Lo que requiere los mejores esfuerzos no es una nueva, la enésima, estrategia comunicacional. Tampoco un simulacro de “batalla de las ideas”, cuyos llamados no se traducen ni siquiera en una que otra columna. Nada. Lo mismo los llamados a la “presión ciudadana” hechos con calculada y poco creíble desesperación y de los cuales no se toma ninguna medida concreta. Y es que tampoco se puede mucho, donde antes había inteligencias y sabidurías de lucha hoy solo hay sobreideologización de la “buena gestión” de jóvenes profesionales y operadores heredados de la era concertacionista.
por Luis Thielemann H.
Imagen / Logo del Frente Amplio. Fuente: Facebook Frente Amplio Chile.
Un logo, abreviatura de “logotipo” y que consiste en un símbolo gráfico específico de una persona o cosa, siempre sirve a modo de una síntesis de una organización. Es la idea visual que resume un momento institucional, y que, incluso cuando no se busca, expresa algo de ella. El logo es siempre el estandarte, la bandera. La propuesta de nuevo logo del Frente Amplio, filtrada o testeada la semana anterior, así, permite a quien quiera elucubrar sobre lo que la colectividad quiere decir, y también lo que no quiere. Y ese hecho no puede evitarse. En el fondo, si hay discusión sobre el nuevo logo, que parece no gustarle a mucha gente, es porque precisamente eso debe ser un logo cuando funciona como tal: un acuerdo sobre lo que es y debería ser un partido. Y ello se vuelve una discusión crítica cuando no funciona. Un logo es así una afirmación, primero, y una promesa, también. Solo para un cuerpo zombie, desalmado, un logo puede ser cosa baladí.
El logo logra ser exitoso cuando resulta ser el producto y la agencia de un consenso colectivo. No se trata de belleza, pues eso termina siendo cualquier cosa, si no de lograr el empalme entre el “buen gusto” definido por un grupo – “una especie de sentido de la orientación social”, en palabras de Bourdieu- y su proyección hacia lo que propone o quiere ser, todo en un ideograma. Si el logo funciona, lo es porque primero nos habla de las capacidades de producción de esa organización: un buen diseño habla de buenos diseñadores, buenas reflexiones, o bien, de mucho dinero para pagarlo (aunque suele no ser suficiente). También, en segundo lugar, puede embanderar un consenso porque, como dijimos, viene elaborado por una subjetividad colectiva que tiene síntesis políticas más o menos claras, las que suelen tener la fuerza para impregnar en el imaginario de masas. El hacha en el corazón de América del logo del Partido Socialista expresa un denso americanismo socialista, ideas modernizantes y de lucha, pero también un indigenismo intuitivo. Todo ello habitaba la fundación del socialismo chileno. Qué decir de la hoz y el martillo, un logo que es también un instrumento pedagógico sobre estrategia de alianzas de clase para construir el socialismo.
El primer logo del FA, creado por militantes, expresaba luchas. Era portador de la imaginación de un nuevo momento de la vieja alianza de clases progresista en Chile, la liga entre la clase media progresista, bien organizada y más politizada, e importantes franjas de las clases populares, especialmente jóvenes y mujeres; y su unidad sobre lo que era y debía ser su historia en y ante Chile. Expresaba en sus formas la autonomía política respecto del gobierno, también generacional, al ser un logo de coalición política creado “en caliente” y con acuerdos endebles entre inflamados colectivos, celosos de sus estrategias; pero expresaba una novedad, no se parecía a nada de lo que ya existía. Un logo es siempre fundacional, y el del FA era declarativo de lo que había sido y buscaba ser.
Podemos discutir si eso tenía o no inscrito desde un principio los problemas que hoy le aquejan, especialmente el desanclaje social respecto de esa alianza social antes mencionada. Nubla la memoria de ese momento fundacional, la actual situación de resaca, la pesadumbre del error de tanto buscar representar a toda la sociedad y terminar sin representarse a sí mismo. También si esa promesa de ser cambio y futuro era realmente creída por quienes la hacían, si era honesta. Pero cuando se creó ese logo, no es posible negar que representaba un imaginario de avanzada. Afluentes multicolores que construían una cordillera a modo de crisol de movimientos sociales, coronada por una estrella de visos mapuche, todo en un círculo, porque el lenguaje de esos movimientos era de banderas, chapitas y panfletos digitales; no de timbres o papelería oficial. El logo del FA de 2017 estaba empapado de la historia de las luchas sociales del siglo XXI, aunque también mostraba ya ese tufillo de asepsia clasista que le imponía el ideario de profesionales bien educados que dominaban sus partidos. Popular, sí, pero también chic y limpio. Pero así y todo, era un logo de un movimiento de luchas. Eso ya no está en ninguna parte, tampoco en la propuesta de nuevo logo. Aquel fue hecho por un burócrata en una oficina de la presidencia de la República, y descrito así, como una historieta del stalinismo, resulta tristemente paradójico en quienes declaraban con soberbia haber descifrado ya los acertijos de la burocratización y el estancamiento de los socialismos reales. En las tierras descompuestas del democratismo vacío ha florecido el jardín de la administración sin sentido, sin grandes objetivos.
Si la línea política tiene que explicarse demasiado, entonces no sirve. Eso que se decía con vehemencia entre las filas de los viejos movimientos que fundaron el Frente Amplio a la hora de fustigar las propuestas de izquierda alejadas de lo cotidiano y lo posible, también vale para un logo. Un logo debiese expresar acuerdos y síntesis de inmediato. Aunque no puede dejar a todo el mundo feliz, si funciona es porque expresa mayorías, una identidad fuerte de cambio y lucha. Pero el Frente Amplio, en su ideológica porfía por “representar a todo el país” y permanente renegar de sus orígenes en una alianza de clases medias y populares, ya no quiso expresar su identidad ni proponerles también en el imaginario un camino de cambios al país. En la imagen que proyecta el Frente Amplio, este ya no es una oferta de futuro, con suerte algo que se ofrece para cuidar algo que solo hace una década se repudiaba.
Parece una cosa menor, algo de lo que tal vez se exagera. Pero también es una cosa más, un logo que no cae en un tiempo plano. Lo parco del nuevo logo es coherente con la ausencia de un entusiasmo, de una fe en lo que puede y debe transformarse. Y es que un logo es un membrete, algo que viene a darle un sello de identidad a una serie de hechos y propuestas. Ya conocemos al Frente Amplio, y en las filas de la izquierda la resignación hace mucho que ocupa los viejos lugares del ánimo de cambio. El logo es expresivo de la parálisis creativa, de la cancelación de futuro. El desencanto no se repara con un estudio de mercado y un buen o mal diseño.
Lo que requiere los mejores esfuerzos no es una nueva, la enésima, estrategia comunicacional. Tampoco un simulacro de “batalla de las ideas”, cuyos llamados no se traducen ni siquiera en una que otra columna. Nada. Lo mismo los llamados a la “presión ciudadana” hechos con calculada y poco creíble desesperación, y de los cuales no se toma ninguna medida concreta. Y es que tampoco se puede mucho, donde antes había inteligencias y sabidurías de lucha hoy solo hay sobreideologización de la “buena gestión” en jóvenes profesionales, y un par de operadores heredados de la era concertacionista. El Frente Amplio, con el presidente Boric como portavoz entusiasta, decidió en 2017 una estrategia de emergencia que prescindía de la luchas sociales y de la fuerza propia y autónoma para la política parlamentaria y luego para gobernar. El PC nunca pudo oponer a eso algo más que consignas, y sus sectores más jóvenes se ven conformes. El resto de las estrategias de izquierdas fue y ha sido dogmáticamente rechazado desde entonces. Esa línea, podemos decir sin arriesgar mucho, ha sido un fracaso, y luego de siete años de confiar exclusivamente en los procesos e instituciones de la dominación y el Estado, con muy mediocres resultados, parece muy ridículo hacer prédicas a la lucha como si fuese la danza de la lluvia.
Con las fuerzas vivas de la izquierda en pasmoso silencio y sin quehacer, poco se puede crear. Y lamentablemente solo allí puede hacerse la crítica a la estrategia de prescindir de la creatividad de la multitud, de la fuerza de las luchas sociales que ninguna alquimia puede crear y cuyas ofensivas ningún cientista social con ínfulas de vidente puede predecir. Tal vez es tiempo de abandonar la confianza en los métodos, medios y fines que, sabemos mentirosamente, proponen los administradores del neoliberalismo, los eternos y los de turno. La invitación a adaptarse a las formas de la Transición pinochetista, a ponerse terno y tener un imaginario de “político profesional”, a abjurar de las luchas y lo multicolor, entre muchas cosas, fue una emboscada y la izquierda apenas nota que sigue atrapada en ella. Y que desde entonces luce a la fuga, apenas defendiendo desesperada lo que juró cambiar. Parecía mejor esa izquierda que discutía en asambleas abiertas, incluso, un logo. Es por algo que en este continente, bastardo y revolucionario por excelencia, que Simón Rodríguez sentenció esa frase que tanto le gusta a las vocerías de la izquierda en el Gobierno: “O inventamos o erramos”. Siete años han pasado de la fundación del Frente Amplio, la invención fue abolida en función de los viejos manuales sumisos y derrotistas de la Transición; y el yerro ha durado mucho.
Historiador, académico y parte del Comité Editor de revista ROSA.
se acabaron los partidos de izquierda en chile, veremos que pasa con los comunistas cuando acabe el gobierno, por ahora solo va quedando los educados en la London School y los que siempre militaron por conveniencia más que por convicciones.