Entonces, aunque el frentepopulismo fue ideado como una forma coyuntural, inevitablemente implicó de fondo una estrategia democrática y de alianza política de reformas radicales más allá de la urgencia. Los partidos de izquierda descubrieron que su envergadura debía ser similar a la del enemigo que enfrentaba: una lucha radical bajo la promesa de un nuevo pacto social, la posibilidad de una nueva dignidad para la mayoría trabajadora y alcanzar así la paz social en el bienestar.
por Luis Thielemann H.
Imagen / Afiche del Nuevo Frente Popular, 20 de junio 2024, Francia. Fuente.
“Los socialistas no deben permitirse olvidar la estrategia y la política -aislar al adversario, ganar amigos e influenciar al pueblo- por caer en la trampa aritmética, ya sea en la manera socialdemócrata de contar votos, o en la ultra-radical de contar fusiles; lo que no quiere decir que la una u otra deban descuidarse”.
Eric Hobsbawm
Luego del triunfo del Nuevo Frente Popular francés, la pregunta sobre este tipo de instrumentos ha vuelto a demandar la historia. Pero las distancias entre la experiencia presente y las pasadas son tan enormes como símiles son las amenazas que enfrentaron. Así y todo, vale la reflexión sobre los límites y posibilidades de las experiencias pasadas, también sobre sus contrapuntos y coincidencias con el presente. Después de todo, en instantes de peligro, la imagen que emerge clara como salvación, nos recuerda que a pesar de tanta soberbia, nadie inventará de nuevo la rueda.
I.
La idea de izquierda radical, según la cual los Frentes Populares, o sus símiles, son una táctica fallida “en sí” basada en la historia de la década de 1930, no explica el éxito de los gobiernos de alianza popular, reformistas, y que no obedecieron directamente a la tesis de 1934 del comunismo internacional, sino a una concepción política simple: se necesita una alianza popular -es decir, de clases medias y trabajadoras, y de grupos empobrecidos- para impedir una reversión conservadora o una contra-revolución oligárquica. En América Latina, por ejemplo, los gobiernos nacional-populares, obedecen a similar necesidad de acción defensiva y también de estrategia ofensiva, en la lucha de clases y desde el arco de partidos reformistas de centro a la izquierda, aunque no se hayan llamado ni pensado como Frentes Populares. Más que discutir sobre los límites de algo que denomina a una forma específicamente partidaria, es importante poner atención a una serie de estrategias que tomaron posiciones más o menos comunes, frente a enemigos parecidos, a nivel local y global y en el mismo período y también a lo largo del siglo XX. Así, es importante observar los momentos estratégicos de alianza nacional-popular, o bien, de bloque popular en casos en donde la izquierda alcanzó más poder, y no solo aquellos que tomaron el nombre de Frente Popular.
II.
Toda táctica y estrategia política obedece a un momento de la lucha de clases. No pueden ser pensadas como herramientas permanentemente disponibles o aplicables. Ni son permanentes sus posibilidades, ni tampoco los elementos que la componen. Lo permanente en la sociedad capitalista es la lucha de clases, pero no la forma que adopta ni las posibilidades políticas que ofrece. Así, el Frente Popular, la Alianza Nacional-popular o el Bloque Popular, son todas formas parecidas de una alianza política de expresiones de intereses sociales, de posiciones políticas de clases. Antes que el acuerdo político “por arriba”, está su posibilidad en la lucha de clases.
III.
El fascismo del siglo XX fue fordista. Las dictaduras latinoamericanas y la derecha militarista y a la vez neoliberal, salvajemente violenta y antirepublicana, que fundaron en nuestra región, dieron un contenido demasiado conservador para ser tolerado por masas. El fascismo de masas del siglo XXI se somete a las formas de la política de masas de este siglo. Es inevitable, entonces, que tome las formas del neoliberalismo, de la gran empresa difusa. De ahí su éxito en redes sociales, tal y como lo tuvo en la propaganda de vanguardia en la primera mitad del siglo XX. Pero no tiene la capacidad de una movilización de masas activa y encuadrada en un partido; pues esa forma, que no puede ni quiere reconstruir la izquierda, tampoco es posible para la derecha. Simplemente ya nada está encuadrado a nivel de la experiencia de las masas. Tampoco este fascismo necesita dicha movilización de masas. Sus enemigos son débiles, y la policía, en SudAmérica, Estados Unidos, o en Europa es una fuerza muy superior en número y armamento a aquella amenazada por la movilización de la clase obrera en la primera mitad del siglo XX.
IV.
Ninguna estrategia política opera sobre un contexto neutro ni “ex nihilo”, sino que busca incidir en una lucha de clases “ya en marcha”. Si el fascismo es la principal de las “condiciones de lucha”, el “contexto” en que se debe operar, es que la disposición de las mayorías a la dictadura violenta de las clases propietarias y su Estado es algo avanzado. El fascismo debe entenderse a su vez como una estrategia radical del capitalismo, lo que no reviste ninguna novedad el comprenderlo, pero también es una estrategia de alianza social de los ricos con importantes sectores de las clases populares, los que ya no tienen esperanzas en la democracia o la reforma social. El fascismo es una línea política contra la democracia, radicalmente contra la izquierda y contra la reforma social, y en contra de los grupos subalternos que dependen de la democracia y el estado social para vivir; y se vuelve posible porque para una mayoría real o efectiva, ya no hay razones de masas para defender todo eso. Es una estrategia posible porque se produjeron condiciones políticas de masas para dicha alianza.
V.
De la misma forma, el Frente Populismo tampoco puede ser descartado por la izquierda como una simple alternativa reformista más en el pozo de las ideas. Esa concepción es propia de quienes viven en la extranjería de toda política, de la parlamentaria y en torno al Estado, pero también en la construcción de organización de base y su proyección a la lucha. Como se dijo, la amenaza del fascismo es también un momento en la lucha de clases, basado en ella y en coherencia con sus dinámicas, y no puede minusvalorarse como determinación para la lucha política misma. El Frente Populismo, es, antes que todo y en primera instancia, una táctica obligada por las condiciones de lucha, y lo que obliga es la simple constatación de que el peligro es real y que no se ha inventado nada mejor para hacerle frente. Cuando surgió en la década de 1930, no fue la voluntad ni de la Internacional Comunista ni de sus aliados la que lo creó, sino, primero, la obligación de las circunstancias políticas sumamente adversas ya para la supervivencia misma de los proyectos modernos de reforma social; y luego, por la práctica de las organizaciones sociales populares de unificarse en defensa contra el fascismo, tal y cómo ocurrió en regiones de España entre 1934 y 1936, o bien, la unidad del sindicalismo chileno en 1936 antes de la construcción del Frente Popular.
VI.
Pero no por ello puede ser el Frente Popular asumido acríticamente. No solo desde las tesis más radicales de izquierda, basadas en la hipótesis certera según la cual las clases medias y sus organizaciones políticas, al final, también son enemigas de la realización de los intereses de las clases trabajadoras (pues su ideal de sociedad está basado en la unidad nacional y estatista, y que debe ser dirigido por su propia dictadura de la Intelligentsia), tal y como ocurrió en el caso portugués de la década de 1970, o bien, en el caso chileno hacia fines de la década de 1940; sino también desde los observables de la historia: el Frente Popular, en sus casos más emblemáticos como el francés o el español, fue solo una postergación momentáneamente breve de la victoria del fascismo. Por otra parte, lejos de ser un alto en el camino, obligado por las circunstancias, al socialismo; el frentepopulismo ha tenido la tarea de “revitalizar” el capitalismo liberal a partir de la crisis que habilitó la salida fascista. Así fue en Europa central en la inmediata posguerra mundial desde 1945. No es cierto que el frentepopulismo sea de inmediato una línea política anticapitalista, o siquiera de izquierda. Que lo uno haya devenido, en algunos casos, en lo otro es producto de un complejo y nada seguro juego político de movilizaciones y alianzas posterior a la unidad antifascista. También del contexto global, muy distinto en estos tiempos, aunque tendiendo a un escenario belicista cada vez más agudo. Es, así, una apuesta sobre una posibilidad, nada más, pero tampoco nada menos.
El Frente Populismo, es también una promesa, y ante la ofensiva de descrédito de la práctica de la política moderna (moderada o revolucionaria, da igual) por parte de las clases populares que promueve el fascismo, a veces puede ser la última posible. Y es muy cierto que en no pocas ocasiones, las clases medias y las burocracias partidarias embriagadas por su comodidad en el Estado, han sentido el alivio de impedir el triunfo electoral del fascismo, como un renovado permiso para seguir haciendo lo mismo que habían hecho hasta ese momento y que no era sino el caldo de cultivo de la mayoría social que habilita al mismo fascismo. El ascenso de Milei en Argentina se puede explicar en la burocratización casi paralizante del aparato peronista para volver a representar a la mayoría de las clases populares argentinas. En fin, toda esa crítica, ese conocimiento histórico de derrotas y decepciones, no puede ser soslayado por el entusiasmo de un explosivo éxito puntual de la línea frentepopulista. Al revés, debe estar al centro y resaltando como faro de advertencia de los peligros que siguen asechando, también en la retaguardia.
VII.
El Frente Populismo debe ser asumido, y parafraseando a Hobsbawm, como una política que en su corazón tiene la idea estratégica de ser, antes que todo, una unidad popular contra el fascismo. En todos los lugares donde, por lo menos, su construcción política tuvo éxito, implicó primero un cierto acuerdo en la base respecto del enemigo común -el insuflado autoritarismo radical y armado de la ultraderecha y las clases propietarias y medias- y también de la potencia de reforma que tenía esa nueva mayoría. Si la unidad popular era su centro, los factores que sostenían tal unidad entonces no eran banales. Siguiendo con Hobsbawm, si la clase trabajadora había sido puesta contra las cuerdas por el fascismo era porque sus vanguardias se habían aislado a sí mismas, entonces podía ganar revirtiendo dicha situación: aislando a sus principales enemigos. El Frente Popular, como línea política, fue también un asumir que el sectarismo clasista permite construir una cultura de lucha fuerte, pero tiene poca utilidad a la hora de la política (y que no es la guerra, por mucho que se le parezca), que siempre se trata de construir alianzas y aislar al enemigo.
VIII.
El Frente Populismo, así, no es solo un momento de una alternativa electoral. De hecho, buena parte de estas alianzas populares que se construyeron cuando ya había comenzado la II Guerra Mundial fueron para oponerse por las armas, y no ya en imposibles elecciones, a la ocupación nazi y a sus colaboradores fascistas locales. Era una alianza “a toda cancha”. Cuando los bloques populares del tipo que hablamos acá han logrado convertirse en alternativa política de masas, ha sido cuando mantuvieron políticas de largo aliento para derrotar y anular al fascismo. Si bien es y ha sido, por lo tanto, una estrategia política defensiva; cuando ha tenido más éxito es cuando desde la defensa proyectó y realizó una nueva ofensiva. Se permitió usar la nueva mayoría popular como base social para la reforma radical.
Entonces, aunque el frentepopulismo fue ideado como una forma coyuntural, inevitablemente implicó de fondo una estrategia democrática y de alianza política de reformas radicales más allá de la urgencia. Los partidos de izquierda descubrieron que su envergadura debía ser similar a la del enemigo que enfrentaba: una lucha radical bajo la promesa de un nuevo pacto social, la posibilidad de una nueva dignidad para la mayoría trabajadora y alcanzar así la paz social en el bienestar. Así, el frentepopulismo, cuando tuvo éxito, no asumió acríticamente la defensa de la democracia liberal amenazada, sino que puso sobre la mesa, y en sus mejores ocasiones lo realizó, un nuevo proyecto de sociedad liberal y de comunidad nacional. En algunos lugares, como América Latina, eso se conoció como Regímenes Nacional-Populares, en Estados Unidos fue el New Deal, y en otros fueron los distintos tipos de Estados del Bienestar.
IX
Los ejemplos sobre cómo realizar y no solo proponer una línea frentepopulista, sobran. El problema está más bien en la voluntad política. Reformas que se han hecho y han permitido convertir en ofensiva la defensiva, y que han sido los principales factores de éxito de los gobiernos de Bloque Popular: promover la organización popular en torno a sus intereses directo y fortalecer al actor social de clase más desorganizado políticamente, los trabajadores (eso significa, en la práctica, la promoción legal de los sindicatos y su poder); hacer cada vez más incidente la deliberación democrática y así, hacer útil la democracia; fortalecer lo público que permite el avance de las clases medias y populares y fortalece, a su vez, la idea del colectivo social que se protege a sí mismo. Fortalecer, garantizar y expandir los derechos sociales, hacerlos lo más universal posibles, y así, comprometer mayorías en su defensa y promoción. Nadie defiende políticas y democracias que no le sirven, y además obligado por la moralina progresista. Es más, su frustración porque la única alternativa legítima que le ofrece la izquierda sea una democracia vaciada e inútil, y que así parece trampa, lo empuja a los brazos del fascismo (que, como todo autoritarismo barbárico, ha demostrado su utilidad temporal en múltiples ocasiones), y no a la revolución socialista, que tiene pocos ejemplos de éxito para mostrar hoy.
X
El principal problema que tiene hoy la posible construcción de un Frente Popular es la ausencia de una disposición a entender la política como conflicto, como lucha social civilizada. Mientras la democracia es atacada por los cuatro costados, los partidos de izquierda, salvo en Francia, han renunciado históricamente al conflicto asumiéndolo como contradictorio con la administración del Gobierno. Haya sucedido en las décadas de 1980 y 1990 como en las socialdemocracias europeas, o bien, en las décadas recientes y cuando han debido hacerse cargo del gobierno en los casos del peronismo, o en los últimos años, en partidos como el Podemos español o el Frente Amplio chileno. La política se resuelve a nivel estatal y evitando la participación de las mayorías. Por su lado, el fascismo convoca la movilización de masas y lo hace en todos los espacios (y las calles es uno de los menores), y acusa a la forma política parlamentaria actual como antidemocrática, o bien, como la demostración de la corrupción de la democracia y la república. La democracia solo es defendible cuando es útil, cuando es una práctica de masas para modificar la vida en sociedad a su favor. En las políticas frentepopulistas que han sido exitosas contra el fascismo y han producido pactos sociales de largo plazo, los pobres y trabajadores fueron convocados a votar en su defensa y para asegurar el avance de sus intereses, no con multas, tampoco con llamados abstractos y moralizantes, vacíos al final, y que huelen a leguas que no son sino el desesperado enésimo intento por prolongar la comodidad de vivir de la degradada y burocrática administración que llaman democracia. El caso francés actual, del Nuevo Frente Popular, ha realizado la promesa al diverso proletariado de ese país de no solo defender lo que hay, sino de construir algo mejor. Su éxito dependerá tanto de su disposición a realizar esa promesa en el Gobierno, como de las fuerzas sociales que movilice para el mismo fin.
Historiador, académico y parte del Comité Editor de revista ROSA.
“Fascismo es cuando el progresismo pierde elecciones”, decía hace apenas unos meses. ¿El mensaje del artículo es entonces: vote a la Concertación para que no gane la derecha, y déjese de locas pasiones?