En diálogo con González Lorca, en diálogo con González Ríos, en gira por América Latina. Reseña a “Latinoamérica es grande. La ruta internacional de los Prisioneros”

En la década de los noventa los Prisioneros no solamente no volvieron a reunirse, sino que sus canciones fueron catalogadas como clásicos, desconectadas artificialmente de la realidad contingente, ubicadas como piezas de museos en los recuerdos de una época excitante pero lejana, que cuando se asoma, incomoda. La construcción discursiva, conceptual y musical de la banda, y particularmente de Jorge González, fue empujada por el pacto de la transición a un lugar de outsider. El reclamo furioso de “Muevan las industrias” y el alarido de amor con pena y rabia que llora sangre en “Estrechez de corazón”, no cabían ni en el crecimiento económico neoliberal, ni en la oleada de rock reconciliador salpicado de covers capitaneado por Los Tres. La disconformidad odiosa y movilizadora sanmiguelina de la voz en castellano de los ochenta, no calzaba con la nueva disconformidad depresiva y conforme puesta de moda en inglés y venida de Seattle. La historia se había acabado en el mundo, la democracia de los acuerdos había ganado en Chile, y Los Prisioneros, al parecer, seguían estando demasiado en discrepancia.

por Juan Pablo Vásquez Bustamante

Imagen / Los Prisioneros, Museo a Cielo Abierto, San Miguel, Chile. Fotografía de Museo de Arte Callejero.


González Lorca, Cristóbal. (2019). Latinoamérica es grande. La ruta internacional de Los Prisioneros. Santiago-Ander Editorial.

Cristóbal González Lorca, autor de la obra que acá se reseña, ha desarrollado su vida y trabajo en torno a la música a través de varios caminos que se conectan: es productor musical, ámbito en el cual se ha desempeñado con importantes artistas chilenos como Joe Vasconcellos y Mauricio Redolés; es músico, marco en el cual fue miembro fundador de la agrupación de ska, Santo Barrio, con quien realizó giras por Chile y Europa; actualmente es mánager del grupo Santaferia; y, nutriéndose de las vertientes anteriores, es cronista musical, contexto en el cual ha desarrollado registros audiovisuales en Venezuela y colaborado con distintos medios escritos tanto de España como de Chile.

Estos cuatro caminos de la vida profesional y musical del autor, están cruzados por una característica que proviene de su biografía personal. Cristóbal González Lorca es un chileno que vivió gran parte de su niñez, adolescencia y juventud en el extranjero, lo cual le permite desprenderse de ciertos límites de estructura mental que tenemos quienes hemos nacido y crecido en este país.

Existe una anécdota vivida entre Jorge González y el reconocido músico y productor argentino Gustavo Santaolalla, que ilustra y permite entender esta característica que presenta González Lorca. Como es de público conocimiento, el cuarto disco de Los Prisioneros, Corazones, fue grabado en Los Ángeles, California, y producido por Santaolalla. En medio del proceso, Jorge González, el único integrante de la agrupación que se encontraba trabajando en la grabación y producción, debió viajar a Chile. Al regresar a Estados Unidos, el líder de Los Prisioneros se encontró con que Santaolalla había realizado algunas modificaciones en determinadas canciones, entre ellas en Tren al Sur, consistente en la incorporación de un charango. Para ser confirmado, este cambio debía ser aprobado por González, quien manifestó su agrado con el sonido, pero señaló que se generaba una contradicción conceptual, pues la canción relataba un viaje del hablante lírico hacia el sur en la búsqueda de un reencuentro consigo mismo, mientras que el charango era un instrumento del norte. Frente a esto, Santaolalla contestó, “pero, Jorge, solo para vos es un instrumento del Norte”. En ese momento, Jorge González entendió que era parte del único país del mundo donde el charango es un instrumento nortino.

Esa diferencia en la forma de situarse, pensar y procesar la realidad que entendió Jorge González de golpe en esa conversación con Santaolalla, Cristóbal González Lorca la trae incorporada y madurada culturalmente a partir de su propia biografía. En este libro, esta característica es decisiva porque le permite al autor entender que hay una problemática que debe ser trabajada, que existe un vacío o una oscuridad que el resto parece omitir, una tensión entre el relato construido en Chile en torno a la presencia internacional de Los Prisioneros, y la realidad por ellos tejida en el extranjero. Mientras el resto del medio nacional se conforma con esa “verdad establecida entre cordillera, mar y desierto, encerrada y protegida dentro de nuestras fronteras, González Lorca logra pensar y ver más allá de los límites de la hacienda, del fundo, del Valle Central, y nota que hay una problemática no resuelta en torno a la trayectoria y la estatura internacional de Los Prisioneros. Existe un silencio, o por lo menos una voz muy baja, sobre lo cual es necesario poner atención.

Y así como el autor identifica un nudo problemático entre conocimiento y realidad, un espacio oscuro que requiere ser iluminado, también establece una hipótesis. La propuesta central en este libro, es que la relevancia y la estatura de los Prisioneros, su aporte, impacto y masividad, no es puramente local y nacional como suele darse a entender, sino que es continental. Los Prisioneros de Chile lograron hablar y trascender en gran parte de América Latina de habla hispana. El fenómeno vivido y reconocido en Chile, se replicó en el resto de la región.

Esta propuesta, entre otras cosas, implica dos situaciones. Por una parte, discutir y polemizar con aquellos que, activa o pasivamente, contribuyeron en la construcción de esa oscuridad, silencio, o relato en base a una situación ficticia. Y por otra parte, profundizar en aquello, es decir, preguntarse por qué y de dónde surge ese discurso que omitía el éxito internacional de Los Prisioneros, y que incluso señalaba como un límite de la banda, que se trataba de una agrupación con conceptos y temáticas localistas que no se entenderían más allá de Chile.

El autor enfrenta estas preguntas, y las responde con propuestas críticas que exceden la temática del libro. En primer lugar, González Lorca plantea que la dictadura cívico militar encabezada por Augusto Pinochet silenció el éxito internacional de Los Prisioneros, y que en ese marco, la prensa actuó como un órgano funcional a la dictadura. En segundo lugar, con un mayor nivel de profundidad y mirada crítica, el autor señala que una vez terminada la dictadura, iniciada la transición, e inclusive en el nuevo siglo y con nuevas generaciones de periodistas, la prensa en Chile, en gran parte, continuó operando en relación a Los Prisioneros como lo había hecho en dictadura.

Estas propuestas son defendidas a través de una articulación lógica de argumentos y evidencias que las sustentan. El autor construye un relato con un orden cronológico de las presentaciones, giras y presencia de Los Prisioneros en distintos países de América Latina desde 1986, y lo va contrastando con la forma en que la prensa chilena recogió aquel recorrido internacional. Para esto, el autor organiza la exposición de su trabajo en diez capítulos, más una introducción y un epílogo. Cada capítulo aborda un hito del recorrido internacional de la banda, tratándose de una gira con distintas presentaciones por determinados países, o de una presentación referencial en algún país o festival.

Es así como el primer capítulo relata la primera experiencia internacional de la banda. Esto es, su participación en la primera versión del festival Montevideo Rock en Uruguay en 1986. En este caso, Los Prisioneros fueron invitados por primera vez desde el extranjero y fueron parte de un evento en el cual también participaron artistas como Paralamas do Suceso de Brasil, Fito Páez, Sumo y Fabiana Cantilo de Argentina, y unos jóvenes Cuarteto de Nos del país anfitrión. De acuerdo al autor, se trató de una presentación bien recibida por el público y por sus pares, sin embargo, a la larga, en este país Los Prisioneros no lograron ni masividad ni un mayor impacto musical.

Este primer capítulo está complementado con una entrevista al uruguayo Alfonso Carbone (p. 23), productor del evento, y posteriormente, una vez radicado en Chile, editor de los discos de retorno de Los Prisioneros en el nuevo milenio, y más tarde, en la segunda década de los dos mil, mánager de Jorge González. Asimismo, el capítulo se cierra con el testimonio del músico Javier Silvera (p. 36), quien participó del festival Montevideo Rock como integrante de la banda local Los Tontos.

El segundo capítulo está dedicado a la segunda experiencia foránea de la banda, y la primera en Argentina, en el año 1987. En este caso, Los Prisioneros realizaron dos presentaciones, una en el festival Chateu Rock de Córdova, y la segunda en el emblemático recinto Obras Sanitarias de Buenos Aires. En la primera de estas instancias Los Prisioneros tuvieron una mala experiencia. Ya sea por el estado climático que obligó a modificar horarios y suspender presentaciones, por la hostilidad en el ambiente, o por las condiciones técnicas del evento que superaron al escaso e inexperto equipo que acompañaba a la banda, la agrupación no realizó una buena presentación y no fueron bien recibidos por el público. Sin embargo, este balance amargo se combina con el hecho de haber sido invitados nuevamente a un festival internacional, que además contaba con la participación de importantes artistas, como Pedro Aznar y Luis Alberto Spinetta.

La segunda instancia de esta gira, en Obras Sanitarias de Buenos Aires, tuvo un balance positivo. De acuerdo a González Lorca, fue una presentación que cerró una jornada con dos bandas locales, y que encontró una activa y muy buena recepción del público. De todos modos, ambas presentaciones en Argentina están en el marco general de que Los Prisioneros no lograron ni masividad ni un mayor reconocimiento en este país, más allá de que con el tiempo se transformaron en referentes para determinados músicos y agrupaciones.

El tercer capítulo relata la primera experiencia de Los Prisioneros en Perú en el año 1987. Este viaje presenta cuatro antecedentes que permiten entender su importancia. En primer lugar, el grupo alcanzó en este país un grado de masividad y relevancia similar al generado en Chile, lo cual quedó de manifiesto ya en esta primera visita. En segundo lugar, en este viaje se desarrolló la mítica presentación en la Plaza de Acho en Lima. Realmente, se trataron de dos presentaciones en el mismo recinto, una plaza de toros sobrevendida, con capacidad para 12 mil espectadores, que en ambas fechas reunió sobre las 14 mil. Como lo describe González Lorca, este evento es recordado además por un incidente en el que un pequeño grupo de punks lanzaron piedras o terrones de tierra al escenario, por lo cual hubo una suspensión de algunos minutos, y posteriormente, al reanudarse el show, Jorge González, como acostumbra hacerlo, interpretó extensos soliloquios al ritmo de determinadas canciones, refiriéndose crítica y sarcásticamente a distintas situaciones[1].

En tercer lugar, en esta gira se manifestó muy claramente la falta de trabajo y compromiso del sello discográfico, y de un manejo más experimentado del equipo de producción, lo cual mermaba la proyección profesional de la banda y traía perjuicios económicos a los músicos. Esta situación se manifiesta en el hecho de que el grupo fue a Perú en gira promocional, cuando en realidad ya eran un éxito radial con una extensa difusión en los medios de comunicación masivo. De este modo, mientras el plan era dar entrevistas en radios para que la gente los conociera, ellos ya tenían canciones en los primeros lugares de esas mismas emisoras. El cuarto antecedente, es que, en esta gira se manifiesta claramente la invisibilización de la prensa chilena respecto al éxito internacional de la banda. Esto queda de manifiesto en una nota realizada por El Mercurio respecto a la gira, donde se señala la presencia de “más de siete mil frenéticos jóvenes, que agredieron a los músicos con diversos objetos”. Es decir, este diario reduce la presencia de más de 14 mil personas en cada una de las dos noches, o sea, un universo cercano a los 30 mil, a un total de “más de siete mil”; y en segundo lugar, agiganta un incidente protagonizado por un grupo de no más de diez personas lanzando terrones de tierra, en “más de siete mil frenéticos jóvenes, que agredieron a los músicos con diversos objetos”.

El cuarto capítulo aborda las presentaciones realizadas en 1987 en Guayaquil, Ecuador, y en 1988 en Bogotá, Colombia. En ambos casos, tal como en Perú, se trata de países donde Los Prisioneros alcanzaron un impacto y masividad similar a la de Chile. En el caso de Colombia, el grupo fue invitado al concierto Bogotá en Armonía, un megaevento realizado en el Estadio el Campín, que reunió a unas 80 mil personas, y que presentó una grilla musical mixta entre artistas de balada pop latinoamericana, como José Feliciano y Franco de Vita, y el movimiento del rock latino, con artistas como Miguel Mateos y Los Prisioneros. Este capítulo está complementado con un testimonio del periodista e historiador musical colombiano, José Enrique Plata (p. 68), quien afirma que ya en el año 1988 las canciones de la banda eran parte de la parrilla programática radial y de la cotidianidad colombiana, y señala que su presentación en el festival Bogotá en Armonía fue esperada, aclamada y vivida con momentos de altísima emoción, tal como al entonar “El baile de los que sobran”.

El quinto capítulo aborda la presentación de Los Prisioneros en el Concierto de Amnistía Internacional en Mendoza, en 1988. Si bien, el autor inicialmente plantea este capítulo como el segundo viaje de la banda a Argentina, y en términos concretos efectivamente lo es, con el desarrollo del capítulo también aclara que este evento está en el marco de una gira organizada por aquel organismo internacional, consistente en 19 fechas alrededor del mundo a favor de los Derechos Humanos, donde iban presentándose músicos de alcance global, como Sting, Peter Gabriel y Springsteen, a los que se sumaban artistas locales, de las cuales una de aquellas jornadas correspondería a Chile, sin embargo, tras la negativa del gobierno dictatorial de Pinochet, se trasladó a Mendoza. En la ocasión, la organización invitó a Inti Illimani y Los Prisioneros. Estos últimos, abrieron la jornada con 4 de sus canciones, y posteriormente se sumaron a la presentación con todos los artistas entonando a coro, Get up, stand up de Bob Marley. Este quinto capítulo cierra con un breve testimonio del músico y artista plástico Guillermo Goy Ogalde (p. 82), fundador del grupo mendocino Karamelo Santo, y asistente al evento.

El sexto capítulo aborda el segundo y el tercer viaje de la banda a Colombia en noviembre de 1988 y el verano de 1989. En estas giras, el éxito y el estatus de Los Prisioneros como uno de los principales, o derechamente el principal exponente del Rock en español en Colombia, está consolidado. El autor, para confirmar la relevancia en este país, cruza su relato con antecedentes de los viajes en el siglo XXI, tanto de la banda en el periodo de la reunificación, como posteriormente de sus integrantes en distintos formatos. Por otro lado, este balance musical y profesional altamente positivo, contrasta con el hecho de que en este tercer viaje, en 1989, ya había explotado el conflicto interno que termina por desatar la separación del grupo, por lo cual, es posible apreciar un comportamiento diferente al usual y un tanto errático de los protagonistas de este problema.

El séptimo capítulo aborda el primer viaje de Los Prisioneros a México, en 1989. Esta gira se trataría de un trabajo promocional con varias fechas y presentaciones, sin embargo, se vio frustrada por una enfermedad de Claudio Narea, quien sufrió hepatitis. De este modo, la banda pudo realizar solamente dos presentaciones en dos emblemáticos y legendarios recintos para la cultura del rock mexicano, como el Rocktitlán y el Rockstock.

El caso de México en su relación con Los Prisioneros es más bien particular, pues es un país donde la banda no logró masividad ni un mayor impacto en los medios de comunicación, sin embargo, con el tiempo se constituyeron en una agrupación con un importante reconocimiento de parte de sus pares, que le otorgan cierta referencialidad en determinados circuitos. Posterior a esta gira, y a partir del disco Corazones, algunas canciones alcanzaron cierta rotación radial[2].

El octavo capítulo aborda la Gira Corazones en 1991. Este viaje se extendió por Perú, Ecuador, Colombia, Bolivia y Venezuela, y presenta el antecedente concreto que se desarrolló con la nueva formación de la banda y con un nuevo sonido a partir de las canciones del disco “Corazones”. De acuerdo a González Lorca, esta gira se llevó a cabo con la permanente contradicción de, por una parte, evidenciar durante muchos momentos un desgano y desgaste de los integrantes históricos del grupo, particularmente de Jorge González, y por otro lado, estar en un momento de consolidación como una de las agrupaciones más grandes del continente, manifestada en su popularidad, su éxito, la amplitud del circuito de presentaciones que estaban realizando por varios países, y el nivel y calidad de la producción del nuevo disco. Este capítulo que repasa la gira Corazones, incluye un texto del escritor peruano Martín Roldán Ruiz (p. 109).

El noveno capítulo aborda el viaje a Venezuela en el marco de la parte final de la gira Corazones. Dentro de la que, entre otras actividades, se desarrolló la presentación de la banda en el Primer Festival de Rock Iberoamericano, Rock Music. Este país es otra plaza donde Los Prisioneros alcanzaron un estatus muy alto entre las bandas más grandes del continente. Sin embargo, en este punto de sus carreras es notoria una situación de alcance regional, y es que mientras existen lugares donde el movimiento del rock latino va en retirada, como en Chile, en otros sitios donde el fenómeno inició más tarde, continúa muy en auge, precisamente como en Venezuela.

El décimo capítulo y final, aborda las giras y la presencia internacional de la banda a partir de la reunión del año 2001. En este caso, además de los países ya visitados en la primera etapa, se sumaron España y Estados Unidos, presentándose en ciudades como Nueva York, Washington DC, Los Ángeles, o San Diego. Asimismo, Los Prisioneros fueron invitados a participar de la ceremonia de entrega de los premios de MTV en Miami en el año 2003, donde Jorge González participó de un medley compuesto por canciones icónicas del rock y pop latinoamericano, interpretadas por referentes de estos géneros. De este modo, participaron de esta particular presentación, Charly Alberty de Soda Estero, el emblemático Álex Lora del Tri, Plastilina Mosh, Andrea Etcheverri de Aterciopelados, Vicentico, Ricky Martin y Juanes, además del propio Jorge González[3].

Finalmente, la casi totalidad del epilogo corresponde a un testimonio del músico venezolano (nacido en Chile) Marcelo Toutín (p. 143).

En términos metodológicos, este libro fue construido a partir de una búsqueda, recopilación y revisión de fuentes documentales, prensa, sitios de internet que guardan crónicas y bitácoras, en algunos casos mantenidos por seguidores de la banda, y entrevistas y testimonios orales. Estas evidencias son articuladas y puestas en función de la argumentación y la propuesta central del autor. Precisamente, uno de los aspectos especialmente positivos de este libro deriva de su metodología, pues, al no estar bajo una normativa académica, el autor podría ser menos exigente en este marco, sin embargo, el texto denota un importante orden y rigurosidad en el tratamiento de las fuentes y su relación con el desarrollo del relato. Pese a esto, en este mismo ámbito puede señalarse una observación crítica, pues debería haberse utilizado un formato de citación más claro y unificado, y una lista con las referencias bibliográficas y fuentes.

Otro acierto importante del libro, son las entrevistas y los testimonios de protagonistas o testigos clave. Si bien, se trata de personalidades con un manifiesto compromiso respecto a la obra de Los Prisioneros, lo cual podría abrir espacio para dudar de la credibilidad y seriedad de la fuente, son testimonios que están bien situados y utilizados, y que, más allá de la valoración que tengan respecto a la banda, aportan una constatación y una mirada del impacto de la agrupación en sus países a partir de acontecimientos concretos vividos. Lo que, en su centro, transforma a estos testimonios en evidencia válida que respalda la propuesta central.

En este marco, la entrevista a Alfonso Carbone es especialmente valiosa, se trata de un testimonio que logra aportar variables de la industria musical latinoamericana para sustentar la hipótesis del autor, que ilustra y explica con claridad la tensión permanente de Los Prisioneros y la prensa, y que entrega elementos para entender la magnitud de la obra de Jorge González, no solamente en términos de la masividad de sus canciones, sino que también de la referencialidad que representa para otros músicos del continente.

Otro elemento valioso de esta obra, son determinados comentarios y aclaraciones musicales que se hacen interesantes y atractivos en sí mismos, y que, pese a que no son específicamente parte de la línea argumentativa central ni del objeto de estudio, provocan interés en profundizar en la materia. En este contexto, puede señalarse la apertura del capítulo octavo, donde se describe y explica el declive del Rock y del pop en español en determinados países de América Latina, como particularmente ocurrió en Chile, tanto desde el punto de vista de sus propias limitaciones como género musical, así como desde el contexto sociopolítico regional, y desde los intereses de la industria musical, cuyas decisiones se tomaban desde Estados Unidos.

Asimismo, como es prácticamente obligado al hablar de Los Prisioneros, este libro relaciona la obra y la trayectoria de la banda con el contexto sociopolítico e histórico chileno y latinoamericano. En sintonía con la problemática y la hipótesis planteada, otro acierto del autor es que logra por momentos romper fronteras en la contextualización sociopolítica, explicando por qué conceptualmente no se trataba de un grupo localista, sino que había un hilo conductor regional, es decir, existía un escenario latinoamericano además de chileno que necesitaba la propuesta de Los Prisioneros.

Y dentro de este mismo marco de vinculación con lo sociopolítico, otro aporte de este libro, es que supera la tradicional y muchas veces abordada tensión entre Los Prisioneros y la dictadura cívico militar de Chile, para asomarse a explorar, si bien no en profundidad, la relación entre el significado de esta agrupación y el pacto de la transición. Si Los Prisioneros fueron censurados y su éxito internacional silenciado por la dictadura, cabría pensar que una vez acabada esta, la banda tendría todo un campo abierto con posibilidades antes negadas, sin embargo aquello no ocurrió.

El autor, en este marco, establece que la prensa en democracia se comportó en relación a Los Prisioneros reproduciendo ciertas lógicas utilizadas en dictadura. En este contexto, se señala una breve cita a Claudio Guzmán de la banda Q.P.D. (p. 102), presente en un libro de Emiliano Aguayo, donde se plantea cómo intencionalmente la Concertación habría optado por “no exacerbar” la cultura del NO y de la resistencia y oposición a la dictadura, en función de iniciar un nuevo ciclo político.

Estos planteamientos permiten establecer una serie de reflexiones y antecedentes para dialogar con González Lorca, y por qué no, con González Ríos. Precisamente, en la década de los noventa los Prisioneros no solamente no volvieron a reunirse, sino que sus canciones fueron catalogadas como clásicos, desconectadas artificialmente de la realidad contingente, ubicadas como piezas de museos en los recuerdos de una época excitante pero lejana, que cuando se asoma, incomoda. La construcción discursiva, conceptual y musical de la banda, y particularmente de Jorge González, fue empujada por el pacto de la transición a un lugar de outsider. El reclamo furioso de “Muevan las industrias” y el alarido de amor con pena y rabia que llora sangre en “Estrechez de corazón”, no cabían ni en el crecimiento económico neoliberal, ni en la oleada de rock reconciliador salpicado de covers capitaneado por Los Tres. La disconformidad odiosa y movilizadora sanmiguelina de la voz en castellano de los ochenta, no calzaba con la nueva disconformidad depresiva y conforme puesta de moda en inglés y venida de Seattle. La historia se había acabado en el mundo, la democracia de los acuerdos había ganado en Chile, y Los Prisioneros, al parecer, seguían estando demasiado en discrepancia.

En ese mismo marco, la mutitudinaria reunificación de la banda se produjo muy simbólicamente solo una vez terminada la década de los noventa, el mismo año del primer gran ciclo de movilizaciones de estudiantes secundarios, el “Mochilazo” de 2001[4]. Asimismo, la nueva irrupción de Jorge González, desarrollando presentaciones tanto en Chile como en el resto de América Latina, que lo llevó una vez más al Festival de Viña en febrero de 2013, y que se termina solamente con su infarto cerebrovascular, se inicia en torno al año 2011, el año de las movilizaciones estudiantiles por la educación pública, gratuita y de calidad, las protestas populares hasta ese entonces más grandes en Chile desde fines de la dictadura.

Otro aspecto positivo del libro, es la presentación escrita por Emiliano Aguayo. Este periodista tiene una trayectoria y una obra que lo respalda como una autoridad al hablar respecto a Los Prisioneros y a Jorge González. El breve texto de Aguayo aporta elementos para comprender la relación tensa entre Los Prisioneros/Jorge González y la prensa, y cómo esta relación conflictiva contribuyó a oscurecer a los ojos de Chile el éxito internacional de la banda e incluso a limitar la proyección más grande aún que podrían haber tenido. El texto de Aguayo además, releva el éxito internacional de Los Prisioneros, al señalar comparativamente cómo las agrupaciones argentinas del rock latino operaban como una armada, era un grupo de bandas de un mismo país que funcionaban como una plataforma y que permitía que hubiese un soporte mayor para cada una de ellas; en cambio, Los Prisioneros eran la única agrupación chilena circulando por América Latina, por lo tanto carecían de un soporte como el que pudiesen tener los grupos argentinos. Asimismo, Aguayo señala que para el caso de Los Prisioneros, no había un antecedente previo próximo de una internacionalización de un grupo chileno, teniendo que retroceder hasta Los Ángeles Negros, y habría que agregar que de ahí hacia atrás probablemente hasta Lucho Gatica. Ello significa que no había una cultura de que un grupo chileno tomase una ruta internacional permanente, ni de parte de los chilenos como exportadores de agrupaciones, ni del resto de países como receptores de grupos chilenos.

En definitiva, este libro de Cristóbal González Lorca supera largamente el marco descriptivo narrativo, planteándose desde un problema de análisis, detectando una anomalía en la relación conocimiento-realidad, y estableciéndose en un ámbito crítico y explicativo. A partir de aquello, este libro plantea una hipótesis, logra establecer una línea argumentativa articulada en un sentido coherente y lógico, respaldada por evidencia, comprobando la hipótesis formulada, y cumpliendo con los objetivos propuestos.

De este modo, a partir de su lectura, puede entenderse que Los Prisioneros lograron trascender las fronteras de Chile y constituirse en una de las principales y más relevantes agrupaciones de América Latina de habla hispana[5]. Asimismo, esta influencia e impacto regional podría dividirse en 4 anillos. En primer lugar, Perú, Colombia, Ecuador y Venezuela, como los países donde más penetró y se profundizó este fenómeno, siendo en Perú y Colombia de una magnitud inclusive similar a la de Chile. En segundo lugar, puede señalarse a México como un país donde Los Prisioneros no consiguieron ni masividad ni una permanente rotación radial, pero sí lograron constituirse en una agrupación reconocida e influyente para bandas y circuitos musicales. En tercer lugar, Argentina y Uruguay, donde no lograron masividad y su influencia es más acotada. Finalmente, a partir del disco Corazones y particularmente de la reunión del año 2001, Estados Unidos se constituye en un cuarto anillo, particularmente en las comunidades latinas, y con Los Angeles, California, como puerta de entrada[6].

Finalmente, este libro también aporta con otro elemento que opera como un objetivo no explicitado, y es conocer más en profundidad la obra y la biografía de Los Prisioneros. Esto podría ser redundante y poco necesario en términos de que existen numerosas publicaciones, obras fílmicas, televisivas e incluso teatrales respecto a esta agrupación. Sin embargo, este libro logra una vez más superar el ámbito descriptivo y presionar sobre una tensión. Pues, determinados pasajes exploran y exponen situaciones que manifiestan la falta de experiencia y manejo en la industria musical de parte del equipo de Los Prisioneros, y la falta de apoyo y compromiso técnico, económico y profesional de su compañía discográfica. Esta situación perjudicó profesionalmente al grupo, cuya magnitud internacional podría ser incluso mayor, y especialmente a sus integrantes, cuyas carreras musicales y ámbitos económicos podrían y deberían haber sido mucho más favorecidos, viviéndose situaciones que parecen inverosímiles. Este aspecto queda de manifiesto en un íntimo testimonio de Miguel Tapia expuesto en una entrevista en The Clinic, y recogida por González Lorca para este libro,

Veníamos llegando de Colombia, en el peak de nuestra carrera. Habíamos llenado el estadio El Campín en Bogotá en medio de un fervor indescriptible. Aterrizamos en Pudahuel y al salir del aeropuerto había una van del sello EMI estacionada. Nos subimos con Claudio y Jorge. Saludamos al chofer: ‘Hola don Mario, ¿nos vino a buscar?’. ‘No, yo vine a dejar a Myriam Hernández’, nos respondió. Nos dio risa, pero finalmente ésa era la realidad de Los Prisioneros y de la música chilena. A las horas yo estaba en mi casa en San Miguel; luego de pasar a dejar a Claudio y Jorge. Recuerdo que saludé a mi familia, subí a mi pieza y por la ventana pude ver los techos llenos de objetos viejos y la ropa colgada en cordeles en las casas del barrio. Eso era yo. (p. 67)

Eso era Miguel Tapia, porque eso eran Los Prisioneros, una canción con múltiples significados, una metáfora provinciana salida desde la capital de una provincia. Un producto, una víctima, y a la vez una poderosa anomalía socioartística en medio del laboratorio ejemplar de la Doctrina del shock y el Consenso de Washington. Eso eran Los Prisioneros, compañeros de curso en el liceo que por las tardes después de clases se iban de gira por América Latina, estrellas de rock latinoamericanas que al llegar desde los hoteles a sus casas, a la casa de sus padres, a la casa donde aún vivían, al mirar por la ventana, solo veían techos con objetos viejos. Eso era Jorge González, el culiao pesao más inteligente del pasaje, el más brillante del curso, que levantaba la mano y hacía una pregunta incómoda… “No, Jorge, no des la Prueba de Aptitud Académica, ustedes no van a la universidad, no forman bandas, no tienen éxito internacional”, contestaba el inspector del liceo, contestaba Pinochet, contestaba El Mercurio, contestaba el sello discográfico, contestaban los que gobernaban en los noventa, contestaban los que les cantaban por monedas y FONDART a los que gobernaban en los noventa, contestaban los que se quedaban callados, porque con su silencio cómplice también contestaban, mientras Jorge, insolente, arrogante y poderoso, recorría América Latina sin pedirle permiso a nadie.

 

 

Referencias

Audio Stereo. (16 de noviembre de 2021). Los Prisioneros  – Plaza de Acho, Lima, Perú. 19/09/1987. [Archivo de video]. Youtube. https://www.youtube.com/watch?v=N6y-nXJCkYY&t=976s

CamiloASecas. (21 de noviembre de 2014). Los Prisioneros – Plaza de Acho,  Perú 1987 (full album). Youtube. https://www.youtube.com/watch?v=VxVtnFzTSng

Clark, R. [El Chombo]. (3 de enero de 2021). El Chombo presenta: Los jubilados awards 3 (Versión Rock en tu idioma). Youtube. https://www.youtube.com/watch?v=jyzE6TGaad0&t=404s

Clark, R. [El Chombo]. (16 de enero de 2022). El Chombo presenta: La música que movió la generación de los ochentas https://www.youtube.com/watch?v=zCYb710JC3w&t=116s

Golzalo Chile. (6 de septiembre de 2007).  Jorge González y Los Black Stripes – VMA 2003. Youtube. https://www.youtube.com/watch?v=sL5lM3IWD24

Massielchirnosd. (30 de diciembre de 2009). Los Prisioneros. Estrechez de Corazón (Mexicali 16.10.2004). Youtube. https://www.youtube.com/watch?v=VIV9OGy7Bfk

Región Cuatro. (22 de marzo de 2021a). Mexicanos platican Pateando Piedras de Los Prisioneros.  Youtube. https://www.youtube.com/watch?v=vR6ZHI0Wjy0

Región Cuatro.  (4 de septiembre de 2021b). Mexicanos platican sobre el disco Corazones de Los Prisioneros. Youtube. https://www.youtube.com/watch?v=labhCbEw6f0

You Are What You Listen To. (29 de mayo de 2015). Los Prisioneros dedican Nunca quedas mal con nadie a Soda Stereo (Perú, Plaza de Acho 1987). Youtube.  https://www.youtube.com/watch?v=wq9DoCHC_Nw

 

Notas

[1] A continuación, algunos registros de la presentación de Los Prisioneros en la Plaza de Acho disponibles en Youtube. En primer lugar, un registro audiovisual de la casi totalidad de la presentación: https://www.youtube.com/watch?v=N6y-nXJCkYY&t=976s (Audio Stero., 2021); en segundo lugar, un registro de audio ordenado en tracks https://www.youtube.com/watch?v=VxVtnFzTSng (CamiloASecas, 2014); y en tercer lugar, un registro del momento donde la banda interpreta “Nunca quedas mal con nadie”, donde Jorge González interviene al ritmo de la canción con extensas palabras, lo cual solía ser usual en el artista, sin embargo esta ocasión es especialmente recordada por los seguidores del grupo https://www.youtube.com/watch?v=wq9DoCHC_Nw (You Are What You Listen To, 2015).

[2] Los planteamientos del autor respecto a la presencia y relevancia de Los Prisioneros en México, pueden ser reforzados y complementados con dos programas especiales hechos en el canal de Youtube Región Cuatro (2021a, 2021b). En el primero de ellos se comenta y evalúa el disco “Pateando Piedras”, y en el segundo se comenta y evalúa el disco “Corazones”.

[3] En el siguiente link, un registro de Youtube de esta presentación en la entrega de premios de MTV Latino en el año 2003: https://www.youtube.com/watch?v=sL5lM3IWD24 (Golzalo Chile, 2007).

[4] En función de una mayor honestidad intelectual, es preciso señalar que esta idea está basada en una reflexión planteada por el propio Jorge González en una entrevista que no ha podido ser relocalizada por el autor de esta reseña.

[5] La tesis central del autor puede ser respaldada con algunos planteamientos del reconocido productor musical panameño Rodney Clark (El Chombo), quien, además de una dilatada y exitosa carrera musical, en los últimos años ha ganado notoriedad en redes sociales a partir de sus videos explicativos en torno a determinados fenómenos, procesos, corrientes y géneros musicales en su contexto epocal y generacional. En dos de sus videos publicados en su canal de Youtube, Clark destaca la relevancia continental de Los Prisioneros. En el primero de ellos, escoge la canción “Estrechez de corazón” como su canción favorita del rock en español en la década de los noventa (Clark, 2021, 5m56s). En segundo lugar, señala la relevancia del movimiento del rock latino en los ochenta, en un contexto global donde el mercado y la industria anglo es largamente predominante, y que este movimiento estaba concentrado y liderado por Argentina, España y Chile, este último por Los Prisioneros, destacando además la vinculación sociopolítica de la banda con el contexto chileno, y su peculiar situación de publicar sus canciones más reconocidas en 1990 y aun así ser un ícono de la música latinoamericana de la década de los 80s (Clark, 2022, 5m15s). Es importante señalar que en sus videos, Clark no hace referencias a fenómenos locales ni nacionales, sino que los marcos establecidos son la música anglo y la música en español, y a partir de ahí la división en géneros y subgéneros, y siempre tratándose de artistas reconocidos en una cantidad importante de países.

[6] A continuación, en el siguiente link, un interesante registro de Los Prisioneros en la ciudad mexicana de Mexicali en el año 2004: https://www.youtube.com/watch?v=VIV9OGy7Bfk (Massielchirnosd, 2009). Es posible apreciar una fuerte efervescencia del público y el notorio coro de la asistencia entonando la canción “Estrechez de corazón”, lo que permitiría suponer una mayor presencia de Los Prisioneros en este país que la recogida y descrita por González Lorca. Sin embargo, es necesario señalar tres aspectos: que se trata de una presentación de la época de la reunificación, no de la frustrada gira del año 1989 narrada por el autor; que igualmente coincide con lo señalado respecto a que determinadas canciones del disco “Corazones” sí tuvieron cierta rotación radial; y que Mexicali es una ciudad ubicada en la frontera con Estados Unidos y en el estado de Baja California, por lo tanto es un contexto diferente al vivido en el circuito de México DF, y en ese sentido más similar a lo que acá se denomina como el “cuarto anillo”.

Juan Pablo Vásquez Bustamante
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Doctor en Estudios Americanos. Profesor de la Universidad Alberto Hurtado.