Puedo pasarme un kilo de películas sobre lo que se tramó mientras chilenos y chilenos miraban el cielo en busca de algún objeto, un satélite, una luz de colores, una discoteca flotante. En aquellos años el desarrollo tecnológico no permitía ser demasiado expedito. Los celulares no disponían de cámaras. Había que llevar una preparada en mano para poder registrar estos objetos. Lo que sí se logró dilucidar con el paso de los años, fue que el gobierno de Lagos había sido el que más transó con bienes públicos a privados. Lagos gobernó para el empresariado con la careta de un político tradicional. Cuando dejó La Moneda, con todo el beneplácito de los empresarios, se dedicó a dar conferencias y seminarios alrededor del mundo, y a escribir sus memorias. Lo que en un principio se avizoraba como un socialismo progresista devino socialdemocracia europeísta y de brocha gruesa.
por Sebastián Diez Cáceres
Imagen / Recorte periodístico, agosto 1985.
«En 1997, en el monumento natural El Morado, el técnico en informática Claudio Pastén asegura haber vivido un encuentro con OVNIs. También dice haber avistado a dos seres luminosos de entre dos y medio y tres metros de altura. Después no recordaba nada más. Al ser hipnotizado por Cristóbal Schilling, Claudio sorprendió a todos los que observaban la sesión hablando una lengua desconocida que él llamó Corania. Invocando a un ser identificado como Irenko, y citando la Biblia justo en el momento en que le pedían pruebas sobre la existencia de extraterrestres. Schilling buscó el capítulo seis del Génesis en la Biblia. Y encontró el siguiente texto. Y dijo Yahvé: “existían entonces los gigantes en la tierra, y también después, cuando los hijos de Dios se unieron con las hijas de los hombres y les engendraron hijos. Estos son los héroes famosos de muy antiguo”.»
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Patricio Bañados modula cada palabra con la elegancia de un dandy, aleonada y dulzona a la vez, o como Troy McClure, el actor de Los Simpsons que aparece furtivamente y se presenta mencionando las inciertas películas en las que ha participado, una voz que he escuchado desde niño, que quizás escuché mi primer año de vida cuando Bañados era rostro y figura de la campaña del NO, a finales de los ochentas. Siempre aquella voz ha estado ligada a algo así como una protocolaridad confiable. Quizás aquel estatus fue predispuesto por mis padres que son de izquierda y que miraron con apego la figura de Bañados no sólo por su participación en la campaña del NO, sino por sus no tan conocidas confrontaciones con el régimen, especialmente el día que se negó a entregar una información referida a lo ocurrido en el Teatro Caupolicán en el año 80, cuando la oposición de entonces se reunió a discutir su posición ante el plebiscito nacional del 11 de septiembre, en el que se aprobaría o rechazaría la nueva constitución ya aprobada por el senado en agosto de ese año. Bañados fue persuadido de condimentar la información añadiendo que la reunión celebrada en el Caupolicán, conocida luego como el Caupolicanazo, había estado marcada por el tono marxista-leninista de la misma, y por frases tendenciosas que el ex presidente Eduardo Frei Montalva, efusivo opositor al régimen (y quien dos años luego, se sabrá, fue envenenado por el mismo en el hospital donde se trataba una hernia), pronunciara en su discurso. Bañados no mencionó nada de esto y, por el contrario, comentó lo multitudinaria y entusiasta que había sido la jornada. Al final del noticiario se le informó su despido.
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¿Son los gigantes de los que habla el Génesis seis?, pregunta el hipnoterapeuta. Claudio Pastén habla en un lenguaje extraño. Medio oriental, quizás. Su cuerpo yace echado en un sofá de tapiz arborescente, de colores oscuros: azul marino y burdeo. Lleva una polera blanca y blue jeans. Tez y rasgos morenos, tiene las facetas propias de un proleta que es el primer titulado de su familia. Mucha gente observa minuciosamente el espectáculo que Pastén no recordará cuando despierte. La morenez y ciertos rasgos de Pastén recuerdan mucho a los de Miguel Ángel Poblete, el vidente de Villa Alemana. Hay escenas de este clásico capítulo del programa OVNI, transmitido entre 1999 y 2000 por el canal nacional, y de Poblete surcando los montes de Peñablanca que podrían parecer análogas; especialmente aquellas en que ambos hablan un lenguaje raro. Poblete, se supo, hablaba arameo. Pastén, con el correr de la investigación, no se logró dilucidar. Ha ocurrido algo curioso mientras escribo esto a propósito de humanos que hablan en lenguas extrañas: se le ha visto sobre todo en matinales mexicano a quien se hace llamar Mafe Walker y que dice hablar en lenguaje alienígena. Los memes han colmado las redes con el show de Mafe pronunciando palabras que se supo luego eran neologismos que extraía de videos de YouTube sobre tema alienígena.
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Miguel Ángel Poblete vio a la virgen por primera vez desde el cerro El membrillar del sector de Peñablanca en Villa Alemana en uno de sus escapes del orfanato donde residía, el 12 de junio de 1983. Sus visiones, y a la larga el espectáculo que se montó en ese sitio, que luego se rebautizó como monte El carmelo, se prolongaron hasta el año 88, en las vísperas del plebiscito que determinaría si Pinochet seguía o no en el poder, al menos en el formal. Aquel año no acabarían las visiones, pero sí la atención de los medios. En el proemio a la demolición del muro de Berlín. A trechos nada más a que la Guerra Fría se calentara en una suerte de lava en tenso y democrático suspenso, dando inicio a la era del Terrorismo como tanto insistiera el pensador francés Jean Baudrillard. Se fue rumiando durante esa segunda mitad de la década de los 80 el cambio de reglas que fue estableciendo, poco a poco, ya difunto el fantasma soviético, sobre la democracia como vía universal de gobierno. Los totalitarismos además de estigmatizados, fueron sistemáticamente desmantelados culturalmente. Grandes juicios a conocidos genocidas, siendo el caso de Eichmann en Jerusalén, marcas históricas que condujeron hoy al pluralismo y la tolerancia como valores intrínsecos, precisamente: marcados.
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La transición del paradigma dicotómico yankee-soviético, la paranoia fría de la posguerra, al de la democracia universal y derechos humanos categóricos; y luego esa bisagra finisecular que se coronó con el ataque a las Twin Towers (edificadas en 1973), fueron “caídas” espectaculares que modificaron el espíritu de la época. La demolición del muro y la demolición de las torres. Como piezas de un ajedrez de proporciones globales, en la que los alfiles son los rascacielos y las torres los muros. Los paralelismos de este par de eventos históricos con lo ocurrido en Chile, no sería buena idea aislarlos, sino por el contrario, ver una especie de extensión, o efecto local. Parece natural pensar que el desmantelamiento de la URSS repercutiera en las políticas internas chilenas, paralelamente ideando un fin de régimen. El crítico cultural Greil Marcus señala que su método se basa en lo siguiente: tratar al acontecimiento cultural como hecho histórico, así como también el hecho histórico como acontecimiento cultural. La aparición de la Virgen, evento intrínsecamente cultural, que no sólo convoca la fe sino el morbo, tratado como hecho histórico puede ofrecernos respuestas leves, blandas, sobre el sentir de aquellos años.
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Álvaro Bisama se ha extendido bastante sobre este episodio de la historia alternativa chilena, escribiendo incluso una novela, Ruido de 2012, en la que Miguel Ángel Poblete se cierne como un fantasma y un sabor de época. «Desde su cerro —escribe en su artículo “La virgen de Pinochet” donde enlista los milagros del niño vidente—, la madre de Jesús se declararía antocomunista y hablaría obsesivamente en sus mensajes de una posible invasión soviética. “Rusia, rezad el Rosario por Rusia. Una hora. Por la conversión de Rusia. Rusia está esparciendo sus errores por todo el mundo”, diría. Por supuesto, habría quienes verían la mano de la CNI (la policía secreta de Chile) y del gobierno de Pinochet. No sería raro: las apariciones de la Virgen serían una conspiración de los aparatos de seguridad del régimen. Usando una base aérea de la Armada en Quilpué como pista de despegue, aviones llenarían las nubes de gases o productos químicos que provocarían, mediante efectos ópticos, alucinaciones en las masas. Puede ser. Puede que no, también.» La especulación acerca del núcleo eminentemente político de las supuestas apariciones fueron también el germen de la última producción literaria en vida de Enrique Lihn, La aparición de la Virgen (1987), autoeditado e ilustrado por el poeta. «El niño Ángel dice tengan fe y miren el sol/ Miren el sol miren el sol y verán a la Virgen.» Como mirara un náufrago el cielo en busca de aviones que lo salven, allí se diseñó el mejor distractor, solventado en la misma fe de los timados, o en el morbo existencial que significó para el finisecular 1999 la insistente aparición de OVNIs en el cielo chileno. Al año siguiente, se suponía, era el apocalipsis. Gente se suicidó, otras quizás murieron de un ataque cardíaco a medianoche, pero lo efectivo, lo real es que nada pasó, de lo contrario nadie escribiría esto. Quizás la naturaleza no use calendario y nos destruya de repente.
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Tradúceme por favor, le pide el hipnoterapeuta Cristóbal Schilling a Claudio Pastén. ¿Tú necesitas ver, escuchar, para creer?, le contesta éste. Hay un corte a comerciales. Luego, Pastén hipnotizado continúa. Es un camino de oro. Es una ciudad. ¿Cómo puedes determinar que es una ciudad? ¿ves construcciones?, le pregunta Schilling. Sí. Es tremenda sí. Sí. Es transparente. Las voces continúan. Aquí ocurre algo que me parece un acierto de quien montaba el reportaje de un programa tan curioso en tevé abierta en el apocalíptico noventa y nueve, un recurso muy sencillo pero que provoca, cuando se ve, un extrañamiento: se intercambia el monólogo delirante de Pastén con una secuencia del mismo pero tomando una vieja micro amarilla santiaguina y buscando un asiento. ¿Hacia dónde vas Claudio? No sé. Primer plano del rostro del chofer reflejándose en el espejo retrovisor. ¿La gente te ve? Sí, me saluda. Un hombre acaba de subir a la micro y se acerca a la cámara con mirada incrédula con su boleto en la mano. Están contentos. Hay niños. Se ve a un par de niños tras el asiento en el que acaba de sentarse Claudio. La cámara hace un close up al rostro de Pastén. Imágenes de una micro que se aleja. Multitudes transitando por el Paseo Ahumada pierden nitidez.
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Es curioso que se banalice el hecho de un encuentro con extraterrestres, trastocando, trasluciéndolo a una secuencia tan ordinaria como banal. Trucos televisivos que en su impulso efímero son artesanías en las que el autor desaparece, por lo que no sabremos quién ideó ese contraste que provoca evocaciones tan interesantes. Bañados, al final del capítulo, hace una reflexión profundísima que podría servir de acápite a esa escena paradójica. “Resulta curioso que un fenómeno que habitualmente se busque en el espacio, en el universo incluso, ha terminado por adentrarnos en lo más profundo de la psiquis de una persona.” La distancia entre la psique y el universo nos apabulla. El caso aquí no es desmembrar dicho nexo, sino entender el cielo como una falsa señal. El cielo es libro de lectura de varias disciplinas, ya sea astronomía como astrología, pero del mismo modo, puede prestarse a confusiones o a eventos inexistentes, falsos mensajes, juegos de luces y reflejos terrenales. Algo quiere decir la sentencia de Bañados: algo ocurre dentro que se le impugna a un afuera. Lo interesante de ambas escenas: la de Miguel Ángel Poblete señalando diversos puntos del cielo aseverando que allí se encontraba la Virgen, o la multiplicación de avistamientos (al menos informados) a finales de los noventas que excusara la transmisión de una serie documental tal como OVNI, es precisamente señalar el cielo como sitio del espectáculo, de lo que debemos ver, un imperativo. Cuántos cuellos torcidos con la mirada alta, intentando pillar a ese ovni, y ojalá fotografiarlo, ir a la televisión, dar testimonio, etc. En aquellos años no existían las redes, no obstante a pesar hoy de los avistamientos post-tecnología disponiendo de android y iphone, el arrastre a nivel entretenimiento no es tal. En aquellos años finiseculares eran motivo de atención nacional y las filmaciones en VHS de avistamientos se multiplicaban.
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En Videogramas de una revolución (1993) el director rumano Harun Farocki documenta mediante archivo televisivo y otros materiales innobles la caída del dictador Nicolae Ceaușescu, después de más de veinte años de gobierno ininterrumpido. Antes de ser capturadas las estaciones nacionales de televisión por la oposición, el gobierno ordenaba a sus camarógrafos filmar el cielo cuando se presentaran disturbios en las calles. Lo que hace Farocki es reutilizar el material generado por otros motivos. Recoge registros de televisión en vivo, fragmentos de otros documentales, secuencias de cámaras de seguridad, etc.. La imagen sin arte. O, al menos, sin un impulso artístico. Material puramente de uso. Luego, lo que se reformula y acaba siendo el arte propiamente tal, es el proceso de montaje. El arte está en el montaje y en la sintaxis de las imágenes. Lo que me fascina de estos gestos formales es el trabajo con materiales innobles. Hurgar en la basurero de la Historia, como dice Greil Marcus, en busca de breves secuencias de discursos, golpes de estado que son televisados (como el que Javier Cercas dedica un libro completo, Anatomía de un instante de 2009), terremotos en vivo, horóscopos de revistas macilentas, boletos de micro. Las cámaras del estado totalitario del film de Farocki ofrecían tomas de un cielo perfectamente azul. Las supuestas apariciones de la virgen, que hasta el día de hoy no están comprobadas, eran luces en el cielo, jamás una figura delineada. Las apariciones de OVNIs grabadas hasta el momento del programa y usadas como material de apoyo, tampoco han sido verificadas. No tenemos certezas aún hoy de lo que ocurrió allí. No eran un fenómeno exclusivo de la noche. Había apariciones sobre todo de día. Las ánimas de día claro, que se dejan ver a la luz del sol. Un terror y una fascinación diurna.
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El niño vidente poco a poco se fue retirando de la palestra mediática. Se susurraba una posible salida del Dictador. Podía ser tan real como contenido de la paranoia propia suscitada por un régimen totalitario. Con el supuesto fin de la Dictadura se avecinaba un nuevo panorama, se olía el cambio. “Pensaba todo el mundo de que cuando cayera Pinochet, que iba a ser pronto —dice Jorge González en el documental sobre los Fiskales Ad Hoc, Malditos— Chile se iba a volver una onda Almodóvar, que Chile se iba a volver como Madrid, que iba a quedar la cagá y que iba a estar todo pasando, cosa que no pasó. Y se volvió todo tetón, se puso demócrata cristiano Chile. Entonces todo se puso hiper tradicional, pero pintado de rebelde. Apareció Zona de Contacto, Fuguet, todos estos giles; que era lo mismo que había antes…se notaba que era gente que estaba criada por una represión muy grande, entonces era todo como una autocensura.” Lo que sí coincidían una gran mayoría (la que fue a votar al plebiscito, sobre todo, y que fue de convocatoria histórica) era de que la democracia sería el requisito mínimo de gobernanza de ahí en adelante, todo mediante votación y ya sin rasgos tiránicos.
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Busquen en el cielo y no en la tierra (o debajo del sol, como lo acentúa el Eclesiastés: donde no hay nada nuevo), en el cielo está el show. En el cielo está la salvación, en la tierra el infierno. El dicho “embolinar la perdiz” tiene sentido en estas escenas cuando un dedo señala el cielo para ocultar algo a veces mundano, prosaico, pero siempre práctico. Si a finales de los ochentas se discutía en los fríos pasillos del edificio Diego Portales si era necesario o no continuar con el régimen para consolidar el proyecto neoliberal, cuyo cimiento legal era la reciente constitución ideada por Jaime Guzmán, y que era necesario de momento tener a la opinión pública lo más alejada de esto, por lo que el ambiguo vidente de Villa Alemana podía servir de distractor; a finales de los noventas, por otra parte, es decir, en la transición del gobierno de Eduardo Frei Ruiz-Tagle al de Ricardo Lagos, este último conocido precisamente por haber consolidado aquel no tan lejano proyecto guzmaniano privatizando el agua (único país en el mundo con este bien no estatal), concesionando las carreteras a españoles, proyectando el errático Transantiago que Bachelet lograría a duras penas desarrollar, como también las intensidades que tomó la represión en la Araucanía bajo su mandato, fueron la instancia específica en la que urgía otro distractor.
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En el 99 desaparece Matute Johns, el caso policial más bullado en décadas y que hasta el día de hoy no se llegan a conclusiones concretas. Era curioso el despliegue mediático que supuso esta desaparición, considerando que treinta años antes era un hecho cotidiano, la cantidad de detenidos desaparecidos por la dictadura hasta el día de hoy suman 1210 personas. En el año 2000 vuelve Augusto Pinochet de Londres, luego de haber estado 503 días detenido. Es conocido el espectáculo que fue ver a Pinochet ponerse de pie de su silla de ruedas ante la atención mundial a penas bajara del avión. Una burla. Lagos, presidente en ese entonces de Chile, figuró alguna vez, a finales de los ochentas, señalando con el dedo en un programa en vivo al entonces dictador. “El dedo de Lagos” sirvió, incluso, como material de campaña que lo llevó al cargo. El mismo Miguel Ángel Poblete se paseó por la televisión en los dosmiles, ahora con su seudónimo femenino Karol Romanov (en honor a la miembro del último clan zarista), ya convertida en mujer. En un reportaje se le ve muy maquillada y más rellena, entrando en trance justo en el instante en que toman onces. Entonces, el vidente es transexual, Pinochet se pone de pie, Lagos vende el agua, Frei hizo tantos tratados internacionales que terminó por convertir Chile en una madeja.
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La filósofa porteña Lucy Oporto, siguiendo lo que en su momento señalara el poeta Armando Uribe, denomina a este estadio posterior al plebiscito como postdictadura. No hay un fin en el plebiscito sino una continuación del proyecto neoliberal por otros medios. Identifica un espíritu fascista no en la gestión, sino en las instituciones mismas chilenas. Un alma en su sentido jungiano que no se rehúsa a descartarse ante el fin de la institucionalidad de régimen. Cito a Lucy Oporto, de su libro Los perros andan sueltos (2015): «“Postdictadura” se refiere al régimen. Tras el término oficial de la dictadura, en 1990, los vencedores dieron inicio al extenso período llamado “transición a la democracia” que, en la práctica, derivó en un pinochetismo con rostro humano, vigente hasta la fecha.» Hasta el momento en que Lagos se ajustaba la banda presidencial, este pinochetismo medular seguía operando. Puedo pasarme un kilo de películas sobre lo que se tramó mientras chilenos y chilenos miraban el cielo en busca de algún objeto, un satélite, una luz de colores, una discoteca flotante. En aquellos años el desarrollo tecnológico no permitía ser demasiado expedito. Los celulares no disponían de cámaras. Había que llevar una preparada en mano para poder registrar estos objetos. Lo que sí se logró dilucidar con el paso de los años, fue que el gobierno de Lagos había sido el que más transó con bienes públicos a privados. Lagos gobernó para el empresariado con la careta de un político tradicional. Cuando dejó La Moneda, con todo el beneplácito de los empresarios, se dedicó a dar conferencias y seminarios alrededor del mundo, y a escribir sus memorias. Lo que en un principio se avizoraba como un socialismo progresista devino socialdemocracia europeísta y de brocha gruesa.
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En los albores del estallido social chileno del 2019, a propósito de las falsas imágenes de vandalismo transmitidas por el canal Mega para la marcha del 8M, se publicó el siguiente tweet que cuestionaba la ética de los medios de comunicación actuales y que se convirtió en tendencia: «Los milenial no lo saben, pero en plena dictadura un destacado conductor de TV, dijo en pantalla, “Esto no lo puedo leer, porque no es cierto”. Era don Patricio Bañados, nunca más lo contrataron en la tele, tampoco en democracia». Luego de la campaña por el NO, Bañados no estuvo exento de disputas internas con quienes comandaban la caída del tirano: la protoconcertación. Bañados con el tiempo se consideró siempre anticoncertacionista, dadas dinámicas internas que le parecían gangsteriles y que cualquier humano sensato se percataría. Se le negaron trabajos en televisión en los 90 por el mismo hecho, y sumergió su figura tras una niebla que se disipó a finales de los noventa, con su reclutamiento como conductor del programa OVNI, ideado por una productora externa que presentó el proyecto al canal nacional. Vimos por fin, denuevo en pantalla a Patricio Bañados, no dando el reporte noticiario del día, sino hablándonos de avistamientos, encuentros del tercer, cuarto y hasta quinto tipo, y mostrándonos jeroglíficos o formaciones montañosas que suponían la visita de seres del espacio exterior.
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“Lo que me causaba gracia cuando hicimos el programa es que el mismo Patricio Bañados nunca creyó en los OVNIs, pero el programa se basaba más bien en testimonios de personas. El equipo de producción no creo que haya creído en la existencia de los OVNIs, sino más bien estaba tratando un tema que estaba en boga en ese momento”, responde Cuti Aste, conocido por haber compuesto la música ambiental del programa. Millones de espectadores esperaban la transmisión del programa cada semana como si se tratara de un evento de connotaciones nacionales. La cara visible de todo este magno evento era la de Bañados, tantos años estigmatizada como sublimada, conduciendo un programa que investigaba la existencia verídica de extraterrestres. Resulta curioso que el insobornable periodista que se negó a entregar información falsa acabara investigando sobre OVNIs y seres de otros planetas. En la supuesta tibieza de la transición se cernían hechos políticos de envergadura tal que el ensueño de la democracia taparon indiscretamente. El proyecto se consolidaba, se vendía Chile a los mejores postores, se desarticulaban programas sociales, se reprimía con más brutalidad en la Araucanía, pero Chile entero yacía embobado mirando las estrellas.
Sebastián Diez Cáceres
Sociólogo (Universidad de Valparaíso, Chile)