Sesenta años luego de co-fundar el grupo de izquierda radical Matzpen, Moshé Machover reflexiona sobre el duradero legado de la organización, las divisiones internas que llevaron a su desaparición, y las lecciones que entrega para la izquierda anti-sionista de hoy.
por Ben Reiff
Traducción e introducción por Felipe Ramírez / Texto original publicado en la revista digital +972.
Imagen / Moshé Machover.
Mucho se ha escrito sobre el conflicto en Palestina y los abusos que comete de manera cotidiana el Estado de Israel en el marco de la ocupación, siendo Chile un país en donde la solidaridad con el pueblo palestino es amplia: no sólo tenemos la comunidad más grande fuera de Medio Oriente, si no que instituciones como el Club Deportivo Palestino (fundado en 1920) se remontan mucho más atrás de la Nakba de 1948. Pero a veces hacen falta materiales que permitan una comprensión más profunda de la situación y sus posibles salidas, no sólo desde el punto de vista palestino, si no también respecto a la izquierda israelí.
Si bien durante mucho tiempo el sionismo fue apoyado por sectores de la izquierda internacional, ya fuera por la romántica imagen proyectada por los kibutz o por la impronta de cierto contenido socialdemócrata en los gobiernos del Partido Laborista, la izquierda israelí va mucho más allá, y ha tenido por momentos contenido notablemente crítico. Ya sea el casi imperecedero Hadash –cuyo núcleo se encuentra en el PC de Israel-, la izquierda sionista “pro paz” de Meretz, o grupos como los “Panteras Negras” –que agrupó a sectores mizrahíes, judíos provenientes de países árabes, que luchaban contra la discriminación social sufrida desde el establishment askenazi- y Matzpen, hasta grupos de activistas actuales contra la ocupación, contra los abusos de parte de las FF.AA., de apoyo a los objetores de conciencia, que se oponen al desalojo de familias palestinas, que luchan contra la discriminación de la población mizrahí, o incluso agrupaciones que desde la diáspora judía manifiestan su solidaridad con los palestinos, como “Jewish voice for peace”.
Al respecto, Matzpen, si bien desapareció a fines de la década de los 80, destaca por su radical crítica al sionismo como ideología, y por su aporte a la búsqueda de una lectura política global que permitiera una doble respuesta tanto a las consecuencias del colonialismo sionista como a la explotación capitalista, de tal forma que hasta el día de hoy continúa siendo una organización polémica y reconocida.
En momentos en que el régimen colonial defendido por el Estado de Israel se corre más a la derecha, con un gobierno sostenido por una alianza entre el Likud de Netanyahu y organizaciones abiertamente fascistas como el partido kahanista Otzma Yehudit, encabezado por Itamar Ben-Gvir, resulta más importante que nunca informarse sobre lo que sucede en Palestina-Israel, de manera de contar con una base más sólida para no sólo expresar solidaridad, si no para imaginar nuevas formas de generar políticas que aumenten la presión contra la ocupación y la opresión, y también, no menos importante, frenar la posibilidad de que ideas racistas y antisemitas se “colen” en una lucha justa y cada día más urgente.
Es por ello que esta entrevista a Moshé Machover, miembro fundador de Matzpen, publicada hace algunas semanas en la revista +972 una revista independiente fundada en 2010 por un grupo de periodistas palestinos e israelíes, resulta de gran interés como punto de partida para una reflexión de este tipo.
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Moshé Machover está ansioso por dejar las cosas claras. “Ha habido muchas malas interpretaciones sobre Matzpen, algunas de ellas deliberadas”, me dice antes incluso de que nuestra entrevista comience.
Conocido por sus amigos por Moshik, Machover es el último miembro vivo del cuarteto de activistas que fundara el grupo de izquierda radical israelí Marzpen (“Brújula”) –originalmente llamado “La Organización Socialista Israelí”- hace 60 años. Menos cómodo hablando sobre si mismo, Machover se encuentra en un terreno mucho más cómodo discutiendo intrincados detalles de política económica marxista o episodios “de nicho” de la historia comunista internacional. Naturalmente, cuando se trata de la fundación de Matzpen, su desarrollo y subsecuente quiebre luego de su debilitamiento por varias divisiones en los años 70, es una fuente enciclopédica de conocimiento. Y aunque la organización ha sido el objeto de un renovado interés académico en los últimos años, Machover está lejos de estar contento con esas representaciones.
Fundado en 1962 y activo hasta los primeros 80, el legado de Matzpen es mucho más amplio que el número que tuvo su militancia, que nunca superó unas pocas docenas de personas según sugiere. La razón de esto n es ningún misterio: fue la primera organización activa en la sociedad judía-israelí, nacida después del establecimiento del Estado en 1948, en denunciar inequívocamente al sionismo como una forma de colonialismo tanto en casa como afuera. Publicando análisis en profundidad sobre los acontecimientos políticos en el Medio Oriente mientras se generaban enlaces con palestinos y otros izquierdistas árabes a lo largo de la región y más allá, Matzpen fue visto por el establishment de la seguridad israelí, y por buena parte de la sociedad israelí, como una amenaza interna.
Decir que la organización se adelantó a su tiempo sería un eufemismo. Sólo recientemente figuras prominentes de la izquierda israelí y grupos anti-ocupación, siguiendo las huellas de pensadores y organizaciones palestinas, han comenzado a describir el dominio israelí sobre los palestinos como un “apartheid” y a confrontar con el legado de la Nakba. Pero ahí estuvo este grupo de judíos y palestinos en Israel que reconocieron más de medio siglo atrás que el “conflicto” era uno de naturaleza colonial, y escribieron extensamente sobre cómo derrocar ese régimen.
Al hacerlo, Matzpen estableció los fundamentos por lo que ha sido descrito como la “izquierda independiente” de Israel –una corriente política separada de la izquierda sionista hegemónica, por un lado, y del Partido Comunista de Israel, que expulsó a Machover y a los tres camaradas con los que fundaría Matzpen, por el otro. El grupo se situó dentro de la “Nueva izquierda” global, promoviendo una visión socialista e internacionalista que predicaba la autodeterminación de los pueblos. Es desde ahí que Matzpen desarrolló su posición sobre Palestina y sobre la naturaleza específica del sionismo colonialista.
El hecho de que los análisis de Matzpen cristalizaran antes del inicio de la ocupación israelí de 1967 también los separa de la larga lista de grupos de protesta anti-ocupación que emergieron en las siguientes cinco décadas y media. En muchas formas, Machover afirma, las publicaciones iniciales de Matzpen incluso predijeron la guerra expansionista. “Muy a menudo me siento como Cassandra”, dijo, aludiendo a la sacerdotisa de la mitología griega. “Hicimos profecías correctas, pero muy pocas personas nos creyeron”.
Un disidente persistente
Nacido en Tel Aviv en 1936, Machover recibió su formación política inicial como un adolescente en “Hashomer Hatzair”, el movimiento juvenil de la izquierda sionista del partido Mapam –precursor del actual Meretz-. La ideología del movimiento era “una suerte de amalgama de sionismo y marxismo”, y no pasó mucho tiempo antes de que él y algunos amigos comenzaran a ver la contradicción entre ambos.
“Nos enseñaban sobre la lucha de clases, pero diciéndonos que fueramos a fundar o a unirnos a un kibutz”, recuerda Machover. “¿Qué tenía que ver eso con el socialismo? Tenía sentido como una acción sionista, pero si estás pensando en una revolución socialista, el lugar donde ir es la clase obrera, no ir y establecer un kibutz”.
Cuando Machover y sus amigos trataron de expresar su punto de vista en reuniones, fueron rápidamente acallados y luego expulsados. “No nos permitieron desafiar la ideología del movimiento”, explica. “Había una prohibición de que [los miembros restantes] mantuvieran cualquier nexo con nosotros. Los tres fuimos condenados al ostracismo”.
Durante algunos años, Machover estaba “como un cabo suelto” probando en otros movimientos juveniles pero luchando por encontrar un domicilio político. Eventualmente, luego de comenzar sus estudios en la Universidad Hebrea de Jerusalen, se unió al Partido Comunista. Sin embargo, en los primeros años 60 Machover era parte de un pequeño grupo de cuadros que comenzaban a expresar su descontento frente al estalinismo del partido. “No pretendíamos fundar otro grupo tan temprano”, asegura. Pero cuando el liderazgo del partido descubrió que militantes de diferentes estructuras y otros activistas estaban sosteniendo reuniones en secreto, los expulsó rápidamente.
Así, a fines de 1962, nació Matzpen. Los cuatro activistas que lo fundaron –Akiva Orr, Oded Pilavsky, Yirmiyahu Kaplan y Machover- querían que el grupo no fuera sectario, permitiendo una discusión más abierta que el “disciplinado” PC.
También, destaca Machover, era una organización enraizada en la clase trabajadora, y rechaza la visión de Matzpen como un grupo de intelectuales askenazíes de clase media. Entre los prominentes integrantes de la primera etapa había activistas mizrahíes, incluyendo Haim Hanegbi, el nieto del antiguo rabino sefardí de Hebrón. También había activistas palestinos, varios de los cuales se unieron luego de abandonar la estructura del PC de Haifa en 1963, incluyendo Jabra Nicola, a quien Machover menciona varias veces a lo largo de la conversación como una influencia importante para el pensamiento del resto del grupo.
A pesar de su reputación actual, la primera edición del periódico mensual “Matzpen” –por el que el grupo fue rápidamente conocido- emitido en noviembre de 1962 contenía sólo un artículo sobre la lucha palestina, que explicaba por qué no habría paz sin entregar el derecho al retorno a los refugiados palestinos. Otros artículos de esa edición lidian con los conflictos internos en el PCI, la necesidad de elevar el sueldo mínimo, y la lucha por transformar la Histadrut –la central sindical sionista- de un órgano dominado por el gobierno del MAPAI en un sindicato independiente que separe los intereses de la clase obrera de los intereses del sionismo y del Estado.
Machover explica que había un valor estratégico en tratar de unir diferentes grupos y luchas en un movimiento coherente. “Sentíamos que la izquierda radical era tan pequeña que no podía permitirse dividirse en estrechas líneas doctrinales”. Pero una década después, Matzpen de hecho se vería acosado por escisiones –lo que Machover llama “la enfermedad de la izquierda radical”- que debilitarían y finalmente incapacitarían a la organización.
“Una nación de asesinos y víctimas de asesinato”
Matzpen es quizás más conocido por un pequeño anuncio que apareció en el periódico liberal Haaretz en septiembre de 1967, llamando a Israel a retirarse de los territorios ocupados tres meses antes. No fue, estrictamente hablando, una publicación de Matzpen, no todos los 12 relativamente desconocidos firmantes eran miembros, pero todos eran al menos simpatizantes de acuerdo a Machover. El texto se ha transformado, de todas maneras, en uno de los mayores legados del movimiento.
“El derecho de defendernos del exterminio no nos da el derecho de oprimir a otros” dice. “La ocupación lleva al dominio extranjero. Éste lleva a la resistencia. La resistencia lleva a la represión. La represión lleva al terror y al antiterrorismo. Las víctimas del terrorismo son en su mayoría inocentes. Aferrarnos a los territorios ocupados nos convertirá en una nación de asesinos y víctimas de asesinato. Debemos dejar los territorios ocupados inmediatamente”.
Una copia de este anuncio cuelga en la pared del estudio de Machover en su hogar en Londres, y él toma el crédito de la adición a último minuto de dos palabras: “Le dije [al autor principal, Shimon Tzabar] que debíamos agregar “y anti-terrorismo” porque el terrorismo vendrá de Israel. Y Shimon estuvo de acuerdo inmediatamente”. Hasta este día, Machover continúa, “este anuncio se menciona de vez en cuando como un ejemplo de una profecía que se vuelve realidad. La gente habla de él y dice ‘Wow, ellos entendieron inmediatamente’. Pero uno no necesitaba ser un profeta. Pensábamos que era simple sentido común político”.
El anuncio elevó el perfil público de Matzpen considerablemente, generando un aumento repentino de la cobertura mediática que “nos hizo ver como si fueramos mucho más grandes de lo que éramos”, afirmó Machover. Pero dado que la mayoría del país estaba inundado por la euforia nacionalista debido a la guerra [de 1967] –en la que Israel triplicó el territorio bajo su control luego de ocupar Cisjordania, Gasa, Jerusalén Este, los Altos del Golán y la Península del Sinaí- la atención mediática generó una violenta reacción contra el grupo. “Hubo un pandemonio de odio”, continúa. “No puedo describirlo de ninguna otra forma. Era una campaña de odio agitada por la prensa”.
Inevitablemente, esta campaña de incitación se desbordó más allá de las páginas de los diarios, con miembros destacados del movimiento comenzando a recibir amenazas de muerte por teléfono. Machover mismo recibió varias de esas llamadas, algunas de las cuales eran contestadas por sus jóvenes hijos. “Yo no estaba tan afectado personalmente, pero mi esposa, creo, estaba sufriendo más”, recuerda.
Para Machover, sin embargo, el anuncio no fue lo más importante que Matzpen publicó ese año, ni la articulación más clara de sus posiciones. Eso podría ser encontrado en un artículo publicado en mayo de 1967, menos de un mes antes de la guerra, titulado “El problema palestino y la disputa árabe-israelí”. Culminación de años de elaboración teórica, el artículo llama a la “des-sionización” de Israel derogando la Ley del Retorno (que permite que cualquier judío en el mundo migre y se naturalice como un ciudadano israelí) y todas las otras leyes que discriminan a los no-judíos, así como asegurando el derecho al retorno de los refugiados palestinos.
El artículo distingue además al sionismo de otros ejemplos de colonialismo de la época, como Sudáfrica o Argelia, apuntando a su dependencia del trabajo de los colonos. Esto, se argumenta, llevó surgimiento de una nueva nación “hebrea” entre el mar y el río [Jordán] distinta no sólo de la población palestina indígena, sino también de sus orígenes en la diáspora judía. La solución al problema, por lo tanto, no debe sólo “reparar el daño causado a los árabes palestinos, sino también asegurar el futuro nacional de las masas hebreas”, lo que se podría alcanzar mediante la integración de ambas naciones en una Unión Socialista en el Medio Oriente.
Por supuesto, mucho ha cambiado en Palestina-Israel y en el mundo desde que el artículo fue escrito, y Machover es rápido en afirmar que varias partes están “desfasadas”, incluida la caracterización de Israel como débil y económicamente dependiente de Estados Unidos. La idea de una unión socialista que abarcara la región también suena más fantasiosa hoy de lo que lo hacía en un momento en que el socialismo aún era una fuerza poderosa en la política mundial. Y aun así, “el análisis de la naturaleza del conflicto al que arribamos en los años 60 es básicamente todavía válido hoy en día”, defiende, “con sólo algunas modificaciones debido al cambio en las circunstancias”.
Y debido al entendimiento de Matzpen de que el colonialismo era la “cruz” del conflicto, la guerra de 1967 no los tomó por sorpresa. “El colonialismo es como un gas”, dice Machover, “ocupa cualquier espacio disponible. Así fue en Estados Unidos con la idea del Destino Manifiesto, y es así con la colonización sionista. Mientras no choque contra una barrera inamovible, continuará expandiéndose”.
Plagados de divisiones
En 1968 Machover dejó el país [Israel] para tomar una posición como profesor en la Universidad de Londres. No pretendía estar ahí mucho tiempo: su plan era estar un par de años y retornar cuando Israel se retirara de los territorios ocupados. Hoy se ría de su ingenuidad, pero apunta a que mucha gente en ese momento esperaba que Israel se retirara de los territorios debido a la presión internacional, de igual forma a como lo hizo luego de la guerra de Suez en 1956 bajo órdenes de EE.UU., pero el escenario mundial había cambiado: Israel ya no era “un socio menor del imperialismo francés” como Machover apunta, sino un activo estratégico de Estados Unidos.
“A partir de ese momento, no estaba ‘en la escena’ en si misma”, dice. “Pero yo y otros compañeros como yo –incluyendo [Matzpen co-fundador] Akiva Orr, quien también estaba en Londres, y nuestros colegas en Alemania, Francia y Estados Unidos- asumimos como nuestra misión educar a la izquierda en Israel-Palestina. Fui invitado a hablar en universidades y a veces a algunas secciones del Partido Laborista británico, para entregar mi análisis de la situación”.
En un documental de 2003 sobre Matzpen, Orr recuerda que la organización recibió tantas invitaciones para hablar en Londres durante los 70 que sus integrantes tenían que dividirse, hablando en varias instancias en un mismo día. Estudiantes sionistas que trataban de discutir con ellos estaban tan confundidos con su nivel de conocimiento y análisis que su única opción terminó siendo preguntar cosas irrelevantes para que se perdiera tiempo y “minimizar el daño”.
“Invertimos mucho trabajo en esto”, Machover me comentó. “Había mucha simpatía por el sionismo en ese momento, incluso entre la izquierda. Y en cierta medida creo que podemos decir que fuimos exitosos en influir a la opinión pública de izquierda en Europa con el espíritu de las ideas de Matzpen, contribuyendo a la comprensión del sionismo como una ideología y un proyecto colonialista”.
Los activistas de Matzpen en Europa también estaban ocupados escribiendo artículos bajo el nombre “Comité de Acción Revolucionaria Israelí en el Extranjero” (ISRACA por su sigla en inglés). Otra revista, Khamsin [publicada entre 1978 y 1989 en París y luego en Londres con un equipo editorial formado por socialistas árabes e israelíes] publicó también artículos de miembros de Matzpen y marxistas de toda la región. “Estando en Londres y Paris, teníamos la ventaja de poder establecer contacto con pensadores del mundo árabe”, destaca Machover. Y debido a la insistencia del movimiento en resolver la “cuestión palestina” mediante un enfoque transnacional y socialista “necesitábamos de manera vital generar contactos y dialogar con radicales de izquierda a nivel regional”.
Sin embargo, para fines de los 70 Matzpen en Israel ya estaba plagado de divisiones. La organización había intentado, desde sus inicios, balancear la lucha contra el capitalismo con la lucha contra el colonialismo, con sus fundadores insistiendo en que luchar contra uno de estos elementos de forma aislada era inútil. Pero en 1970 dos pequeños sectores se separaron en direcciones opuestas para enfocarse en una de esas luchas de forma exclusiva.
La primera, conocida como “Vanguardia” (o Alianza de los Trabajadores), escogió enfatizar la naturaleza capitalista de Israel; la segunda, conocida como Ma’avak (Alianza Comunista Revolucionaria), “pretendía que Matzpen fuera más bien un grupo de apoyo de la lucha palestina”, dice Machover. “Aquellos de nosotros que nos mantuvimos teníamos una visión más crítica de la OLP, por ejemplo. Ciertamente apoyábamos la lucha palestina, pero éramos críticos de la ideología nacionalista”. Ma’avak se agotó poco después, y su líder, Ilan Halevi, luego se unió oficialmente a la OLP.
Estas divisiones, que Machover describió como “saludables”; fueron lo suficientemente pequeñas como para permitir que la organización continuara funcionando como antes. Pero dos años después, se produjo una división mucho más dañina, a partir de un debate histórico que era totalmente irrelevante para la lucha central de la organización en Israel: la represión de la rebelión de los marineros de Kronstadt en 1921 bajo las órdenes del líder revolucionario ruso León Trotsky, que el grupo que se dividió de Matzpen insistía en justificar.
Machover recuerda esto como “un tema absurdo sobre el que dividir una organización israelí”, lo que lo lleva a sospechar que la facción disidente –que se llamaba a si mismo “Matzpen Marxista” (o la Liga Revolucionaria Comunista- puede haber estado recibiendo instrucciones de la “Cuarta Internacional” trotskista. La división creó dos grupos que eran “demasiado pequeños para ser viables como organizaciones políticas”, llevando a la eventual desaparición de ambas.
Hacia la des-sionización
Para mediados de los 80, la militancia original de Matzpen se había reagrupado en nuevos foros, incluyendo la breve “Lista Progresista por la Paz” que se postuló dos veces a la Knesset [el Congreso unicameral israelí]. Veteranos de Matzpen fueron también centrales en la formación de algunas de las organizaciones más importantes en defensa de los derechos laborales en Israel, algunos aún pueden encontrarse en grupos como Kav LaOved (“Hot line” de los Trabajadores) y Koach L’Ovdim (Poder para los trabajadores). La última, dice Machover, “es la concreción de lo que Matzpen demandaba desde su primera edición de su periódico: un sindicato independiente del proyecto sionista”.
Miembros de Matzpen se vieron involucrados en varias iniciativas de apoyo a los palestinos. El Centro Alternativo de Información, una coalición de palestinos e israelíes que producen noticias y análisis desde grupos de base, fue establecido por integrantes del sector disidente trotskista, algunos de los cuales aún siguen impulsando el grupo hoy en día desde Belén. Otros estuvieron activos en el Comité de Solidaridad en la Universidad de Birzeit, o en los grupos de solidaridad con los objetores del servicio militar en Yesh Gvul.
Más de cinco décadas después de dejar Israel, Machover todavía considera como su deber político educar a otros en Palestina-Israel a través del lente analítico desarrollado por Matzpen hace tantos años. Y por esa razón, no rehúye plantear una crítica de la izquierda anti-sionista actual.
Aunque da la bienvenida a la creciente comprensión del conflicto como una lucha colonial entre colonos y pueblos indígenas, advierte en contra de la conclusión de que la propuesta de un Estado sea la forma de resolverlo. “Los críticos radicales de la colonización sionista tienden a ser seducidos por un Estado con iguales derechos”, advierte, “pero olvidan la sutileza del elemento de nuestro análisis, que se centró en la agencia: no pueden indicar quién lo va a hacer”.
En Sudáfrica, explica, “el apartheid cayó no por el boicot internacional, que ayudó, sino por la derrota militar en Angola y la lucha de clases impulsada por la mayoritaria clase obrera negra, que era indispensable para la economía del país y por lo tanto tenía una enorme influencia. No hay nada análogo en Israel-Palestina, porque las víctimas principales de la colonización no tienen esa misma influencia”. La búsqueda de “trabajo hebreo”, una política del sionismo temprano que fue central en la colonización de Palestina, buscó activamente desposeer a los palestinos de su relevancia económica, previniendo una situación de dependencia por parte del sionismo. El influjo de decenas de miles de palestinos en el mercado laboral israelí luego de la ocupación de 1967 ciertamente aumentó esa influencia, pero el establecimiento de un régimen de permisos luego de la primera intifada, endurecido aún más con el estallido de la segunda, la detuvo en seco.
Dada esta realidad, continua, “la única manera en que el régimen sionista puede ser derrocado (des-sionisado) es con la participación o al menos el consentimiento de las masas israelíes, especialmente su clase obrera. Nosotros entendimos ya en 1967 que esto no puede pasar solo dentro de la “caja Israel-Palestina” y no puede pasar en un marco capitalista. No hay razón para que la clase obrera israelí quiera cambiar el régimen sionista por un Estado democrático capitalista, porque implicaría la pérdida de algunos de sus privilegios: de una clase explotada que es parte de una nación privilegiada, a una clase explotada que no lo es. ¿Cuál sería su ganancia?”.
El socialismo, Machover continúa, no puede tener éxito en un solo país, y ciertamente no en uno del tamaño de Israel-Palestina. Por eso la solución necesita involucrar una federación socialista regional. En ese escenario la clase obrera israelí ganaría la posición de “una clase dirigente de una nación no privilegiada”.
“No digo que sea probable, y ciertamente no digo que vaya a suceder mañana. Creo que es mucho más probable que veamos una nueva Nakba antes de llegar a una situación en que sea posible la resolución del conflicto”, advierte. “Pero al menos es una posibilidad lógica. Depende también de que los militantes socialistas árabes tengan suficiente visión de futuro como para comprender que necesitan a la clase trabajadora israelí”.
Sesenta años después de la fundación de Matzpen, y medio siglo tras su fatal división, Machover ciertamente no se ha dado por vencido en su esperanza de que este futuro pueda llegar algún día, incluso si no es durante su vida. “La experiencia me ha enseñado que no debemos ser tan optimistas en el corto y mediano plazo. Pero en el largo plazo”, sonríe, “soy muy optimista”.