Si Lenin no hubiera sido también un teórico político, no habría sido capaz de tratar y gestionar una o varias formas de compromiso, un tema que cuestiona las capacidades de todo revolucionario. El político se inclina a continuar por el mismo camino que inició la revolución; el teórico político es capaz de ver la necesidad de pasar a una etapa ulterior, que en cierta medida también contradice los presupuestos de la propia Revolución.
por Mario Tronti
Traducción de Luis Thielemann H.
Imagen / El Lissitsky, Tribuna de Lenin (diseño, 1920-24). Fuente.
Un extracto de un ensayo inédito de Mario Tronti, sobre Lukács y sobre Lenin, sobre la revolución, la reforma, el compromiso y el realismo político; publicado pocos meses después de la muerte de Tronti, por el blog Machina, y presentado por primera vez en español por revista ROSA. En tiempos que se convoca a la discusión autocrítica y la batalla cultural, este texto aporta luces sobre los dilemas de la izquierda en el gobierno, desde la mejor tradición política roja.
***
El primer capítulo de Lenin. Teoría y praxis en la personalidad del revolucionario lleva por título “La actualidad de la revolución”.
¿Cuáles son los elementos por los que una revolución obrera de corte marxista puede considerarse actual? Hay dos condiciones que deben cumplirse, pero históricamente esto ocurre muy pocas veces: una crisis sistémica de fondo, que ya no se puede gestionar, que ya no se puede resolver, por tanto un hecho objetivo que favorece evidentemente la iniciativa revolucionaria; y, una subjetividad revolucionaria que ya está ahí, ya organizada, lista para aprovechar el momento y llevar a cabo el acontecimiento revolucionario. La de Lukács fue la época en que esas dos condiciones se reunieron en Rusia, un país derrotado en la Segunda Guerra Mundial y sumido en el caos, en medio de la guerra y la miseria. Había allí un núcleo bolchevique, una organización que ya había pasado por un momento revolucionario -de un carácter considerado “democrático”, aún no socialista- en 1905, que vio la oportunidad de explotar esta situación crítica. Sólo en Rusia se dieron simultáneamente estas dos condiciones. En Alemania, por ejemplo, también hubo una fase similar de crisis-revolución. ¿Por qué no se produjo allí la revolución? ¿Por qué fracasó el intento? Porque en Alemania el movimiento obrero estaba organizado por la socialdemocracia, que no era un sujeto revolucionario como los bolcheviques, es decir, preparados y listos para entrar en el momento de crisis para tomar inmediatamente el poder.
Las dos condiciones, sujeto organizado y crisis, no se dieron en ningún otro país: ni en Inglaterra, donde faltaron ambas; ni siquiera en Italia donde, a pesar del famoso bienio rojo de 1919-1920, la situación no estuvo madura por ambas partes. No había una situación de crisis por crisis porque Italia había salido victoriosa de la Primera Guerra Mundial; las contradicciones sociales vivas iban a expresarse de una manera completamente distinta, en la revolución fascista; el Partido Socialista no estaba preparado y el pequeño núcleo del Nuevo Orden, que más tarde daría origen al Partido Comunista, no tenía la fuerza necesaria para entrar en esta situación. […]
Lukács también habla de Lenin en “Historia y conciencia de clase”, en términos muy parecidos a como lo hace en el folleto titulado “Lenin. Teoría y praxis en la personalidad de un revolucionario”. Su tesis es que el revolucionario ruso es un gran político, uno de los más importantes del siglo XX, y así ha sido reconocido por la cultura marxista y más allá. Sin embargo, lo que realmente interesa a Lukács es el aspecto teórico-político: desde este punto de vista polemiza con todos aquellos que subestiman la contribución de Lenin. Por ejemplo, en un pasaje escribe: “está muy extendida la leyenda burguesa y socialdemócrata de que Lenin, tras el fracaso del intento ‘marxista-doctrinario’ de introducir el comunismo ‘de una vez por todas’, recurrió a un compromiso, con la astucia que le dictaba su realismo político, abandonando su línea original. La verdad histórica es precisamente lo contrario de esta leyenda. El llamado comunismo de guerra, que Lenin describió como ‘una medida provisional hecha necesaria por la guerra civil y la destrucción’, y que no era ni podía ser ‘una política correspondiente a las tareas económicas del proletariado’, fue una desviación de la línea sobre la que debía discurrir el desarrollo del socialismo según su predicción teórica. Era, sin embargo, una medida determinada por la guerra civil interna y externa, y por tanto inevitable, aunque sólo provisional’”.
Según esta interpretación, el comunismo de guerra no era la premisa del socialismo, sino la necesidad inmediata de la que no se podía prescindir en aquel momento. Pero no debe pensarse que el socialismo podía construirse sobre la base de la continuidad respecto al llamado comunismo de guerra. Este último debía ser superado, una vez tomado el poder, por una capacidad de gestión del conjunto de la sociedad.
La obsesión de Lenin, o al menos la que Lukács le atribuye como característica positiva, es siempre la toma en consideración de la totalidad. El comunismo de guerra era una parte que había que atravesar y superar con un derrocamiento total, lo que se vería más tarde en la famosa Nueva Política Económica (NEP), en la que se abandonó la idea misma de una democracia soviética proletaria inmediata. Pero en el momento en que había que construir un Estado, éste tenía que hacerse cargo de la gestión global del sistema, que había sido reducido a escombros por todo el período anterior, por la guerra, por la revolución. Si Lenin no hubiera sido también un teórico político, no habría sido capaz de tratar y gestionar una o varias formas de compromiso, un tema que cuestiona las capacidades de todo revolucionario. El político se inclina a continuar por el mismo camino que inició la revolución; el teórico político es capaz de ver la necesidad de pasar a una etapa ulterior, que en cierta medida también contradice los presupuestos de la propia Revolución.
El último capítulo de este pequeño libro del joven Lukács se titula precisamente “Realpolitik revolucionaria”, detengámonos en este punto. Se puede ser realista en política siendo revolucionario: ésta es la gran enseñanza de Lenin. Abandonemos, pues, la perspectiva utópica de superar la modernidad con una especie de humanización de la Historia, que hasta ahora nadie había llevado a cabo, algo que el joven Lukács había amado antes de hacerse marxista. El joven Lukács nos dice que en las épocas precapitalistas había gente, las clases aristocráticas, que vivían una vida digna de ser vivida, aunque ello supusiera condenar a la inmensa mayoría de la gente a una mala vida. La superación de la modernidad debía consistir en una extensión a toda la humanidad de esta prerrogativa de vida buena y bella de la aristocracia. Esta perspectiva utópica fue naturalmente superada en la fase marxista del filósofo húngaro. Cuando llega a la “conciencia”, denotada en el sentido de “clase”, deja de lado la idea humanitaria y lo hace precisamente a través del descubrimiento de Lenin que es un gran marxista que se ve en la necesidad de polemizar contra toda forma de utopía. La polémica se lleva a cabo a través de lo que Lukács llama “la teoría y la táctica leninistas del compromiso”, nada más que: “la consecuencia lógica concreta de la noción marxista y dialéctica de la historia según la cual los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen en las condiciones que ellos eligen. Es una consecuencia de la constatación de que la historia siempre produce lo nuevo; y que, por tanto, los momentos históricos, los puntos momentáneos de intersección de tendencias, nunca vuelven bajo la misma forma; y que las tendencias que hoy pueden ser valorizadas para los fines de la revolución, mañana pueden resultar fatales para los mismos fines, y viceversa”.
Esta es la cuestión: para hacer historia hay que hacer la revolución; cuando la revolución victoriosa te entrega tal nivel del poder, tienes que tener en cuenta las condiciones objetivas en las que operas. De ahí la necesidad de Lenin de que “el compromiso fluya directa y lógicamente de la actualidad de la revolución’. Si el carácter fundamental de toda la época es la actualidad de la revolución, y si ésta puede estallar en cualquier momento, en un solo país como en el mundo entero, sin posibilidad de predeterminarla, si el carácter revolucionario de toda la época se manifiesta en el desmoronamiento progresivo de la sociedad burguesa, que tiene como consecuencia necesaria la alternancia ininterrumpida y la superposición de tendencias de los más diversos tipos, el proletariado no puede iniciar y realizar su revolución en condiciones “favorables”, sino que tendrá que explotar todas las posibilidades, por provisionales que sean, que puedan contribuir a apoyar la revolución o al menos a debilitar a sus enemigos”.
He aquí la gran lección del realpolitiker, del político realista Lenin. Lukács ya había argumentado esto, en parte, en “Historia y conciencia de clase”, en ese pasaje en el que despotrica contra la izquierda bolchevique trotskista -que condujo a las elaboraciones sobre la revolución permanente- que el propio Lenin luchó por contrarrestar después de la revolución. La izquierda, en efecto, no veía la necesidad del compromiso, por lo que se encaminaba a la derrota inmediata; mientras que, según Lenin, era precisamente la victoria de la revolución y la toma del poder lo que debía conducir a la idea de una “larga marcha”, perspectiva que no por casualidad sería adoptada por la revolución china
¿En qué consistía esta última? En mi opinión se trata de una metáfora: los comunistas chinos atravesaron toda China y al avanzar contra las beligerantes tropas del Kuomintang sentaron las bases del consenso para la futura revolución. Por lo tanto, una vez que llegaron a Pekín y derrocaron al Kuomintang, ya habían adquirido y obtenido el consenso de masas de la población. Convencieron, atravesando el gran territorio chino, en parte porque el socialismo, incluso según el postrevolucionario Lenin, tenía que ser esta larga marcha hacia una vieja sociedad para convertirse en una nueva sociedad. La idea de Lenin era que había que ser revolucionario, es decir, luchar por la ruptura del sistema, antes de conquistar el poder; una vez conquistado, había que ser reformista, gradualista, es decir, adquirir la capacidad de transformar las cosas tomando la sociedad y el consentimiento, activo y no pasivo, de la gran mayoría de la población, dando solidez definitiva a la conquista del poder.
¿Qué ocurrió después de Lenin? La estructura revolución-reforma, primero de ruptura y luego de gradualismo, ya no se llevó adelante, aunque haya que reconocer las dificultades de un país cercado por el capitalismo por todas partes. Lo que se persiguió no fue una revolución permanente sino un comunismo de guerra permanente que, a la larga, debilitó más que consolidó el poder, transformando al grupo bolchevique inicial en una clase de personalidades desvinculadas del pueblo. Esto ocurrió con y después de Stalin, que luego tuvo la ingeniosa habilidad de movilizar y volver a movilizar a su pueblo durante la guerra mundial y recuperar el consenso. No es casualidad que la gran guerra patriótica en la Rusia actual vuelva como un elemento mítico.
Quisiera concluir con otro tema, que tiene que ver con la capacidad de movimiento y, por tanto, con la capacidad de pensamiento móvil, nunca quieto, continuamente caminando, característica que hay que adquirir superando todas las contraindicaciones que se le oponen. En la larga marcha hay que aprender dos cosas. La primera: incluso el teórico político debe ser capaz de hablar un lenguaje que todo el mundo entienda. En este opúsculo, pero sobre todo en el epílogo de la edición italiana, Lukács habla de un episodio que le había impresionado mucho: “La vida de Lenin tuvo que convertirse en un proceso ininterrumpido de aprendizaje. Tras el estallido de la guerra, en 1914, llegó a Suiza, superando diversas peripecias policiales; y una vez allí, sintió que su primera tarea era utilizar justamente este ‘permiso de ausencia’ y estudiar la “Lógica” de Hegel. Y después de los sucesos de julio de 1917, mientras vivía ilegalmente en casa de un obrero, le oyó hacer este elogio del pan antes del desayuno: ‘Ahora ‘ellos’ no se atreven a darnos pan malo’. Lenin quedó sorprendido y encantado por esta ‘valoración clasista de los días de julio’. Pensó en su propio y complicado análisis de estos acontecimientos y de las tareas que implicaban. ‘Yo, que nunca había conocido la miseria, no había pensado en el pan…. A lo que subyace a todo, a la lucha de clases por el pan, el pensamiento, a través del análisis político, llega por un camino excepcionalmente complicado e intrincado’. Así, a lo largo de su vida, Lenin aprendió siempre y en todas partes; no importaba si se trataba de la “Lógica” de Hegel o de un ‘juicio obrero’”.
Esta es una de las conclusiones. La otra, sin embargo, es la famosa frase de Lenin, su consigna que nos concierne incluso hoy, en un momento en que ciertamente no tenemos ante nosotros la organización de la revolución, pero sí tenemos en el cuerpo y en la mente la necesidad de pasar por alto estas cosas para no quedar prisioneros: estar preparados para todo, porque Lenin nunca dejó de aprender teóricamente de la realidad.
“La permanente ‘disposición’ de Lenin es la última etapa de este desarrollo, hasta ahora la más y la más importante. Si hoy, cuando la manipulación devora la praxis y la desideologización devora la teoría, este ideal no es tenido en gran honor por la mayoría de los ‘especialistas’, comparado con la historia esto es sólo un episodio. Más allá de la importancia de sus hechos y obras, la figura de Lenin, como encarnación del continuo “estar preparado”, representa un valor indeleble como nuevo tipo de actitud ejemplar frente a la realidad”.
El contexto es todo y para Lenin también, lo revolucionario siempre es concreto, creer que la transformación económica, a la fuerza, violenta y efectiva de la economía soviética fue la continuidad del comunismo de guerra por un desvarío febril de Stalin y compañía es olvidar que la guerra inevitable y ad portas y que crear la capacidad industrial, económica y social para hacer frente a esa amenaza, fue algo planteado en los primeros esbozos de la doctrina militar soviética, fue un diagnostico correcto.
“Las tareas políticas concretas hay que plantearlas en la situación concreta. Todo es relativo, todo fluye, todo se modifica” Dos tácticas…..Lenin