Chile: ¿Una política latinoamericanista y desde el Sur Global?

Resulta incongruente la declaratoria de una política del Sur Global cuando nuestro alineamiento internacional está bajo la iniciativa de las potencias imperiales que inauguraron el presente siglo de barbarie con las invasiones de Afganistán e Irak; nuestra apuesta internacional no puede, ni debe, dirigirse a legitimar un hiperimperialismo en decadencia, puesto que este constituye un peligro para los pueblos del Tercer Mundo, desde el punto de vista ético-moral, pero también político-económico.

por Pedro Lovera Parmo

Imagen / Bandera de la OTAN izada frente a Merikasarmi, el edificio principal del Ministerio de Asuntos Exteriores de Finlandia, 2023. Fuente.


“Y recordemos siempre, que no se puede confiar en el imperialismo, pero ni tantito así, nada”
Ernesto “Che” Guevara

La disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y del Pacto de Varsovia marcó el final de la Guerra Fría, que atravesó la segunda mitad del “corto siglo XX”. La culminación de dicho conflicto marcó la hegemonía única e indiscutida de Estados Unidos al ser eliminado su mayor obstáculo para la consecución de dicho objetivo, la URSS. Pese a su elevado grado de burocratización y descomposición interna, el país de los soviets jugó un rol de contención a la política imperial de los Estados Unidos en países como Cuba, Vietnam o Angola, por solo poner unos pocos ejemplos[1]. La caída del Muro de Berlín y el colapso de la URSS no solo trajeron júbilo y fanfarronería en Occidente, celebrando el supuesto “fin de la historia” y la universalización del “American way of life”. También significaron la continuidad del pacto político-militar de las naciones imperialistas occidentales, lideradas por Estados Unidos: la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).

Tal como nos indica Josep Fontana: “la dinámica del uso del poder a escala internacional, incluyendo las intervenciones militares, permaneció activa. Y mientras la organización del Pacto de Varsovia, que aseguraba la coordinación de las fuerzas armadas del bando soviético, se disolvía en 1991, como era lógico, la entidad correspondiente en el bando dirigido por los norteamericanos, la OTAN, siguió y sigue aún hoy en pleno funcionamiento. Lo cual viene a significar que sus objetivos iban más allá de la defensa del «mundo libre» contra una amenaza comunista global que hace veinte años desapareció. La nueva situación, en que la OTAN protagonizó actos como los bombardeos en masa de Yugoslavia y sigue hoy con la intervención armada en Afganistán o en Libia, obliga a plantear una serie de reflexiones acerca de su naturaleza y de sus objetivos” [2].

Estos elementos de la persistencia imperial parecen pasar inadvertidos para quienes hoy, en Chile dirigen la política internacional del gobierno. Esto se refleja en comparaciones burdas y simplistas fuera de todo contexto histórico, como situar en un mismo plano la guerra de Ucrania y el genocidio perpetrado por Israel contra Palestina, por cierto, con la venia de las fuerzas occidentales, es decir, de la OTAN.

La persistencia de la política imperial de Estados Unidos condensada en la OTAN parece ser ignorada por el gobierno del Frente Amplio y su presidente Gabriel Boric, quien en el marco de la reciente “Cumbre para la paz en Ucrania” desarrollada en Suiza, declaró que: “esta cumbre no tiene que ver con la OTAN, no tiene que ver con ideas políticas de derecha o de izquierda, ni del norte o del sur. Se trata de que el respeto al derecho internacional y a los derechos humanos sea un principio fundamental para nuestra convivencia, y esto es aplicable en Ucrania, en Gaza y en cualquier otro lugar del mundo”.

No es este el lugar adecuado para desentrañar el apoyo expresado al gobierno ucraniano conducido por Volodymyr Zelensky, cuestión ya realizada por Miguel Lawner en un reciente artículo[3], ni tampoco analizar en detalle la “Cumbre de Suiza”, la cual no contó con uno de los dos países involucrados en la guerra, Rusia, lo cual anula toda posibilidad de entendimiento para el cese de la conflagración. Lo que nos interesa fundamentalmente anotar es la falta de una perspectiva internacionalista con los pueblos del Tercer Mundo, los cuales hoy en día no solo atraviesan guerras comerciales-comunicacionales (Venezuela, Cuba), coloniales y de genocidio (Palestina), sino que también nuevos procesos de descolonización (Mali, Burkina Faso y Níger), los cuales, como era de esperarse, no han concitado en las filas gubernamentales nacionales ni la atención ni las palabras dedicadas a Ucrania.

El gobierno de Gabriel Boric baila peligrosamente en Suiza al ritmo de la música que se pone remotamente desde Washington. Más allá de las declaraciones de buenas intenciones y humanidad desplegadas por el presidente chileno, su práctica política en la escena internacional parece, al menos, cuestionable cuando sus “interlocutores válidos” en el plano geopolítico son Zelensky, Milei o la administración yanqui. Estos mismos, por cierto, apoyan al Estado sionista de Israel en sus prácticas de limpieza étnica y genocidio en territorio palestino, causa que afortunadamente el Estado chileno ha decidido apoyar a través del patrocinio de la demanda sudafricana contra Israel en la Corte Internacional de Justicia, luego de una intensa movilización político-social por parte de importantes segmentos del pueblo chileno que han presionado para que cesen las relaciones político-comerciales con Israel (objetivo aún pendiente).

En materia internacional, el programa de gobierno de la coalición que dirige los rumbos de nuestra nación expresó que: “nuestro Gobierno promoverá agendas de futuro, en base a una vocación latinoamericanista desde el sur global, respetuosa de los derechos humanos, del derecho internacional, de la cooperación, de los tratados internacionales y la sustentabilidad. La integración y cooperación regional se basará en aspectos económicos, sociales y culturales, bajo criterios de reciprocidad y solidaridad, para propender a una buena convivencia entre países”. Después de revisar la votación de la “Cumbre de Suiza”, queda por preguntarnos: ¿qué perspectiva latinoamericanista y del Sur Global promovió la participación del presidente en la “Cumbre Suiza” cuando la resolución allí tomada se hizo en ausencia o en contra de los países del Sur Global que hoy se presentan en contraposición a los designios imperialistas y su férreo continuismo guerrerista?

La posición de Boric y el gobierno en este caso, como en el venezolano, parece obviar los intereses que se presentan tras las posturas como la de la “Cumbre de Suiza”, cuestión que sin mucha demora captaron países como Brasil, India y Sudáfrica. Una explicación a ello puede ser la marcada influencia que generó en ciertos circuitos de izquierda la tesis de que nos encontramos en un mundo regido por una nueva forma global de soberanía (Imperio) caracterizada por la pérdida de soberanía de los Estados-nacionales (todos por igual, según dicha perspectiva), regidos por el Imperio, pero sin imperialismo. Tal como indicaban Toni Negri y Michael Hardt, autores de este influyente libro titulado “Imperio”: “los Estados Unidos no pueden, e, incluso, ningún Estado-nación puede hoy, construir el centro de un proyecto imperialista. El imperialismo ha concluido. Ninguna nación será líder mundial, del modo que lo fueron las naciones modernas europeas”[4]. ¿Es que acaso quienes dirigen las riendas de nuestra política internacional piensan que el poder imperial de los Estados Unidos definitivamente se acabó y nos rigen formas de imperio sin imperialismos? Por el contrario, lejos de haberse esfumado tras el camuflaje de una supuesta “globalización sin rumbo”, el imperialismo ha adquirido nuevas y más bárbaras formas de expresión. Pese al declive evidente de la hegemonía norteamericana se ha comenzado a utilizar el concepto de hiperimperialismo, el cual designa el proceso de transformación; “se trata de un imperialismo ejercido de forma exagerada y agitada, pero a la vez sujeto a las limitaciones que el imperio en declive se ha impuesto a sí mismo”[5]. Esta condición de declive del poder imperial norteamericano no nos puede dejar incautos, ni menos aún tranquilizar, puesto que entraña un peligro evidente para los pueblos del mundo, que ven con terror como aquel país lidera el gasto militar a nivel mundial y continua diseminando sus bases militares a lo largo y ancho del globo.

La retórica de carácter liberal que, en las palabras, mas no en los hechos, dice condenar los ataques vengan de donde vengan. ¿Tiene acaso algo que decir acerca de los nuevos procesos de descolonización que están sacudiendo los designios imperiales en el Sahel africano, lugar donde las fuerzas anticoloniales han aprendido por la fuerza aquello expresado por Frantz Fanon de que el imperialismo no cede sino es con el cuchillo al cuello? ¿Qué postura se toma ante los ataques a Israel, los cuales buscan proteger y salvaguardar la vida de los y las palestinos/as, manteniendo a raya a un Estado que ha sido la punta de lanza de las potencias occidentales en la región? Quienes se encuentran en la primera fila de la lucha antiimperialista y anticolonial con la barbarie de la OTAN y el Norte Global no pueden darse el lujo de presentar una postura tan inmaculada como la sostenida por Chile. Leila Khaled dice a propósito de esto que:

Sabemos que hablan de terrorismo, pero ellos son los héroes del terrorismo. La fuerza imperialista de todas partes del mundo: en Irak, en Siria, en diferentes países. Ahora se están preparando para atacar a China. Todo lo que dicen sobre terrorismo acaba siendo sobre ellos mismos. Los pueblos tienen derecho a resistir esto con todos los medios, incluida la lucha armada. Esto está en la Carta de las Naciones Unida. De modo que están violando el derecho de la gente a resistir, porque recuperar su libertad es su derecho”.

No dudamos del compromiso del actual gobierno respecto a los Derechos Humanos como garantía universal, pero ¿no deberían acaso ser igualmente -o inclusive más- tajantes con los Estados Unidos como lo son con Cuba, Venezuela y Nicaragua? Es lo mínimo que podríamos esperar en política internacional con un gobierno de izquierda en el poder.

Contrario a esto, la reunión ocurrida a finales del 2023 entre Joe Biden y Gabriel Boric dejó un amargo sabor de bocas para quienes pensaron en que la política internacional chilena sería verdaderamente guiada con un sello latinoamericano y del Sur Global. En dicha cita, pese a las buenas intenciones, Biden dejó en claro los rumbos de su estrategia global en el actual escenario. Tal como señala el comunicado de prensa de Embajada norteamericana en Chile “El presidente Biden dejó en claro que Estados Unidos continuará apoyando a Israel y afirmó el derecho de Israel a defenderse de acuerdo con el Derecho Internacional Humanitario (…) El presidente Biden también subrayó la importancia de seguir apoyando a Ucrania y expresó su preocupación por los efectos globales de la guerra de Rusia contra Ucrania, principalmente en lo que respecta a la seguridad alimentaria y energética”.

Pese a la advertencia del presidente Boric a su par estadounidense sobre la violación al derecho internacional perpetrada por Israel (no sin antes condenar los ataques de Hamas), nada se dijo sobre el sustento material, moral y político que Estados Unidos brinda a las fuerzas sionistas, pues claro, cantarle al imperio las verdades en su casa parece ser cosa de “líderes revolucionarios trasnochados”. De esta forma, lo que quedaba tras la tímida advertencia, era plegarse a los planes norteamericanos de apoyo a Ucrania, que en ningún caso significan un respaldo a su población civil. Menos aún se podía hacer un balance histórico del actuar norteamericano en los años transcurridos desde el fin de la Guerra Fría que dejó a naciones completas enterrada bajo los escombros en Yugoslavia, Siria, Afganistán, Irak y Libia, naciones a las cuales EE. UU., también acudió para, supuestamente, salvaguardar a su población civil y la “democracia”. A estas alturas el guion es de sobra conocido por el mundo para ser trasladado sin cuestionamientos a Ucrania. La paz y el resguardo de las vidas civiles nada tiene que ver con las intenciones norteamericanas y de la OTAN, y esto tendría que haber sido explicitado antes de acudir a la estéril “Cumbre de Suiza”.

Qué más quisiéramos, como defensores de las causas justas de la humanidad la resolución de los conflictos dentro de los marcos del entendimiento y los consensos entre naciones, sin embargo, aquello contraviene la historia de las potencias coloniales e imperiales. Acaso no fue, como dijo Nelson Mandela en su visita a Cuba luego de ser excarcelado, la victoria militar cubana en el sur de Angola, específicamente en la austral ciudad de Cuito Cuanavale, la que posibilitó la consolidación de la soberanía angoleña, la independencia de Namibia y el fin del régimen de Apartheid en Sudáfrica. “Aquella impresionante derrota del ejército racista le dio a Angola la posibilidad de disfrutar de la paz y consolidar su soberanía. Le dio al pueblo de Namibia su independencia, desmoralizó al régimen racista blanco de Pretoria e inspiró la lucha contra el apartheid dentro de Sudáfrica (…) Sin la derrota en Cuito Cuanavale nuestras organizaciones nunca hubieran sido legalizadas”, señaló Mandela ante una multitud el 26 de julio de 1991 en la ciudad de Matanzas.

Estos hechos nos invitan a una reflexión sobre el rumbo que está tomando nuestra política internacional, la cual lejos de las intenciones programáticas parece no cuestionar en lo sustantivo los designios de un imperio en decadencia y sus instituciones internacionales. Resulta incongruente la declaratoria de una política del Sur Global cuando nuestro alineamiento internacional está bajo la iniciativa de las potencias imperiales que inauguraron el presente siglo de barbarie con las invasiones de Afganistán e Irak; nuestra apuesta internacional no puede, ni debe, dirigirse a legitimar un hiperimperialismo en decadencia, puesto que este constituye un peligro para los pueblos del Tercer Mundo, desde el punto de vista ético-moral, pero también político-económico. Urge, para las fuerzas de izquierda, el fortalecimiento de los espacios representativos del Sur Global desde una perspectiva anticolonial y antiimperialista, banderas que aún ondean con vigencia, pese a los incautos que pensaron que aquellas luchas eran parte de un pasado que nada tenía que ver con el actual mundo actual. Asimismo, las izquierdas debemos reflexionar en perspectiva del pensamiento estratégico nuestro internacionalismo, el cual para no ser un mero adorno semántico debe ir acompañado de una crítica y práctica radicalmente antiimperialista y anticolonialista, dimensiones constitutivas de nuestra identidad de izquierda revolucionaria.

Notas

1 A nivel historiográfico y político se ha discutido tendidamente la tesis de los dos imperialismos, que por lo general es promovida desde posiciones liberales. Esta tesis enfatiza que el rol de los Estados Unidos y la Unión Soviética fue igualmente negativo, en especial para los países del Tercer Mundo. Sobre la URSS como contención de la política imperial de yanqui: Hobsbawm, Eric. Historia del siglo XX. Barcelona: Crítica, 2011.

2 Fontana, Josep. Por el bien del imperio. Una historia del mundo desde 1945. Barcelona: Pasado & Presente, 2011, p. 10-11.

3 Lawner, Miguel. Boric y Ucrania, disponible en: https://elsiglo.cl/boric-y-ucrania/

4 Negri, Toni; Hardt, Michael. Imperio. Barcelona: Paidós, 2002.

5 Hiperimperialismo. Una nueva etapa decadente y peligrosa. Tricontinental Institute for Social Research. Sobre la historia, características y discusión del concepto “hiperimperialismo” ver el texto citado.

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