Si se supone que la mayoría de las universidades no deben lucrar con la educación de la educación que ellas proveen y el conocimiento que difunden ¿por qué instituciones financieras auxiliares deberían beneficiarse de ellas?
por George Caffentzis
Traducción de Afshin Irani / Texto original Uniconflicts in spaces of crisis: Critical approaches in, against and beyond the university.
Imagen / El rey perdonando las deudas de su sirviente, 1554, Dirck Volckertz Coornhert. Fuente.
Si alguien recibiera armas de un amigo que está en su sano juicio,
pero si este enloqueciera y las reclamara,
cualquiera estaría de acuerdo en que no se las debe devolver,
y que aquel que las devolviese no sería justo.
Platón, República (331c).
En el otoño de 2011, justo después del término de Occupy Wall Street, comencé a hablar en apoyo de quienes se habían comprometido a rechazar el pago de las deudas de sus créditos estudiantiles una vez que millones también lo habían hecho (en el marco de la campaña Occupy Student Debt). En el transcurso de algunas presentaciones que di sobre esta campaña, recibí varias consultas y críticas. Las consultas eran la mayoría de las veces prácticas como “¿qué pasa con los avales, qué les pasará cuando sea el millonésimo primer estudiante que se rehúsa a pagar la deuda del crédito universitario?” Las críticas también eran prácticas, desde “¿Por qué no organizar a la gente para rechazar todo tipo de deudas?” hasta “¿Si te rehúsas a pagar la deuda del crédito universitario, acaso el Gobierno Federal no dejará de apoyar por completo el programa de créditos para estudiantes y, por lo tanto, perjudicarías a los futuros estudiantes?”. Estaba preparado para enfrentar estas preguntas y críticas prácticas en sus propios términos, con evidencia empírica y argumentos políticos.
Pero había una crítica aun más problemática que no era respondida tan fácilmente, ya que quienes las hacían no sólo estaban en desacuerdo con las premisas de la campaña –estaba justificado rehusarse a pagar la deuda del crédito estudiantil– sino que estaban moralmente ofendidos por ellas. Sus réplicas a mis argumentos para la campaña tomaron una especie de aura metafísica cuando ellos hablaban sobre la importancia de pagar las deudas de préstamos que solicitaron libremente, sean cuales sean las consecuencias. Sus críticas rápidamente dejaron el plano de los hechos e incluso de los valores, e ingresaron a un mundo de meta-valores, siendo su premisa que uno no puede ser moralmente serio a menos que uno pague sus deudas.
Este problema político, planteado por esta actitud moral al repago de la deuda, ponía el dedo en la llaga de miles de estudiantes deudores que han sido humillados por su incapacidad de pagar sus préstamos. Esta vergüenza ha llevado a muchos a ocultar y a no hablar con otros (incluso con miembros de la familia) sobre sus dificultades y aprietos. De acuerdo con mi investigación respecto de esfuerzos previos de abolición de la deuda estudiantil, una de las razones principales de que ellas no hayan sido exitosas ha sido su incapacidad de superar el característico silencio de la humillación de los deudores, que es profundamente anti político porque convierte un problema político en un problema individual que debe ser tratado una persona a la vez. Por consiguiente, había que ocuparse esta crítica moral directa y decisivamente si es que el esfuerzo anti deuda estudiantil no quería enfrentarse a un destino similar, ya que esta crítica no sólo hace difícil movilizar a los críticos, sino que tiene un efecto problemático en muchos deudores que ya son vulnerables al chantaje mental implícito en las aseveraciones “moralistas de la deuda”.
Pensando la interrogante planteada por estos moralistas de la deuda, me di cuenta que, como filósofo, estaba equipado para enfrentar a los argumentos filosóficos a favor y en contra de el pago de la deuda del crédito estudiantil. Mientras más exploraba la literatura, más me daba cuenta que la defensa al rechazo a la deuda tiene una larga historia filosófica. Era importante adecuar esta literatura al discurso contemporáneo sobre la deuda en respuesta a la rigidez del moralismo de la deuda.
Si la República de Platón marca el principio de la filosofía política, entonces el rechazo al pago de la deuda aparece en el principio de esta. Platón, el encanto aristócrata de los pensadores conservadores en verdad defiende el rechazo al pago de la deuda en su República. La preocupación de Platón sobre la deuda no debe sorprendernos, ya que el endeudamiento conducente a la esclavitud era fuente de las guerras civiles y revoluciones durante la historia de la antigua Grecia desde el 600 a.C. en adelante. Solón, el famoso legislador ateniense, buscó detener este desorden permanente causado por el ciclo de deuda-esclavitud-revolución-deuda y el reinicio constante de la guerra de clases entre deudores pobres y los plutócratas acreedores que conducían a Atenas a la catástrofe. Él lo hizo decretando el fin de la esclavitud por deuda, un movimiento que permitió la democratización del Estado ateniense, y aumentando la remuneración de los ciudadanos por su trabajo público (especialmente por su participación en la administración de la justicia y la legislación, la cual requería asambleas generales y ser parte de los jurados, como el jurado de más de 800 que decidió el juicio de Sócrates).
Solón fue un político e incluso un sabio, pero él no era filósofo, Platón lo era. ¿Qué tenía que decir él sobre el repago de la deuda? Significativamente, la discusión de la deuda al principio de la República. La primera persona que Sócrates interroga, haciendo la pregunta germinante del libro “¿Qué es la Justicia?”, es Céfalo, un fabricante de armas rico – aunque un migrante, miembro del 1% ateniense– y dueño de la casa donde se supone que es puesto en escena el diálogo en la República. El mismo nombre “Céfalos” es importante, pues en griego antiguo significa “cabeza” y tal palabra está relacionada a la palabra “capital”.
La respuesta de Céfalos a la pregunta de Sócrates, bastante apropiada para un mercader, es “decir la verdad y devolver lo que se ha recibido” (331d) pero Sócrates desestima esta definición, señalando que si una persona toma prestada armas de un amigo, pero en el entretanto el amigo se desquicia y vuelve un loco (sanguinario o suicida), no sería justo para el deudor devolver las armas al amigo… de hecho, pagar la deuda en estas circunstancias sería absolutamente injusto, ya que llevaría a asesinato, a suicidio, o a ambos. Por ende, las condiciones de pago justas para una deuda no necesitan de un compromiso absoluto bajo cualquier condición. Al universalizar el núcleo de lo que Sócrates añade a la definición de Céfalos tenemos la siguiente máxima: uno debe negarse a pagar un préstamo cuando el pago conlleve a consecuencias injustas o malas que sobrepasan la equidad que resultaría de su pago.
La desconfianza que tiene Platón de la sabiduría de Céfalos fue producto de las vastas experiencias políticas que tuvieron los atenienses con una clase de mercaderes y terratenientes que, como Céfalos, insistieron que sus préstamos debían ser pagados incluso si resultaban en la esclavitud de los deudores y una guerra civil basada en la división de clases. ¡Esto podría explicar por qué, en la respuesta de Sócrates, Platón se refiere al préstamo de un arma! Los acreedores, en este caso, parecen ser una multitud enloquecida, con el pago de la deuda como causa de asesinato y suicidio, especialmente cuando termina con la esclavitud de sus conciudadanos.
Estos problemas no terminan con el fin del mundo antiguo. En efecto, los moralistas de la deuda de hoy ofrecen una respuesta a aquellos que rechazan el pago de los préstamos estudiantiles, similar a la que Céfalos hizo a la pregunta de Sócrates. A su vez, nosotros debemos responder al imperativo categórico de los moralistas de la deuda igual como Sócrates respondió a la definición de justicia de Céfalos, con un empático “depende”.
En primer lugar, depende si los préstamos estudiantiles son injustos en sí mismos o qua préstamos. En este sentido, el mecanismo actual de crédito estudiantil habla por sí mismo. Comenzando, las deudas estudiantiles por préstamos en Estados Unidos no pueden ser descartadas por bancarrota, a diferencia del resto de las otras deudas que sí pueden serlo. Además, un largo porcentaje de estos préstamos han sido contraídos bajo condiciones fraudulentas, como se ha revelado en el transcurso de los escándalos frecuentes, casos judiciales y comités de investigación del Congreso. Como Robert Meister señaló en el caso de la Universidad de California, los administradores de la Universidad se empeñaron en que los aranceles de futuros estudiantes sean pagados en su mayoría por préstamos y becas para sostener la clasificación de inversión de la Universidad, sus proyectos capitales y una variedad de acuerdos de investigación que hacen del dinero público ganancia privada. Este terreno ha sido explorado a fondo por movimientos estudiantiles abolicionistas de la deuda anteriores y todavía tenemos mucho que aprender de ellos.
Segundo, depende si el bien colectivo es alcanzado pagándolo. Aquí es importante comprender la función de la deuda estudiantil en el contexto de los cambios que han tenido lugar en el financiamiento de la universidad desde la década de 1970. El permanente aumento del coste de la deuda estudiantil (ahora más allá del trillón de dólares) ha sido la condición material que hace posible la imposición de un aumento permanente en los aranceles tanto en las universidades públicas y privadas sin lucro y ha financiado la expansión de las universidades que lucran. Estos desarrollos han llevado a la corporativización y privatización de las universidades, por un lado, y sumergido a una generación completa a las ataduras de la deuda, por el otro. Por lo tanto, no hay duda que devolver la universidad al sistema de aranceles gratuitos y evitar una ulterior polarización de la sociedad requiere que terminemos con el sistema de deudas estudiantiles presente.
Tercero, depende de si la educación y el conocimiento que los prestamos estudiantiles están destinados a pagar debiesen ser, en primer lugar, productos básicos. Aquí es donde Platón entra de nuevo. Platón durante su vida mantuvo una antipatía a los “sofistas”, Esta palabra tiene una referencia sociológica –quienes le vendían su conocimiento a los estudiantes– Así como uno epistemológico– quienes son sabios. Los sofistas creían que el conocimiento era una mercancía que podía ser cambiada por dinero. Esta era su respuesta a la pregunta que ha sido el centro del debate con respecto al desarrollo de las universidades que lucran y la intensificación de los esfuerzos corporativos para imponer el régimen legal de la propiedad intelectual en el trabajo académico. Platón no lo aprobaría. La suya era una noción de conocimiento que no era mercancía ni mercantizable. En la República de Platón aquellos que conocen pueden vivir una vida perfectamente comunista, sin pagar por su educación ni por su uso. Por dos mil años esta concepción de una institución académica permaneció como la dominante, e incluso en estos tiempos neoliberales aun tiene valor.
El mismo status de la mayoría de las universidades (que son públicas o privadas pero sin admitir el lucro) y las tradicionales limitaciones temporales situadas en “derechos de propiedad intelectual” (por ejemplo, las patentes otorgan derechos de monopolio para la venta de una invención por 20 años) indican que, a pesar de los esfuerzos altamente organizados y bien financiados, aun no es percibido como legítimo. Si se supone que la mayoría de las universidades no deben lucrar con la educación de la educación que ellas proveen y el conocimiento que difunden ¿por qué instituciones financieras auxiliares deberían beneficiarse de ellas?
El rechazo a la deuda estudiantil es, por lo tanto, un principio tan justo como negarse a devolver una pistola cargada tomada prestada a un amigo enloquecido que intenta asesinar y suicidarse con ella. No debe ser deteriorado por objeciones como la siguiente “¿Acaso cancelar toda la deuda no sería injusto con quienes lucharon duro para pagar sus prestamos estudiantiles?” porque, como David Graeber replica en su importante libro La Deuda, los primeros 5.000 años, este argumento es tan ridículo como decir que es injusto para una víctima de un robo que tampoco le hayan robado a sus vecinos (p.389).
Platón estaría de acuerdo.