La única certeza que tenemos en este momento es que el Congreso es una barrera contra la que choca no sólo el gobierno y su programa, sino también la futura Constitución, y el único factor que podríamos oponerle es una movilización activa en defensa de las transformaciones que deseamos implementar. Es por ello que urge abrochar un triunfo lo más amplio posible para el Apruebo, de manera de legitimar su contenido y ocupar esa posición como una ventaja adicional para su defensa, la que tendrá sí o sí que expresarse en la cancha de la que provenimos como fuerzas políticas, y que pareciera que abandonamos: las calles.
por Felipe Ramírez
Imagen / Apruebazo, 14 de agosto 2022, Puente Alto, Chile. Fuente.
Quedan tres semanas para el plebiscito del 4 de septiembre en el que se decidirá la suerte de la propuesta de nueva Constitución emanada de la Convención Constitucional, y el ánimo político está tremendamente enrarecido. La campaña se ha parecido más a una guerra sucia en la cual la derecha tomó la ofensiva con un despliegue del Rechazo sustentado en un gran número de mentiras, interpretaciones mañosas y mitos, y con el apoyo de diferentes figuras que provienen de la “centroizquierda” que hoy se han puesto al servicio de la agenda de la derecha extremista. En este contexto, la izquierda pareciera estar completamente a la defensiva.
A pesar de que durante los últimos años como sector hemos vivido una seguidilla de experiencias que nos deberían tener en una posición de ventaja –la mayor revuelta social en décadas, la apertura de un inédito proceso constitucional, un arrollador triunfo en el plebiscito de entrada y una Convención Constitucional en el que la derecha estaba en franca minoría, junto a una práctica desaparición del centro político–, ni nuestro gobierno ni nuestros partidos han logrado entregar una orientación concreta que permitiera aprovechar dicho escenario a favor de nuestras demandas.
Cuando nos encontramos recorriendo las últimas jornadas del proceso constituyente y nos acercamos rápidamente al plebiscito que deberá marcar –esperamos– el entierro definitivo de la Constitución de 1980, la agenda mediática, así como los contenidos que se debaten, son impuestos completamente por la oposición, que despliega sus diferentes agentes para intentar copar el escenario político: a una retirada táctica de los principales referentes de la derecha (Republicanos, UDI, RN, que sin embargo instalan el contenido político de la campaña) se suma el salto al frente definitivo de personeros anteriormente situados en la “centroizquierda” como Ximena Rincón, Felipe Harboe, Matías e Ignacio Walker, Fuad Chahín, Carlos Maldonado y Javiera Parada, a los que se sumaron los llamados “intelectuales” como Cristián Warnken, Mario Waissbluth, y una serie de ex dirigentes o parlamentarios, quienes se situaron de plano en el campo político conservador.
Agitar ampliamente el temor al cambio por parte de sus referentes de “centroizquierda” o “independientes”, el racismo apenas disimulado contra los pueblos originarios y aunque de manera más subrepticia que en la campaña del Rechazo pasada, la violencia –como lo atestiguan el ataque sufrido por miembros de la campaña del Apruebo en Conchalí el pasado 12 de agosto, incluida la diputada Maite Orsini, y que una de sus figuras en el despliegue territorial sea Francisco Muñoz, “Pancho Malo”, líder de los autodenominados “patriotas”, quien estuviera preso por homicidio sindicado como autor intelectual del asesinato de Francisco Figueroa en 2012– son los elementos centrales de la campaña que han desatado a nivel nacional.
Frente a ello, la izquierda aparece desplegada con fuerza, pero al mismo tiempo de manera desorientada. El entusiasmo y la masividad demostrada por los comandos del Apruebo en todas las comunas no logra disimular la falta de orientación, con una centroizquierda –sobre todo el PPD y parte del Partido Socialista, especialmente sus senadores– que mediante el chantaje y con presiones intenta ganar a última hora lo que perdieron en la Convención Constitucional, y un Apruebo Dignidad en el que no termina de cuajar el convencimiento de que la victoria no sólo es posible, si no que cada vez es más concreta.
Es que pareciera que los partidos oficialistas y el gobierno han sido capturados por las encuestas, que intentan mostrar al Apruebo en una posición derrotada, aunque sea a contrapelo de la información que se emite desde la mayoría de los comandos y también de los mismos comunales conformados por su militancia localmente, que indican una cada vez mayor disposición entre la gente hacia el Apruebo. A ello se suma el amplio entusiasmo por leer la propia propuesta constitucional –vendida de manera masiva en todo el país, y repartida de forma gratuita de a miles– que ha demostrado la ciudadanía, y la masividad de los eventos que se han realizado (primero en Maipú, este sábado en Puente Alto, Melipilla, Peñalolén y Viña del Mar, entre otros lugares). Todo ello permite creer no sólo que el Rechazo está en su techo, y en una posición que deja entrever que lo que lo impulsa es el miedo y la rabia, si no que entre los indecisos hay una mayor predisposición al Apruebo. Es cierto que el acuerdo impulsado por el Presidente Boric logró frenar el deseo de algunos en “Socialismo Democrático” por tocar elementos centrales de la propuesta –quizás lo más complejo es la eliminación de la reelección presidencial con gobiernos cortos de 4 años, lo que dificulta la realización de proyectos a mediano plazo, y la ambigüedad en materia previsional–, pero la falta de dirección política hizo que el mismo nuevamente generara confusión y desorientación: la sensación es que en vez de jugar a ganadores y aunque la gente deja los pies en la calle y vamos creciendo, continuamos actuando desde arriba como si estuviéramos perdiendo.
A ello se suma que la campaña, pero también el gobierno de Apruebo Dignidad, aparecen desacoplados de las organizaciones de masas, quizás una consecuencia de la forma como se implementó el acuerdo del 15 de noviembre. Lo cierto es que la izquierda –en el gobierno pero también en sus partidos– ha actuado en todo este largo ciclo político de manera cada vez más institucionalizada, sin un canal de retroalimentación desde ese amplio campo social que posibilitó con sus movilizaciones, luchas y demandas, este proceso constitucional. Tenemos la paradoja de que el gobierno más de avanzada de los últimos años no conecta con quienes en teoría deberían ser su principal respaldo y actor central de su despliegue más allá de la implementación de políticas públicas: el movimiento social.
Esa debilidad que presenta el campo transformador –de organizaciones de masas incapaces de influir en uno de los procesos transformadores más importantes de nuestra historia, de un gobierno que no logra conectar con ellas, y de partidos de izquierda que, consumidos por la institucionalidad, no generan ni políticas ni orientaciones para desplegar su militancia de manera de superar esas debilidades– cobra un cariz alarmante en la actual coyuntura, pero sobre todo ante lo que viene a partir del 5 de septiembre. Esto porque, convencido de que el Apruebo va a ganar, el siguiente desafío, tremendamente complicado, será defender el contenido de la nueva Constitución ante un Congreso en el que el conservadurismo tiene mayoría. Ya sea en la extrema derecha tradicional (UDI, RN, Republicanos) como en la centro derecha (Evópoli), en el populismo filo-fascista (Rivas y partes del PDG) y en el centro conservador (Democracia Cristiana y fracciones de Socialismo Democrático), se buscará desnaturalizar el texto ya sea con reformas constitucionales o en el debate de las nuevas leyes que deberán aterrizarla.
Aquí la durísima derrota electoral sufrida en la elección parlamentaria de 2021 nos pena de forma clara, y está pendiente aún la autocrítica que nos permita identificar qué pasó con Apruebo Dignidad que no logró reunir siquiera los escaños mínimos que nos habíamos puesto como meta. Esa derrota –unida a la sufrida en la primera vuelta presidencial, que nos dejó detrás de la carta pinochetista– ¿se debió a la forma como los partidos se repartieron los cupos, de forma centralizada y muchas veces sin tomar en cuenta ni siquiera a sus bases locales? ¿A la creciente moderación de la campaña, que impidió conectar con amplias facciones que apoyaron al Apruebo en el plebiscito de entrada y a la Lista del Pueblo en la Convención? ¿A la debilidad sobre todo del Frente Amplio fuera de la zona centro y las grandes ciudades? ¿Hubo otros factores que afectaron?
La única certeza que tenemos en este momento es que el Congreso es una barrera contra la que choca no sólo el gobierno y su programa, sino también la futura Constitución, y el único factor que podríamos oponerle es una movilización activa en defensa de las transformaciones que deseamos implementar. Es por ello que urge abrochar un triunfo lo más amplio posible para el Apruebo, de manera de legitimar su contenido y ocupar esa posición como una ventaja adicional para su defensa, la que tendrá sí o sí que expresarse en la cancha de la que provenimos como fuerzas políticas, y que pareciera que abandonamos: las calles.
Es ahí donde el nuevo Chile que el 4 de septiembre comenzaremos a consolidar nació: en 20 largos años de movilizaciones y luchas, con represión y derrotas, con avances y limitados triunfos, con amplios costos, pero con un horizonte transformador que por fin vemos cercano. La lección es una sola: sólo confiando en los pueblos podremos ganar.
Activista sindical, militante de Convergencia Social, e integrante del Comité Editorial de Revista ROSA. Periodista especialista en temas internacionales, y miembro del Grupo de Estudio sobre Seguridad, Defensa y RR.II. (GESDRI).