Afilar la lectura crítica del pasado

Probablemente el ejercicio más interesante tenga que ver con la posición “espejo” del mito estalinista: la crítica vulgar al conjunto del marxismo como una ideología autoritaria, y por consiguiente, la reivindicación de la socialdemocracia de manera acrítica, como si fuera una alternativa “democrática” a los abusos y horrores que tuvieron en Stalin quizás a uno de sus peores exponentes. Esta lectura superficial […] sería la base que permite que tantas personas desde la izquierda abracen de manera acelerada las banderas de la socialdemocracia como forma de mostrar credenciales de seriedad, ignorando que son las mismas coordenadas políticas e ideológicas que permitieron la bancarrota de 1914, bancarrota que encumbró a personajes como Noske y Ebert –de recuerdo sangriento para la izquierda–, y de Schröder, Blair y el neoliberalismo.

por Felipe Ramírez

Imagen / Foto de Stalin tomada por la policía secreta zarista en 1911. Fuente.


Aunque el 2022 y sus desafíos nacionales y globales parecieran muy lejanos a ese 1940 en que este libro quedó inconcluso por el asesinato de su autor, y aunque pareciera estar desfasado quizás de los intereses más acuciantes de quienes hoy podrían encontrarse entre sus posibles lectores, lo cierto es que la nueva edición de Stalin: Una valoración del hombre y su influencia, de Trotsky (FCE, 2021), resulta ser una obra de gran interés.

A pesar de los prejuicios que uno pueda albergar sobre la autoría –Trotsky fue posiblemente el mayor opositor a Stalin en el Partido Comunista soviético–, el texto es de una solidez enorme en cuanto a la consulta de fuentes directas, y su estilo permite una lectura ágil, sin ser engorroso o pesado, incluso con esas alusiones constantes a organizaciones y personajes propios de la Revolución Rusa y del proceso de construcción de la Unión Soviética.

Pero quizás su fortaleza más notable, y con ello su principal relevancia para la actualidad, es que permite una lectura interesante y crítica de uno de los sujetos más divisivos y complejos para la izquierda, como es Stalin. En momentos en que pareciera existir una lectura extremadamente superficial y simplista de lo que fue el “estalinismo” como fenómeno político, y que termina (incluso dentro de la izquierda chilena que hoy se prepara para ser gobierno) reduciendo el conjunto del marxismo como teoría y práctica a la categoría de “ideología autoritaria”, esta nueva edición corregida y aumentada de la obra póstuma de Trotsky entrega una nueva base para revisar críticamente uno de los pasajes más dolorosos de la historia de la izquierda mundial. Y lo hace no con un afán “arqueológico”, sino para afinar armas teóricas y prácticas que pueden aplicarse a la actualidad.

La degeneración estalinista, ¿era o es la única posibilidad para el socialismo marxista? ¿Es la socialdemocracia, con todas sus limitaciones, su centrismo intrínseco y su subordinación al marco liberal, la única alternativa? El contenido de esta obra permite vislumbrar nuevas posibilidades y complejizar, más allá de las propuestas del Informe Secreto del XX Congreso del PCUS, cuáles fueron los factores que influyeron en el destino de la Revolución Rusa y, en especial, en el camino que llevó a Stalin de ser un oscuro activista bolchevique en el Cáucaso, a convertirse en el máximo líder de la URSS.

A través de estas páginas podemos recorrer desde la infancia la vida del dictador, desde sus iniciales tiempos como estudiante para ser pope de aldea, a su incorporación a la socialdemocracia rusa, su modesta participación en los acontecimientos en torno a la revolución de 1905, las luchas de fracciones dentro del partido, su incorporación al sector bolchevique, hasta su papel en 1917, durante la guerra civil y su toma del poder tras la muerte de Lenin.

Quizás uno de los elementos más valiosos del trabajo que Trotsky realiza, junto con su capacidad de elaborar un análisis sólido en vez de un simple panfleto (a pesar de la compleja historia que los une), es el permanente contraste que realiza entre las fuentes originales y la mistificación que la máquina de propaganda realizara posteriormente sobre Stalin, ubicando la figura en su justa medida.

Ese ejercicio requiere, sin lugar a duda, un esfuerzo intelectual de gran calibre, ya que hablamos de una materia que permite de manera muy sencilla deslizarse hacia la caricatura, en la crítica o en la mistificación de Stalin. A pesar de ello, y a que Trotsky obviamente entrega una lectura personal y subjetiva, lo que busca no es una condena de su histórico contrincante, sino aportar a la comprensión de la figura y del fenómeno político que generó.

Ahora bien, resultaría justo preguntarse nuevamente por qué este ejercicio sería de interés en la actualidad, cuando ya muy pocos en la izquierda parecieran reivindicar al estalinismo como se hiciera hasta su muerte en 1953, menos después de la crítica de 1956 durante el gobierno de Nikita Jrushchov, y sobre todo tras el colapso y desintegración de la URSS.

La importancia histórica de Stalin es una primera justificación. No por nada él encabezó el régimen soviético en su salto desde un país agrícola, atrasado y aislado a mediados de la década de los 20’ del siglo pasado, al lugar de una potencia nuclear tres décadas después, incluso considerando el enorme costo humano, económico y social que significara la Segunda Guerra Mundial.

Pero por otro lado, probablemente el ejercicio más interesante tenga que ver con la posición “espejo” del mito estalinista: la crítica vulgar al conjunto del marxismo como una ideología autoritaria, y por consiguiente, la reivindicación de la socialdemocracia de manera acrítica, como si fuera una alternativa “democrática” a los abusos y horrores que tuvieron en Stalin quizás a uno de sus peores exponentes. Esta lectura superficial, como comenté al principio, sería la base que permite que tantas personas desde la izquierda abracen de manera acelerada las banderas de la socialdemocracia como forma de mostrar credenciales de seriedad, ignorando que son las mismas coordenadas políticas e ideológicas que permitieron la bancarrota de 1914, bancarrota que encumbró a personajes como Noske y Ebert –de recuerdo sangriento para la izquierda–, y de Schröder, Blair y el neoliberalismo.

Es cierto que mucha agua ha corrido bajo el puente desde aquellos años, pero no por ello es menos acuciante discutir, con bases sólidas, sobre los desafíos que abre el ejercicio del poder, y los peligros que entraña la administración del Estado desde una perspectiva socialista, incluida la generación de una burocracia con intereses sociales particulares como capa social, y su reflejo en sus dirigentes políticos.

Independiente de la opinión que uno pueda tener sobre Trotsky, el trotskismo y los trotskistas, lo cierto es que esta obra es más bien una defensa del marxismo como teoría revolucionaria y transformadora, antes que un dardo simplón lanzado en una disputa entre facciones. En momentos en que se asumen nuevos desafíos y las certezas del ayer se ven sometidas a la dura prueba de la realidad, revisar el pasado para explorar los aciertos y errores de otras experiencias puede servir de ayuda para imaginar y crear un futuro a la altura de nuestros sueños y necesidades.


Esta reseña fue preparada para el portal “Leemos porque sí”, que el Fondo de Cultura Económica ha implementado como herramienta de difusión y estímulo a la lectura en Chile. Esta publicación realizada colaborativamente por Revista ROSA y el FCE se puede consultar también en dicho portal.

Sitio Web | + ARTICULOS

Activista sindical, militante de Convergencia Social, e integrante del Comité Editorial de Revista ROSA. Periodista especialista en temas internacionales, y miembro del Grupo de Estudio sobre Seguridad, Defensa y RR.II. (GESDRI).