La costosa imaginación de las estrategias sin historia. Algunas notas

Esa es la tragedia estratégica: la coalición de gobierno dejó de creer en –o de querer a– la fuerza social que la hizo posible en el Gobierno. ¿Dejó de creer en sus fines, en sus medios o en su subjetividad conformada en la lucha? La parte más grave del problema, en todos los casos, es que dicho alejamiento, dicha desconfianza, es cada vez más mutua. Y eso es el núcleo de oscuridad aterrorizante del problema; porque de ahí, de ese afán de participar, o de cambiar las cosas que movilizó a millones por más de una década y que ahora resultó derrotado en las urnas y luego parece ser frustrado por la izquierda, comen los fascistas del siglo XXI, come la antipolítica que viene a imponer un nuevo feudalismo político en el capitalismo tardío. El populismo de izquierdas, al trancarse en sus promesas y desmentirlas con sus acciones, al liquidar su propia historia de luchas en el tacticismo cortoplacista, aumenta el caudal de la antipolítica, de la violencia autoritaria del fascismo por venir. Así de costosa es la imaginación estratégica sin historia.

por Luis Thielemann Hernández

Imagen / Marcha del 8M, 8 de marzo 2020, Santiago, Chile. Fotografía de Rocío Mantis.


“Si no creyera en lo que lucha
¿Qué cosa fuera?”

La maza, Silvio Rodríguez

 

I.

La situación creada por el TPP11 ilustra bien el problema con la hipótesis populista en su conjunto. El tratado –al igual que, por ejemplo, la crítica a “los 30 años” – operó a modo de un equivalente funcional, el fetiche de las teorizaciones políticas surgidas de Essex, aterrizadas en la Complutense y aplastadas por la realidad en Atenas, Madrid y Santiago. Así, mediante el talismán de la ambigüedad panfletaria, se permitía unificar una diversidad de luchas. Si uno se aleja de cualquier intento por definir en abstracto las bondades de aprobar o rechazar el TPP11, y en cambio observa su lugar en la relación histórica que tiene el presidente con el activismo de los movimientos sociales y la militancia ligado a Apruebo Dignidad y al conjunto de la izquierda, se entiende la forma de la crisis. El problema político no está en qué argumentos se sostienen sobre los méritos de la firma; sino en el viraje sin explicaciones. El problema tampoco debería ser la situación de minoría parlamentaria, pues el manual populista indica que dichos problemas se solucionan con movilización social en torno a cuestiones aglutinantes. Sea eso cierto o no, por muchos años se ofreció esa solución política para ese mismo problema, y desde la izquierda se educó muy bien a las masas que la Concertación, en similar situación, habría podido pero no habría querido. La izquierda iba a querer, se dijo con tono de compromiso. El problema, y como se han encargado de recordar al Gobierno las bases de AD, es que fuese el caso del TPP11 o la condonación del CAE, no se puede hacer algo totalmente opuesto a una posición largamente sostenida en un conflicto, a aquello que le dio sentido por años a la construcción de la fuerza de masas que les permitió y permite hoy hacer política. El populismo, en tanto ideología de clases medias y cuyo fulcro se encuentra en el tutelaje mesocrático sobre las clases populares, suele confiar en que cualquier viraje de envergadura en la dirección de una fuerza puede ser explicado a las masas y mantener su lealtad sin fisuras. Ese es su error más fundamental: porfían en cambios estratégicos, de los que convencerían a las clases populares con tácticas discursivas, de pirotecnia y espectáculo, como si estas no tuvieran historia, ni memoria ni razones políticas propias. Ningún discurso ni espectáculo hará que una enorme franja de activistas que tenía por centralidad política impedir el TPP11 (con o sin razón, da igual) y que se encuentra en el centro de las bases de apoyo de AD, lo convencería que ahora sería bueno apoyarlo.

 

II.

Acá nos acercamos a la crisis de fondo: especialmente luego del triunfo del Rechazo, en la izquierda en el Gobierno parece que gana terreno la tesis según la cual el activismo y la militancia, las luchas sociales y sus formas de organización, sus artes y sus ideas, desde progres a ultras, en fin, toda la cultura política de izquierdas de la última década y media son las responsables de la derrota. La imaginación de buena parte del Gobierno, con la interesada asistencia de intelectuales y políticos conservadores, todavía resentidos de años de ser puestos a la fuga y en la vergüenza por los manotazos populares, insiste en que el error es la construcción estratégica de largo aliento, la forma en que se ha producido izquierda. Eso, sin duda, es discutible y debe ser parte mayor de un debate. Pero no es discutible que la fuerza de Apruebo Dignidad, de la batalla por la Convención Constitucional, y cualquier otra que se emprenda, es fundamentalmente eso. Más allá de los lugares e instituciones donde el movimiento antineoliberal que encontró unidad en la alternativa Apruebo, tenía sus concentraciones de militantes y activistas, ni Boric en noviembre de 2021 ni el Apruebo en septiembre de 2022 vencieron.
El caso de Petorca resulta ilustrativo. Mientras con tono reprochador los conservadores le espetan que incluso allí, la comuna emblemática de la lucha por la recuperación de los derechos de agua, el activismo del Apruebo no pudo ganar las elecciones, el progresismo lo asume culposo, en silencio, diciendo que eso debería hacerlos abrir el debate. Por todos lados suenan las frases liquidacionistas de aquellos que pretenden producir estrategias liberados de cualquier peso histórico, de cualquier situación real en masas que tienen memoria y experiencias: “las clases populares votaron rechazo”, “el Apruebo no convenció ni entre aquellos que iba a beneficiar”. Pero carentes de autoestima crítica, nadie en la izquierda se detuvo a observar que los resultados del Apruebo en Petorca eran más de 10% mejor que en las comunas aledañas donde el activismo era menor. En la Quinta región interior, el Apruebo solo superó el 40% allí donde había conflictividad, donde había concentraciones de activistas, como en Puchuncaví, Quintero o la mencionada Petorca. Misma situación ocurriría en las grandes ciudades, y en donde el Apruebo ganó o estuvo cerca, fue en las comunas de mayorías de trabajadores, con fuertes bolsones de activistas, como Maipú o Puente Alto en Santiago. En cambio, en los lugares donde el activismo es menor, donde los asalariados o estudiantes no son mayoría, y donde el mensaje del Apruebo solo llegaba a través de los grandes medios o era sinónimo de la imagen del Gobierno, el resultado es el conocido. No es posible saber con exactitud cuál o cuáles elementos de la propuesta de Nueva Constitución fueron los más rechazados, o bien si lo que se rechazó fue al Gobierno o ciertos símbolos que se identificaron allí; pero sí podemos saber que entre lo más rechazado no están los conflictos, los movimientos, ni el activismo ni la militancia. Por el contrario, esta enorme red es la que evitó una derrota mayor. Son las carnes y tendones de la fuerza electoral de reforma radical más grande en la historia de Chile, además de ser la más velozmente construida. Un movimiento de masas muy exitoso, aunque también y hasta ahora, muy afortunado. Tal vez allí, en la forma de sus recientes victorias esté la clave de su actual derrota. También de si es momentánea o definitiva. Pero solo allí hay salida. En los días de la bancarrota de la hipótesis populista, se debe asumir que no puede construirse pueblo de la nada, y que la historia es inmune a los esfuerzos por empezar de cero, y obliga a recordar su peso a martillazos de realidad.

 

III.

Así, las direcciones de Apruebo Dignidad, otrora orgullosas de estar empapadas del nuevo populismo liberado de clasismo y con glamouroso aroma a postgrado europeo, han empezado a operar como administradores de masas. La pérdida del vínculo imaginado entre partido y masas representadas, un vínculo que se teje en un proceso político común y que es de fermento lento, es algo que no solo “sucede”, sino que la ceguera tacticista cree poder lograr sin costos. Lejos de cualquier compromiso que obligue la historia en común con el movimiento popular realmente existente, se pretende, a decir de Brecht sobre el stalinismo alemán, cambiar de pueblo. Pero la acción estratégica insensible a la historia sale cara. Se está tratando al movimiento que sostuvo al Apruebo como si fuese una enorme masa de idiotas que no saben qué pasó anteayer. Se identifica a una enorme mayoría popular con los esperpentos más elitistas de la clase media. Culpan al pueblo por los errores de las direcciones de clase media en el Gobierno, y al movimiento que se hizo masas entre 2011 y 2019, como el resultado de una invitación equivocada. Al mismo tiempo y por la otra mano, se trata a los votantes del Rechazo con un elitismo de signo contrario, destacando su inteligencia infantil (“hay que entenderlos”). Al movimiento propio se les describe, abjurando de una década y media de luchas, como una cosa sin historia, una unidad de medida contingente (“el 38% que no sirve”), y no como lo que es: una acumulación histórica, y por lo tanto ni tan fácil de disolver, ni tan fácil de hacer crecer. Pero la historia pesa, se insiste, y vuelve, como ha vuelto la foto del presidente Boric usando la polera contra el TPP11.

El afán liquidacionista del movimiento popular realmente existente es un delirio clasista de las capas medias progresista. En el peor de los casos, es un suicidio. Es el apuro de la clase media, la clase del Estado y de la política, junto a las elites propietarias, por hacer desaparecer la anomalía social que desde abajo y desde dentro hizo crisis al Chile de la Transición. Asumieron el rol restaurador y lo imaginan imposible con el campo popular movilizado.

Ese delirio liquidacionista es costoso para la izquierda actual. La búsqueda por golpear a la izquierda de Apruebo Dignidad, y en general a todo el movimiento popular en Chile y que se hizo presente en la revuelta y en las masivas votaciones por los cambios desde entonces, y a la cual le sirve la caza de brujas a los políticos que publicaron sus apoyos en redes sociales, es destruir la única fuerza a la que puede apelar el Gobierno. Creyendo deshacerse así de la molesta radicalidad plebeya, las direcciones más moderadas con apoyo derechista no se dan cuenta que, cortando la rama popular en que se apoyan activistas y militantes de izquierda de todo tipo, también caen ellos. Sin la amenaza de la revuelta popular, el reformismo mesocrático no tiene nada con qué imponerse a la derecha. No nota que la tutela sobre el campo popular de la que siempre goza y ahora cree poder abusar, se basaba en un consenso ahora roto, y que entonces las clases propietarias le exigen que la convierta en represión. Las clases medias son una clase de profesores y policías, y en Ñuñoa la pedagogía ya parece haberse agotado.

 

IV.

El problema de la izquierda es doble. Aunque pudiera revertirse el liquidacionismo, y en vez de considerar que el movimiento popular realmente existente es un lastre, se asumiera que solo desde allí se puede construir un nuevo proceso político de ofensiva contra el neoliberalismo, es cosa evidente que no basta. El otro problema, y es grave, es la ausencia de dirección política que unifique al movimiento popular más allá del Apruebo. No existe la intención ni la estrategia que le permita unidad más allá de la táctica electoral. Apruebo Dignidad, ya sea por izquierdismo infantil o por burocratismo mesocrático, se negó a eso. Hubo momentos para hacer otra cosa o revertirlo: la forma en que nació la convergencia de izquierda que hoy es el Frente Amplio, fue asumir la tesis populista, de juntar una diversidad de luchas sin unidad estratégica y alineadas por dispositivos discursivos. Esa estrategia tocó techo, y en vez de la autocrítica, ha emergido un tacticismo errático y un discurso que liquida moralmente a sus propias bases. En la izquierda, están tirando el agua sucia de la derrota electoral junto con el bebé del movimiento de masas. Y esa es la tragedia estratégica: la coalición de gobierno dejó de creer en –o de querer a– la fuerza social que la hizo posible en el Gobierno. ¿Dejó de creer en sus fines, en sus medios o en su subjetividad conformada en la lucha? La parte más grave del problema, en todos los casos, es que dicho alejamiento, dicha desconfianza, es cada vez más mutua. Y eso es el núcleo de oscuridad aterrorizante del problema; porque de ahí, de ese afán de participar, o de cambiar las cosas que movilizó a millones por más de una década y que ahora resultó derrotado en las urnas y luego parece ser frustrado por la izquierda, comen los fascistas del siglo XXI, come la antipolítica que viene a imponer un nuevo feudalismo político en el capitalismo tardío. El populismo de izquierdas, al trancarse en sus promesas y desmentirlas con sus acciones, al liquidar su propia historia de luchas en el tacticismo cortoplacista, aumenta el caudal de la antipolítica, de la violencia autoritaria del fascismo por venir. Así de costosa es la imaginación estratégica sin historia.

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Historiador, académico y parte del Comité Editor de revista ROSA.