En las condiciones actuales, si bien las posibilidades de cambio de un marco normativo en la generación de conocimiento son escasas, hay un conjunto de condiciones políticas que son favorables que deben ser aprovechadas. Allí, en la Universidad, nuestras posiciones políticas deben apuntar a generar experiencias tangibles de disputa ideológica.
por Pablo Lobos
Imagen / Foro Griego, Universidad de Santiago de Chile, 18 de diciembre 2015, Santiago, Chile. Fotografía de Andrés Navarro García.
El ejercicio de elaboración del programa de gobierno y candidatura de Daniel Jadue y, posteriormente, de Gabriel Boric, fue una experiencia significativa para los partidos de izquierda ya que fue una posibilidad única de formular políticas públicas transformadoras para el sociedad chilena. Se delineó, en este contexto, con mucha mayor claridad aspectos fundamentales de ejercicio del poder a través del estado para avanzar hacia un nuevo modelo de desarrollo. En estos procesos de formulación de propuestas fue posible apreciar a una gran cantidad de académicos, profesionales y dirigentes sociales desplegando su conocimiento en diversas temáticas para generar un programa a la altura de la demandas sociales estructurales escaladas por el estallido social.
Sin embargo, diversos factores sociales afectaron (y lo hacen hoy) la posibilidad de concretar estos cambios estructurales. Entre otros, la magnitud y fuerza del poder conservador en el dominio comunicacional, la inserción popular del proyecto político de nueva constitución, el debilitamiento del tejido social y la agencia de sectores opositores a cambios estructurales, dieron lugar a un estrepitosa derrota política que comprometió la voluntad de sectores importantes de la coalición de gobierno. Esta derrota y la arremetida de la oposición, en un contexto de minoría legislativa del Gobierno, conllevó una reducción de las expectativas de cambio estructural al no contar con la posibilidad de un cambio constitucional habilitante para el programa de gobierno.
Desde la perspectiva de conocimiento, los efectos subjetivos de dicho golpe afectaron gravemente las articulaciones desarrolladas durante el programa, tendiendo a su dispersión política. La nueva situación generada a partir de la derrota de septiembre de 2022 reafirmó las jerarquías epistémicas, dando lugar nuevamente a la hegemonía del conocimiento experto (y conservador) como garantía de construcción de una carta magna. Asimismo, el resurgimiento de la predominancia del conocimiento experto produjo que la esfera institucional académica ocupara un rol preponderante en la administración del proceso como reservorio exclusivo del conocimiento, recibiendo también una dura derrota.
Desde ese proceso constitucional fallido hasta ahora no ha sido posible visualizar, dentro de las universidades, una expresión abierta u organicamente articulada entre las distintas fuerzas académicas que tenga claramente una perspectiva de cambio estructural y menos aún de un proyecto de universidad o sociedad que refleje dicha orientación. Más bien, los espacios de poder y elaboración conformados con anterioridad al Estallido Social de 2019 y que durante el mismo se vieron desplazados, fueron los que reestablecieron su presencia en el dominio público y en interior de las instituciones, dando a su vez libre paso a la reinstalación del proyecto de modernización tecnocrático iniciado décadas atrás. Lo anterior es agravado por la creciente -y cada vez más influyente- presencia de instituciones universitarias privadas sin democracia interna y con una abierta orientación conservadora y de oposición a cambios estructurales.
¿Cómo podemos posibilitar la construcción de un proyecto académico transformador y contrahegemónico en este adverso escenario?
Puesto así, la discusión local sobre la investigación situada en la contradicción de conocimiento orientado versus conocimiento por curiosidad, parecen centrarse sólo en el rol orientador de un agente externo/interno proveedor, invisibilizando la agencia propia de la corriente ideológica predominante en el espacio académico que acude a dicha oferta. Finalmente, esto obvia el fuerte poder de una tradición que en términos generales no es favorable para cambios significativos y el crecimiento de las ideas tranformadoras.
A la pregunta anterior se suma cuál es la estrategia y táctica política de la izquierda en este escenario de mercantilización del conocimiento. Hay varios factores que nos pueden ayudar a resolver esta situación, pero pienso que es fundamental abordar las condiciones en que el trabajador del conocimiento se desenvuelve. Especialmente debemos considerar que las condiciones materiales juegan un factor limitante clave en el crecimiento no sólo orgánico e ideológico de producción de conocimiento transformador sino también de las estructuras de poder capaces de sostenerlo.
Una de las grandes dificultades del crecimiento político en el marco de la generación de conocimiento en Chile lo constituye el efecto negativo que involucra el trabajo militante/político en relación con los dispositivos institucionales en los cuales los trabajadores académicos se desenvuelven. Esto involucra en primera instancia costos individuales difíciles de sobrellevar y que gobiernan las decisiones sobre qué grado de vinculación tendrán quienes se sienten motivados a contribuir. El costo de una posición política académica disidente por sobre el éxito/reputación es un riesgo considerable. En efecto, esa disidencia puede ser a veces duramente castigada.
El militar activamente hoy en un Partido/Movimiento de Izquierda desde la universidad implica un compromiso y convicción de contribuir desde la trayectoria personal, académica o profesional. Este compromiso se expresa concretamente, por ejemplo, en la asignación de tiempo a tareas partidarias, el que constituye un espacio parainstitucional que compite con las altas exigencias personales que involucra sostener una carrera en un ambiente de descarnada competencia. Dicho factor es un costo oportunidad, mitigado por algunos por la cercanía disciplinar a los elementos constitutivos de la lucha política contingente. Sin embargo, para quienes se desarrollan académicamente en áreas no directamente relacionadas con las tareas partidarias, esto disminuye sus posibilidades de contribuir a un determinado campo de la disputa política, ya que deben cumplir con los altos estándares de evaluación a los que están sometidos.
Hay por tanto un factor de cercanía entre la disciplina y el desarrollo de la política y otro de condiciones materiales que afecta la adhesión sostenida del aporte de cuadros académicos y profesionales del mundo universitario. Esto obliga a buscar posibilidades de localizar el trabajo político en el tiempo productivo y reproductivo de un investigador. Dicho aspecto tiende a tornarse más crítico aún conforme al aumento de la precariedad laboral, siendo hasta el día de hoy muy dificultoso promover una actividad política en investigadores en formación. Esa precaridad laboral determina que la actividad política esté enfocada preponderantemente hacia la reivindicación de demandas gremiales que tienen que ver con mejoras en las condiciones laborales particulares en lugar empujar demandas políticas de una naturaleza más estructural.
Desde la perspectiva de la disputa ideológica, la sostenibilidad de una corriente de ideas en el espacio universitario chileno depende de la capacidad de acceder e instrumentalizar los mecanismos que la misma institucionalidad ofrece actualmente. Esta institucionalidad es la que otorga las condiciones materiales necesarias para la reproducción de la misma, el desarrollo de redes de colaboración y, por ende, la capacidad de acumulación de masa crítica en formación que sostenga dicho marco de ideas en el tiempo y en el poder dentro del proyecto académico de la institucionalidad. Ejemplos de ellos son los diversos centros y núcleos institucionalizados en torno a temáticas de investigación de diferente naturaleza que ya ejercen agencia, participan e inciden en los gobiernos universitarios
Lo anterior se constituye por tanto en factores materiales que, de no ser considerados, dificultan enormemente el que una determinada corriente de izquierda pueda sostener una disputa de largo plazo. Esto limita la incidencia de quienes con condiciones consolidadas puedan incidir, mientras que para quienes están en camino a integrarse la opción es integrarse a las redes actualmente existentes.
Este fenómeno además se da en un contexto, que gobernado por un marco regulatorio competitivo de la actividad académica, requiere una alta dedicación al cumplimiento de factores evaluables.
En esto último es posible observar brechas abiertas por la izquierda en disputas anteriores pero procesadas por el propio sistema en la búsqueda de sostener la hegemonía actual, validando nuevas formas de vinculación y modificando rubricas de medición. Esto se manifiesta en la incorporación del concepto de transdisciplinariedad manifestada en planes de desarrollo de algunas universidades. Esto añade nuevos instrumentos/recursos que modelan el espacio universitario, en muchos casos mediados hoy por la orientaciones de las políticas universitarias otorgadas desde hegemonías previamente constituidas allí y renuentes a la democracia interna en sus instituciones.
Este sofisticado proceso de ajuste autoritario hacia un proyecto de universidad vinculada jerárquicamente hacia los problemas de la sociedad contiene la contradicción de apostar por “resolver” desafíos sociales desde un rol de perfeccionamiento del Estado neoliberal. Esto implicar poner el énfasis en la eventual efectividad de programas subsidiarios y políticas sociales focalizadas, que no involucren una transformación de ese estado.
Estos nuevos dispositivos académicos deben necesariamente validar su vinculación con el mundo social y el gobierno en su accionar mediante mecanismos que pretenden suplantar el agenciamiento político tradicional ejercido por el mundo académico mediante la participación política abierta hacia una técnica medible, controlable y mercantilizable e higienizada de la política. Es una apuesta arriesgada y es precisamente una ventana de oportunidad que requiere una alta capacidad política para hacer de esa tendencia un terreno favorable.
Junto con presentar este diagnóstico preliminar, el objetivo de este documento es discutir entonces sobre cómo rearticular la disputa ideológica en la educación superior considerando las limitaciones y desafíos actuales.
Articular una corriente política dentro de un proyecto académico requiere considerar este paisaje de competencia descarnada y condiciones vulnerables para quienes decidan contribuir orgánicamente al crecimiento de un programa político transformador. Esta articulación también requiere hacer uso de las brechas en las lógicas del marco regulatorio actual.
En este contexto, sugiero considerar algunos puntos necesarios para poder avanzar en esa dirección, a saber:
- Definir un foco de trabajo que interdisciplinarmente contenga una masa crítica tanto de militancia como de académicas(os) cercanas, que se proyecte en una perspectiva de crecimiento hacia otras áreas menos de menor presencia.
- Constituir desde la definición anterior redes transdisciplinarias y transinstitucionales que se constituyan en el dominio público desde diversas instituciones de educación superior, impulsadas desde la izquierda y con un fuerte enfoque colaborativo justificado bajo la validación institucional.
- En cuanto a la caracterización de dichas redes, se deberían enmarcar en el contexto del impulso a la transdisciplinariedad que faculte por tanto construir redes y enlaces horizontales con organizaciones, sindicatos, gobiernos nacional/locales y redes internacionales.
- Mediante este trabajo colaborativo posicionarse y acceder a mecanismos institucionales de validación y sustentabilidad material, como también la captación abierta y transversal de académicos y estudiantes motivados de colaborar en dichas líneas.
- Abrir desde estas plataformas inmersas en las universidades las contribuciones técnicas hacia la realidad nacional a diversos actores de la disputa política.
El efecto esperado de posicionamiento político ideológico de este esfuerzo puede contribuir a la disputa (en alianza) de los cuerpos colegiados al interior de las instituciones de educación superior, de sus estructuras de poder y proyecto académico sumando un nuevo actor a las organizaciones de trabajadores y estudiantes. Por cierto esto no es excluyente del trabajo hacia el fortalecimiento de los cuerpos colegiados, sino más bien un eslabón ausente necesario de trabajar.
Estas propuestas constituyen líneas gruesas pero creo que estos factores debemos considerarlos. Construir alternativas ideológicas viables dentro de la realidad universitaria actual, que se enlacen con las fuerzas transformadoras, es un trabajo de mediano-largo plazo. En las condiciones actuales, si bien las posibilidades de cambio de un marco normativo en la generación de conocimiento son escasas, hay un conjunto de condiciones políticas que son favorables que deben ser aprovechadas. Especialmente si comparamos los próximos dos años de gobierno que quedan con los periodos anteriores debido fundamentalmente a una mayor presencia en el estado. En este contexto, finalmente, nuestras posiciones políticas deben apuntar a generar experiencias tangibles de disputa ideológica.
No fue la universidad en Chile la que origino los procesos de cambios sociales, aun con el movimiento universitario del 2011. Fue la masa, más o no organizada en su capacidad de expresar la pulsión de los problemas, desigualdades y contradicciones de la sociedad la que encontró en la universidad, en la academia, un complemento y contraparte. La intelectualidad revolucionaria que construyó el devenir de la teoría revolucionaria a nivel global y local, salvo algunas excepciones, no hicieron su aporte de la institución sino como intelectuales orgánicos de la revolución.
Unos de nuestros problemas esta en eso, el creer que se debe dotar desde afuera si así se le clasificase, la teoría, las propuesta o interpretación que le de carácter programático, táctico, operativo o estratégico a un opción revolucionaria.
El mismo programa de Jadue era un documento que llegó a sumar trescientas paginas y más, y al igual que el texto de la primera convención incluyo todo aquello que los distintos equipos, grupos aportaran, fue tan ambicioso que incluso perdía relevancia. Nadie pensó si eso alguien lo leería, lo que importo fue el aporte de cada mirada aun cuando no fuese operable políticamente.
El Programa de la UP es brillante en su diagnostico, aun valido para Chile en todo lo de su pre ambulo aunque el lenguaje del anti imperialismo haya sido desterrado del discurso político de la izquierda. Fue simple, como todo lo revolucionario, concreto, realizado por una simbiosis de profesionales y dirigentes sociales de múltiples estratos y partidos. Aun cuando fuese amplio, tenia un componente de simplicidad que lo hacia plástico, digerible y movilizador.
El mundo no comienza ni termina en la academia, nada en contra de ella, es imprescindible pero la respuesta la incluye pero debe ir más allá en origen y construcción.
José Cademartori debe ser uno de los últimos políticos intelectuales que participo en esa construcción, aun vive, hablar con el es una lección de historia y humildad y de sentido político