Por lo pronto, es urgente para el amplio campo de la izquierda, incluyendo a la izquierda que está en el gobierno, construir política para esos sectores populares en el marco de la crisis que vivimos, construir política para la crisis de la política. Volcarse a la materialidad, y a partir de aquello en simultáneo ir disputando en el campo de la subjetividad, que siempre es más lento. Hemos tenido antes capacidad de activar valores, tenemos capacidad de volver a hacerlo. La desconexión con los sectores populares alimenta la fuerza de las fake news. Dicho de otro modo, es difícil que la verdad le gane a la mentira si está dicha en una lengua distinta de quien escucha, si en el fondo la digo para emocionarme yo mismo reforzando mi imaginario, y no para entenderme con el otro.
por Juan Pablo Vásquez Bustamante
Imagen / Marcha por una vivienda digna, 20 de agosto 2022, Santiago, Chile. Fotografía de Paulo Slachevsky.
El domingo 4 de septiembre del 2022 fuimos parte de un momento histórico, y perdimos. Fuimos ese deportista olímpico reclutado en la adolescencia que en pocos segundos se juega años de entrenamientos, y que falló. Recuerdo haber pensado en aquello el domingo en la mañana temprano. Me empezó a interesar la política a los 12, en séptimo. Era niño y adolescente en los noventa. Eran años de pacto de la Transición, eran años de silencio. Al año siguiente Pinochet pasaría al Senado. No vengo de una familia de militancia, no tuve parientes ni amigos que fuesen casos de detenidos desaparecidos, ni algún tío en el exilio. Solo fue saber lo que había pasado, solo fue esa costumbre de mi mamá y mi papá de no censurarme las cosas. Libros, novelas, reportajes, películas, la historia, mi hermana mayor. Tenía doce, estaba en séptimo y tomé una decisión.
Lo que pensé la mañana del domingo 4 de septiembre del 2022 antes de salir al local de votación donde era apoderado, es que tenía 37 años y llevaba por lo menos 25 esperando ese momento.
¿Qué pasó? ¿Por qué perdimos? Con los días ha surgido una primera aproximación, que, aunque general, es muy certera. No hay una explicación. Como todo proceso social, son varios factores que se articulan. Ir por este camino de una explicación multifactorial nos va a permitir realmente entender por qué perdimos, pero, además, alejar la sombra de los hechiceros y vendedores de pócimas.
Estos factores podrían ordenarse en dos grandes anillos. Un anillo más abierto y visible en la superficie, compuesto de elementos condicionantes de la derrota, pero no determinantes cada uno por sí mismos. Se trata de factores que se articulan y se potencian entre ellos en una suerte de despliegue basculante, que si bien existen cada uno por separado, tiene hilos conductores. Y otro anillo de factores más cercano al núcleo del problema, más profundo y complejo, y que no podremos superar si no lo reconocemos.
En estas líneas se intenta generar una mirada reflexiva que pueda aportar desde una búsqueda multifactorial y autocrítica en responder a la pregunta de por qué perdimos.
Anillo más hacia la superficie. Elementos condicionantes, pero no determinantes en sí mismos
En este anillo es posible identificar tres grandes elementos. En primer lugar, se pueden incluir un conjunto de situaciones que podrían ser catalogadas como errores puntuales, y que podrían incluso haber sido irrelevantes, pero que, sin embargo, a la luz de una secuencia de más de un año de ellos, es posible decir con propiedad que no son episódicos, que se transformaron en una tendencia. Se trata de un fenómeno que se repitió sistemáticamente durante todo el proceso y que la prensa se encargó celosamente de amplificar.
En este conjunto se incluyen situaciones erráticas como la interrupción del himno nacional en la jornada inaugural de la Convención, las declaraciones de una constituyente en un programa de televisión planteando la posibilidad de cuestionar los símbolos patrios como la bandera o el himno, la apertura de algunos constituyentes a la posibilidad de subirse los sueldos, la desgraciada situación de Rojas Vade, la votación desde la ducha de un constituyente y, como remate, el cierre de campaña en Valparaíso donde se desarrolló la performance con la bandera, entre otras varias situaciones.
Cada uno de estos hechos por separado, podría ser visto como una anomalía puntual e irrelevante dentro de un proceso bastante más complejo. Sin embargo, sin que si quiera existiese una iniciativa formal que buscase instalar el debate de la posibilidad de cambiar los símbolos patrios, el Rechazo hizo campaña con esta situación hasta el final, sobre todo en ciudades pequeñas y sectores rurales. Asimismo, los constituyentes jamás se subieron el sueldo, pero que existiesen algunos de ellos abiertos a una mínima posibilidad de discutirlo, fue suficiente para instalar aquello en la opinión pública.
Si bien, no es culpa de los involucrados que los sectores del Rechazo se desataran en una campaña sistemática de desprestigio a través de desinformación y fake news, sí fue su responsabilidad entregarles en la mano la materia prima. Pero además, todos estos hechos tienen un hilo conductor más complejo, la brutal falta de madurez y conducción política. Y en este punto, no es la madurez personal la clave, es la madurez como parte de un proyecto político, es la responsabilidad histórica.
En este sentido, el problema de fondo de la situación de Rojas Vade no pasa tanto por sus problemas sicológicos y emocionales, o por la incontinencia verbal de otros constituyentes, sino que pasa por el oportunismo y la fragilidad política de poner a una figura pública sin experiencia en el campo popular, las lucha sociales y las luchas políticas, a cumplir un rol donde sí se requiere esa experiencia, y donde tú como organización política tienes que tener una mínima capacidad institucional para, por lo menos, saber quién es quién. Porque el riesgo es grande. Puede resultar bien, como resultó en algunos casos, pero también puede ser dramático, como lo terminó siendo en el caso de Rojas Vade. Y no se trata de una falsa dicotomía entre independientes y partidos, pues la gran mayoría de los constituyentes que venían de los movimientos sociales, cumplieron se rol de manera responsable y dedicada.
Ser parte de un colectivo político implica inevitablemente ceder soberanía personal e individual. Y ser parte como colectivo político de un proyecto histórico, significa inevitablemente ceder soberanía como colectividad. La situación del cierre de campaña en Valparaíso es particularmente nefasta y frustrante. Evidentemente respondió en parte a un problema de gestión de los organizadores, pero el problema de fondo es otro. Organizaron un cierre paralelo al de los comandos. Cuando tienes toda la prensa en contra, cuando tienes a los empresarios más importantes del país financiando la campaña del Rechazo, cuando todas las encuestadoras te dan por perdedor y los canales de televisión repiten incansablemente aquellas cifras, y tu único activo para cambiar la percepción ambiente es tu capacidad de movilización en las calles, generaron una actividad notoriamente separada de los comandos, bajo el timbre de solo una agrupación, y sin haberse unido ni a la actividad previamente generada en Viña del Mar ni al cierre de campaña posterior en la Plaza Sotomayor.
Quienes organizaron este evento se equivocaron mucho, no tanto por el problema de la gestión, si no que se pusieron por encima del Apruebo, se pusieron por delante de la urgencia de las transformaciones. Quisieron sobresalir para acumular en su nombre, y no solo no lo lograron, sino que perjudicaron al Apruebo a lo largo de Chile.
Hoy seguramente es fácil para quienes nos sentamos a escribir hacer estos balances. A quienes nos gusta el fútbol, sabemos que todos los partidos se ganan con el diario del lunes. Sin embargo, sin una evaluación crítica de todo el proceso no vamos a aprender de esta derrota, y la vamos a reproducir. Por lo demás, me atrevo a criticar estas situaciones erráticas de las que no fui parte, con el derecho que me da haber tenido que salir a dar explicaciones por cada una de ellas en el territorio donde difundí la propuesta e hice campaña.
El segundo elemento de este anillo, fue nuestra incapacidad frente a la campaña sistemática y millonaria de mentiras y desinformación, desplegada desde el inicio de la Convención, y donde se articularon una cantidad importante de convencionales de derecha, la derecha política, la prensa y los comandos de la campaña del Rechazo.
Todos quienes hicimos campaña nos tuvimos que enfrentar a esta situación, tanto en volanteos y puerta a puerta, como en reuniones y conversatorios donde había más tiempo para profundizar. En este marco, las mentiras en torno a la vivienda y a los fondos de pensiones fueron las que más penetraron en el imaginario público, y lograron plenamente los dos objetivos tras las fake news. Primero, que mucha gente las crea realmente, y segundo, que ocupáramos el tiempo hablando de ellas y no de los contenidos de la propuesta, de los derechos sociales, de los derechos sindicales, de la valorización económica a los trabajos domésticos y de cuidados, del reconocimiento a las personas con discapacidad.
Si bien, es extremadamente difícil contrarrestar una operación de este tipo, y de hecho no se logró ni en el plebiscito por el Brexit en Reino Unido, ni en EEUU en las elecciones que le dieron el triunfo a Trump, ni particularmente en el triunfo de Bolsonaro en Brasil, nosotros tampoco tuvimos la capacidad de hacerlo, y los antecedentes anteriores así como alivian en forma de consuelo de tontos, también incrementan el dolor del mazazo, pues sabíamos que esto iba a pasar, incluso sabíamos cómo, pero no logramos adelantarnos ni hacerle frente.
El porcentaje mayoritario del debate público en torno al proceso de la Convención estuvo encabezado por las fake news. Hablábamos más de las fake news que de los contenidos de la propuesta, ocupábamos más tiempo en desmentir fake news que en explicar la propuesta. La agenda del debate público general y del proceso constituyente en particular estuvo definida por quienes se oponían a la Nueva Constitución. Cuando no logramos revertir aquello, debimos entender que íbamos a perder.
El tercer elemento de este anillo es el rol del Gobierno. En este caso puede descomponerse en varios puntos, y dos de ellos escapan en gran medida al alcance de intervención del Ejecutivo. Primero, suele suceder que para mucha gente los plebiscitos de estas características se transforman en una evaluación al Presidente, aunque no lo sean, y por este motivo un porcentaje de la población vota en contra de la opción que se identifique en sintonía con la del Gobierno. Ocurrió en el caso del Brexit, ocurrió en el plebiscito por la paz en Colombia, y acaba de ocurrir en Chile.
Segundo, el Gobierno, si bien parece tener una gruesa base de apoyo, ha quedado claro que es minoritaria, y además es militante. Para un alto porcentaje de la población, el nuevo Gobierno de líderes estudiantiles ya parece mimetizado con la clase política. Y este es un problema que también vivió la Convención. Todo este proceso surge de octubre 2019, es decir, de un fuerte cuestionamiento al régimen político y al modelo económico; en este marco, al momento de ser electos esos constituyentes, parecían personas de afuera del régimen político que venían a generar modificaciones. Y Boric, hasta el 11 de marzo de este año, representaba en cierto punto también aquello. Si bien ya iba en su segundo periodo en el Congreso, de todos modos venía de las luchas estudiantiles y nunca había estado en el gobierno, era clara oposición al régimen político. Sin embargo, al entrar a la institucionalidad, lo hagan bien o mal, para mucha gente pasan a ser parte del régimen, pasan a ser un equivalente a “los políticos”.
Por otro lado, lo que sí ha estado dentro del rango de intervención del Gobierno, es su decisión tardía de involucrarse activamente en el debate frente al proceso constituyente. Fueron varios meses de una campaña de desinformación y mentiras brutal y prácticamente sin contrapeso. Asimismo, si inevitablemente la gente iba a asociar el Apruebo con el Gobierno, entonces podrían haberlo asumido, y haber generado políticas más agresivas en estos meses, una presencia más activa, más en terreno y con una mayor inversión social. Para todos quienes desde distintas posiciones apoyamos el proceso constituyente, el triunfo de Boric fue un alivio, pues Kast utilizaría toda la institucionalidad del Estado para aniquilar el proceso constituyente, hay poco margen de duda en aquello, sin embargo, al asumir el nuevo gobierno progresista, la soledad de la convención se mantuvo.
Asimismo, el rol del Gobierno también permite entrar en una problemática en extremo compleja, esto es, el papel clave de los medios de comunicación en la democracia. Evidentemente que esta es una tensión que escapa al gobierno de Boric en particular, pero a la cual él debe enfrentarse. En este marco, el Gobierno debería recuperar el diario La Nación, debería intervenir TVN, debería generar una intensa política a través de un órgano autónomo de apoyo y fomento de los medios de comunicación independientes y comunitarios, debería desarrollar una política de educación popular.
Si bien es muy valorable y valioso que el presidente conceda entrevistas exclusivas a los medios independientes ya consolidados, es preciso, por la propia sobrevivencia del proyecto al cual circunscribe este Gobierno, generar una sólida y firme política que dé pasos hacia la democratización de los medios de comunicación en Chile. Los procesos políticos y sociales están siendo definidos desde hace mucho tiempo por los medios de comunicación, y la situación del proceso constituyente es un ejemplo dramático. Y por cierto, los chilenos no necesitábamos un nuevo ejemplo dramático para enterarnos de esto.
Un anillo más cercano al núcleo del problema
El otro anillo en esta explicación multifactorial es más profundo y cercano al núcleo del problema. Asimismo, este anillo se nota más claramente a la luz del despliegue de los factores descritos anteriormente, porque a la vez es su motor, su abono, su suelo fértil. Pues, si bien están en niveles de profundidad distintos, los factores de ambos anillos se conectan y comunican.
Un porcentaje muy alto de los sectores populares del país, los marginados de la población, los pobres de Chile, votaron Rechazo. Aunque duela, hay que repetirlo, los sectores subalternos rechazaron la propuesta constitucional. El fenómeno más visible es que una inmensa masa de población que salió a votar por primera vez, dado que el voto fue obligatorio, en muchos casos por primera vez en su vida, se inclinó por la opción Rechazo. Y muy probablemente, una fracción de quienes votaron Apruebo en el Plebiscito de Entrada del 2020 esta vez rechazaron. Inclusive, es posible que muchos de quienes fueron parte del inorgánico y difuso octubrismo en el 2019, también rechazaran.
Frente a esto, hay dos posibles causas próximas. Una de ellas, es que simplemente no estaban de acuerdo con la propuesta o con gran parte de esta. La otra razón hipotética, es que no conocían la propuesta y/o creyeron las mentiras que se difundieron, lo cual incluye darle un mayor valor al desprestigio de la Convención que al contenido de la propuesta. En simple, la portada de LUN con Fontaine diciendo que los fondos de pensiones serían expropiados, generó un efecto mayor que nosotros desmintiendo y/o explicando el sistema solidario de pensiones y el derecho a envejecer con dignidad.
Hasta este punto, todo esto describe la secuencia de situaciones pero no explica el por qué. Es decir, el pueblo pobre rechazó la constitución que más derechos le otorgaba en la historia, las mujeres pobres rechazaron la constitución que reconoce el valor económico del trabajo doméstico y de cuidados y obliga al Estado a darles prestaciones sociales. Un antecedente expresivo de toda esta situación confusa, es que sectores del Rechazo hicieron campaña diciendo que con la Nueva Constitución los delincuentes tendrían más derechos, en algún momento se dijo que todos los presos podrían votar, e incluso se pegaron afiches en Santiago que decían que solo los delincuentes podrían tener armas, y sin embargo, el Rechazo ganó en las cárceles de Chile.
La razón profunda de todo esto, es que gran parte de los sectores tras el Apruebo y gran parte del campo de la izquierda chilena, no tiene capacidad para hablar a los sectores populares, muchas veces no tenemos un relato para estos sectores populares, incluso, a veces no tenemos política para estos sectores populares. Más profundamente, no tenemos capacidad de disputa de conciencia. La precariedad de la materialidad neoliberal nos puso una muralla, y la articulación de esto con la subjetividad neoliberal nos puso un océano entre medio.
Y esto es notorio frente a determinadas situaciones, tales como la inmigración. El texto constituyente garantizaba el derecho de todo ser humano a migrar en momentos en que se vive la crisis migratoria más grande de la historia de Chile. El texto buscaba ampliar y garantizar derechos, pero la realidad es que eso choca frontalmente con el imaginario construido en los sectores populares, real o no en la materialidad, que la inmigración agrava los efectos de la crisis económica, incrementa la crisis de inseguridad, indigencia y delincuencia, y que además hay un espacio grande del campo laboral donde los extranjeros son directa competencia. Evidentemente que no se puede retroceder en derechos, pero la realidad es que estamos entonces frente a una contradicción para la cual no tenemos respuesta, no tenemos síntesis, no tenemos una forma efectiva de comunicarlo.
Asimismo, los ítems de las pensiones y la salud se hacen parte de esta tensión. Aquí sobresale la situación de los retiros del 10% de los fondos previsionales, los cuales surgieron en el 2020 como una medida de sobrevivencia en medio de la pandemia y la cuarentena, frente a la criminal inacción del Gobierno de Piñera, y entremezclado con las demandas de la revuelta popular y las críticas de años contra las AFP. Con el tiempo se hizo notorio que estas críticas transversales a las AFP, no significaban que las personas quieran un sistema solidario de pensiones, más aún, que estén dispuestos a contribuir con aquello. Un porcentaje alto de quienes sostienen estas críticas, en realidad quieren que les devuelvan su plata, y creen que la consigna No más AFP significa eso. En este marco, la negativa del gobierno al quinto retiro generó una fisura casi irremediable con este sector de la población.
En este marco, las propuestas de sistema de pensiones y de salud del texto constitucional chocan frontalmente con la subjetividad detrás de esto. Cierto o no, a estas personas les dijeron que, con el nuevo sistema, lo que era su plata ya no lo iba a ser, y eso presionó un botón muy sensible construido tras décadas de neoliberalismo. El miedo a que con el nuevo sistema los fondos de pensiones dejen de ser heredables es radicalmente irracional bajo la realidad de que con las AFP técnicamente lo son, pero es un sistema tan perverso que a todo el mundo se le terminan antes de morir. Nadie hereda sus fondos porque nadie tiene plata cuando muere. En la realidad ese miedo no se justifica, pero en la subjetividad construida tras décadas y décadas de neoliberalismo se activa sensiblemente, al igual que la inmediatez neoliberal-populista de los retiros versus la lejana promesa de un sistema solidario que garantiza una vejez digna.
En el caso del sistema de salud opera esta misma lógica, pero se incorporan más visiblemente otros elementos. Lo que conocemos como modelo neoliberal disminuye lo más posible el sector público, para que los servicios y/o derechos sean bienes de consumo en manos de actores privados. Sin embargo, en la salud el modelo chileno fue aparentemente menos agresivo, pero subjetivamente fue más allá, pues mantuvo una franja pública, maltrecha, mal financiada, desnutrida, y con muchísima más demanda focalizada por gente más enferma y con más necesidades. Es decir, el neoliberalismo chileno no mató al sistema público de salud, lo dejó moribundo y en su mínima expresión durante décadas para que todo el país viera crudamente la debilidad de “lo público”, instalándolo en el imaginario social como un equivalente de precariedad, ineficiencia, dolor, esperas, filas.
Entonces, a todos aquellos que por décadas han vivido esa realidad, se les hace casi imposible creernos que el nuevo sistema que le daría un mayor rol a lo público va a ser mejor y más equitativo. Pero además, la izquierda le dice a esas personas que el nuevo sistema va a ser como el de Canadá, activando una mayor distancia aún con aquellas personas, quienes evidentemente no han ido y no han leído sobre el sistema de salud de Canadá, pero conocen de sobra los Cesfam.
Asimismo, lo referido al sistema de salud agudiza otra tensión con sectores de la población que han logrado progresar materialmente dentro del Chile neoliberal, que crecieron como niños pobres en los ochenta y los noventa, y que, como adultos con familia, ahora tienen un acceso al consumo mucho mayor del que tenían con sus padres. En este marco, probablemente hay franjas de la población que paga la Isapre, que sabe que se ve perjudicada, pero que siente orgullo de poder pagar el sistema privado, que lo ve como un logro, casi como un bien en sí mismo. Frente a ese contexto, todo nuestro discurso aparece como una activación de valores opuestos a lo que algunas personas consideran logros y objetivos de vida.
Nuevamente, la maquinaria de construcción de subjetividades del neoliberalismo lleva décadas de ventaja, y con toda la institucionalidad y el aparataje mediático a su favor.
Finalmente, lo que se manifestó el domingo, es que esa enorme masa de población que normalmente no vota, que se considera apolítica, que no entiende de política, que no le gusta la política, que principalmente está en los sectores populares, que ha sufrido los efectos más brutales de la precarización de la vida en sus distintas dimensiones, con escasos niveles de formación, votó mayoritariamente por el Rechazo.
Quienes estábamos tras el Apruebo, no sabemos llegar ni comunicar a ese sector de la población, y en muchos casos no lo conocemos. En gran parte de quienes estábamos por el Apruebo, opera un etnocentrismo de clase media en sus distintas versiones, que no nos deja ver esta realidad o bien que nos hace inoperantes frente a ella. La caricatura de Ñuñoa llegó a niveles insospechados en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de noviembre del 2021, pero eso se corrigió en diciembre para la segunda vuelta con movilización popular asaltando la campaña y haciendo a un lado al eje hegemónico de los partidos del Frente Amplio. En aquella ocasión fue suficiente para un triunfo holgado y para ensanchar la masa de votantes en el marco del voto voluntario, pero fue aplastada en el contexto del voto obligatorio.
Un gran peligro y un par de pistas a modo de conclusiones
Frente a todo esto se asoma un riesgo grande y un par de antecedentes iluminadores. El riesgo grande es que todo este panorama es terreno fértil para los populismos. Pamela Jiles ya ha acumulado bastante con su populismo neoliberal de los retiros. Pero además, la crisis migratoria, la crisis de delincuencia y el desorden de nuestro escenario político, ofrecen condiciones para un populismo antipolítica de corte autoritario y conservador. En ese marco, es expresivo el explícito intento de Gaspar Rivas de constituirse en el “Bukele” chileno. Estamos en un momento donde la política chilena es un río revuelto y el Partido de la Gente ya encargó un par de cañas.
Sin embargo, también es posible observar los resultados del 4 de septiembre desde otro ángulo. El Apruebo obtuvo 200 mil votos más que Boric en diciembre de 2021. Es decir, independiente de las gradualidades, hay una masa crítica que se estabiliza en el lado de los cambios en el sentido de la superación del neoliberalismo, o por lo menos la recuperación de los derechos sociales garantizados. Esta masa crítica, así puesto en números, representa poco más de un tercio de la política chilena, y su penetración en la juventud podría implicar un potencial de crecimiento.
Por otro lado, el Apruebo ganó en comunas populares. Ese activo debe ser aprovechado y vinculado al anterior. Es necesario ir a tomar nota de lo que pasó en Puente Alto, Maipú, San Antonio, Pedro Aguirre Cerda y otros. Esos triunfos no fueron espontáneos, responden a años de trabajo. Algo hacen ellos que en el resto del país no hacemos, y en vez de ir a explicar a Puente Alto la épica del Puente de Vallecas, habría que ir a hacer preguntas y a aprender.
Por lo pronto, es urgente para el amplio campo de la izquierda, incluyendo a la izquierda que está en el gobierno, construir política para esos sectores populares en el marco de la crisis que vivimos, construir política para la crisis de la política. Volcarse a la materialidad, y a partir de aquello en simultáneo ir disputando en el campo de la subjetividad, que siempre es más lento. Hemos tenido antes capacidad de activar valores, tenemos capacidad de volver a hacerlo.
La debilidad que genera en nosotros ese anillo de factores cercano al núcleo del problema, alimenta la fuerza de los elementos del otro anillo. La desconexión con los sectores populares alimenta la fuerza de las fake news. Dicho de otro modo, es difícil que la verdad le gane a la mentira si está dicha en una lengua distinta de quien escucha, si en el fondo la digo para emocionarme yo mismo reforzando mi imaginario, y no para entenderme con el otro.
Juan Pablo Vásquez Bustamante
Doctor en Estudios Americanos. Profesor de la Universidad Alberto Hurtado.