Lo concreto es que de la pluma de la dirigencia comunista criolla no ha salido nada relativamente importante y perdurable. Es más, si uno quiere hallar a aquellos/as que algo han hecho con el lápiz, la máquina de escribir o el computador, se encontrará con un páramo, un panorama débil y mediocre.
por Manuel Loyola
Imagen / Revista Principios y Todo lo Deciden las Masas, de Luis Corvalán. Imagen editorial.
Esta nota no se refiere a la producción literaria de varios reputados (y otros no tanto) escritores militantes del Partido Comunista chileno (PC), sino a lo escrito por la dirigencia de este partido, pues de ella se espera claridad y contundencia en la exposición de las posiciones ideopolíticas que han sustentado desde el siglo pasado. Dado este asunto, lo concreto es que de la pluma de la dirigencia comunista criolla no ha salido nada relativamente importante y perdurable. Es más, si uno quiere hallar a aquellos/as que algo han hecho con el lápiz, la máquina de escribir o el computador, se encontrará con un páramo, un panorama débil y mediocre.
Cierto es que, desde los tiempos de Carlos Contreras L., hasta hoy, abundan discursos, informes, panegíricos, obituarios, y otra larga lista de escritos de ocasión, generalmente insertos en el canon de la línea política en vigor en cada momento. Pero textos con mayor problematización, reflexión o ensayo (no alcanza para pedir investigación), nada o muy poco; una que otra cosa de Luis Corvalán, algo menor de Gladys Marín y párele de contar, el resto son alocuciones corporativizantes, homenajes, saludos, conmemoraciones…repito, discursos dictados por la oportunidad, la coyuntura. Frente a este panorama se alza como redactor muchísimo más interesante lo escrito por Luis Emilio Recabarren, y no me refiero a sus cientos de artículos de prensa dispersos en numerosos periódicos obreros de Chile y el extranjero, sino a sus “folletos” (en verdad libros) que abarcaron asuntos diversos de la política, la ideología, la sociedad y aún la filosofía (véase La Materia eterna e inteligente).
Resultado de lo anterior es que aun recuerdo cómo en la segunda mitad de los 2000, una vez ya fallecida Gladys Marín, en un liceo de la Gran Avenida en Santiago, se comunicó sin decir “agua va” el “giro” que a partir de entonces comenzaba a imperar en la política del PC, y su rastrero acercamiento a las fuerzas neoliberales. En general, como no hay presencia de argumentos (menos aun de textos), la militancia (tan obediente siempre) se puso el sambenito que les estaban comunicando. Y en esto cabe el complemento perfecto: a la ausencia constante de libros, textos, razonamientos escritos por parte de la dirigencia, se asocia una supina aceptación de cualquier rueda de carreta del grueso de la militancia que, por cierto, como la cosa viene de arriba, hay que aceptar. En la ocasión, con unos pocos compañeros nos preguntamos -en tono de risa- si habíamos traído los currículos vitae para postular a las nuevas pegas que se abrían para el PC en las estructuras oficiales.
Pero alejándonos de la dirigencia (no le pidamos peras al olmo), cabría esperar que la militancia académica, los estudiantes, licenciados, magísteres y doctores comunistas, en particular de las áreas de las Ciencias Sociales o de las Humanidades, generara una producción más nutrida respecto del rol, pasado y futuro de la organización partidaria. Pero tampoco es así. Cierto que escriben, y bastante, pero lo hacen mayormente para responder a las exigencias de productividad de artículos indexables en revistas de corriente principal; es decir, están fuertemente sometidos a la evaluación y los puntajes a fin de no perder nombramientos o puestos en la burocracia de la educación superior.
Hay, cómo no, una que otra excepción. Pienso en lo escrito por Alexis Cortés o Rolando Álvarez, pero estas golondrinas no hacen verano. Si bien su prosa contiene informaciones de interés, su calidad se ve afectada por un sesgo evidente: escriben política e historia para justificar el presente. Hay otras compañeras y compañeros que le sacan punta al marxismo, pero siempre bajo el canon académico, con temas un tanto esotéricos o que no proponen nada nuevo más allá de la escolástica.
Lo que me preocupa, al escribir esta nota, no es una exigencia vana, sino una que surge de la propia observación de la historia del PC. Se trata de una organización cuya cerrazón y acomodo estado-céntrica lo ha llevado a experimentar bandazos recurrentes: por épocas, apegados a la institucionalidad burguesa, por momentos, antisistémicos y anunciantes de rebeliones populares. Así, no será de extrañar que la desazón o desencanto que en el momento cruza a la colectividad motivadas por las adhesiones más que irrestrictas a la postura inerme del Ejecutivo, produzca, en un futuro no muy lejano, reverdeceres revolucionarios, y así seguimos, de bandazo en bandazo. En fin, para un partido cuya ideología (si es que queda) derivó de la Ilustración y la creencia en la capacidad transformadora humana mediante, entre otras cosas, por vía de la lectura y la producción intelectual, bueno sería que recogiera el legado recabarriano de poner en letra de molde lo que se piensa y aspira. Quizás si un librito de distribución abierta con la opinión presente y futura suscrito por la dirigencia actual podría servir para remover el anquilosamiento que impera. Propongo acoger la iniciativa norteamericana del common book para suscitar el debate a diestra y siniestra.
Puede ser una ilusión de mi parte suponer que de la escritura comunista se obtenga aún un resultado relevante y con perspectivas, creencia que, en alta medida, se haya atada a otra posibilidad por verificarse: la esperanza de que del PC surjan nuevas vías al socialismo. La historia y su contenido a rescatar sobre cómo fue que se forjó la experiencia fallida de la vía chilena al socialismo -asunto que fue muchísimo más que la pura conjunción partidaria entre socialistas y comunistas- implica quizás si la temática primordial a la que deberían abocarse las letras y el pensamiento comunistas de hoy.
Veo que has leído poco e investigado menos, ni conoces a Volodia ni menos a Daniel Jadue