El problema en parte de esta izquierda, es la perdida de la cultura propia y la adopción de la cultura del adversario. Es fiarse del enemigo y al mismo tiempo renunciar a construir fuerza propia. Que mientras los compañeros se van probando la camisa y el traje, se les va muriendo la rebeldía. Es renunciar a la lucha política, para entrar al “comité para la gestión de los asuntos de la clase burguesa” sin hoja de ruta para defender los intereses de la clase subalterna. Es también un cambio en el perfil del militante de izquierda, es el reemplazo del luchador social por el burócrata. Las históricas formas de organización como el centralismo democrático y la dirección de cuadros, pierden su potencialidad orgánica, más por claudicación que por necesidad. Los lazos de unidad ideológica se desdibujan con vínculos de dependencia y subordinación laboral […] Es la victoria de las cuestiones parciales y cotidianas que se plantean en el interior del estado burgués, manteniendo su justo equilibrio sobre la lucha por el auge de las clases subalternas y la destrucción del modelo neoliberal.
por Diego Saavedra
Imagen / Estampilla soviética del Palacio de los Soviets, 1937. Fuente.
La gente no dijo nada.
No dijo nada, solo olisqueó,
y ya no vio el fin de su esclavitud y sus errores.
Nikola Vaptsarov
¿Qué les queda por probar a los jóvenes
en este mundo de paciencia y asco?
¿sólo grafitti? ¿rock? ¿escepticismo?
también les queda no decir amén
no dejar que les maten el amor
recuperar el habla y la utopía
ser jóvenes sin prisa y con memoria
situarse en una historia que es la suya
no convertirse en viejos prematuros.
Mario Benedetti
Cuando los medios de comunicación social “criollos” se refieren a la izquierda del siglo XXI, particularmente la denominan la “nueva izquierda” para diferenciarla de la Concertación o burdamente la caricaturizan en los términos empleados por el candidato Sebastián Sichel cuando se refería al actual presidente, como alguien carente o “falto de experiencias vitales”. Esto de la cuestión generacional es sin duda un elemento bastante presente en el Frente Amplio como también en las nuevas figuras del Partido Comunista. Elemento que se expresa de forma clara, por ejemplo, en una seria de fotografías y videos que circulan en redes sociales donde aparecen varios personeros del actual gobierno –Gabriel Boric, Giorgio Jackson, Izkia Siches, Camila Vallejos– tanto en marchas como actividades durante las movilizaciones del 2011 contrastadas con otras donde aparecen como funcionarios de gobierno. Imágenes que dan cuenta del decenio de luchas sociales vividos desde el auge del movimiento estudiantil y que han llevado el último año al pacto Apruebo Dignidad al gobierno. Otro elemento que caracteriza esta juventud es que este gobierno (ministros/as) es en promedio el más joven de la historia de Chile.
Pero esta cuestión generacional no es el “único” o “el más importante” elemento distintivo que marca a esta nueva izquierda. Lo principal es el nuevo rayado de cancha en el campo político que establece una diferencia entre la izquierda con los partidos que forman parte del proyecto histórico de la Concertación que gobernó Chile los últimos 30 años. La cuestión central es sin duda la valoración critica de la aceptación, administración y profundización del modelo económico, político y social del neoliberalismo por parte del progresismo concertacionista. Y de la consecuencia mediata de dicha aceptación en el campo social y la lucha de clases. A mi juicio, uno de los problemas de conceptualizar el factor de la juventud o el rasgo generacional como una diferencia importante, hace un flaco favor a las fuerzas de transformación, pues construye un manto de cierta estatura moral impugnatoria (por el simple hecho de ser lo nuevo), que produce cierta idealización de la juventud. Como si el elemento generacional per se estuviera exento de vicios. Como si por el hecho de ser la nueva política, no fuera capaz de reproducir la vieja.
Es precisamente en esto que quiero profundizar. Sin duda que el triunfo de Gabriel Boric significó una importante tranquilidad ante el posible peligro de una victoria electoral de José Antonio Kast y de la extrema derecha y la aproximación de una posible deriva autoritaria-neofascista. Si bien las fuerzas democráticas (que exceden a la izquierda) lograron vencer electoralmente al terror, las dificultades que aborda para la izquierda el nuevo escenario son extremadamente complejas. Las fuerzas del orden se reagrupan después de la avanzada impugnatoria posterior al estallido social. La pandemia y crisis económica global han contribuido significativamente a la desmovilización de los subalternos. Con la inexperiencia de la mayoría de los miembros de Apruebo Dignidad en el Estado y la incertidumbre sobre el resultado del proceso constituyente, los desafíos de la izquierda aumentan, principalmente por la carencia de una estrategia política revolucionaria, la excesiva burocratización de los dirigentes (como de los militantes del Frente Amplio) y su pérdida de anclaje en el campo social.
1. Sobre la movilización de masas y el anclaje en el campo social
La lucha por el socialismo, o por el fin de una sociedad capitalista, ha generado en la izquierda política la capacidad de producir elementos necesarios para el combate. Esta tarea fue la cuestión de principal preocupación de Lenin, el producir las herramientas y tecnologías necesarias para la lucha. Lenin primero y los Bolcheviques después entendieron que para transformar radicalmente la sociedad necesitaban de revolucionarios preparados. A estos revolucionarios preparados se les denomino “cuadros”. El cuadro es un organizador de la clase obrera, es un agitador, un orador, un saboteador del capital en nombre de la clase. El cuadro no solamente es quien tiene formación intelectual, “sino en su entrega con los objetivos y a la línea de la organización” (Therborn 60) como también en su basta experiencia en las luchas de la organización y en la construcción de instituciones entroncadas con el desarrollo del proletariado. El cuadro político es parte de un colectivo humano, por ende, debe necesariamente construir “lazos de solidaridad ideológica, reforzados por los vínculos que proporciona la práctica organizativa común” (Therborn 60). El cuadro en dicho sentido “debe dirigir antes que mandar. Y esto es así porque el cuadro no está (solamente) por encima del grupo, sino que (antes que nada) forma parte de él. El problema típico del organizador de la clase obrera es unificar un colectivo y mantenerlo unido por la solidaridad y la entrega” (Therborn 61).
Los cuadros forman una parte fundamental en el desarrollo de la lucha de clases, como “un constructor, organizador y persuasor permanente” (Gramsci 392), de esta forma se desarrollan dos ideas importantes o elementos nucleares para la estabilidad de un partido revolucionario, y su consecuencia directa, la conducción de los procesos revolucionarios. Estas ideas, que son centrales en la consolidación del partido bolchevique, es lo que Therborn llama la tecnología política de la “dirección de cuadros” y el principio leninista del centralismo democrático. Por una parte, la dirección de cuadros es la conducción dinámica flexible, inmediata y orientada por los lineamientos establecidos previamente por el colectivo. A su vez se caracteriza “por estar por encima de los formalismos, y por el talento pragmáticos para adaptarse a situaciones cambiantes, pero también por una inseguridad y diletantismo difusos” (Therborn 61). El centralismo democrático es el elemento organizador central, implica un mecanismo democrático de toma de decisiones, un acuerdo entre militantes, donde la minoría se subordina a la decisión de la mayoría, pero con la participación de la minoría en el cumplimiento de la definición adoptada. Junto con ello la necesidad de crítica y autocrítica constante que aumenta la disciplina interna y el aumento de la autoexigencia. Por último, la revocación de cargos, vale decir la rendición de cuentas del trabajo, con la respectiva sanción en caso de un desfavorable balance. Ahora esta forma de organización, implicaba necesariamente una fuerte vinculación de sus miembros en los movimientos de masas, y las luchas sociales de su tiempo en particular a la unidad del marxismo con el movimiento obrero.
Cabe señalar que los colectivos estudiantiles de 2011 que se disputaron la conducción del movimiento estudiantil, y que posteriormente dieron vida a parte de las organizaciones que el día de hoy componen el Frente Amplio, en mayor o menor medida, tenían esta forma de organización o recogían algunos de estos principios en su construcción colectiva, algunos daban prioridad a una política de cuadros, otros a la discusión colectiva, pero sin lugar a dudas la asamblea ocupaba un lugar central en la toma de decisiones. Estos elementos fueron haciendo crisis y desapareciendo en cuanto estas fuerzas políticas comenzaron a tener representación política en la institucionalidad, ingresando de esta forma financiamiento estatal, y reconocimiento público, que a su vez significó un flujo importante de militantes.
2. Sobre la burocratización y el Frente Amplio
Se dice que el capitalismo es en parte exitoso porque logró desarrollar un tipo de tecnología de la dominación eficiente, la burocracia. Para Max Weber la burocracia es la organización por excelencia, llamada a resolver de forma racional y eficiente los problemas de la sociedad. Esta noción weberiana idealizadora de la burocracia, no es más que la noción panfletaria de la eficiencia del Estado Burgués. El burócrata no es más que un leguleyo, un funcionario que aplica las normas predeterminadas ya con antelación a los posibles problemas. La burocracia “se caracteriza por la especialización, la despersonalización, y la monopolización estratificada de saberes intelectuales por parte de los profesionales correspondientes” (Therborn 55). Este tipo de organización es la que se encarga en el Estado Burgués de procesar en términos de la dominación las conflictividades sociales, dándole una respuesta técnica a la demanda social. Existen para retardar, confundir y engañar con minucias legales y variables económicas, y de esa forma consolidar el statu quo de las cosas. Son los operadores de la máquina moledora de carne que Orwell retrataba en Winston Smith, el funcionario quien de forma eficiente reescribía la historia, borrando sistemáticamente el registro de personas purgadas por el Gran Hermano. Es en la burocracia misma que hoy parte del Frente Amplio envía a sus militantes a copar los cargos del Estado, municipalidades, ministerios y parlamento, recibiendo sueldos estatales millonarios, y junto con ellos integrando a otros varios miembros de la ex Concertación. A todo lo anterior se suma la política parlamentaria, donde priman las lógicas de los “salones de té y clubs”, espacios donde la burguesía como clase decide los destinos del país con sus respectivas “tradiciones republicanas”, rituales y reuniones en lógica de camarillas, manipulación de agendas, clientelismo, y compadrazgo.
El problema en parte de esta izquierda, es la perdida de la cultura propia y la adopción de la cultura del adversario. Es fiarse del enemigo y al mismo tiempo renunciar a construir fuerza propia. Que mientras los compañeros se van probando la camisa y el traje, se les va muriendo la rebeldía. Es renunciar a la lucha política, para entrar al “comité para la gestión de los asuntos de la clase burguesa” sin hoja de ruta para defender los intereses de la clase subalterna. Es también un cambio en el perfil del militante de izquierda, es el reemplazo del luchador social por el burócrata. Las históricas formas de organización como el centralismo democrático y la dirección de cuadros, pierden su potencialidad orgánica, más por claudicación que por necesidad. Los lazos de unidad ideológica se desdibujan con vínculos de dependencia y subordinación laboral. Estos lazos cambian, se van acentuando las relaciones de favorecimiento personal con sueldo fijo, y garantías económicas. Una suerte de anhelo de promoción social con pago de favores electorales. El momento en que la política se vuelve una suerte de negocio familiar y una constante necesidad de proteger los intereses del caudillo de turno. Es la victoria de las cuestiones parciales y cotidianas que se plantean en el interior del estado burgués, manteniendo su justo equilibrio sobre la lucha por el auge de las clases subalternas y la destrucción del modelo neoliberal.
3. La desviación oportunista.
Es preocupante que la izquierda carezca de una estrategia revolucionaria o de transformación radical, o como mínimo una política en el Estado para hacer cumplir el programa de gobierno, gobierno que es en parte una alianza entre la izquierda y el progresismo neoliberal. Esta preocupación no es baladí, no olvidemos que el gobierno de la Nueva Mayoría fue en parte eso, una alianza de clase, donde terminaron primando los intereses empresariales, con una izquierda atrapada en la fuerza centrífuga del juego institucional, política que al Partido Comunista le trajo innumerables costos en el mundo social.
Lo peor de todo es seguir reproduciendo la política neoliberal que mantiene la lógica de la focalización de recursos públicos en “los más vulnerables”, como em el nuevo programa de gobierno llamado “Chile Apoya”. Aquí es donde aparece el oportunismo, que consiste en el engaño propio y ajeno sobre el rol del Estado, “en el hecho de creer y hacer creer que el aparato del Estado es un instrumento plegable a voluntad, a las intenciones, a las decisiones de una clase. Consiste en el hecho de creer que el gobierno es el dueño del aparato del Estado. Y de actuar en función de esta creencia” (Balibar 61). Esta es una cuestión que, en perspectiva histórica, la Unidad Popular y Salvador Allende tenían sumamente clara cuando repetían a sus cuadros y militantes que tener el gobierno no implicaba necesariamente tener el poder. Esta es una de las cuestiones necesarias a considerar, pues el hecho implica un compromiso de clases. Comprende una alianza entre clases, vale decir, “el oportunismo consiste precisamente en el hecho de mantener la ilusión de que la burguesía y el proletariado pueden ejercer el poder por el intermedio de un aparato de Estado del mismo tipo histórico, al precio eventual de arreglos, de transformaciones en las instituciones y en su funcionamiento, pero sin ruptura histórica, sin paso revolucionario de un tipo de Estado a otro” (Balibar 61). La desviación oportunista es hacer creer que es posible una alianza de clases con el progresismo neoliberal, es conformarse con ser la izquierda del neoliberalismo y renunciar a ser la fuerza transformadora radical del Estado. Es esta la diferencia central que históricamente marcó una ruptura de la cultura comunista con la socialdemocracia, y lo que nos diferencia hoy a las fuerzas de transformación del proyecto histórico de la Concertación. Es en concreto lo que se refiere “a la cuestión de la destrucción revolucionaria del aparato del Estado existente, y no a la simple cuestión abstracta del ejercicio del poder” (Balibar 59).
Ahora esto no implica decir con liviandad que los compañeros/as son amarillos por no transformar inmediatamente el carácter del Estado. Lo son cuando no ven más alternativa que continuar con la lógica dominante sin introducir cambios significativos, cuando renuncian a impulsar una nueva forma de hacer política, una subalterna y contrahegemónica que tenga como inspiración el promover reformas o cambios encaminados a pavimentar una ruta hacia la transformación radical de la sociedad. En simple, reformas que conduzcan a la revolución. En dicho sentido, parece que la única alternativa prevista por los dirigentes de esta nueva izquierda es aguantar en el gobierno reproduciendo la misma política y práctica de la clase dominante, hasta que en el mejor de los casos y por arte de magia el trabajo de la Convención Constitucional sustituya el Estado por otro; y al mismo tiempo consolidar la desviación oportunista, formando políticos profesionales y burócratas con jugosos sueldos estatales, reproduciendo su clase y privilegios en el Estado para de esta forma acrecentar sus posiciones en “la pequeña política”, jugando con la ilusión de millones de personas por el hecho de creer y hacer creer que se esta transformando la sociedad, al mismo tiempo que se está re-oxigenando el proyecto histórico de la Concertación y fortaleciendo las instituciones de la burguesía.
Ante esto es que hay que rebelarse, y como dice Mario Benedetti en su poema sobre los jóvenes, recuperar el habla y la utopía. Esto implica necesariamente volver a lo fundamental, diseñar la estrategia propia, “es necesario proponerse hacer solo lo que se sabe y puede hacer”, volcarse nuevamente a las luchas de nuestro tiempo, por ejemplo, la lucha por un nuevo modelo de desarrollo que termine con la lógica extractivista, la lucha por nuestros medios de subsistencia, de la naturaleza y de las futuras generaciones, la sequía y el saqueo del agua, las reivindicaciones de la dignidad como las luchas feministas y de las primeras naciones. La izquierda debe girar su política en torno a los movimientos sociales y sus demandas, “reanudar tranquilamente el trabajo, recomenzando desde el principio”, reconstruyendo los vínculos y alianzas, y estableciendo una táctica capaz de tensionar al gobierno en el carácter de las reformas y el cumplimiento del programa. En ese sentido, es necesario darle una impronta a este gobierno, y esto implica la posibilidad de pujar por una apertura para los intereses de la clase subalterna, que no implique únicamente el cambio de una constitución, sino el cambio por el carácter mismo del Estado, un Estado donde se expresen los intereses de los subalternos. La izquierda se está jugando la posibilidad histórica de ser la bisagra para las fuerzas populares en la conquista de la soberanía de sus vidas. La izquierda que verdaderamente quiere transformar la realidad, debe desburocratizar su política para que, de esta forma “la gran política” vuelva a ser herramienta de los subalternos en la lucha de clases retomando así las olvidadas ideas de la utopía.
Bibliografía.
Therborn, Goran (1979) ¿Cómo domina la clase dominante? Siglo XXI de España Editores S.A., Madrid.
Balibar, Étienne (1977) Sobre la dictadura del proletariado. Siglo XXI de España Editores S.A., Madrid.
Antonio Gramsci, (2017) Antología. Siglo Veintiuno Editores, Buenos Aíres.
Luxemburgo, Rosa (2015) Reforma o Revolución. Akal S.A, Madrid.
Diego Saavedra
Licenciado en Ciencias Jurídicas por la Universidad Andrés Bello y estudiante del Magíster en Derecho de la Universidad de Valparaíso.
Estando de acuerdo con la “burocratización” de Apruebo Dignidad, que se expresa en el rol que cumplen como recambio del aparato de Estado, me parece que esta crítica queda corta, ya que, justamente, el “oportunismo” que se denuncia se asienta en las mismas definiciones teórico-ideológicas de los partidos de la coalición de gobierno y que se expresan en su programa. Dado lo anterior, parece difícil, si es que no imposible, pensar que el desarrollo de una táctica enmarcada en un estrategia revolucionaria (socialista) pase por “darle una impronta al gobierno”, porque la esencia de este y sus partidos es “oportunista”. A la vez que un cambio en el cáracter del Estado tendría que partir sobre la base, tal como plantea Balibar, de la clase obrera como clase dominante, algo que está lejos de resolverse por medio de este gobierno y para lo cual no hay atajos, sobre todo en un contexto de profundo desarme político de esta clase y en lo cual el Frente Amplio poco o nada a contribuido a revertir.