El largo plazo, el universalismo, y el sistema-mundo: reflexiones sobre un posible proyecto de izquierda

Si el largo plazo debe ser tomado seriamente en cuenta pues también lo global —el sistema-mundo, si se quiere— debe considerarse seriamente en un proyecto de izquierda. De nada sirve apelar al “internacionalismo proletario” si solo se limita a ser un eslogan sin contenido político concreto, o circunscribiéndose a acciones políticas particulares de corto plazo motivadas por algún asunto específico. ¿Por qué es tan importante? Pues, no solamente en el reconocimiento del mercado mundial como escenario concreto en el cual hay que tomar medidas protectoras lo cual conlleva, de hecho, una posición más bien pasiva por parte de los proyectos de izquierda en este ámbito que no es fructífera en el largo plazo.

por Luis Garrido Soto

Imagen / Estampilla del programa espacial de la Unión Soviética, 1978. Fuente.


¿Qué pasos prácticos podemos dar cualquiera de nosotros para avanzar en este proceso? No hay una agenda que pueda formularse, solamente hay líneas de énfasis. Al principio de la lista de acciones que podríamos llevar a cabo, a corto plazo, pondría minimizar el dolor que surge del colapso del sistema existente y de las confusiones de la transición. Ello podría incluir ganar unas elecciones para obtener mayores beneficios materiales para aquellos que tienen menos; mayor protección de los derechos judiciales y políticos; medidas para combatir la progresiva erosión de nuestra riqueza planetaria y condiciones para la supervivencia colectiva. Sin embargo, éstos no son en sí mismos pasos para la creación del sistema sucesor que necesitamos. Se requiere un serio debate intelectual sobre los parámetros de la clase de sistema-mundo que queremos y de la estrategia para la transición. Para ello se necesita la voluntad de oír a aquellos a los que consideramos de buena voluntad, incluso si no comparten nuestras posiciones. El debate abierto creará una mayor camaradería y quizá evite que caigamos en el sectarismo que siempre ha derrotado a los movimientos antisistémicos.

Immanuel Wallerstein, “Crisis estructurales” (2010)

 

I

“La” izquierda radical aún está en un naufragio ideológico, político, y estratégico desde la caída del “socialismo realmente existente” hace poco más de 30 años. Esto ha otorgado la ventaja a los neoliberales quienes, desde entonces, han proclamado que “No hay alternativa” a su modelo de sociedad. Las alternativas que han surgido desde entonces en varias partes del mundo se han estancado: han perdido su norte o se han limitado a resistir tanto a la oposición interna como a la presión internacional. El “populismo de izquierda” —ejemplificado con Syriza en Grecia, Podemos en España, así como del Frente Amplio en Chile— también ha llegado a un callejón sin salida.[1] El problema es triple: primero, los cambios propuestos hasta el momento no son tan transformadores; segundo, hay una excesiva fragmentación política sobre la base de lo “identitario” lo cual dificulta la elaboración de un proyecto de largo plazo —que, por un lado, sea más transformador en el objetivo de lograr más democracia así como igualdad y, por el otro, que sea lo más universal posible—; y, tercero, las medidas se han concentrado (aún) mayoritariamente en efectuar políticas redistributivas —“acciones afirmativas” (en función de las identidades)— cuyos resultados han sido la “focalización con diversidad”.[2] En suma, el largo plazo, el universalismo, y el sistema-mundo debieran estar a la orden del día. La cuestión de si realmente hace falta, o no, una “izquierda radical” carece de sentido si no se plantean estas cuestiones.

Es de esperar que estas observaciones no sean interpretadas como un “marxismo neoconservador” tal como podrían proponer autoras como Judith Butler, posición que ha sido rechazada por Nancy Fraser.[3] Aunque me inclino más con Fraser que con Butler al respecto, pienso que la dicotomía entre “reconocimiento” y “redistribución” en realidad expresa los límites de las políticas de acción afirmativa promovidas por la izquierda post-socialista. Ahora bien, una implicancia bastante particular de dicha limitación es que podría conducir hacia una percepción “estereotipada” de los grupos oprimidos que oscila entre su idealización así como su victimización. Fredric Jameson describió muy bien este fenómeno de percepción distorsionada:

Toda política cultural se enfrenta necesariamente a esta alternancia retórica entre un desmesurado orgullo en la afirmación de la fuerza del grupo cultural y una degradación estratégica de la misma: y todo ello por motivos políticos. Una política de este tipo, por consiguiente, puede destacar lo heroico y dar lugar a la encarnación de emocionantes imágenes del heroísmo de los subalternos —mujeres fuertes, héroes negros, resistencia fanoniana de los colonizados— con el objeto de alentar al público en cuestión; o puede insistir en los sufrimientos de ese grupo, en la opresión de las mujeres, o de la población negra, o de los colonizados. Puede que estos retratos del sufrimiento sean necesarios para despertar la indignación, para conseguir que la situación de los oprimidos sea más ampliamente conocida, incluso para convertir a su causa a sectores de la clase dominante. Pero el riesgo consiste en que cuanto más se insiste en este sufrimiento y en la impotencia, más acaban asemejándose los afectados a víctimas débiles y pasivas, fácilmente dominables, dentro de lo que puede interpretarse como imágenes ofensivas, de las cuales cabría incluso decir que despotencian precisamente a aquellos a quienes conciernen. Ambas estrategias de la representación son necesarias en el arte político, y no resultan reconciliables.[4]

Pero ¿qué ocurre cuando los grupos supuestamente oprimidos sobre la base de determinadas categorías identitarias, y que la izquierda radical desea representar, no se comportan de acuerdo con los parámetros dicotómicos de percepción descritos por Jameson? A lo que se quiere llegar aquí es que los grupos oprimidos/subalternos jamás deben ser esencializados ya sea como “héroes” ni como “víctimas” según un esquema identitario determinado. Se debe reconocer que los migrantes también podrían presentar actitudes y comportamientos criptofascistas como podría apreciarse en una parte importante de la comunidad venezolana en Chile, al igual que en gran parte del mundo popular en Chile que quiere “mano dura” frente a la delincuencia.

Esto indica otro problema que la izquierda radical debe aceptar, y resolver en concordancia, lo cual estriba en reconocer que ella misma es una minoría dentro del universo tanto de la población como del electorado. Se torna necesario entonces una “conversión de la población” sobre la base de discursos aglutinadores que demuestren que la izquierda radical no lucha por abstracciones incomprensibles sino por una mejora de la calidad de vida de las personas desde todos las puntos de vista. La conversión de segmentos sólo será factible, sumado a lecturas consistentes del contexto, mediante una Nueva Didáctica de Animación Sociopolítica por construir, que parta de diálogos efectivos con sectores realmente existentes de grupos subalternos, en vez de los imaginarios desconectados con la realidad por parte de la intelectualidad radical. Como proceso de diálogo esto implicaría un giro en el lenguaje así como la supresión de modos altaneros con el que se relaciona la izquierda radical (integrada generalmente por grupos medios-altos) con estratos sociales más bajos que, por procesos y coyunturas históricas de todo tipo, dan cuenta en la actualidad de conductas sexistas, racistas, chovinistas, y desclasadas inclusive, lo que coloquialmente (en el contexto de guerra de guerrilla en redes sociales) se engloban bajo la etiqueta de “facho pobre”.[5] Ese estigma en vez de fomentar el diálogo lo anula ya que la idea es convencer, no sermonear desde un supuesto lugar de superioridad moral e intelectual que ahuyenta. A nadie le gusta acercarse a quien lo insulta.

Por estos motivos, la izquierda radical no debe 1] atribuirse ni monopolizar como “suyas” los eventos o procesos que incipientemente cuestionan el “modelo” neoliberal y, en consecuencia, tampoco debe 2] adoptar una postura precipitadamente triunfalista como si cada brote de protesta social llevase necesariamente a una situación casi “prerrevolucionaria”. Ciertamente el “estallido social” impugnó los “abusos” del capitalismo “neoliberal” (“no son 30 pesos, sino 30 años”) pero de ahí no se sigue que el grueso de la población —o de los manifestantes siquiera— durante la coyuntura de revuelta desee necesariamente un cambio de “modelo” hacia uno de carácter antineoliberal  o anticapitalista (por no decir socialista). Lo mismo podría decirse de los retiros porcentuales de los fondos de AFP a propósito de la crisis económica global por el Covid-19. De seguro los retiros cuestionan la existencia de las AFP como institución encargada de almacenar y administrar esos fondos. Sin embargo, los retiros no objetan la capitalización individual por lo que no apuntan a reemplazarla por un verdadero sistema de seguridad social en materia de pensiones. Los retiros han terminado por legitimar en los cotizantes la capitalización individual por más que se asevere que las AFPs estén en “riesgo de muerte”.[6] El “modelo” todavía no ha sido derrumbado.[7] La izquierda radical no debe hacer pasar sus deseos de transformación como descripción de la realidad.

Lo mismo puede decirse de los procesos electorales hasta el momento por parte de cierta izquierda.[8] Claramente el Plebiscito de fines de 2020 indicó un claro rechazo a la Constitución de 1980, establecida durante la dictadura civil-militar de Pinochet, ya que el Apruebo por una nueva constitución obtuvo el 78% de las preferencias frente a la opción Rechazo con un 22% de las preferencias. El problema es que se creyó que dicha proporcionalidad entre el Apruebo y el Rechazo se iba a trasladar más o menos directamente a la elección presidencial del 21 de noviembre de este año, cosa que no ha sido así. Las candidaturas de derecha sacaron en conjunto 40,7% mientras que las candidaturas de izquierda y centro-izquierda sacaron en conjunto 46,5%.[9] Si bien la izquierda en conjunto sacó más que la derecha, pero para la segunda vuelta tendrá que convencer al 12,8% restante que votó por el Partido de la Gente (PDG) para lograr mayoría absoluta y obtener la presidencia. No se ve para nada fácil que los votantes del PDG voten tan fácilmente por la candidatura de izquierda dado que entre el candidato del Partido Republicano (PR) y el PDG hay varias similitudes programáticas así como un gran sentimiento anti-político y anti-estatal. Además, la abstención llegó al 52,7% de modo que en la segunda vuelta es muy probable que aumente aún más lo cual perjudicaría a la izquierda. Se tiene que asumir que la izquierda no es todavía mayoría social ni política.

 

II

¿Qué proyecto a largo plazo podría proponerse? En pocas palabras, podría plantearse la instauración progresiva de una renta básica universal más la automatización de los procesos productivos y extractivos. La Renta Básica Universal (RBU) implica que cada habitante legal dentro de una entidad jurídica nacional recibe un ingreso permanente, al margen de si está formalmente empleado o no, de modo que esto conlleva a que las condiciones de vida sean plenamente garantizadas o, para ponerlo de otro modo, que no se deba sobrevivir en el mercado laboral para que cada individuo tenga una vida plena.[10] El único límite de la RBU, dentro de un sistema histórico capitalista, es que sería asignada a cada residente legal por lo que todavía existirán individuos o grupos sociales que podrían ser excluidos tales como los inmigrantes ilegales por mencionar un ejemplo. Bajo el capitalismo, por supuesto, la RBU no podría ser efectiva realmente ya que siempre estaría subordinada a las condiciones de rentabilidad limitándose, entonces, a actuar en escenarios de “fallos del mercado” de modo que tendría una incidencia focalizada, lo contrario de universal. Ahora bien, aunque se aceptase y se quisiera implementar una gran limitación de esta medida es que no se encarga de cómo puede hacerse factible. Esta cuestión obviamente no podrá resolverse mediante la inminente nueva constitución, a saber, incluyendo un articulado que garantice legalmente la RBU a cada ciudadano.[11]

Quizás uno de los modos que podría asegurar su universalización efectiva sería apostando simultáneamente a la automatización de la economía. Generalmente, dicha tendencia en el capitalismo es vista como una amenaza a los empleos existentes, ya que aunque se diga que la automatización crea nuevos puestos de trabajo de seguro es mayor la cantidad de empleos que serán destruidos a raíz de dicha tendencia a largo plazo dejando a poblaciones desempleadas, y por tanto, sin ingreso.[12] Por tales razones, muchos en la izquierda han despotricado contra la tecnología supuestamente “capitalista”, pero incluso marxistas heterodoxos tales como Ruy Mauro Marini o Enrique Dussel no han sido tan tajantes hasta el punto de rechazar todo adelanto tecnológico.[13] Este ámbito por supuesto debiera incluirse dentro de un proyecto a largo plazo en vez de adoptar una postura “neo-ludita” o “tecnófoba” la cual le da —en bandeja de plata— al capital la iniciativa en la esfera del desarrollo científico y tecnológico. Obviamente, en este ámbito el punto de partida en el corto plazo estriba en que no cualquier tecnología sirve para los propósitos transformadores —sobre todo considerando los monopolios tecnológicos existentes en el sistema-mundo capitalista— lo cual obligaría a desarrollar la llamada tecnología apropiada —en vez de adoptar ciegamente la tecnología producida por los países centrales bajo sus propias condiciones— dadas sus características específicas:

1) Posibilidad de un rápido aumento del empleo y de la productividad del trabajo y, por lo tanto, de que se eleven los niveles de vida de la mayoría de la población, que hasta ahora ha estado totalmente desamparada; 2) salvaguardia de la igualdad social, no sólo por medio de una distribución más equitativa de la propiedad de los medios de producción sino también por la garantía de que todos los grupos sociales reciban una distribución más equitativa del conocimiento, lo cual constituye el tercer factor de diferenciación social (después de la propiedad y del status); 3) humanización del proceso del trabajo mediante el ajuste de las técnicas de producción a la capacidad de percepción de los grupos sociales que las manejan (reduciendo, así, la alienación); 4) debilitamiento de la posición monopolista de las grandes empresas nacionales o extranjeras, y 5) debilitamiento de la dependencia tecnológica de los países altamente desarrollados.[14]

Está muy bien defender los niveles de empleo como parte de un programa de gobierno porque las necesidades de supervivencia se imponen en el corto plazo, pero un proyecto de izquierda también debe tener el coraje en considerar el horizonte de más largo plazo en el que transformaciones más fundamentales deberán tener lugar. La automatización en una economía socialista aboliría la “ley del valor” de modo que la producción y distribución de valores de uso sería universal volviendo prácticamente irrelevante la ya mencionada dicotomía entre “redistribución” y “reconocimiento”. Además, hoy en día dicha transformación sería mucho más factible de realizar en términos del manejo de crecientes volúmenes de información necesarios (los big data) para la planificación económica socialista por el mismo cambio tecnológico en la cibernética.[15] Sólo considérese lo que Marx afirmaba en el volumen II de El capital:

La contabilidad como control y compendio ideal del proceso se vuelve tanto más necesaria cuanto más se cumple el proceso en escala social y pierde el carácter puramente individual; por consiguiente, es más necesario en la producción capitalista que en la producción dispersa de los artesanos y campesinos, más necesaria en la producción colectiva que en la capitalista. Pero los costos de la contabilidad se reducen al concentrarse la producción y a medida que aquélla se transforma en contabilidad social.[16]

Al combinar dichas esferas —productivas con la automatización, distributivas con la RBU, y administrativa con la cibernética— se podría tener la capacidad técnica de garantizar la supervivencia de cada individuo y, así, de liberarlos del “reino de la necesidad” de que cada vez tengan que “reinventarse” para ponerse al día en el mercado laboral, para tener que ser empleados en “trabajos de mierda” (formales o informales) a cambio de salarios de hambre con la justificación ética de que “el trabajo dignifica”.[17]

Obviamente para hacer todo esto posible hay que conseguir la maquinaria estatal por un lado así como nacionalizar los sectores económicos clave por el otro. Estas son condiciones sine qua non para controlar tanto los varios procesos de producción, distribución, y consumo, así como la política económica que compatibilice los múltiples sectores productivos. Pensando estratégicamente para la izquierda como gobierno creo que un centramiento ya casi obsesivo (y añejo) en la nacionalización de las riquezas básicas, y especialmente del cobre, como panacea (o condición sine qua non) de un programa de gobierno es francamente insuficiente. ¿De verdad se quiere hacer depender todo un cambio estructural sobre la nacionalización de su principal producto de exportación y fuente de ingresos? Creo que eso no sirve de mucho. Eso solo nos lleva al callejón sin salida de no diversificar la economía por mucho que, en el discurso, se pretenda hacer lo contrario. Lo más apremiante es cómo lograr realmente un cambio en la estructura productiva del país lo cual no se solucionará necesariamente con la nacionalización del cobre. La nacionalización implica que además de ser una fuente de ingresos también se la deba administrar de manera rentable y no a pérdidas. Además, podría suceder con el salitre: que algún genio invente un sustituto del cobre que sea barato, y mucho mejor que el metal rojo, lo cual significaría decirle adiós a los ingresos por la renta del cobre.

Si se quiere utilizar la exportación de cobre como base de transformaciones estructurales, hay que considerar las cadenas de suministro por vía marítima. Más del 90% del comercio exterior chileno transita por mar, lo cual entraña necesariamente tener que contar con una marina mercante o, en caso de no tenerlas en cantidad suficiente, recurrir a flotas mercantes foráneas para transportar los bienes desde y hacia el país (sin considerar aún distancias más cortas, lo cual haría necesario transitar por el Canal de Panamá o Suez).[18] Si se recurre a flotas mercantes externas, ello incidirá necesariamente en salidas de divisas lo cual significaría que los ingresos por del “sueldo de Chile” se verían mermados por los fletes pagados al exterior, los cuales en el último tiempo han venido al alza —con Asia como la región con fletes más caros— siguiendo prácticamente el mismo patrón que con la crisis subprime hace más de una década atrás.[19] Cualquiera que sea la situación concreta en las cadenas de suministro globales —especialmente durante crisis económico-mundiales— un gobierno de izquierda deberá lidiar con que “[l]a proeza técnica de asegurar tal flujo de bienes y servicios es enorme en sí misma. Mucho más tramposa es la mantención de actitudes, hábitos, y sentimientos necesitados para el desempeño efectivo de todos los trabajos diversos requeridos de los millones de personas inmersas en el, y dependientes del, intercambio ininterrumpido de bienes y servicios”.[20]

Algunos dirían que esos problemas son característicos de la orientación “extractivista” de las economías dependientes en América Latina (y otros lugares) dado que el crecimiento económico está guiado por la extracción y ulterior exportación de materias primas al mercado mundial generando un ingreso estatal por su renta de modo que se propone la industrialización como salida de dicho atolladero. La industrialización claramente podría aislar hasta cierto punto una “economía nacional” de los vaivenes económico-mundiales ya que haría cada vez más innecesaria la compra de insumos tecnológicos foráneos. No obstante ello exacerbaría aún más la extracción de recursos naturales (e incluso de tener que importarlos) puesto que, en realidad, toda economía funciona sobre la base de la extracción de recursos naturales para su posterior transformación en productos más elaborados al margen de si son intercambiados en el mercado mundial. Más que industrializar un país, una región, o el área geográfica que sea —ya que finalmente se impone como necesidad— lo que también debiera abordar un proyecto de izquierda es el gran problema de la externalización de los costes característico (¿exclusivo?) del proceso de producción capitalista:

Bajo el capitalismo, la búsqueda de ganancias necesariamente presiona a los productores a reducir sus costes en los dos momentos bioeconómicos clave, el de la extracción de materias primas y el de la eliminación del desperdicio del proceso productivo. El comportamiento que maximiza las ganancias de cualquier productor dado es pagar absolutamente nada por la renovación de los recursos naturales y casi nada por la eliminación de desechos. Esta llamada externalización de los costes pone el peso financiero sobre todos los demás, la cual históricamente ha significado que, por la mayor parte, nadie ha pagado.[21]

Queda abierta la cuestión de si la automatización presionaría aún más hacia la externalización de los costes o si podría adaptarse a la economía circular, la “desfosilización” de las fuentes de energía, y el “buen vivir”.[22]

 

III

El modo de producción capitalista como concepto implica tanto el mercado como el comercio mundiales de forma que todo proyecto de izquierda tendrá que lidiar de un modo u otro con tales mediaciones transnacionales por muy afianzado que las nacionalizaciones estuviesen a la orden del día en un respectivo país. Por supuesto, algunas fracciones de capital podrían ser neutralizadas, cooptadas (o, quizás, incluidas dentro de un proyecto de este tipo) dentro de las propias fronteras nacionales pero otras, de carácter extra-territorial, no podrían serlo directamente manteniéndose una doble relación, tanto de oposición geopolítica en el sistema interestatal como de competencia económica en el mercado mundial. Si el largo plazo debe ser tomado seriamente en cuenta pues también lo global —el sistema-mundo, si se quiere— debe considerarse seriamente en un proyecto de izquierda. De nada sirve apelar al “internacionalismo proletario” si solo se limita a ser un eslogan sin contenido político concreto, o circunscribiéndose a acciones políticas particulares de corto plazo motivadas por algún asunto específico.[23] ¿Por qué es tan importante? Pues, no solamente en el reconocimiento del mercado mundial como escenario concreto en el cual hay que tomar medidas protectoras lo cual conlleva, de hecho, una posición más bien pasiva por parte de los proyectos de izquierda en este ámbito que no es fructífera en el largo plazo.

Mantener una postura pasiva con el espacio global llevará a proporcionarle al capital no sólo a) la flexibilidad extra-territorial necesaria para hacer frente a los variados proyectos de izquierda limitados por sus fronteras jurídico-políticas a lo largo y ancho del globo, sino también también b) la iniciativa política/estratégica/organizativa a ese nivel.  Si bien se tiene conciencia de esta condición —dada la formación y difusión de las corporaciones multinacionales y de las organizaciones internacionales— por lo general no se toma en consideración lo siguiente:

Uno es que, a pesar de que la estructura de producción crecientemente global y su organización por los capitalistas, y dicho sea de paso a pesar de la organización de los capitalistas mundiales, el foco histórico de los trabajadores organizados ha sido “el Estado”, y su arena de acción ha sido la “política nacional”. En efecto, aunque “estructuralmente” las clases trabajadoras del mundo están crecientemente unificadas, “organizacionalmente” sus movimientos tienden a permanecer locales, esto es, “nacionales”. La otra contradicción, más fundamental, es “entre la metrópolis dominada por Estados Unidos y los movimientos revolucionarios de liberación nacional en el Tercer Mundo”. Sweezy argumenta con otros que esta es “la contradicción principal o primaria del sistema en el período presente”. En tanto que él está en lo correcto, y concuerdo con él, podríamos estar entrando a la era en donde la “organización” finalmente comienza a cobrar primacía sobre la “estructura” en una escala mundial.[24]

Mientras “la” izquierda siga priorizando sus objetivos nacionales a expensas de lo global, contribuirá a su propia desorganización sin ninguna posibilidad de hacerle frente al capital:  si se nacionaliza una serie de empresas en un país, se van a otro llevándose consigo sus capitales; si elevan los impuestos o royalties al principal producto de exportación, se van a otro país llevándose también sus capitales; si un referendum decide una nueva constitución, deciden no invertir más y sacar sus capitales. El punto aquí es crear “inflexibilidad” al capital de forma que no tenga a dónde escapar. ¿Cómo? Pues 1] creando o fomentando estructuras sindicales transnacionales (que no reflejen intereses particulares de poder nacional existentes a escala mundial) y 2] en el marco de las organizaciones internacionales con cada Estado-nación como plataforma de enlace en las mismas.

Un catálogo, si bien aún incipiente, de medidas más concretas en el espacio global podrían ser: 1] insertar en los mismos Tratados de Libre Comercio (TLC) o sus versiones extendidas como el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP-11) cláusulas que fomenten a] el aumento del nivel de sindicalización en cada país, b] la organización transnacional de los sindicatos, c] mayor igualdad socio-económica además de crecimiento económico; 2] establecer impuestos homogéneos a nivel sistémico-mundial al capital y a la inversión extranjera;[25] 3] desdolarizar el comercio mundial para impedir el uso de las divisas clave por las potencias hegemónicas en una “guerra económica” y así promover mayores opciones en el mercado mundial; 4] abandono masivo del Fondo Monetario Internacional así como la creación de una institución alternativa de alcance global —o entidades regionales vinculadas entre sí— que cumplan su misma función pero bajo parámetros alternativos que reflejen más la multipolaridad.[26] De seguro, podrían agregarse muchas más a este catálogo, pero el punto político, estratégico y organizativo —además de controlar el aparato estatal— apunta como lo propuso Wallerstein a que “[e]l poder radica en controlar las instituciones económicas, en controlar las estructuras-veto que tienen la facultad de desorganizar, en controlar las instituciones culturales. El poder radica en los movimientos por sí mismos”.[27]

Enclaustrarnos en nuestros propios “iglúes nacionales” además de dividirnos nos impedirá tener una visión de conjunto y, con ello, formular un posible proyecto alternativo a nivel sistémico-mundial. Lamentablemente la respuesta usual de gran parte de la izquierda (y de las clases trabajadoras) a la globalización “neoliberal” —con su intensificada competencia económica “desenmarañada” de la rivalidad geopolítica— ha sido principalmente defensiva antes que propositiva sobre la base, primordialmente, de tribalismos de muy variado contenido (nacionales, étnicos, religiosos, entre otros) los cuales tienden a ser excluyentes así como a fomentar desigualdades entre grupos sobre todo cuando existen grandes corrientes migratorias de fuerza de trabajo. Arrighi diagnosticó muy acertadamente este escenario a fines del siglo XX el cual sigue siendo tan actual como para aquel entonces:

En la medida que la obsolescencia de la guerra interestatal como un instrumento de competencia intercapitalista será confirmada por las tendencias futuras, la lucha de clases estará progresivamente desenmarañada de la lucha de poder interestatal. No hay, por supuesto, garantía de que este desenredo se traducirá en una oposición más internacionalista antes que en una disposición “tribalista” entre los trabajadores del mundo. La invención de nuevas, o la consolidación de viejas, “comunidades imaginadas” a lo largo de líneas étnicas o religiosas es sin duda una respuesta más fácil a la intensificación de la competencia en el mercado mundial y quiebres estatales que la formación de la solidaridad de clases a través de las fronteras o de las divisiones culturales.[28]

Es más aún: la misma crisis ecológica global expresada en el cambio climático, que parece indicar los límites socio-espaciales del sistema histórico capitalista, forzará inevitablemente la necesidad en la izquierda de una estrategia a largo plazo así como universal de cambio social. De este modo, como sostiene Silver, “el desafío al que se enfrentan los trabajadores del mundo a comienzos del siglo XXI es la lucha, no sólo contra la propia explotación y exclusión de cada uno, sino en favor de un régimen internacional que subordine verdaderamente los beneficios al sustento y bienestar de todos”. [29]

 

Notas

[1] Chantal Mouffe, Por un populismo de izquierdas, Siglo XXI editores, 1° edición, 2018, Argentina. Para una crítica teórica y política de este enfoque pueden verse: Albert Bergesen, “The Rise of Semiotic Marxism”, Sociological Perspectives, Vol. 36, N° 1, 1993, pp. 1-22; Jacques Bidet, “Las visiones de Ernesto Laclau y los trucos de Chantal Mouffe”, Logos, Año XLVIII, N° 135, 2020, pp. 113-129.

[2] Inconscientemente estas medidas siguen la tradición de efectuar políticas redistributivas “focalizadas” —a la usanza de la Concertación/Nueva Mayoría en Chile y continuadas ahora por Piñera II durante la crisis pandémica del Covid-19 (aunque con “letra chica” que dificulta su obtención puesto que los postulantes a los bonos deben comprobar con antecedentes su merecimiento)— sólo que en función de la proliferación de “identidades oprimidas” en vez de pertenecer a un determinado quintil (o decil) en una escala de medición de desigualdad socio-económica.

[3] Judith Butler, “El marxismo y lo meramente cultural”, New Left Review, N° 2, Akal Ediciones, 2000, España, pp. 109-121; Nancy Fraser, “Heterosexismo, falta de reconocimiento y capitalismo: una respuesta a Judith Butler”, New Left Review, N° 2, Akal Ediciones, 2000, España, pp. 123-134.

[4] Fredric Jameson, “Globalización y estrategia política”, New Left Review, N° 5, Akal Ediciones, 2000, España, p. 8.

[5] Primero que todo “facho” es una expresión coloquial en Chile referente a comportamientos así como  actitudes con inclinaciones fascistas (o criptofascistas) en general. En particular, el “facho pobre” se refiere en pocas palabras a un individuo 1] generalmente de escasos recursos (económicos, sociales, culturales, educacionales, entre otros) que 2] defiende (consciente o inconscientemente) la negación de derechos sociales y económicos (e incluso políticos) con carácter universal —el cual se podría manifestar políticamente en votar por candidatos de derecha o en su despolitización por medio de la abstención electoral— y 3] el cual aspira a poder ascender socialmente en la jerarquía socio-económica aceptando el libre mercado y el autoritarismo/conservadurismo social ya que se conciben a sí mismos como “emprendedores”. Algunos incluso defienden explícitamente la “obra” o el “legado” de la dictadura civil-militar de Augusto Pinochet así como de los “Chicago Boys” en el sentido de que, en su visión, establecieron los pilares institucionales que han impulsado el crecimiento económico en el país desde la “transición a la democracia” en adelante.

Desde el punto de vista de la izquierda radical (marxista clásica o, más bien, “vulgar”) este sería un claro ejemplo de falsa conciencia porque además de ser ignorante de sus “verdaderos” intereses de clase el facho pobre estaría alienado. Pero lo que la radicalidad de izquierda nunca se cuestiona es si ella misma posee algún sesgo de falsa conciencia que le impide comprender por qué existe el “facho pobre” en primer lugar más allá de su difamación. En fin, “facho pobre” en vez de consistir en una burla clasista por parte de la tradicional oligarquía en Chile es una burla clasista por parte de la misma radicalidad de izquierda (al igual que de sus simpatizantes) que tiene una mejor posición socio-económica en comparación con el mismo “facho pobre”. “¿Qué es ser facho pobre?”, The Clinic, 15 de Noviembre, 2016: https://www.theclinic.cl/2016/11/15/que-es-ser-un-facho-pobre/ (accedido el 23 de Noviembre de 2021).

[6] Inclusive algunos diputados de derecha como Jorge Durán, del partido Renovación Nacional (RN), ingresó un proyecto de ley que permitía el retiro del 100% de los fondos previsionales para evitar que los mismos pudieran ser “expropiados” por un eventual gobierno de izquierda.

[7] Tomás Moulian, Chile actual: Anatomía de un mito, Lom ediciones, 1° edición, 1997, Chile; Gabriel Salazar, Del poder constituyente de asalariados e intelectuales (Chile, siglos XX y XXI), Lom ediciones, 1° edición, 2009, Chile; Alberto Mayol, El derrumbe del modelo: La crisis de la economía de mercado en el Chile contemporáneo, Lom ediciones, 1° edición, 2013, Chile; Francisco Javier González, “El hastío del campeón con pies de barro”, Le monde diplomatique, 16 de Noviembre, 2019: https://www.lemondediplomatique.cl/el-hasti%CC%81o-del-campeo%CC%81n-con-pies-de-barro-por-francisco-javier-gonza%CC%81lez.html (accedido el 26 de Noviembre de 2021).

[8] De una parte de la izquierda porque otra afirma que el Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución, del 15 de noviembre de 2019, que llevó a la Convención Constitucional (ahora en funciones) fue una “traición” al “pueblo” de forma que el estallido social debió haber continuado hasta conseguir la renuncia/salida de Sebastián Piñera de la presidencia y una Asamblea Constituyente completamente soberana. Sin embargo, eso es política-ficción ya que nunca se contó con la capacidad política ni coercitiva para obligar la salida de Piñera. De haber continuado el estallido social tampoco se puede sostener como plausible que Piñera hubiese sido derrocado finalmente o que lo que viniera después de su mandato hubiese sido una Asamblea Constituyente o una situación relativamente mejor al status quo ante. Lamentablemente hay muchos simpatizantes/manifestantes de izquierda que confunden la movilización callejera con la “lucha armada”, sobre todo cuando se romantiza a la “primera línea” que se enfrentaba a Carabineros con el fin de defender las masivas movilizaciones de la represión policial. Además, esto lleva a la cuestión de tener que tomarse más en serio, es decir, con un sentido más estratégico la violencia. No cualquier tipo de violencia es justificada o necesaria. ¿Qué sentido tiene destrozar propiedad pública y privada que, en realidad, no afecta la tasa de acumulación de aquellos a quienes sí se quiere afectar? Dicha violencia sin sentido finalmente termina por justificar la represión así como los llamados a la “seguridad” y el “orden” en vez de fomentar el cambio social.

[9] Pero el ganador de la primera vuelta electoral fue Kast con el 27,9% seguido por Boric con 25,8%. En tercer lugar quedó Parisi con 12,8%, Sichel con 12,8%, Provoste con 11,6%, Enríquez-Ominami con 7,6%, y Artés con 1,5% con el 99,99% de las mesas escrutadas.

[10] Erik Olin Wright, Cómo ser anticapitalista en el siglo XXI, Akal ediciones, 1° edición, 2020, España, pp. 91-93.

[11] Los militantes y pensadores de izquierda debieran estar al tanto sobre los límites o ambivalencia de la ciudadanía ya que sirve tanto para incluir como para excluir poblaciones de un status jurídico. Una discusión teórica y filosófica al respecto puede encontrarse en Étienne Balibar, Ciudadanía, Adriana Hidalgo editora, 1° edición, 2013, Argentina. Ahora bien, en términos de la trayectoria concreta del capitalismo histórico si bien, por un lado, el porcentaje de países con sufragio universal ha ascendido y, por el otro, las restricciones al voto universal según criterios específicos han disminuido a lo largo del siglo XX, no obstante, ello no ha aplicado total ni mayoritariamente a las poblaciones intersticiales que son los migrantes tanto legales como ilegales: “La multiplicación, en un estado nacional, de muchas minorías étnicas sin rasgos en común con la mayoría dominante presentó muchos desafíos. Para enfrentarlos se procuró ajustar la institución de la ciudadanía mediante la reivindicación de un programa/teoría del multiculturalismo. Este programa/teoría estaba basado en el principio de la vulnerabilidad de los grupos étnicos pequeños y en la necesidad de proteger su identidad proporcionándoles varios derechos grupales. Actualmente el enfoque más popular consiste en darles a los inmigrantes legales derechos socioeconómicos muy amplios al tiempo que se limita una participación política activa (su derecho al voto)”. Aleksandr Fisun y Volodymyr Golovko, “Ciudadanía”, en: Immanuel Wallerstein (Coordinador), El mundo está desencajado: Interpretaciones histórico-mundiales de las continuas polarizaciones, 1500-2000, Siglo XXI editores, 1° edición, 2016, México, p. 151.

[12] Gopal Balakrishnan, “Especulaciones sobre el estado estacionario”, New Left Review, N° 59, Akal ediciones, 2009, España, pp. 5-26; Randall Collins, “Ya no hay escape: el fin de las posibilidades de empleo para la clase media” en: Immanuel Wallerstein, Randall Collins, Michael Mann, Georgi Derluguian, y Craig Calhoun, ¿Tiene futuro el capitalismo?, Siglo XXI editores, 1° edición, 2015, México, pp. 47-87; Aaron Benanav, “La automatización y el futuro del trabajo – I”, New Left Review, N° 119, Traficantes de sueños, 2019, España, pp. 7-44; Aaron Benanav, “La automatización y el futuro del trabajo – II”, New Left Review, N° 120, Traficantes de sueños, 2020, España, pp. 125-128.

[13] Al respecto Marini plantea: “El progreso tecnológico se caracteriza por el ahorro de la fuerza de trabajo que, sea en términos de tiempo o esfuerzo, el obrero debe dedicar a la producción de cierta masa de bienes. Es natural que, globalmente, el resultado sea la reducción del tiempo de trabajo productivo en relación con el tiempo total disponible para la producción, lo que en la sociedad capitalista se manifiesta en la disminución de la población obrera, fenómeno paralelo al crecimiento de la población que se dedica a actividades no productivas, como los servicios, así como de las capas parasitarias que se eximen de cualquier participación en la producción social de bienes y servicios. Ésta es la forma específica que asume el desarrollo tecnológico en una sociedad basada en la explotación del trabajo, pero no la forma general del desarrollo tecnológico. Es por esto que las recomendaciones que se han hecho a los países dependientes, en los que se verifica una gran disponibilidad de mano de obra, en el sentido de que adopten tecnologías que incorporen más fuerza de trabajo con el objeto de defender los niveles de empleo, representan un doble engaño: conducen a preconizar la opción de un menor desarrollo tecnológico y confunden los efectos sociales específicamente capitalistas de la técnica con la técnica en sí”. Ruy Mauro Marini, “Dialéctica de la dependencia”, en: América Latina, dependencia y globalización, Siglo del hombre editores/CLACSO, 2008, Argentina, pp. 145-146.

Dussel, por su parte, y emplazando a los ecologistas menciona lo siguiente: “Lo que destruye la vida en la Tierra no es la tecnología antiecológica, sino la racionalidad de la competencia del capital que exige a cada capital, rama o nación desarrollar la tecnología aunque según el criterio del aumento de la tasa de ganancia y no como defensa de la vida en la Tierra. Muchos ecologistas creen que la tecnología es el mal antiecológico, y no descubren que la mala tecnología antiecológica es el resultado de la racionalidad de la competencia que no tiene a la vida como objetivo ni como fundamento, sino solo al aumento del capital. El origen del mal es el capital mismo en su esencia”. Enrique Dussel, “El Marx del ‘segundo siglo’”, Siete ensayos de filosofía de la liberación: Hacia una fundamentación del giro decolonial, Trotta, 2020, España, p. 100.

[14] Zofia Dobrska, “El problema de la alternativa tecnológica”, en: Dudley Seers (Compilador), La teoría de la dependencia: una revaluación crítica, Fondo de Cultura Económica, 1° edición, 1987, México, pp. 202-203.

[15] Paul Cockshott y Maxi Nieto, Ciber-comunismo: Planificación económica, computadoras y democracia, Trotta, 1° edición, 2017, España; Evgeny Morozov, “¿Socialismo digital? El debate sobre el cálculo económico en la era de los big data”, New Left Review, N° 116/117, Traficantes de sueños, 2019, España, pp. 35-74.

[16] Karl Marx, El capital, Tomo II, Vol. 4, Siglo XXI Editores, 1° edición, 1976, 20° reimpresión, 2008, México, p. 160.

[17] No solamente los procesos de producción en los sectores industrial y/o extractivo podrían automatizarse, sino también servicios como correos (por ejemplo: con drones especializados) así como la recolección de desperdicios. ¿De verdad se podría sostener como razonable el no querer automatizar sobre todo este último sobre la base de defender el nivel de empleo y con el mantra de que el “trabajo dignifica” considerando que este trabajo es más que insalubre ya que atañe a la basura de todos? Al trabajo a distancia (o teletrabajo) también se le podría dar un giro en este sentido.

[18] Sin embargo, el Canal de Panamá era más relevante geopolíticamente para los países socialistas ya que EEUU lo controló entre 1914, el año de su inauguración, y 1999, cuando le fue transferido definitivamente a Panamá. Si se desea profundizar en estos aspectos pueden verse los siguientes textos que lo abordan teórica e históricamente: Luis Garrido Soto, “Espacio, transporte, y el mercado mundial: Transporte marítimo, tasas de flete, y el control global de los flujos de comercio exterior en el sistema-mundo capitalista”, Revista Izquierdas, N° 49, 2020, pp. 4628-4652; Luis Garrido Soto, “La ‘vía marítima’ al socialismo: El transporte marítimo de comercio exterior como límite geoeconómico de la Unidad Popular en el sistema-mundo capitalista, 1970-1973”, en: Robert Austin Henry, Joana Salém Vasconcelos, y Viviana Canibilo Ramírez (compiladores), La vía chilena al socialismo 50 años después, tomo I, historia, Ocho libros/CLACSO, 2020, Argentina, pp. 415-438. Véase también Alan W. Cafruny, Ruling the Waves: The Political Economy of International Shipping, California University Press, 1° edición, 1987, Estados Unidos; Philip E. Steinberg, The Social Construction of the Ocean, Cambridge University Press, 1° edición, 2001, Reino Unido; Liam Campling y Alejandro Colás, Capitalism and the Sea: The Maritime Factor in the Making of the Modern World, Verso, 1° edición, 2021, Inglaterra.

[19] Al parecer algo similar ocurrió durante la crisis subprime de 2008-09. Un interesante estudio del Banco Central de Chile sobre las tasas de flete para las exportaciones chilenas, entre 2000 y 2008, en sus conclusiones indicaba que a nivel agregado “la incidencia que tiene el flete se ubica en torno al 5% del valor de las exportaciones, aunque para exportaciones con mayor valor agregado o con condiciones especiales de transporte, este cuociente puede superar el 20%”. Cuando se analiza por tipo de producto “destaca la influencia que ejerce el sector minero a través del cobre, en el que su costo de flete se ha más que duplicado en el período de estudio, aunque sigue siendo uno de los más bajos en nivel en comparación con el resto. En el caso de los bienes manufacturados, el aumento del flete es cercano al 20% en el lapso de estudio, aunque los primeros meses de 2008 explican la mitad de este incremento”. En cuanto a la distribución geográfica el informe mencionaba que “Asia presenta una alta concentración en minería y el mayor incremento en el costo del flete. Unión Europea, un poco menos concentrada en minerales, también explica la evolución del flete por las exportaciones de alimentos procesados, celulosa, frutas secas, y productos químicos básicos, que se aprecian más estables. Menos concentrados en minería se encuentran Estados Unidos —que también concentra envíos en alimentos, principalmente frutas y salmón fresco— con una variación de fletes inferior a Europa, y Aladi, donde el costo de flete de los envíos como alimentos, celulosa, productos químicos y forestales, ha permanecido relativamente estable”. Gonzalo Becerra M. y Claudio Vicuña U., “Costo de flete de las exportaciones chilenas: 2000-2008”, Estudios económicos estadísticos, N° 69, Banco Central de Chile, 2008, Chile, p. 14.

[20] William H. Mcneill, “The Fall of Great Powers: An Historical Commentary”, Review, Vol. XVII, N° 2, 1994, Fernand Braudel Center, p. 141. Esto se vuelve mucho más relevante a propósito del impacto del Covid-19 sobre la economía mundial, y en las cadenas de suministro, véase Adam Tooze, El apagón: Cómo el coronavirus sacudió la economía mundial, Crítica, 1° edición, 2021, España.

[21] Immanuel Wallerstein, “The Ecology and the Economy: What is Rational?”, Review, Vol. XXVII, N° N° 4, 2004, Fernand Braudel Center, pp. 275-276. Algunos como Albert Bergesen irían más lejos aún desde la perspectiva de la ecología profunda. Para comenzar, Bergesen dudaría en atribuir la externalización de costes como monopolio exclusivo del sistema histórico capitalista, puesto que “[e]sta idea de la naturaleza como materia prima y factor de producción es falsa. Esta subordina la naturaleza al proyecto humano de auto-engrandecimiento al construir la sociedad, o al construir el socialismo, e incluso en desarrollar el mundo subdesarrollado. Desde el punto de vista de la naturaleza tanto el proceso de acumulación capitalista como el proceso de distribución socialista son a expensas de la naturaleza”. Esto se debe, en pocas palabras al perdurable mito de la humanidad concebida como una especie “Robinson Crusoe” que, además de promover la especificidad y superioridad de la humanidad, concibe que “somos una especie independiente realizando nuestras propias condiciones como si no tuviésemos relaciones de eco-clase con otros elementos vivientes de este planeta es una mistificación del eco-orden en el cual disfrutamos una posición de eco-dominación. La reificación del trabajo humano como el único medio para establecer el valor es vano y equivocado como se notó previamente, pero también es una descripción engañosa de cómo la sociedad humana llega a tener la forma que tiene”. Albert Bergesen, “Eco-Alienation”, Humboldt Journal of Social Relations, Vol. 21, N° 2, 1995, pp. 120, 124.

[22] Todo ello entendido también en vinculación con el longevo proceso de cambio climático. Véase, Emmanuel Le Roy Ladurie, Historia humana y comparada del clima, Fondo de Cultura Económica, 1° edición, 2017, México; Mike Davis, “Tomándole la temperatura a la historia: Las aventuras de Le Roy Ladurie en la Pequeña Edad de Hielo”, New Left Review, N° 110, Traficantes de sueños, 2018, España, pp. 89-135; Andreas Malm, Capital fósil: El auge del vapor y las raíces del calentamiento global, Capitan Swing, 1° edición, 2020, España.

[23] Como la declaración reciente de la International Dockworkers Council (IDC), o Consejo Internacional de Estibadores (en español), amenazando con bloquear la carga portuaria enviada desde Chile al extranjero para presionar al gobierno de Piñera a que no obstruya el tercer retiro del 10% de los fondos previsionales puesto que ha sido marginal la ayuda económica del gobierno producto de la pandemia.

[24] Terence K. Hopkins, “Notes on Class Analysis and the World-System”, Review, Vol. I, N° 1, 1977, Fernand Braudel Center, p. 72.

[25] De forma muy similar a cómo lo hará en un futuro cercano, en 2023, la OCDE con un 15% de impuestos a corporaciones multinacionales. Obviamente el paso de un acuerdo firmado multilateralmente entre países (que conforman un bloque) a que sea aprobado unilateralmente en el interior de cada país requiere la presión simultánea de las clases trabajadoras en sus respectivos países. Obviamente el ejemplo de la OCDE es insuficiente ya que para que tuviese un alcance realmente global debiera realizarse sobre la base institucional de la ONU.

[26] Con respecto a las proposiciones 3 y 4, podría tomarse como inspiración la propuesta del gobierno de la Unidad Popular en el marco de la III UNCTAD de 1972 (realizada en Santiago de Chile) para salir de la crisis financiera —a propósito del abandono del patrón oro-dólar desde el 15 de agosto de 1971 ordenada por Nixon— la cual todavía nos afecta por el “señoriaje” del dólar que aún rige en el sistema-mundo. La Unidad Popular propuso ya en 1972 desdolarizar a la economía-mundo y reformar todo el sistema monetario internacional al margen (aunque no excluyendo necesariamente) de los dictados del FMI para sustituir cualquier moneda nacional así como el oro en calidad de “dinero mundial”, por un instrumento monetario inspirado en los Derechos Especiales de Giro o DEG —creados en 1969 por el FMI para reemplazar al dólar estadounidense como moneda de reserva mundial— con tal de evitar desequilibrios en las balanzas de pago así como crecientes desigualdades a escala mundial que aún provoca el “señoriaje” del dólar, a saber, una división a escala global entre países acreedores y países deudores. Para posibilitar dicha propuesta al margen de los cauces institucionales del FMI, dominado por EEUU y los demás países centrales de Europa occidental dada su participación accionaria que se traduce en mayores votos en el mismo, la delegación chilena en la III UNCTAD propuso aunar fuerzas entre el bloque socialista y los países no-alineados del G-77 para realizar un Foro Monetario Mundial. Véase Luis Garrido Soto, La “vía chilena” al socialismo (1970-1973): Un itinerario geohistórico de la Unidad Popular en el sistema-mundo, Ediciones Universidad Alberto Hurtado, 1° edición, 2015, Chile, pp. 177-273.

[27] Immanuel Wallerstein, “Crisis: La economía-mundo, los movimientos y las ideologías”, Impensar las ciencias sociales: Límites de los paradigmas decimonónicos, Siglo XXI editores, 2° edición, 1999, México, p. 41.

[28] Giovanni Arrighi, “Workers of the World at Century’s End”, Review, Vol. XIX, N° 3, 1996, Fernand Braudel Center, p. 350.

[29] Beverly J. Silver, Fuerzas de trabajo: Los movimientos obreros y la globalización desde 1870, Akal ediciones, 1° edición, 2005, España, p. 200.

Luis Garrido Soto
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Licenciado en Historia y estudiante del Doctorado en Sociología, SUNY - Binghamton.