar derechos sociales que supongan, al mismo tiempo, limitar los privilegios de las clases minoritarias. Es lo que Bourdieu llamaba los intereses en juego (enjeux) que hacen que un campo esté estructurado por la lucha de posiciones en la esfera social.

Hay numerosos esfuerzos por definir y clasificar a las clases sociales que tienden a situar la posición social de un individuo en relación con la centralidad o periferia en el sistema de producción. Hay en la ciencias sociales cierto consenso en definir nuestra posición en términos multidimensionales. Por ejemplo, un individuo puede ostentar un gran capital cultural (titulaciones y un amplio repertorio de conocimientos y buen gusto) pero no de una red de relaciones de poder o “roce social” de un grupo que se autoperpetúa, queda fuera del circuito oficial de relaciones sociales que facilitan el financiamiento de una investigación, publicar un libro, exponer en una galería, producir una película o entrar en la programación de un gran teatro. En definitiva, cuando hablamos de clases sociales en realidad nos estamos preguntando ¿qué hay en juego en este campo de luchas irreconciliables? En la era del capitalismo industrial (s. XIX) estaba – y está  todavía- en juego la propiedad de los medios, la propiedad de la tierra (¿para quien la trabaja?), que desencadenó movimientos obreros como el ludismo. Pero, ¿cuál es la máquina en el capitalismo digital? ¿contra qué máquina se rebela el cognitariado?

Hay algo muy útil al utilizar los marcos de análisis del sociólogo francés Pierre Bourdieu, y entre ellos es que cuando habla de capital se refiere a capital específico, es decir, un capital que solo existe en relación a un campo determinado, y sólo en los límites del mismo. Hablaré aquí específicamente del capitalismo digital, que los liberales llaman economía de I+D, como un sistema de ordenamiento total y de carácter desterritorializado. Este régimen de acumulación y apropiación de las rentas del trabajo tiene la particular característica de obtener beneficios caídos del cielo (pitfall profits) provenientes de un trabajo invisible, no remunerado, más bien apropiado, sin marco regulatorio de propiedad intelectual, de la imaginería o creación innovadora del cognitariado.

Desconozco si es una práctica extendida o una ocurrencia folclórica de un tipo de capitalismo de buena fe, aquel que busca por medio del contrato laboral apropiarse de las herramientas de trabajo del trabajador cognitivo, de sus metodologías y herramientas de trabajo: conocimientos, ideas, marcos de trabajo, metodologías, innovaciones. No me había percatado de un contrato que firmé (empresa anónima) y que entre sus cláusulas es taxativa:

“Se deja expresa constancia que la información y material que se crea y confecciona el Profesional, será dominio exclusivo de (Empresa) constituyendo propiedad intelectual. En consideración a lo anterior cede y transfiere a (Empresa) en forma definitiva y permanente todos y cada uno de los derechos patrimoniales de autor señalados en el artículo 18 de la Ley 17.336”.

Desconociendo si es una práctica regular o atípica se entiende que, aunque el trabajo visible (remunerado) consista en cumplir una serie de tareas a entregar (salvo que expresamente el trabajo del profesional sea innovar), también obtiene una plusvalía de un trabajo invisible (no remunerado) derivado de la capacidad de creación e innovación del trabajador, que llamo aquí beneficios caídos del cielo (pitfall profits). Estos aspectos “patrimoniales” cedidos al capital, que son, no obstante, un derecho natural de los trabajadores, no se encuentran regulados en el marco jurídico del sistema laboral y tampoco parece ser aún un campo en disputa aun cuando haya mucho en juego.

Hace poco conocimos la noticia de que la compañía británica Taylor & Francis que publica libros y revistas académicas hizo un jugoso deal con la empresa Microsoft vendiéndole sin previo consentimiento de sus autores sus propias publicaciones con el objetivo de mejorar la inteligencia artificial. Beneficios caídos del cielo de aproximadamente 10 millones de dólares, generando una gran conmoción en la comunidad académica ¿a quién pertenece la creación? ¿Quién está disputando la propiedad intelectual del trabajador cognitivo? En el reacomodo de las clases emergentes, altamente especializados, comos los provenientes del área informática, que en nuestro país, y diría en gran parte del mundo, se encuentra en un crecimiento sostenido, gran parte de esa población laboral reconoce que recibe pizzas como honorarios a sus horas extras, ceden su propiedad intelectual y compiten en un mercado nacional saturado (sobre todo para los que no ostentan gran experiencia laboral) con una presión salarial a la baja.

Tal y como señaló un usuario a una pequeña encuesta realizada en un grupo de informáticos chilenos en Facebook (2024), señaló que: “En TI existe el horario de entrada, pero no el de salida. La mayoría de aquí trabaja más de 50 horas semanales, sábado y domingo en varios casos”. No obstante, muchos usuarios no reconocen trabajar más horas de lo estipulado por contrato, aunque reconocen que trabajan por cuenta propia en proyectos propios o en cuestiones que pueden mejorar los procesos del trabajo, considerado como una extensión de su propia vida. Debido a la precarización de las condiciones de vida de los profesionales prodigios del tecnocapitalismo el trabajo ha comenzado a tomar la centralidad de la vida social. Todavía no se cobra conciencia del trabajo excedente al que se está apropiando el empleador, su significancia individual y su repercusión política, ya que la flexibilización del trabajo trae aparejado riesgos asociados a la pérdida de derechos que constituían consensos colectivos entre capital y trabajo, un terreno neoliberal que va ganando campo a las luchas por mejores y justas condiciones de trabajo.

Felipe Ponce Bollmann
+ ARTICULOS

Sociólogo de la Universidad Complutense de Madrid.

Un Comentario

  1. Un pequeño gran detalle: La ley chilena si contempla que la propiedad de programas computacionales el trabajador siempre los ceda al empleador o a quien encarga el trabajo, ya sea como derecho de autor (artículo 8 de la Ley 17336) o como patente de invención (Título VI de la Ley de Propiedad Industrial). Y eso se suele reforzar mediante contratos, pero en el caso chileno en particular la ley está a favor del empresario, en muchos casos ni siquiera es necesario que lo mencione en el contrato.

Los comentarios están cerrados.