La correlación entre la batalla de las ideas y la transformación de la realidad no implica desempeñarse en un ámbito para descuidar otro. La realidad misma está organizada en una dimensión material y cultural que funcionan en un correlato, por ende, priorizar una dimensión por sobre la otra es costoso como práctica.
por Nicolás Román
Imagen / Solidarity (fragmento). Ilustración de Chris Lee.
Desde un tiempo a esta parte no solamente en la izquierda, quizá mucho más en la ultraderecha, hay una apuesta por vencer en la “batalla cultural”. Un intento de una derecha seudo gramsciana que armó fundaciones y reclutó a algunos de sus cuadros con doctorado para salir a la guerra de las ideas con epítomes como los de “marxismo cultural”, “ideología de género”, “globalismo” y un sinnúmero de tópicos adicionales para denunciar las agendas de algunos sectores progresistas.
Esta lucha ha tenido una reciente reedición local, asociada con la disputa en la “batalla de las ideas” sobre las decisivas disputas en el campo de las reformas que improbablemente serán aprobadas -por la incapacidad de dotar de fuerza social a los cambios propuestos por la izquierda luego de la revuelta y los plebiscitos-. Incluso dentro de la misma izquierda hay denuncias de que tales intentos implican rigidizar las posiciones, o bien que el esfuerzo de la disputa por el sentido común implica un atrincheramiento ideológico.
Más allá de fijar una posición de la izquierda en esta batalla, hay un punto clave: las ideas de la transformación social no son solamente ideas, estas ideas vienen de teorías del campo social y sus enfrentamientos, las que se vuelven teorías prácticas, ideas de combate que implican una lucha de posiciones en una gresca que se traduce en cómo disputar la hegemonía cultural. Debido a que la hegemonía está anclada en el mundo material, es el correlato de discursos e ideas vinculadas con las formas de producción y reproducción que funcionan en conjunto.
Esto quiere decir que las ideas no corren por fuera de sus anclajes sociales. Por ende, el esfuerzo, no es tan solo disputar conquistas en el campo de las ideas en una batalla ideológica, sino que alterar las condiciones materiales para empezar a quebrar la transparencia ideológica que nos gobierna: se debe demostrar que hay otro modo de crear ideas concretas, una manera colectiva y en común de desafiar los pilares de la hegemonía.
Dicho eso, es importante recalcar que la disputa de las ideas es necesaria, pero también es necesario intervenir en las relaciones sociales y las prácticas materiales que alimentan estas ideas. Ahí radica la dificultad, en cómo crear una relación armónica de una teoría práctica transformadora que no sea solamente una discusión retórica. Crear las condiciones para cambiar una correlación de fuerza donde la hegemonía es parte de una máquina cuya ingeniera social funciona en los niveles de lo ideológico y lo material.
Lamentablemente, hay una bancarrota en la batalla de las ideas. Ante el contexto local apremiante de operar el aparato del Estado pareciera que no existe ni el tiempo ni la dedicación para ejercer presión en una batalla que no solamente pasa por la participación de las capas medias en sus debates intelectuales, sino que por una disputa concreta por el sentido común y la organización de la realidad.
Lo más difícil de esta apuesta es pensar en la forma de esa organización, o cuáles son los puntos clave para sostenerla, en un contexto donde las condiciones de reproducción social general caen en los individuos y sus hogares de manera privada y donde no se avizoran cambios prácticos en la gestión de la vida en común. Ese individualismo hoy está fuertemente alimentado por los medios de comunicación, pero está más anclado en la vida cotidiana y en las condiciones de reproducción de la vida donde las apuestas por la solidaridad o la transformación sociales son frágiles o casi imperceptibles como un proyecto de transformación.
La correlación entre la batalla de las ideas y la transformación de la realidad no implica desempeñarse en un ámbito para descuidar otro. La realidad misma está organizada en una dimensión material y cultural que funcionan en un correlato, por ende, priorizar una dimensión por sobre la otra es costoso como práctica. Es más, quizá la misma incidencia de términos como “batalla cultural”, “ideologías de género” o “marxismo cultural” cimenta una pelea con espantapájaros de debates que crean discusiones en círculo, puesto que lo importante no es tanto conquistar el campo ideológico del adversario, sino que crear y transformar las condiciones materiales para quebrar los cerrojos que impiden imaginar una realidad distinta y de ese modo empujar presionar en contra de la ideología del contrario.
Justamente, en esas etiquetas, los portavoces de la derecha apuntan a que hay una disputa en el campo de las identidades, cuando ocurre todo lo contrario: la disputa es por la igualdad social sustantiva y la vida digna, la igualdad como un fundamento universal que descarta esa igualdad abstracta e insustancial que ellos sostienen. Obviamente, lo más difícil es disputar estas condiciones, señalar las conquistas, avances y usar estas como base para crear otro mundo. La tarea es urgente, sin renunciar al debate, pero tampoco sin obviar que ese debate debe estar presenta en las luchas sociales y en los programas, debe ser la sustancia y el combustible para generar una masa crítica dispuesta a la transformación de las condiciones materiales de existencias que también están determinadas por formas culturales e ideológicas.
Doctor en Estudios Latinoamericanos y parte del Comité Editor de revista ROSA.