Boric y la crisis de expectativas. Un plebiscito diario para recobrar legitimidad

Creo que ante las turbulencias es necesario reestablecer una lectura sobre el malestar y lo que sucedió en el estallido como una incomodidad contra las mismas políticas emancipatorias que pretendemos defender. Una grieta hacia nosotros mismos. La expresión de una herida. Una herida que, si bien expresaba sus potencialidades, mostraba también un lado de la moneda más pesimista. Si el malestar fue reventando contra la institucionalidad y termina estallando en un reventón social, esto no necesariamente expresa una virtud, sino más bien una carencia. Una debilidad de fondo. La debilidad del ejercicio ciudadano y la incapacidad de los sectores populares para generar las instancias institucionales que permitiesen revertir la situación. El “estallar” manifiesta esa frustración y herida. El estallido no manifiesta una conciencia política que estuviera subyacente en el pueblo, sino que expresa una rabia y un malestar profundo contra toda expresión política, donde también cabemos nosotros como izquierda. Si existían potencias que podrían ser interpretadas en dirección progresista (cabildos, cultura, movilización ciudadana), también existen potencias que pueden ser interpretadas en dirección autoritaria y conservadora (chalecos amarillos, violencia, heridos y muertes, etc.) La ciudadanía forjada en tiempos de neoliberalismo expresa malestares contradictorios y múltiples.

por Sebastián Farfán Salinas

Imagen / Octubre nos unió, que nada ni nadie nos separe, 18 de octubre 2021, Santiago, Chile. Fotografía de Nicolás Román.


El gobierno de Gabriel Boric se emplaza en medio de una grieta. Pese a la enorme expectativa y buenas sensaciones, fruto de la emocionalidad despertada tras la elección presidencial del 2021, vuelve a surgir la incertidumbre, en medio del proceso de instalación que ha debido darse por concluido de forma abrupta. Las encuestas y popularidad a la baja, sensación de inseguridad y conflictividad creciente, dificultades económicas presentes y futuras, etc., todas son señales de dificultad que borran rápidamente la sensación y expectativas de cambios.

 

Optimismo de la voluntad

Era un espejismo de la voluntad el creer que las razones del malestar social podían ser eliminadas a punta de nuevos espacios institucionales como la Constituyente o la instalación de un nuevo gobierno. En lo personal, reconozco que a cada avance en estas materias me fui ilusionando sobre las potencias de estos espacios y los nuevos actores que las ocupaban. Sin embargo, hay razones muy profundas de ese malestar que se han expresado constantemente a partir del año 2006 en adelante. Si el 2019 nos mostró a nosotros y al mundo la magnitud de la grieta, el buscar una solución o al menos caminos para esto, ahí no hay atajos. La Constituyente, el nuevo gobierno, las nuevas autoridades locales son hitos en una larga marcha en pos de construir un nuevo pacto social (si es que eso es posible).

El problema de muchos sectores a la izquierda de Apruebo Dignidad, en Apruebo Dignidad o de sectores movilizados, es que hemos tendido a ver el estallido del 2019 solo por el lado optimista de la moneda.  Una instancia que mostraba un pueblo movilizado, en torno a objetivos en clave antineoliberal y que comenzaba a mostrar capacidad de auto organización (cabildos, asambleas). Un pueblo que desbordaba a la institucionalidad “desde afuera y en contra”. Un pueblo que adquiría conciencia “para sí” y que se rebelaba frente a esta institucionalidad. Desde ahí la interpretación más inmediata sería entender la Constituyente y el nuevo gobierno de forma derivada. Como expresaba el profesor Gabriel Salazar “Ha habido un desarrollo de la soberanía popular y de su expresión en el proceso constitucional”. Una consecuencia. En la medida que la estructura se muestra, esto se refleja en la política. Sin reconocerlo se piensa que existe una estructura inmanente en ese pueblo y que lo que hizo la movilización fue despertarla. Una conciencia subterránea en forma de “memoria histórica”, “conciencia de clase”, “objetivos históricos” o más conceptos que muestran que existe una “necesidad” más allá de la misma política contingente. Al revelarse esas estructuras, se expresan todas estas potencias. Si el escenario se abrió y el pueblo “despertó” ¿Cómo explicar la caída en aprobación del gobierno? Bajo la óptica que venimos siguiendo, el desvío del camino trazado es traición. Podría explicarse como el castigo de ese pueblo ante un gobierno que se “desvía” de los objetivos trazados desde octubre del 2019 y que traiciona esas aspiraciones.  En otra interpretación, pero con el mismo análisis de base, ante las recientes encuestas, el malestar que vuelve a aflorar se lee como un fenómeno que no puede sino ser conspiración o parte de mecanismos para “manipular” la realidad ya mostrada. El problema acá serían los medios de comunicación, más que la realidad misma.

 

Pesimismo de la razón

Creo que ante las turbulencias es necesario reestablecer una lectura sobre el malestar y lo que sucedió en el estallido como una incomodidad contra las mismas políticas emancipatorias que pretendemos defender. Una grieta hacia nosotros mismos. La expresión de una herida. Una herida que, si bien expresaba sus potencialidades, mostraba también un lado de la moneda más pesimista. Si el malestar fue reventando contra la institucionalidad y termina estallando en un reventón social, esto no necesariamente expresa una virtud, sino más bien una carencia. Una debilidad de fondo. La debilidad del ejercicio ciudadano y la incapacidad de los sectores populares para generar las instancias institucionales que permitiesen revertir la situación. El “estallar” manifiesta esa frustración y herida. El estallido no manifiesta una conciencia política que estuviera subyacente en el pueblo, sino que expresa una rabia y un malestar profundo contra toda expresión política, donde también cabemos nosotros como izquierda. Si existían potencias que podrían ser interpretadas en dirección progresista (cabildos, cultura, movilización ciudadana), también existen potencias que pueden ser interpretadas en dirección autoritaria y conservadora (chalecos amarillos, violencia, heridos y muertes, etc.) La ciudadanía forjada en tiempos de neoliberalismo expresa malestares contradictorios y múltiples. Una ebullición de múltiples razones, pero que no expresan nada que esté de antemano determinado en alguna estructura previa.

Esto no es nada nuevo. Gramsci ya nos decía que el sentido común expresa elementos incluso contradictorios entre sí, como parte de la visión de mundo de un momento determinado. Ideas conservadoras, junto a ideas progresistas que viven simbólica y materialmente en todos nosotros. Incluso estas ideas progresistas o de avanzada para la época, no tienen nada garantizado de antemano. Por eso Gramsci señala que “las nuevas ideas tienen una posición extremadamente inestable entre las masas populares”. En esta tensa convivencia es donde se juega justamente la hegemonía. Hegemonía que no está dada y que se disputa siempre de forma contingente en base a la política y las correlaciones de fuerzas. No existe una historia jugándose tras bambalinas, o una ciudadanía que debamos “despertar” a la verdadera conciencia. La noción de qué es lo justo y “verdadero”, siempre se juega en el terreno inestable del sentido común y de la hegemonía.  En esta forma de entender la política cobra todo el sentido la frase de Stuart Hall sobre que en política “los intereses no vienen dados, sino que siempre tienen que ser política e ideológicamente construidos”. Estas reflexiones son pertinentes para pensar la ruptura de la crisis chilena, no como un momento que reflejara un sujeto constituido, con sus demandas, identidad y programa “despertando” a la noche del neoliberalismo, sino más bien como una posibilidad de abrir cancha a una salida progresista de la crisis, en medio de un escenario siempre inestable.

Esta idea se refuerza si pensamos la crisis en medio de la sociabilidad construida por más de 30 años de neoliberalismo. La separación extrema que se ha ido generando entre la política institucional y la ciudadanía ha ido reforzando una mirada desconfiada y lejana hacia toda forma de acción política institucional. Si bien desde el 2006 esto ha ido reventando en forma de acción social, esto no necesariamente tiene un contenido que se exprese claramente en términos de preferencias ideológicas. A la base del malestar y la acción anti política ha ido creciendo una desconfianza que ha configurado un espacio desde afuera, pero sin contornos ideológicos políticos claros. La expresión de la desconfianza social. Desde la explosiva irrupción de Marco Enríquez Ominami en su momento, Beatriz Sánchez, Franco Parisi hasta La Lista del Pueblo, estos fenómenos, en apariencia diversos y hasta antagónicos en lo ideológico, pueden ser leídos desde la desconfianza y una forma de manifestación de ese rechazo. En la misma línea, los constantes “bandazos” políticos electorales de un lado hacia otro del péndulo, pueden ser leídos como formas de rechazo y desconfianzas hacia los gobiernos que estaban en ejercicio. En este sentido las constantes referencias a una “derechización” o “izquierdizacion” de la sociedad chilena, dependiendo de si ganaba o Piñera o Bachelet en los 2000, no serían sino espejismos tras esta desconfianza de fondo. El enojo contra la política. La rabia contra todos los políticos. Kathy Araujo llama a este fenómeno desconcertante en la sociedad chilena “electorado infiel”. Una expresión electoral del malestar. Como bien nos señala Josefina Araos sobre los estudios de Araujo, es llamativo señalar que la mayoría de la sociedad mueve constantemente sus preferencias políticas y sobre todo que, luego del 18 de octubre del 2019, la mayoría se identificó en el “centro”. ¿Significaba esto que la Democracia Cristiana o el Partido Radical crecían? Lo que mostraron las elecciones fue todo lo contrario. El centro es una forma de expresarse fuera de contornos políticos tradicionales a la izquierda o la derecha. Una forma de sostener la necesidad de cambio, pero alejado de domicilio claro. La “política lejana” que destaca Josefina Araos siguiendo los estudios de Kathy Araujo y Juan Pablo Luna.

 

Boric y Apruebo Dignidad en el interregno

Tomando estas referencias creo que se capta mejor las potencialidades y dificultades del gobierno de Boric. El acierto de Boric de segunda vuelta fue dejar atrás la noción mecánica de asumir que el ser representante del cambio luego del 2019, le podría dar una mayoría social. Una noción incluso antagónica a lo que intentó mostrar Daniel Jadue en su campaña cuando sus adherentes señalaban que Jadue sí podía asistir a la Plaza de la Dignidad, mientras Boric no.  La tarea era justamente “construir” esa mayoría y no reflejarla. Esa construcción de mayorías se tenía que hacer cruzando fronteras y tocando diversos hilos del sentido común. Ante todo, buscando representar el cambio, pero a la vez el orden. Mostrar al chileno descontento que Boric podía representar un nuevo orden frente a lo que había significado la derecha en el gobierno. Ante todo, articular en la fragmentación.

Si observamos la diferencia entre la primera y la segunda vuelta se observa el techo claro que tenía la izquierda incluso luego de un escenario de estallido. A mi juicio es una ilusión autocomplaciente pensar que el triunfo de segunda vuelta fue otorgado centralmente por el despliegue de orgánicas sociales o de grupos extrainstitucionales a la izquierda de lo que ya movía Apruebo Dignidad. La clave estuvo en saber convocar a una ciudadanía desconfiada y distanciada de la política a través de relatos que ofrecieron cambio y renovación, pero a la vez capacidad de orden y certezas. Es importante dejar esto en claro, ya que es ilusorio creer que la crisis de la representación escapa a lo “social”. Las mismas orgánicas sociales más constituidas están insertas en la crisis y generan fenómenos de esperanza y frustración a la par de lo que pasa con la política institucional. Hay muchos ejemplos de lo que aparentan ser grandes organizaciones sociales, pero sin capacidad electoral, lo que da cuenta de esa crisis de representación. Incluso y si bien fue la más alta tasa de participación en la historia reciente, un 45% de la población decidió no participar de la 2da vuelta.

Esto último nos permite entender la rápida caída de expectativas y popularidad del gobierno de Gabriel Boric o de la Constituyente. Si bien estos espacios lograron canalizar institucionalmente las expectativas después del estallido, eso no quiso decir que se solucionó la problemática de fondo de crisis de la sociedad chilena. Menos quiere decir que la sociedad chilena se “izquierdizó”. Las expectativas fugaces rápidamente se van frustrando y se va reproduciendo el esquema de distancia y la gran mayoría de ese electorado retoma la posición de “centro” desconfiado de lo institucional.

 

Pistas futuras

Es clave partir reconociendo la enorme complejidad de la sociedad a la que nos enfrentamos. Una “estructura fragmentada” como la llama Juan Pablo Luna. La obligación de espacios institucionales es dar señales correctas para enfrentar las grandes deudas de la sociedad chilena. Un “modelo para armar” posible es la negociación del sueldo mínimo que logró el gobierno de forma muy rápida. La virtud en este caso no está en la rapidez, sino en el método. Una negociación que logró poner de acuerdo a trabajadores a través de la CUT y organizaciones de PYMES. Un acuerdo que de este modo se muestra como transversal y que tiene sustento social. Este método es una luz que puede ir contribuyendo a la gran tarea de reconstruir un pacto social en diversas áreas. Se trata de construir un Estado de compromiso para el siglo XXI que ponga nuevas bases a la institucionalidad. En ello es clave buscar los caminos que permitan poner sobre la mesa a sectores empresariales y de trabajadores, ambientales, barriales, etc. para ir construyendo nuevos consensos en torno a los temas claves del Chile actual.

Esta forma de accionar se encontrará de frente con las presiones comunicacionales y la agenda inmediata, sin embargo, la crisis sigue acá y se deben buscar formas alternativas de resolver problemas. Alejados de las grandes acciones comunicacionales y más pegados al trabajoso proceso de construir consensos lentos entre diversos mundos del Chile actual.

Más que una gran maniobra para enfrentar la crisis, se necesita una larga marcha en pos de construir un nuevo pacto social. Esa tarea es central para este gobierno, pero debiese incluir a la actual oposición y también a sectores a la izquierda del gobierno. Partiendo de la humildad de la crisis de representación presente y de que la crisis sigue en nosotros y contra nosotros. En este caso se tratará, como decía Renan, de construir una nación todos los días.

Sebastián Farfán
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Militante de Convergencia Social